certeza

Desayuno en Júpiter

¿Conoces a alguien llamado John Michael Williams? –Susurro, y Tayo baja un poco las cejas.

- ¿John Michael Williams? –Repite–. ¿No es un compositor?

Niego con la cabeza.

-No. No lo sé. No es el John Michael Williams al que me refiero. No es alguien famoso.

Tayo me dirige una mirada muy significativa antes de agacharse a recoger la pequeña pelota de plástico (muy parecida a las que yo usaba cuando me dio por la gimnasia rítmica) que yace en el suelo, entre sus pies. Completar el ejercicio le toma varios segundos, y para cuando se reincorpora en su taburete, con la frente algo brillante y sudorosa, jadea:

–¿Un acosador de Tinder? Creí que habíamos comprobado que no era la mejor aplicación para una lesbiana. Si necesitas mi ayuda ... físicamente no estoy en condiciones de interpretar el papel de hermano sobreprotector, pero conozco a un par de tíos.

Ahogo una carcajada.

–Sobreprotector. Tú. Valle.

Tayo, volviendo a agacharse (esta vez para colocar la pelota de nuevo en su sitio), me respondí arqueando levemente las comisuras.

–No es Tinder –le explico–. Pero no descarto que sea un acosador. Mira ...

Cuando se sienta de nuevo, con las mejillas teñidas de rosa y los ojos fervorosos, le muestro la página garabateada de mi bloc de notas.

Frunce el ceño y estira un brazo húmedo y sumamente tembloroso hacia mí. Al cerrar la mano, erra la primera vez y agarra el aire; al segundo intento, lograr hacerse con mi libreta, que ahora se acerca a los ojos.

–John Michael Williams ... –lee–. ¿A lo mejor es un chico de tu clase? Un graciosillo.

¿No te suena el nombre? ¿Ni un poquitín?

–No mucho –digo, mientras Tayo hojea el bloc–. De todos modos, no creo que sea alguien de clase.

Las aulas están organizadas por orden alfabético, ¿recuerdas? Un Williams no coincidiría en ninguna hora conmigo.

Trent, nuestro enfermero preferido, llega con su cresta multicolor y su sonrisa de medio lado, cortando de golpe nuestra conversación.

–¿Cómo lo llevas, tío? –Le pregunta a Tayo, y le da un pequeño, suave puñetazo bajo el hombro, porque así es como nos saludamos todos en el barrio, y aunque hace casi cinco años que Trent no vive allí, uno no deja atrás Tower Gardens con tanta facilidad .

–Lo llevo. ¿Tú qué? Me han dicho que la vida de burgués te sienta divinamente.

–De maravilla. Nada como ser un empleado público. ¿Cinco repeticiones más?

Tayo hace un movimiento abrupto con la cabeza.

–No creo que esté en condiciones de regatear, ¿no?

–Yo diría que no. –Trent se vuelve hacia mí–. ¿Le echarás un ojito mientras atiendo a la señora Argall?

Y saluda con un gesto a una octogenaria de pelo plateado y ojos hundidos que le responde agitando su bastón en el aire. Personas como ella conforman la inmensa mayoría de los pacientes del ala de rehabilitación. Puesto que los jóvenes suelen ser víctimas de accidente de tráfico o atletas lesionados, y por lo tanto no pasan mucho tiempo aquí, Tayo es prácticamente el nieto honorario de todas estas abuelitas, por lo que la señora Argall le pregunta a gritos qué tal se encuentra .

-¡Muy bien! –Replica Tayo todo lo alto que puede, y en el momento en el que tanto Trent como la señora Argall dejan de prestarnos atención, agrega–: Entonces, y por razones obvias, no es un chalado de Tinder. Y tampoco un tío de tu clase. Veamos ... ¿Quién ha podido cogerte la libreta?

–Solo cualquier persona. –Suspiro–. Ya sabes que la llevo a todas partes. Estaba pensando ... ¿Quizá alguien del tren?

–Puede ser ... –musita, aunque no demasiado convencido–. ¿Qué me dices de un niño? Parecía letra de niño.

Algo debe de leer Tayo en mi rostro cuando dice esto, pues enseguida ríe y, flexionando el torso para completar el ejercicio, añade:

–Yo no me preocuparía demasiado. Es una tontería. Vigila un poco a la gente del tranvía y, si ves a alguien raro, métete en una cafetería y pídele a papá oa alguno de los chicos del barrio que vaya a buscarte.

Bufo, bajando la mirada a las puntas brillantes de mis mocasines, que parecen fuera de lugar en esa sala repleta de material de rehabilitación y personas enfermas.

–No me gusta mucho cómo suena eso.

–Todo irá bien. Seguro que no es nada.

Siento mi labio inferior temblar, pero consigo disimularlo con una sonrisa.

–Estoy exagerando otra vez, ¿verdad?

–Solo un pelín.

–Ya sabes cómo me pongo cuando toquetean mis cosas ...

Tayo contiene una risotada. Se alisa las arrugas del chándal. Inspira, espira y vuelve a intentarlo. Tres repeticiones más para terminar.

Como estamos acostumbrados ya a estas alturas, el día termina con los sonidos bajos y débiles (gemidos, en su mayor parte) de los pacientes que finalizan sus ejercicios, con el golpeteo de las zapatillas de los enfermeros sobre el linóleo y con la luz algo más tenue, más parca, del atardecer.

El proceso de abandonar la sala de rehabilitación y meter a Tayo ya su silla en el coche es laborioso, y normalmente requiere la ayuda de Trent o de cualquier otro enfermero de guardia. Con frecuencia, cuando ya estamos ambos abrochados y listos para arrancar, es casi la hora de cenar.

Hoy también ocurre de ese modo. Mientras atravesamos las carreteras solitarias, rodeadas de campos verdes y dorados y un par de huertos pequeños, solo se oyen las ruedas rozando contra el pavimento, los gruñidos de nuestros estómagos y la música de los Pistols.

Cuando ya nos adentramos en la ciudad, Tayo, que bajo la luz blanquecina de las farolas parece muy pálido y ojeroso, se vuelve hacia mí y me dice:

–La doctora Roberts me ha hablado de este sitio ... lo cubre el NHS, 13 así que no

tendremos que pagar nada. Es una especie de ... bueno, es una clínica para pacientes de ataxia en Sheffield.

Quiero parar. Necesito parar. Todos los semáforos arrojan chorros de luz verde sobre nosotros, de modo que intento concentrarme en otras cosas. Los escaparates de las tiendas. Los niños que caminan de las manos de sus madres. Las señales de tráfico. Los coches.

No quiero escuchar.

–Ofrecen fisioterapia, además de una foniatra y terapia ocupacional. Todos los pacientes tienen ataxia, así que estaría bien atendido. Ya sabes, por especialistas, y podría venir a casa los fines de semana.

–Sheffield está a tres horas y media –es todo lo que consigo mascullar.

Tayo, que ahora tiene la mirada fija en las farolas que vamos dejando atrás, tuerce el labio.

–Sé a cuánto está Sheffield. Pero será mucho más sencillo para todos. Tú podrás ir a todas tus clases, y aprobarás todas a la primera, y papá podrá terminar su tesis y, bueno, la vida seguirá rodando.

–Pero me gusta la vida que llevamos ahora –protesto, notando cómo me arden la nariz y la garganta–.

Es una buena vida.

Las lágrimas crean una película borrosa que me impide ver el tráfico con precisión. Parpadeo. Tayo, con suma lentitud, extender su mano alcanzar hasta la mía, que se aferra a la palanca de cambio de marchas con fuerza.

–Sí, esto está bien, pero no va a ser siempre sí. Las cosas empeorarán progresivamente.

–Pero de momento podemos manejarlo. Podría pasar mucho tiempo hasta que ... podríamos planteárnoslo entonces, pero ahora nos va bien.

El índice de Tayo recorre mis nudillos uno a uno hasta que relajo los músculos de la

mano.

–Vamos, Momo, tú siempre has sido la de los planes y las listas ... siempre diréis que podéis manejarlo, incluso cuando no sea así. Venga, es lo mejor.

–¿Lo mejor para quién? ¿A qué viene todo esto? ¿Es por mí? ¿Es por ...?

–Es por mí –afirma Tayo antes de que yo pueda seguir–. Es una de las pocas cosas que puedo controlar y ahora decidir. Venga, todavía falta un poco para que papá y mamá lleguen a casa. ¿Por qué no vas al

Blockbuster y alquilas una peli? Somos dos de sus ... ¿Cinco, diez clientes? Tenemos que mantener el negocio. Mientras, yo pediré una pizza , ¿qué te parece? ¿Extra de pepperoni ?

No digo nada, pero será así, como él quiera. Todo será así, aunque ansíe quitar el poder a los hechos y las certezas incalculables, todo será como Tayo quiera.

La noche cae despacio. Hablamos frente al televisor apagado y los restos de pizza fría. O, más en concreto, son mamá y papá los que hablan. Papá es el que llora, y mamá la que ofrece soluciones (que no se diferencian mucho de las mías, porque tampoco hay demasiado que hacer en esta situación).

–Podemos contratar una enfermera.

Tayo responde al momento de manera automática y casi impersonal:

–¿Con qué dinero? Esas cosas no las cubre el NHS.

–¿Qué me da de Trent? Es del barrio.

–Ya no. Además, tiene trabajo.

–¿Y el hermano de Jimmy? Podría cuidar de ti hasta que encontremos otra cosa. Está buscando trabajo.

Siento mi móvil vibrar en el izquierdo de mis pantalones, pero lo bolsillo delantero ignoro. Clavo los ojos en mamá, que juguetea con la cruz que le pende del cuello.

–Mamá, Brandon Wint es un alcoólico.

–Se está rehabilitando. Me lo ha contado su madre. Va a reuniones todos los martes y hace trabajo comunitario. Hace meses que no bebe.

–Qué raro, porque juraría que fue él el que meó en nuestra entrada hace no mucho.

–Bueno, pues entonces ...

Un crujido. Papá se levanta, haciendo chirriar las patas de su taburete contra las tablillas del suelo, y tantea el escritorio hasta encontrar una cajetilla de cigarrillos casi intacta.

–No es algo que tengamos que pensar ahora –dice suavemente, sosteniendo un pitillo apagado entre los

dedos, y después lo repite más alto–. No es algo que tengamos que pensar ahora. El instituto y la universidad están de vacaciones. Yo tengo todo el día libre, y Amoke podrá ayudarme de vez en cuando.

–Tengo las tardes libres –aseguro, y mis palabras se solapan con las de papá.

Tayo, sin embargo, niega con la cabeza de manera rápida y concisa.

–Tienes que salir. No puedes vivir entre nuestra casa y la de Miss Wonnacott.

–¿Por qué no? Salgo los domingos. Es suficiente. Para mí es suficiente.

La conversación continúa, entre mamá y papá y mediante susurros sibilantes, mucho después de que Tayo

y yo nos hayamos ido a la cama. La hora mágica viene y va. Las paredes de mi habitación pasan del violeta al azul cobalto y al negro hasta que la oscuridad parece contener también las preocupaciones de mis padres.

Compruebo la hora en mi móvil. Van a dar las cuatro menos cuarto de la madrugada. Tengo varios mensajes de tiffany.

No quiero responderle ahora y despertarla, pero abro sus mensajes de todos modos. El primero es una foto de ella y de su hermano en el aeropuerto de Heathrow.

Adivina quién ha venido por Janucá "

¿Puede sobrevivir Miss Wonnacott sin mí?

¿Y yo?

La pregunta resuena una, dos, tres, un centenar de veces en mi cabeza. ¿Y yo? ¿He podido sobrevivir sin ti?

«Por favor, no te canses de mí», me gustaría decirle. Es algo que pasa a menudo. Las conversaciones se hacen más cortas. Las salidas, menos frecuentes. El cariño palidece hasta convertirse en un animalito pobre y desnutrido. La gente no permanece en mi vida, y no sé si es culpa mía, así que, por favor, no te canses de mí.

tiffany

 

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss