UN PEQUEÑO DETALLE

Desayuno en Júpiter
 

En cuanto llego a casa, lo primerísimo que hago después de quitarme las botas es llamar a mi hermano.

Leo siempre es el primero en enterarse de las noticias (buenas o malas), incluso antes que papá o mamá, porque no juzga a nadie. Jamás. A él le conté que la selectividad había sido un caos cósmico nada más salir de los exámenes, y fue él el que vino conmigo a ver las notas y descubrir cómo de cósmico había sido realmente ese caos (os fastidio el final: obscenamente cósmico).

Como Leo es la persona con la vida social más ajetreada que conozco después de Esther, la mitad de las veces que lo llamas su teléfono está comunicando. La otra mitad ya tiene el móvil en la mano, como si le extrañase que nadie sintiese la urgencia de hablar con él enseguida. Hoy es una de esas veces.

–Adivina quién tiene trabajo –canturreo antes de que le dé tiempo a contestar.

–¿Quién tiene trabajo? -dado. La voz de mi hermano siempre suena aguda y algo rasgada, como si se había pasado toda la noche en un concierto de rock y aún estuviese un poco pedo–. ¿Yo tengo trabajo? No me digas más, me han escogido para hacer de James Bond a pesar de que solo tengo un brazo y cero piernas.

–Caliente, pero no –digo, sentándome en el alféizar de la ventana de mi habitación.

Desde el otro lado de la línea, Leo contiene la respiración.

–¡Tú tienes un trabajo! No me digas más, te han escogido para hacer de James Bond a pesar de que eres una chica.

Yo río. Me gustaría que Leo estaba aquí, en Gales, porque con él todos los días parecen Una Gran Aventura. Supongo que es un efecto secundario de haber estado tan cerca de la muerte que puedes saborearla en tu lengua. (El sabor de la muerte es a arena y cenizas, según Leo y te deja la boca un poco seca.)

–Por desgracia, tiene muy poco que ver con James Bond.

-¡Oh!

–¿Sabes quién es ia Wonnacott?

–Esa escritora tan rara que tanto te gusta. La del pelo por las caderas y cara de mala uva.

–Esa. Pues voy a ser su biógrafa.

Silencio. Oigo al otro lado las respiraciones calmadas de Leo y esa música retro al estilo de Billy Cash que tanto le gusta. Sé que está ahí.

–Repite eso otra vez –dice al fin–, porque creo que ha habido una interferencia. ¿Me estás diciendo que tú, mi hermana pequeña, de dieciocho años de edad…?

-¡Si! ¿Y por qué todo el mundo le da tanta importancia a lo de la edad?

Pero como es leo y leo lo entiende todo, le cuento la historia paso por paso. La asociación (aunque ya sabe todo sobre ella). El falso tercer lecho de muerte de ia Wonnacott,taeyeon (no sé por qué menciono a taeyeon kim). La señora Rosewood y la doctora DeMeis. Las dos enfermeras que se encargarán de Miss Wonnacott a partir de ahora. La PROPOSICIÓN con mayúsculas de Miss Wonnacott.

Cuando termino, estoy un poco fatigada y sudorosa.

A Leo le ha entrado la risa tonta.

–No me lo creo… ¡Enhorabuena, pequeña ja! ¿Lo sabe ya el viejo?

–Claro que no. Tú eres el primero en enterarte de todo, como siempre. ¿Cómo está mamá, por cierto?

–Divinamente. El negocio va bastante bien.

La familia de mamá es dueña de una relojería en el casco histórico de A Coruña desde antes de la guerra. Cuando yo era pequeña y no entendía mucho el funcionamiento de un reloj, pensaba que mamá (con sus diminutas gafas y un sinfín de engranajes y ruedecillas ante ella) era la encargada del Tiempo, y que si algún día faltaba a su trabajo, algo horrible ocurriría y los días se volverían noches y desaparecerían de golpe el verano y los fines de semana.

De haber sido capaz de controlar el tiempo, claro, mamá nunca habría dejado que Leo fue a Irak. La abuela Rita, que según sus propias palabras es un poco meiga, tuvo un sueño rarísimo la noche que Leo le dijo que iba a alistarse. Soñó que trece monjas vestidas de negro llamaban trece veces a la puerta de su habitación para despertarla; cuando lo hizo, la monja más mayor (la madre superiora) la miró muy fijamente con sus ojos ciegos, cubiertos por una partícula blanca muy fina, como la de la leche que se cuaja.

La abuela Rita nunca quiso que Leo fue a Irak.

Se lo recuerdo a Leo, y casi puedo ver cómo sacude la cabeza desde su casa de Ferrol (Ferrol tiene mejores playas que A Coruña, y Leo no ha dejado de surfear desde que consiguió unas prótesis especiales para la tabla).

–Si no hubo ido a Irak, seguro que no habría ganado tantas maratones como ahora.

Corro mucho más

rápido desde que tengo estas prótesis nuevas de fibra de carbono, hermanita. Eso es lo que pasa en la vida, que las cosas siempre van a tomar cierto rumbo, hagas lo que hagas. Todo ocurre por un motivo, estoy seguro, pero es mucho más divertido olvidar ese motivo y dejarse llevar sabiendo que nos esperan Grandes Cosas en el futuro.

Esto se parece mucho a la charla motivacional que me dio cuando suspendí la selectividad, así que le

pregunto si ya ha escrito un libro de auto ayuda. Las editoriales se pelearían por cualquier cosa más o menos positiva cuyo autor tiene una sola extremidad.

–Cuando despeje un poco mi lista de cosas que hacer. Verás, tengo que cortarme las uñas, comprarme unas chanclas nuevas, aprender a hacer flexiones con una sola mano… ¿Qué tal Harlon?

A Leo le cae bien Harlon. Claro que, en realidad, no lo conoce, pero le hablo tanto de él que es como si lo conociera.

Me muerdo el labio inferior.

–¿Papá te ha contado las quejas?

–Algo mencionó de la habitación hecha un desastre y los estrépitos a las dos de la madrugada…

¿Harlon sigue inquieto?

–Todavía no se ha… adaptado al ritmo de vida familiar –digo, principalmente porque

Harlon está en el piso inferior y podría oírme.

–¡Ya lo creo que no! Papá me ha dejado caer la posibilidad de llamar a un exorcista.

Tuerzo el gesto.

–Exageras. Papá no puede llamar a un exorcista. ¡Es judío!

–Ya, pero ve mucho la tele por cable.

Dejo escapar un gruñido que suena exactamente igual que el motor de nuestro Ford Fiesta.

–Harlon no se porta tan mal, de verdad. Ya es mayorcito.

–¿Cuántos años tiene?

–Técnicamente, dieciocho.

–¿Conserva todas las extremidades?

–Todas. ¿Por qué siempre preguntas lo mismo?

–¡Eh, soy tu hermano! No puedes esperar que sea muy normal.

–Es curioso, porque yo pensaba que había nacido de un huevo extraterrestre…

Leo estalla en una carcajada. Me gusta su risa, porque es segura y suena como un verdadero hogar. Como si todas las cosas factibles y desagradables de este mundo desapareciesen en un segundo y solo hubo playas y salitre y tablas de surf en el futuro.

Cuando cuelgo el teléfono, me siento como si brillara, que es exactamente como Leo hace sentir a todo el mundo la mayor parte del tiempo. Harlon está en la escalera, y muy ocupado siendo un poco más estrepitoso que de costumbre, así que subo el volumen a mi móvil y busco hasta encontrar una canción de la orquesta de Fats Waller.

Jazz suave. Harlon deja de hacer ruido, se acerca de puntillas a mi habitación y asoma la cabeza por la puerta. Puedo ver la confusión alborotada y otoñal que es su pelo, y cuento hasta ocho de sus pecas.

 

Escuchar música de su época siempre lo relaja.

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss