DESCUBRIENDO EL SECRETO

Desayuno en Júpiter

_No me gustan los cementerios.

Harlon arrastra los pies a mi lado, levantando un haz de polvillo rojo, y me aprieta la mano. Está temblando, y con cada temblor su cuerpo parece más larguirucho y desgarbado.

–¿Por qué? Quiero decir, estás muerto. ¿No deberías ser como tu hábitat natural? - Harlon solo traga

saliva-. ¿Nunca se te ha ocurrido esconderte por ahí, detrás de las lápidas, y asustar a los adolescentes borrachos y cosas así?

–No me gustan los cementerios –repite Harlon, esta vez mordiéndose el pulgar–. Son deprimentes.

Además, no me haría falta esconderme. La gente, ya sabes, normalmente no puede verme.

Doy un paso adelante. La hierba está enredada con los espinos, y estos me arañan los tobillos desnudos. Esto está tan oscuro que mis manos son solo una figura desdibujada en el horizonte azul cobalto.

–¿Dónde está tu cuerpo? –Le pregunto–. Me gustaría ir a visitarlo. ¿A ti te gustaría?

A pesar de que es primavera y no hace frío (y aunque lo hiciese, él no podría sentirlo), Harlon se abraza a sí mismo como si quisiese darse calor. Sus ojos van de unas lápidas a otras. Si hubo otros fantasmas aquí, supongo que yo también podría verlos, pero esto está desierto. Claro que Harlon es el primer fantasma que se dirige a mí, lo que hace que me pregunte si algunas de las personas con las que me encuentro por la calle están muertas y sencillamente no las acecha tanto la soledad como a mi amigo.

–Harlon ...

–No está –dice, tan rápido que parece que las palabras se escapan de su boca–. No está en ninguna parte.

Arrugo la nariz.

–¿Qué quieres decir con que no está en ninguna parte?

Chas. Chas. Chas.

Harlon da zancadas hacia delante, pisando ramitas y hojas secas y alejándose de mí. Tengo que saltar sobre un par de lápidas y rodear otras tantas para alcanzarlo.

Chas. Chas. Chas.

Chas. Chas. Chas.

–¡Eh, Harlon! ¿Qué quieres decir con que no está en ninguna parte? ¿Por eso estás aquí?

-¡No lo sé! –Se deja caer sobre una tumba abierta, como si hubiera agotado todas sus fuerzas con ese chillido–. No sé por qué estoy aquí, ¿vale?

–Pero ...

Harlon se sorbe los mocos.

Cuando me siento a su lado y lo abrazo por detrás, siento su cuerpo inconmensurablemente cálido.

–No quedó mucho detrás. –Hipa–. Eso es lo que le dijeron a mi padre. Lo oí. La bomba destrozó la casa ya todas las personas que estábamos dentro de ella, ya mi padre no podía entregarle mis restos porque solo había polvo rosa, y no sabían si era de los ladrillos o de la carne.

–Lo siento –susurro, acercando mi nariz a la suya–. ¿Quieres que vayamos a casa?

Niega con la cabeza.

–Tenías algo que hacer aquí, ¿no?

–Bueno ...

-¡Bah! –Se pone en pie–. Me apuesto dos meses de barritas Mars a que ia Wonnacott no te mintió.

–¿Dos meses? ¡Eso es trampa! –Le grito, pero él ya ha echado a correr a través de las lápidas y los caminos desdibujados y la tierra mojada.

Desde luego, Harlon las encuentra primero. Una al lado de la otra, tan juntas como las cuentas de un rosario. Campanitas, de un azul tan intenso que es imposible no fijarse en él incluso en la oscuridad, para Bluebell; peonías de un amarillo que parece sacado de un cuadro de Van Gogh para Weasel.

–Dos meses de barritas Mars –dice Harlon, que baja la voz mientras acaricia uno de los pétalos turquesa de las campanitas de Bluebell.

Me agacho y enciendo la linterna de mi móvil, que irradia un chorro de luz color hueso que lo cubre

que hacer. Aparto las flores para comprobar las fechas de nacimiento y de Bluebell y Weasel cuando lo oigo.

Un sollozo bajo pero muy claro en algún lugar a mi izquierda. Me pongo en pie otra vez, barriendo el cementerio con la luz de la linterna, hasta que encuentro algo en la zona nueva de los nichos. Una figura agazapada que se esconde detrás de la fuente al reparar en nosotros.

–¿Has visto eso? –Le pregunto a Harlon, que ahora juguetea con una de las peonías de Weasel.

–Yo lo veo todo –asegura, deteniéndose a observar las lápidas junto a las de Bluebell y Weasel–.

Vivos y muertos. Sois vosotros los que no nos veis.

–¿Y notas alguna diferencia ...? –Empiezo, pero me interrumpo.

Tres hipidos y el sonido de una nariz que moquea.

Dejo a Harlon junto a Weasel y Bluebell.

Puesto que el cementerio es pequeño, llego enseguida al punto en el que he visto a la figura agazapada.

Conteniendo la respiración, doy una vuelta alrededor de la fuente.

Primero veo el pelo de nube. Después, los ojos de cervatillo (mucho más brillantes que nunca). Por último, los labios carnosos y el cuello de una camisa de flores.

–¿Amo? –Susurro, sentándome a su lado.

Ella baja la cara. Con las palmas de las manos, que parecen increíblemente blancas en la penumbra, se seca los ojos.

–Qué vergüenza, qué vergüenza ... –repite–. Madre mía, qué vergüenza ...

–Eh, ¿estás bien? –Le pregunto, aunque es evidente que no es así, y le acaricio la espalda como he hecho con Harlon. Su cuerpo tiembla, igual que el de él, pero la piel es mucho más fría al tacto.

–¿Qué estás haciendo aquí?

Las dos formulamos la pregunta al mismo tiempo, y las dos nos reímos también al mismo tiempo.

Vuelvo a barrer el cementerio con la linterna del móvil. Al hacerlo, reparo en el nicho frente a nosotras.

«Familia Enilo».

–¿Has venido a ver ...?

taeyeon niega con la cabeza antes de que termine.

–En realidad, él ha hecho algo y ha recado a ia Wonnacott.

Sé enseguida a lo que se refiere. Las campanitas en la tumba de Bluebell. Las peonías en la tumba de

Comadreja. Si ellos están aquí, Cricket no debería andar lejos.

–Yo he venido a comprobar un par de cosas ... ver si ia Wonnacott no me mentía.

–¿Y al final qué? ¿Mintió? Porque no me extrañaría que fue una embustera ...

Bajo la luz plateada de la luna, las mejillas de taeyeon, llenas de lágrimas, brillan como si alguien hubiera soplado sobre ellas polvo de hadas.

–Dijo la verdad. ¿Quieres que te acompañe a casa?

taeyeon se suena los mocos en un pañuelo de papel.

–No, es solo ... no me gustan los cementerios. Venir aquí es una lata. ¿Ves ese nicho?

Lo señala con un dedo tembloroso.

–Es de tu familia.

–De mis abuelos paternos. No llegué a conocerlos. ¿El nicho que está más abajo? También es nuestro.

Lo ilumino con la linterna. Por mucho que fuerce la vista, soy incapaz de leer ningún nombre en él. La piedra es muy muy lisa y parece nueva.

–Está vacío.

–Lo compramos hace dos meses –sisea, y su voz se camufla con el ulular del viento y el crujido de las hojas–. Es para mi hermano. Tiene la misma enfermedad que ia Wonnacott.

Cuando me dice eso, la abrazo más fuerte. Es un acto reflejo, como cuando ves a un niño cruzando en rojo y lo empujas hacia ti antes de que un coche se lo lleve por delante. Como cuando extiendes el brazo para cogerle la mano a un paciente.

«Lo sé», quiero decirle. «Sé cómo es.»

Pero mi voz también queda oculta bajo los numerosos sonidos que pueblan el cementerio; parece evaporarse al salir de mis labios.

–A mi hermano le estalló una mina en Irak. Yo tenía seis años. Llamaron a mis padres desde el hospital militar para que fueran a despedirse. Los médicos dijeron que probablemente no sobreviviría y que, aunque lo hiciese, no debería una vida digna porque tenía que amputarle el brazo izquierdo y las dos piernas. Pero al final vivió y aprendió a caminar con sus piernas robóticas y todo lo demás. Esa solo fue la primera vez que casi muere.

–¿Hubo más veces? –Susurra taeyeon, la voz nasal y pastosa.

Asiento.

Estoy tan cerca de ella que puedo sentir su pelo contra mis pómulos. El olor de su perfume de lilas me envuelve como un manto.

–En junio pasado. Tuvo una sobredosis, aunque mis padres no quisieron decirme de qué. Su novia llamó a mi casa a las dos de la madrugada, y mi madre y yo fuimos al

hospital a despedirnos de nuevo,

pero tampoco murió. Todo el viaje en coche desde mi casa al hospital no pude parar de pensar que Leo estaba muerto y que probablemente yo tendría que cuidar de mis padres, aunque no tuviese ni idea de cómo empezar. –Trago aire–. Lo siento muchísimo, taeyeon. De verdad.

Se muerde el labio inferior, que se vuelve del color de la leche agria.

La beso en la mejilla. No sé por qué lo hago, pero enseguida me doy cuenta de que es lo correcto. Heno

un vacío que ni todas las palabras de todas las novelas de ia Wonnacott del mundo podrían llenar, pero que parece mucho más pequeño con un beso.

La piel de taeyeon es suave y huele a crema hidratante ya maquillaje. Después de besarla en la mejilla, la beso en el pómulo y junto a la oreja. (Me gustaría besarla en todos los lugares posibles de su cara.) Ella solo me mira y me aprieta la mano, como si temiera que pudiese irme. Sin soltarla, me pongo en pie de un salto y digo:

–¡Ven, conozco un sitio!

Hacer eco de una carrera. Como todavía la tengo cogida de la mano, taeyeon corre detrás de mí, sorbiéndose los mocos y tirándome tierra a las pantorrillas con las puntas de sus zapatos tipo Oxford.

–¡Tiffany! ¿Estás loca? ¿Adónde me llevas? ¡Tiffany!

taeyeon

 

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss