-Creo que entenderá cuando le digo, Hwang, que ésta será la mejor inversión que haga en su vida. No se arrepentirá, se lo aseguro-repitió por 5ta vez consecutiva el hombre sentado enfrente suyo.

Stephanie Hwang no lo miraba, sólo asentía ausentemente a cada una de las palabras de Yang. Sí, escuchaba lo que decía, pero ya se sentía cansada y a veces sólo miraba la pantalla de su computador para mirar la hora.

Ya era tardísimo y aún le faltaban cosas por hacer.

-…Entonces, dígame si le parece que yo la llame o…

-Yo le llamo, Yang. No se preocupe-dijo Tiffany, seriamente.

-¿Está segura que no…?

-No, tranquilo. Mi asistente se comunicará a su oficina y yo…yo le daré mi respuesta-respondió, Tiffany.

-Bueno, entonces, quedamos así. Me voy retirando

-Lo acompaño.

-No, gracias, Hwang. Conozco el camino. Muchísimas gracias por recibirme y…que tenga buenas tardes.

-Buenas tardes, Yang.

El hombre salió y apenas cerró la puerta, Tiffany se levantó de su asiento y se dejó caer encima de un mueble que estaba justo al lado de la gran ventana que dejaba ver todo Seúl al atardecer. Estaba agotada y un gran dolor de cabeza comenzó a molestarle. Cerró los ojos un instante, cuando escuchó que abrieron la puerta y enseguida se enderezó, pero cuando vio quien era, se calmó.

Un hombre alto, con cabello negro y ojos igualmente negros, la miraba desde la puerta, con una sonrisa y una ceja alzada.