Capítulo 21
Black Ice (Hielo Negro)
Kimani Yowell. La Señorita Shoshone-Bannock. La ganadora del certamen de la escuela secundaria fue asesinada el octubre pasado. Su muerte no había sido noticia del modo que Im Yoona lo había sido, porque no era de una familia acomodada. Kimani había peleado con su novio en una fiesta en Fort Hall, Idaho, la noche que murió. Se fue sola, y él fue tras ella. La llevó a las montañas, la estranguló, y cremó su cuerpo dentro de la cabaña del cazador de pieles.
Si los excursionistas no hubieran tropezado con sus restos, su novio podría haberse salido con la suya. Kimani había ido a la Secundaria Pocatello, mi escuela rival, por lo que su historia había parecido especialmente traumática en ese tiempo. Ahora se sentía escalofriante hasta los huesos. Ella había muerto aquí.
En los mismos bosques donde yo estaba luchando por mi vida.
La puerta de la cabaña crujió de nuevo y algo oscuro y vivo se movió lentamente, sus largas patas con garras aplastándose en la nieve. Cubierto de piel gruesa y aceitosa de color marrón, el animal era más grande que un perro. Se detuvo, sacudiendo su hocico hacia arriba, sorprendido por mi presencia. Sus pequeños y brillantes ojos negros brillaron con hambre detrás de una máscara facial plateada. Los gruñidos y resoplidos sonaron desde lo bajo en su garganta. Había oído historias de los osos pardos. Eran lo suficientemente feroces para asumir una presa de tres veces su tamaño. El Glotón caminó hacia mí, su marcha sorprendentemente como la de un oso. Me di la vuelta y corrí.
Oí al Glotón trotar por la nieve detrás de mí. Presa del pánico, traté de mirar atrás, y me deslicé. Aguanieve helada se filtró a través de mis jeans y enrosqué los dedos en la nieve, agarrándome de algo para impulsarme. Me aferré al primer objeto que sentí y lo miré con estupor. La larga espiga del hueso estaba seca y plagada de marcas de dientes. Con un grito, lo mandé a volar. Puse mis pies debajo de mí y empecé a correr hacia los borrosos árboles próximos.
El nombre de Tae fue el único claro pensamiento tamborileando en mi cabeza.
—¡Tae! —grité, rezando para que me escuchara.
Ramas azotaron mi rostro y la nieve profunda se tragó mis piernas. Arriesgué un segundo vistazo detrás de mí. El Glotón estaba unos pasos hacia atrás, sus ojos de color negro con determinación primaria, animal. Esquivando a ciegas a través de los árboles, intenté frenéticamente orientarme a mí misma.
¿Por qué camino estaba Tae?
Pasé los ojos sobre el suelo helado. ¿Por qué no podía encontrar mis huellas de antes? ¿Me estaba dirigiendo aún más lejos de ella?
Grité su nombre otra vez.
Mi voz rebotó en los árboles, en el vasto cielo. Ningún ave levantó el vuelo.
Ella no me podía oír.
Nadie podía.
Estaba sola.
Mis manos estaban manchadas de sangre de las agujas de los abetos afilados, pero me sentía ajena al dolor; estaba segura que sentí los dientes como navajas del Glotón y las gruesas garras ganchudas arañar la parte posterior de mis piernas. Me agarró de repente desde detrás. Me tambaleé y pateé, casi tan desesperada por librarme como para mantenerme en pie. Si me venía abajo, todo habría terminado. Nunca volvería a levantarme.
—Tranquila, Fany,
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