Capítulo 40
Black Ice (Hielo Negro)
Tae y yo tocamos cada tabla bajo el puente peatonal. Comprobamos nuestro trabajo. Pero cada tabla estaba firmemente clavada.
—Él mintió —dijo Tae—. No hay nada aquí.
—¿Por qué mentiría?
Tae y yo nos miramos entre sí. Y entonces corrimos por la escalera, elevándonos fuera de la zanja lo más rápido que pudimos. Llegué a Idlewilde primero, corriendo hacia la cocina donde habíamos dejado a Siwon atado a la silla. Mis pies dejaron de funcionar ante la vista de Siwon balanceándose descuidadamente del cuello del candelabro de la cocina. Detrás de mí Tae maldijo, y se apresuró hacia adelante, enderezando la silla volteada debajo de los pies llenos de espasmos de Siwon, saltando sobre ella para bajar el cuerpo.
—¡Cuchillo! —ordenó.
Agarré uno del cajón y Tae lo arrebató de mi mano, acerrando brutalmente la cuerda. Las últimas fibras se rompieron y Siwon cayó al suelo, con las extremidades extendidas. Busqué el pulso en su cuello.
Nada.
Intenté con sus muñecas, y luego volví a su cuello, presionando mis dedos contra la barba bajo su garganta. Por fin sentí un débil pero constante latido.
—¡Está vivo!
Tae bajó la mirada hacia los ojos abiertos pero vacíos de Siwon. Ambas pupilas estaban completamente dilatadas, haciendo que sus ojos parecieran casi totalmente negros. Un desarticulado y ruidoso lloriqueo salió de sus labios. Un claro fluido drenó por su nariz.
—Creo que no llegamos a él lo suficientemente rápido —dijo Tae, de rodillas a mi lado y girando gentilmente mi cabeza hacia un lado. Lágrimas rodaron por mis ojos.
—¿Qué pasa con él?
—Daño cerebral, creo.
—¿Va a estar bien? —pregunté, llorando más fuerte.
—No —respondió Tae con sinceridad—. No, no creo que lo esté.
El tiempo pareció expandirse, desacelerándose hasta casi detenerse, y mientras miraba el cuerpo de Siwon convulsionar en el suelo, una oleada de recuerdos llegó a mí. Dicen que cuando estás a punto de morir, tu vida parpadea ante tus ojos. Ellos nunca te dirán que cuando observas a alguien a quien una vez amaste morir, flotando entre esta vida y la siguiente, es dos veces más doloroso, porque estás reviviendo dos vidas que recorriste en un mismo camino, juntos. Un parpadeo después, el tiempo contrayéndose, me llevó de golpe de regreso a la cocina. Recordé porque el clap, clap, clap ensordecedor de un helicóptero retumbaba por encima. Recordé porque mis manos y pies palpitaban por el frío, porque la sangre de Tae se extendía por las mangas de mi chaqueta. Agarré la mano de Tae y juntas corrimos hacia afuera, entrecerrando los ojos contra los vendavales soplando hacia abajo desde el helicóptero cerniéndose sobre el espacio abierto detrás de Idlewilde.
—Parece un helicóptero privado —gritó Tae por encima del chirrido del motor.
—¡Ese es el helicóptero del Señor Choi! —grité en respuesta.
—Veo dos voluntarios de búsqueda y rescate en el terreno y un hombre con un rifle. —Señaló hacia las sombras al otro extremo del patio, justo debajo del helicóptero—. Debieron haber descendido en rappel.
Dos figuras envueltas en rojo y usando cascos blancos, corrieron a toda velocidad por el césped nevado de Idlewilde. Reconocí al hombre detrás de ellos, el hombre llevando el rifle. El comisionado Keegan. Él y el Señor Choi cazaban alces juntos todos los años en Colorado. Lloré de alivio, agitando frenéticamente la mano. No p
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