Nana estaba mirando fijamente a la joven a su lado (ciertamente podría hacerlo todo el día). Observando sus rasgos aniñados, su sonrisa tierna, su mirada dulce llena de alegría. Nana apreciaba estos pequeños momentos que le concedía la vida, podía contemplar tranquilamente a su amada y nadie le interrumpiría.

Era un corriente domingo por la tarde, aunque no era aburrido (ningún día era aburrido cuando Lizzy está cerca, piensa Nana). La muchacha de cabello castaño está jugando con su mascota, un Fox Terrier de los más lindos. Lizzy siempre se dedicaba un tiempo para divertirse con el cachorro, quizás porque era un regalo de su novia y le encantaba pensar que estaba cerca todo el tiempo. Por su horario, no solían tener mucho tiempo a solas. Pero Lizzy le entendía, y no solo eso, le apoyaba siempre, en cualquier decisión que tomara. Su trabajo como modelo estresaba a Nana bastante, pero luego, allí estaba Lizzy para consolarla y hacerla sentir bien. La castaña a veces se sentía inútil, mas ayudar a la joven rubia le daba un poco de sentido a su vida.

Nana de nuevo la observaba, no podía dejar de hacerlo. Esta vez, Lizzy se dio cuenta de ello y estaba sonrojada, pero a Nana le parecía de lo más tierno.
— Deja de mirarme — comentó la castaña, sin verla.
— Nunca — respondió riéndo la rubia — He intentado, pero eres demasiado especial y no puedo dejar de hacerlo —
— Deja de decir esas cosas — pidió, mientras hundía el rostro en el cuello de la modelo.
— Nunca — sonrió — Eres el cielo en la tierra y estoy dispuesta a hacértelo saber —