LO QUE ME PIDIÓ MISS WONNACOTT

Desayuno en Júpiter

Oscurece trompicones. Las lápidas del cementerio están cubiertas de noche, como si alguien se ha dedicado a soplar oscuridad y sombras sobre ellas.

La parte antigua no es bonita, pero sí lo suficientemente pintoresca para aparecer en las guías turísticas y en los blogs de misterio. Aquí las tumbas están rotas o cubiertas de hierba, y el pan de oro de los nombres se ha difuminado. Apenas hay flores o recuerdos, porque las personas que están enterradas aquí murieron hace tanto tiempo que ya no tienen a nadie que las llore.

«Es como el cementerio de un cementerio», pienso mientras me arrodillo ante las lápidas blancas de Florence y Eugene Wonnacott. Ambos nacieron en 1889 y murieron con solo cuatro años de diferencia.

Aunque vivieron en primera persona la llegada del nuevo siglo, el hundimiento del Titanic, las dos guerras mundiales y el comienzo de las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ninguno de los dos alcances (ni por asomo) los noventa y un años de su hija.

Retiro las flores secas ante cada una de las lápidas, que en la noche parecen los esqueletos consumidos de algún animal pequeño, y compruebo la nota que me dejó Miss Wonnacott.

Lavanda, que huele un poco a muerte y olvido y de la que me desprendo enseguida, para Florence; magnolias, que son blancas y delicadas y que parecen descomponerse en mi mano, para Eugene.

Vuelvo a mirar la lista de Miss Wonnacott.

Yo también tengo una lista, mucho más numerosa, que no suelo releer con asiduidad. En ella figuran mis antiguos pacientes (todas esas vidas que he tocado por un instante), con sus fechas de nacimiento y muerte y la enfermedad que se llevó. Puesto que no es precisamente agradable, solo vuelvo a ella cuando me siento muy muy sola, para asegurarme de que al menos yo los recuerdo.

Enseguida encuentro el siguiente nombre de la lista en una tumba muy pequeña y casi olvidada cubierta de maleza.

«Nuestro Cricket, que bendijo esta Tierra hasta que el Salvador lo llamó de nuevo a su lado.»

No figura en ella ningún apellido, como tampoco figuraba en la lista de Miss Wonnacott.

Me muerdo la cara interior de las mejillas y retiro el bouquet de flores secas.

No me gustan las cosas incompletas.

Otro vistazo a la lista, aunque en realidad ya no es necesario. Claveles rosas para Cricket. Cuando los deposito ante la tumba, me fijo en algo en lo que no había reparado antes. En el tallo de una de las flores secas está prendida una nota, que bajo la luz de la luna ondea en el aire como un pequeño fantasma.

La cojo. Es un pasaje del Libro de Ruth de la Biblia.

«Donde tú mueras, allí moriré yo, y allí seré sepultada: así haga el Señor conmigo, y aún peor, si algo, excepto la muerte, nos separa.»

Ya estoy colocando de nuevo la nota junto a la lápida cuando oigo una voz a lo lejos, entre los nichos que coronan la entrada. Una voz que reconocería en cualquier sitio.

En efecto. Cuando alzo la vista, ahí está tiffany, con sus pantalones de tirantes y su camisa a cuadros, cruzando el portalón de la entrada y caminando en mi dirección.

tiffany

 

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss