Capítulo 24
Black Ice (Hielo Negro)
Escuché al oso antes de que lo viera. Jadeando y resoplando, tocó con las patas el suelo a solo unas pocas docenas de yardas de distancia. En la luz de la luna, su pelaje espeso brillaba con manchas doradas. Levantando sus cortas y fornidas patas traseras, el oso pardo olfateó el viento y dobló su enorme cabeza para vernos mejor. Con un gruñido gutural, cayó sobre sus cuatro patas. Retrayendo sus orejas, nos advirtió que nos habíamos acercado demasiado. Balanceando su cabeza de lado a lado, chasqueó los dientes de manera agresiva. En mi mente, escaneé cada guía. Cada párrafo, oración, subtítulo, viñeta y resumen de capítulo sobre los ataques de osos.
—Corre de regreso al campamento —me dijo Tae con una voz suave y baja—. Pon el fuego entre tú y el oso y haz una antorcha si puedes. Voy a gritar y hacer ruido para atraerlo lejos de ti.
Forcejeé con su mano, apretando sus dedos para mantenerla a mi lado.
—No —dije en una igualmente baja pero temblorosa voz. Correr es un detonante para que un oso pardo ataque. Gritar es un detonante para que un oso pardo ataque. Sabía que Tae solo estaba tratando de protegerme, pero su plan podría conseguir que ambas fuéramos mutiladas o asesinadas.
—Fany… —advirtió Tae.
—Vamos a hacer lo que se supone que hagamos. —Quédate quieta. No hagas contacto visual. Lamí mis labios secos—. Aléjate lentamente. Habla en voz baja, poco amenazadora.
El oso pardo atacó. Gruñendo y resoplando, corrió directamente hacia nosotros, los músculos ondulándose debajo de su piel satinada. Mi estómago se contrajo y mi garganta se secó. Era difícil calcular el tamaño del oso en la oscuridad, pero era definitivamente mucho más grande que un Glotón, el cual ahora parecía una mascota inofensiva en comparación.
—Corre —insistió bruscamente Tae, empujándome lejos. Apreté sus dedos con más fuerza, presionándola. Mi corazón latía demasiado fuerte, tanto que podía sentir la sangre moviéndose hacia mis piernas. El oso pardo se precipitó violentamente hacia nosotras, sus enormes patas levantando nieve. Vociferando fuertemente, el oso pardo hizo un movimiento engañoso, pero no antes de rozar la manga de mi chaqueta. Los cabellos de mi cuero cabelludo hormiguearon a medida que cada cerda de piel raspaba sobre la tela. Cerré los ojos, tratando de borrar la imagen de los ojos abismales y negros del oso.
—Date la vuelta y enfréntalo —le dije a Tae, apenas audible. Nunca le des la espalda a un oso. En el momento en que nos dimos la vuelta, él atacó de nuevo, resoplando y gruñendo, con los ojos fijos en nosotras. Esta vez, se detuvo bruscamente delante de Tae. Sacudió su hocico alrededor del rostro de Tae, aspirando su olor. Sentí su cuerpo tensarse a mi lado. Su respiración salía en cortas respiraciones entrecortadas y su rostro había palidecido. El oso balanceó su pata, golpeando a Tae. Mientras Tae caía sobre la nieve, mordí mi labio para evitar gritar. Muy lentamente, me senté a su lado, sobre mi estómago, y entrelacé mis manos detrás de mi cuello. Apenas sentía la nieve que caía por mi cuello y empujé las muñecas de mis guantes. El frío era mi más remota preocupación. Mi mente palpitaba con solo un pensamiento penetrante: No entres en pánico, no entres en pánico, no entres en pánico. El oso soltó otro rugido. Incapaz de evitar levantar la mirada, vi el destello de colmillos en la luz de la luna. El salvaje y plateado pelaje marrón del oso se ondeaba a medida que golpeaba con las patas impacientemente.
Protege tu cabeza, pensé para Tae, metiendo la barbilla, con la esperanza de que ella imitara el gesto. La nariz del oso pardo empujó e inspeccionó mis ligeramente extendidos brazos y piernas. Con un simple y poderoso golpe de su enorme pata, el oso me dio la vuelta.
—Si lo pateo y corro en dirección opuesta para alejarlo, ¿correrías de regreso al campamento? —preguntó Tae en voz baja.
—Por favor, haz lo que te pido —contesté con voz temblorosa—. Tengo un plan.
El oso pardo rugió, a centímetros de mi rostro. Paralizada, me quedé allí mientras su aliento estallaba sobre mí como una húmeda ráfaga de viento. Saltó de lado a lado, levantando su cabeza a intervalos, claramente agitado.
—Tu plan no está funcionando —susurró Tae.
—Dios mío —murmuré, en voz tan baja que Tae no pudiese oírme—, solo dime qué hacer.
Un oso podía arremeter varias veces antes de retirarse. Mantén la posición. El oso pardo balanceó su enorme cuerpo hacia Tae, estrellando repetitivamente sus patas delanteras sobre la nieve, como si la desafiara a pelear. Tae yacía inmóvil. El oso golpeó su pata hacia Tae, tratando de intimidarla para entrar en acción. Colocando su hocico hacia abajo, sobre la pierna de Tae, el oso la sacudió, pero la mordedura no pudo haber sido grave; Tae siguió sin moverse y sin emitir ningún sonido. Y entonces, milagrosamente, ya sea porque su aburrimiento aumentó o porque ya no nos percibía como una amenaza, el oso retrocedió pesadamente, desapareciendo en los árboles. Levanté mi cabeza con cautela, mirando hacia la oscuridad donde había desaparecido. Todo mi cuerpo estaba temblando por el miedo. Pasé mi mano por mi mejilla, dándome cuenta recién ahora que estaba mojada con saliva de oso.
Tae me arrastró de rodillas hacia sus brazos. Acunó mi cabeza en su pecho y pude escuchar el rápido latido de su corazón.
—Estaba tan asustada de que fuera a atacarte —dijo en mi oído, con su voz áspera por la emoción. Me desplomé encima de ella, repentinamente agotada.
—Sé que querías que huyera para mantenerme a salvo, pero si hubieras muerto, Tae, si algo te pasaba y me quedaba aquí sola… — me atraganté, incapaz de terminar. El peso de esa oscura posibilidad parecía presionarme, aplastándome. El aislamiento y la desesperanza, las pocas posibilidades en mi contra…
—No, tenías razón —dijo Tae con voz ronca, apretándome más fuerte—. Me salvaste la vida. Somos un equipo. Estamos en esto juntas. —Se rió, un sonido corto y doloroso de alivio—. Somos tú y yo, Fany.
De regreso en el campamento, a la luz del fuego, Tae enrolló sus vaqueros hasta la rodilla, dejando al descubierto sangre fresca.
—¡Estás sangrando! —Exclamé—. Necesitas primeros auxilios. ¿Tenemos un botiquín de primeros auxilios?
Hizo una mueca, estirándose para alcanzar su mochila.
—Tenemos alcohol destilado y gasa. Voy a estar bien.
—¿Qué pasa si se infecta?
Me miró directamente.
—Entonces no voy a estar bien.
—Necesitas atención médica. —Tan pronto como lo dije, me di cuenta de lo inútil que era el comentario. ¿Dónde íbamos a encontrar un hospital y mucho menos un médico?
—Teniendo en cuenta el daño que el oso pudo haber infligido, creo que terminé relativamente bien. —Salpicó lo último del alcohol destilado sobre la herida, riachuelos de sangre cayendo por su pierna.
Después envolvió una gasa alrededor de su pierna hasta que se terminó. Dos prendedores sujetaron el vendaje en su lugar.
—Me gustaría poder ayudar —dije en vano—. Me gustaría que hubiera algo que pudiera hacer.
Tae arrojó una leña al fuego.
—Distráeme. Juega a algo conmigo.
—¿Estás tratando de conseguir que juegue a Verdad o Reto contigo, Taee? —dije, tratando de ser graciosa para distraerla de su dolor. Para dar más énfasis, arqueé una ceja especulativa. Resopló con diversión.
—Cuéntame del lugar más cálido en el que has estado. El lugar más caliente en el que puedas pensar.
—¿Psicología inversa? —Supuse.
—Vale la pena intentarlo.
Golpeteé mi dedo pensativamente sobre mi barbilla.
—El Parque Nacional de los Arcos, Utah. Mi familia pasó allí una semana el verano pasado. Imagina esto: Un sol ineludible horneando la seca y agrietada tierra con un calor feroz. Cúpulas del cielo azul que jamás verás en un desierto de rocas rojas que se han erosionado en arcos, espirales y aletas de piedra arenisca. Salen de la tierra como extrañas estatuas, es como una escena salida de una novela de ciencia ficción. La gente dice que el desierto no es hermoso. Esas personas nunca han estado en Moab. De acuerdo, tu turno.
—Al crecer, mi hermana
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