Ella se había ido tan rápido como había llegado. Parecía no notar su efecto en ella, ignoraba su fragilidad. Había escuchado sobre eso antes. Hyomin por alguna razón pensó que iba a ser diferente. 
Jiyeon y su amor estaban en algún lado muy lejos de ella ahora. 
Entonces Hyomin no tenía más remedio que tomarse el suyo.
Por su personalidad alocada y confidente, muchos ni se imaginaban que Hyomin la seguía recordando ni que le importase en lo más mínimo donde la menor estuviera. Pero Hyomin ni siquiera había intentado olvidar. 
Todas las noches revisaba en lo más oscuro de su memoria y le asombraba la facilidad con la que recordaba todos los momentos vividos. Luego de eso, se servía un vaso de algun líquido con alcohol, el sabor le era indiferente, los efectos le eran ajenos. Sabían amargo, amargo como el amor que fue correspondido y ya no lo es, amargo como la soledad que experimentaba desde que Jiyeon le había abandonado, amargo. Muy amargo.
La habitación se encontraba bastante oscura (siempre lo estaba). Pensó que sería estúpido seguir pagando la electricidad si esta no alumbraría ni un poco de su ser. 
Jiyeon era luz y vida, era una píldora de energía, era como tener un Sol personal. Hyomin siempre había halagado su buen humor en las mañanas, y su paciencia con los niños. Las sonrisas eran eternas en su rostro, cosa de todos los días. Hyomin, enceguecida por el afecto, no se había dado cuenta de la malicia en sus ojos.
Hyomin pensaba que si presionaba el botón del interruptor y encendía la lamparita le recordaría tanto a la luz de su ex-novia y terminaría por romperla.
Tal vez tenía razón.
Hyomin tenía que conformarse con las noches vacías y las resacas al día siguiente que no le permitían moverse. Al menos el dolor le permitía olvidar a Jiyeon (solo por un rato, cuando volvía en si, solo veía su rostro). Ella estaba en todos lados, en la radio, en los carteles y las descripciones de los libros parecían estar retratándola solo a ella. 
Padecía su existencia pero se mantenía despierta pensando que quizás volvería.
Las noches en vela eran habituales, a veces recordando viejos momentos como películas filmadas hace un par de décadas. Otras tantas simplemente observando el techo, pensando en que hubiera pasado si...(dejaba de ser tan egoísta, tan controladora. En otras palabras, si no la amara tanto). 
Ella era feliz, era alegre. Le gustaba cantar y tomar fotografías. 
Ahora ya...simplemente no.
Con pensamientos amargos se acostaba (sabiendo que probablemente no dormiría esa noche), trataba de borrar todos los motivos, todas las razones por las cuales estaba así (pero le era simplemente imposible).  
Contó todo lo que se había llevado de ella. Al irse, Jiyeon no solo había arrastrado fuera del lugar su cuerpo, pero también parte de Hyomin. Felicidad, amor, esperanzas, ningún humano puede vivir con su carencia (No importaba, de igual forma, Hyomin no se sentía viva).
Las mismas secuencias se repetían. Hyomin no comía, no hablaba. Sus amigas la visitaban pero se iban al no lograr que ella, al menos, las saludara. No atendía el teléfono. No abría las ventanas. Se había acostumbrado demasiado rápido a la vida en las penumbras, en la oscuridad (Ojala se hubiera acostumbrado tan rápido a la ausencia de Jiyeon).
Ella se había quedado con todo el amor contenido en su cuerpo. Quería soltarlo, dárselo a Jiyeon y que pudiera sentir que la amaba.
Es por eso que, siempre que tomaba un cuchillo y lo pasaba por distintas partes de su cuerpo para castigarse, ella repetía una y otra vez, susurrando como el mantra que nunca abandonaría sus labios, condenándola por toda la eternidad:
- Es amor lo que sangra -
Jiyeon le había endulzado tanto el camino hacia la cúpula del mismísimo infierno, así Hyomin no caería en la cuenta de esto. La llevó a lo más alto, y con una sonrisa en los ojos, la empujó a lo más bajo. A la ultratumba. De quien era ya no había una sola pista. 
De lo que fue no hay más.