La lluvia caía como lágrimas contra el cristal distorsionando la vista de la ciudad. Ella miraba a través de las vetas de agua al mundo que la rodeaba: la cuidad de Nueva York se extendía ante su mirada como una postal, una imagen perfecta de sí misma, perfecta a pesar de ser vislumbrada a través de la mirada viciada de las circunstancias.

Se inclinó a su altura, apoyándose contra el marco de la pared y se dedicó a observar desde la ventana. Las luces de afuera proyectaban las sombras del patrón de la lluvia en el piso de su habitación de hotel. Era curioso cómo el silencio podía parecer tan hermoso contrastado con la tumultuosa realidad de su existencia.

Se había mantenido en esa posición mucho tiempo, era consciente de ello. Debía cambiarse. Debía estar lista para el evento de caridad donde la esperaban, pero por falta de motivación y la tranquilidad del momento era demasiado tentador dejar de asistir.

En cambio, se quedó al lado de la ventana, mirando al mundo con sus muchas historias, los taxis y sus señales de color neón, las personas ocultas bajo los paraguas, y se sentía apartada. Las preguntas que siempre quedaban en su mente estaban presionando. Las preguntas que oscilaban en el aire en cada una de las entrevistas, marcaban todas las respuestas, daban un giro alrededor de su cabeza con una urgencia cada vez mayor: ¿cuánto tiempo iba a mantener esto que estaba pasando? ¿Cuánto tiempo iba a pasar hasta que se viniese abajo?

Suspiró, dejando con su aliento una mancha en el vidrio por un breve instante antes de desaparecer del todo.

¿Cuánto tiempo, ciertamente?

Luego vino el inevitable golpe, seguido por el inevitable sonido de la apertura de la puerta detrás de ella. La luz inundó su visión, y rápidamente parpadeó, viendo cómo su punto de vista de la cuidad se convertía en un reflejo, el tiempo suficiente para captar la visión de su decepción en unos hermosos ojos de color marrón, antes de darse vuelta para hacer frente a su visitante.

Dong Youngbae estaba en la puerta, su cuerpo bloqueaba la vista del luminoso pasillo detrás de él. Se veía como un modelo vestido con el esmoquin negro que había elegido para él antes de haber dejado Los Ángeles. Ella sofocó su malestar con una sonrisa.

-Chaerin, en caso de que no te hayas dado cuenta, la habitación está completamente equipada con electricidad.- Indicó la luz con un gesto.

Chaerin apoyó su espalda contra la ventana.

-Ja-ja.- Soltó una amplia sonrisa a su mejor amigo antes de añadir.- Te ves muy bien.

-Supongo que soy bastante guapo.- Respondió suavizando su cabello negro con la mano. Sus ojos engañando su satisfacción por el cumplido.- De todos modos, me debes mucho por esto.

Chaerin sonrió, con el tipo de sonrisa que sólo reservaba para él y para ella.

Si tan sólo pudiera enamorarme de ti…

La idea le hizo sonreír. Se apartó de él y caminó hacia la cama donde su vestido la estaba esperando. Lo miró por un largo momento, como si ello significara lo mismo que ponérselo.

-¿Crees que realmente habría algo qué perder si no asisto?

-Por favor, no me digas que has cambiado de opinión. He sufrido una dramática transformación en tu nombre.- Señaló su atuendo.- Yo estaba muy feliz en mis pantalones de siempre antes de que llegaras y agitaras la invitación junto a esta corbata negra delante de mi cara.

-Podrías simplemente quitártela.- Chaerin respondió pacientemente.

-¿En serio?- Youngbae la miró con escepticismo.- ¿O es una de esas cosas locas de mujeres que no entiendo? Me dices que no quieres ir, así que voy a cambiarme y, dos segundos más tarde, llamarás a mi puerta usando tu vestimenta de diamantes gritando que se hará tarde y todo será mi culpa.

Chaerin lo miró arqueando una ceja.

-Yo sé cómo las mujeres trabajan. En primer lugar, te confunden. Después, te seducen. Luego, abusan de ti.

-Eso es muy profundo, Bae, pero no tengo ningún deseo de seducirte.

Youngbae entrecerró sus ojos.

-Entonces, ¿lo que quieres es confundirme y abusar de mí? Lo sabía. La conozco, señorita Lee, no crea que estoy intimidado por su estrellato en Hollywood.- Hizo una pausa por un momento.- Así que… ¿tengo que cambiarme?

Chaerin fijó su mirada en el vestido. Esa noche, ella no sería más que otro rostro reconocible entre muchos, una estrella que brilla no más brillante que el resto.

Pasaría la noche haciendo pequeñas conversaciones con la gente que debía pretender recordar de reuniones anteriores, sonreiría a extraños con amabilidad y admiración falsa, y luego, eventualmente, volvería a esa habitación de hotel vacía, quedando despierta y preguntándose cómo era que después de tanta atención podía caer en tal abrumadora soledad.

-No.- Dijo y suspiró.- Te dije que iríamos, así que lo haremos.

-Y aquí tuve mis esperanzas. Voy a dejar que te prepares entonces. Estaré en mi habitación cuando hayas terminado.

Comenzó a salir pero Chaerin lo detuvo. Cuando se volvió hacia ella, le sonrió.

-Estoy en deuda contigo.

-Así que sobre eso de seducir…

-Buen intento. Ahora salgamos de aquí o vamos a llegar tarde y todo será culpa tuya.

Su risa se hizo eco en la sala mientras iba cerrando la puerta.

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Dara permaneció despierta tratando desesperadamente de bloquear todos los pensamientos que golpeaban furiosamente en su mente. Observaba el agrietado y manchado techo por encima de su cama, escuchando los familiarizados sonidos a su alrededor: el calentador se quejaba en protesta por haber extendido demasiado su vida útil, el sonido de Bom preparándose para ir a la cama.

A su lado, Jiyong roncaba suavemente, el sonido era momentáneamente ahogado por la repentina afluencia de las sirenas de la policía que venían de afuera. Esperó hasta que se perdieron en la distancia y luego se levantó de su lado para quedar de cara a la ventana. Los fragmentos de luces que brillaban a través de las persianas proyectaban las sombras que se encontraban en las paredes, y se quedó observando por un largo tiempo al modelo parecido a las barras de una prisión.

Dara deseaba que Jiyong se hubiese ido a su apartamento y la dejase dormir en paz. Podía sentir el calor de su pecho contra su espalda desnuda. Podía oír el suave ronquido contra su oreja. Cerró los ojos y trató de excluir su presencia, pero el esfuerzo dio en su lugar como resultado un inesperado flujo de lágrimas. Se limpió entonces la cara contra la almohada dejando atrás sus emociones. Todo lo sentía mal… roto, y no sabía por dónde empezar a ensamblar las cosas para permanecer juntos.

Pensó en los muchos intentos de arte que había desechado últimamente. Había puesto tanto de sí misma en cada trazo del lápiz; había tratado tan difícilmente de expresar su pasión a través de cada movimiento de su mano. Pero fallaba; u