Park Hyomin tiene noventa y cinco años y sabe que va a morir, porque lo vió en las películas, porque cada día se siente más cansada, sus piernas no parecen responder, porque sus ojos son pesados, porque hablar es cada vez más complicado, porque ya ni siquiera quiere levantarse de la cama.

Ella sabe que va a morir.

Pero eso no le apena, le entristece ser anciana, muy anciana, y estar sola. Completamente sola, varias personas le advirtieron esto en su juventud, pero ella hizo oídos sordos en ese momento y siguió siendo una mierda y controlando a quienes le querían verdaderamente. Y ahora, ella estaba sola mirando la ciudad.

Ella estaba sola.

Hay dos razones por las cuales nadie va a estar en su funeral:

Uno: Sus familiares ya están la mayoría tres metros bajo tierra, y los que quedan vivos, o no saben de su existencia o la ignoran.

Dos: Estuvo más de sesenta años esperando a que la misma Lee Jihyun tocara su puerta y se fundiera en sus brazos.

Ella no quería conocer a nadie más.

Si, bueno, había mantenido relaciones uales con hombre y mujeres, se divertía, pero no era feliz. La sonrisa en su rostro solo disfrazaba sus lágrimas, las cuales salían bien entrada la noche, cuando se encontraba completamente sola con una copa de vino en su mano.

Ella estaba cansada de esperar, claro, por supuesto que sí, quién no lo estaría, pero igualmente, mantenía la esperanza de que cierta mujer llegue a su casa y toque a la puerta, que su lunar en la nariz le de la bienvenida una vez más. Que sus manos encontraran las de ella, que acariciara sus dedos en toda su longitud, que le susurrara palabras dulces, llenas de amor.

Pero eso no iba a pasar.

El solo hecho de recordar que ella era quien había terminado la relación le revolvía el estómago, ella era una estúpida por haberla dejado ir, ambas eran unas estúpidas por no reconciliarse aunque las dos lo querían.

Ese día estaba decidida, ella iba a usar su bastón para ir hasta la antigüa casa de su amor, quiz´zas ella tenía suerte y Jihyun todavía estaba allí, quizás, alguien sabía algo sobre su ex-novia. 

El camino hacia el hogar fue un calvario, igual que todos los anteriores recorridos que ella hacia desde que había entrado en una edad muy considerable. La gente la miraba al pasar, como con pena, con mucha pena en sus ojos oscuros, y Hyomin solo podía lanzar suspiros pesados, pensando que podría estar acompañada y feliz en ese momento, disfrutando de un almuerzo delicioso con su esposa, y no caminando por allí, en ese suburbio un tanto desconocido, puesto que sus memorias sobre ese lugar eran un tanto borrosas debido a la edad.

Finalmente llegó hasta la misma casa, en la cual había estado en sus años de juventud, en la cual estuvo con Jihyun, en la cual compartieron momentos íntimos y felices juntas. Hyomin tenía fama de dura antes, pero una lágrima se escapó por su ojo.

Se acercó y tocó el timbre, ruidos de campanas de escucharon y luego apareció una mujer, bajita, delgada y rubia. La primera vez que la vió, pensó en que era su amor y su corazón se aceleró, pero luego de pensarselo bien, no era ella.

-¿Si? ¿Puedo ayudarla?- preguntó la mujer, no reconociéndola.

-Mi nombre es Park Hyomin y yo...- comenzó, no mirándola a los ojos solo por vergüenza.

-Ah- dijo, interrumpiéndola y luego sonrió -Yo ya sé quien eres, mi madre me ha contado-

Y le remotó a la noche en la cual habían peleado, muy fuerte, debido a la mujer frente suyo, pero no tenía sentido culparla de nada ahora; Jihyun y Hyomin discutieron por el secreto de la primera, ella tenía una hija, pero había sido un "accidente" según ella, pero la menor no le creía,no le creía y no le creía, se negó a escuchar la verdadera historia, hizo oídos sordos y se alejó.

Cuanto se arrepentía ahora de esto.

-Tu madre...-

Una sonrisa triste se asomó en sus labios, dando indicio de algo que Hyomin no logró descifrar, ella solo abrió un poco más la puerta y dejó a la anciana el paso libre, Hyomin vaciló un poco, pero decidió por entrar. 

Se sentó en una silla y sus ojos fueron directamente a un retrato en el mueble de madera, era ella, era Jihyun, con una sonrisa resplandeciente en sus labios y su mirada demostrando alegría, ella solo podía ser invadida por recuerdos de esa tarde tan gloriosa que habían pasado, hace ya tantos años que parecía algo pasado, como de otra vida.

-¿Se le ofrece té, café, jugo, señora?- Pero la atención de la anciana estaba puesta en la foto y ella no se sorprendió, su madre era hermosa. Hyomin pareció caer en la realidad y sonrió de nuevo.

-No, nada de eso, gracias. No me malinterprete por favor, pero...yo...emmh...uh-

-Será mejor que esté tranquila señora, lamento lo que voy a decirle-

El mundo de Hyomin se derrumbó ante esa simple frase, no quería escuchar lo que seguía, estaba considerando verdaderamente en pararse e irse rápido de allí, su imainación le estaba jugando una mala pasada, y seguro le diría algo que no deseaba escuchar. Cerró los ojos fuertemente, y le pidió a todos los dioses ser sorda a partir de ese momento, no podía ser, esto tenía que ser una broma.

-Mi madre...ella no era una mujer muy fuerte, ya lo sabes- Y si, era verdad, era la clase de muejer que lloraba con Bambi o El Rey León, era la clase de mujer que comenzaba a pensar acerca de lo que pasaba al rededor de todo el mundo y su pena era muy notable, a veces hasta rompía en llanto, era impredecible, también. -Ella pensó que tu no ibas a pedonarla, así que lo hizo lo mejor que podía-

-Oh- profirió, una punzada de culpa se repetía en su pecho, el frío subía por su espina dorsal.

-Ella se deprimió-

El silencio se hizo allí, y parecía irrompible, la hija de Jihyun quería contarlo todo lento, y simplificado, para no hacer sufrir a la pobre mujer que tenían en frente suyo, le tomó una mano, sorprendiendo a la anciana.

-Lo lamento ¿Sabes? Sé que fue por mí- su voz se entrecortó y ella desvió la mirada para no encontrar la de la mujer y llorar,

-No eras más que una niña- aseguró, poniéndose de pie -Tu madre sabía lo que hacía y no lo detuvo, y no fue, no es, ni será tu culpa nunca, querida...-

-Jiyeon, mi nombre es Jiyeon-

-Jiyeon- sonrió.

-Ahhh....Jihyun, no sabes cuanto lamento haberte dejado ir- dijo, mientras depositaba unas flores en la lápida de su amada, sus ojos seguían rojos y vidriosos, pero pensó que, de alguna forma, ella podía escucharla desde donde quiera que esté. 

-Te amo, y lo sabías, no era necesario nada de esto Jihyun-

-Te extraño, Jihyun-

Todas sus memorias estaban allí, más vivas que nunca, en su cabeza, como golpéandole fuertemente, ella prefería morir, morir allí sin más sobre la tumba, porque había vivido por y para ella, y si ella ya no estaba, entonces no tenía sentido vivir ahora, era algo sin sentido. Puso su mano sobre el lugar donde el nombre de su amada estaba y lo acarició con los dedos, sintiendo el relieve de todas las letras bajo las yemas de sus dedos.

-Te amo, Jihyun, por siempre y para siempre-

Y al día siguiente murió, sola sí, pero había alguien en su funeral, y eso no estaba en sus planes,  una mujer bajita, delgada y rubia. y su nombre era Jiyeon.