OJOS Y PELO DE OTOÑO

Desayuno en Júpiter

«Veamos, ya ha terminado la temporada de las primeras naranjas del año; la de las naranjas Navel también. Solo un par de meses más y estaremos cosechando las naranjas sanguinas. »

La nota de papá no es demasiado larga (lo suficiente para caber en la etiqueta de cartón que pende del frasco de mermelada) ni está escrita con una letra especialmente buena

(la normal de un hombre que se levanta a las cuatro de la madrugada para cuidar su huerto), pero el modo en que el sol se refleja en ella hace que parezca especial.

Papá escribe una nota cada vez que da con la fórmula de una nueva receta de mermelada. Cada nota es personal, naturalmente, ya medida que los clientes de su tienda de mermelada orgánica instó, también las horas que papá pasa cada noche escribiéndolas.

Voy a llegar tarde al hospital, de modo que recojo el frasco del umbral de la puerta, lo abro (la tapa emite un «clonc» que Harlon encuentra muy divertido), el índice de mermelada y me lo llevo a la boca.

Mandarina y semillas de amapola. Veredicto: no lo suficientemente cítrico.

Harlon mete también el dedo en la mermelada, claro, y se pasa todo el trayecto desde la puerta de casa hasta la parada del bus chascando la lengua y emitiendo el tipo de ruiditos que harían arquear las cejas a mi abuela Rita. Cuando al fin habla, lo hace dando un paso atrás, otorgándose un poco de espacio para perorar. Siempre está haciendo payasadas semejantes.

–He probado cosas mejores –dice–. Una vez preparé mi propio licor de pasas, ¿sabes?

No es difícil,

¿Eh? Basta con tener un buen lugar donde…

Se interrumpe porque una señora acaba de colocarse detrás de nosotros en la cola del autobús. Otra cosa que Harlon siempre hace es detenerse ante las mujeres de cierta edad, a las que llama damas, y saludarlas pomposamente.

La señora está comprobando el horario de los autobuses y no le hace caso, lo que a Harlon no le complace demasiado.

Harlon es el chico que vive en la habitación de invitados. Papá siempre anda quejándose de lo ruidoso que es y de cómo deja las sábanas todas arrugadas y de su costumbre de dar portazos a las visitas inesperadas, pero a mí me cae bien. Me gusta que tenga los ojos y el pelo del color del otoño, y me gustan sus historias y su sentido del humor, y ante todo me gusta que encuentre marcapáginas para los libros que se amontonan en el suelo de mi dormitorio.

–Te tiemblan las piernas –recalca Harlon. Es rematadamente observador.

–Cierra el pico, es un día importante –replico, enroscándome un mechón del flequillo en el dedo, que todavía huele a mermelada.

–¿Por eso te has vestido como una lesbiana de los años treinta? ¿O es tu manera de boicotear a la industria de la moda?

Le hago un corte de mangas antes de que pueda decir algo más. Por desgracia, la señora detrás de él me ve. Una mañana más me meto en líos por culpa del tontorrón de Harlon Brae.

El hospital Pernhos Stanley de Holyhead, Gales, parece una enorme figura de origami hecha de cristal.

Hace dos meses que trabajo aquí (uno menos del tiempo que llevo viviendo en Holyhead con papá), y los doctores y las enfermeras, y también algunos de los pacientes más asiduos, ya me conocen y me saludan al pasar.

–¿Por qué todo el mundo es tan amable contigo? –Me pregunta Harlon mientras le muestro mi tarjeta de voluntaria a Miss Lark, la recepcionista.

–Tu paciente está en la cuatro cero cuatro, bonita –dice Miss Lark, que me observa con sus pequeños ojos negros de pajarito por detrás de sus gafas de media luna–. Ármate de paciencia, porque es de las difíciles.

–Ah, ¿y qué paciente no lo es? –Digo, y le saco la lengua a Harlon cuando Miss Lark se da la vuelta para coger la historia de Miss Wonnacott, mi nueva paciente.

Las historias que nos entregan a los voluntarios de la Asociación Hiraeth no son muy extensas. Hiraeth es una palabra galesa intraducible (para ser honesta, una de las pocas palabras galesas que conozco) que define la nostalgia por un lugar específico de nuestro pasado. Puesto que la mayoría de los moribundos eligen volver a los lugares en los que habitaron en épocas más felices, nuestra fundadora, Anna Rosewood, consideró que Hiraeth era un nombre muy apropiado para la asociación.

El hecho de que nos encarguemos exclusivamente de pacientes moribundos explica por qué las historias que nos entregan son tan breves. Solo hace falta conocer un par de detalles (nombre, edad, lugar de procedencia, ocupación, familia y enfermedad) para consolar una persona a la que ya no queda demasiado tiempo en este mundo.

–¿Que por qué todo el mundo es tan amable conmigo? –Le digo a Harlon cuando entramos en el ascensor–. Bueno, es que soy encantadora.

–Encantadoramente pedante.

-¡Bah!

–Por eso conseguiste a Miss Wonnacott –insiste, el muy pesado, dándome un golpecito en el codo–. Él visto a los periodistas, ¿sabes? Todo el mundo quiere estar presente para escuchar las últimas palabras de la novelista más célebre en habla inglesa de los últimos cincuenta años. Eso es lo que oí en la tele.

–¡Yo no quiero escuchar las últimas palabras de Miss Wonnacott! –Digo, aunque soy consciente de que eso es una mentira soberanamente grande–. Además, estoy convencida de que no va a morirse. Lleva como cuatro años muriéndose. Apuesto un brazo a que a estas alturas es inmortal.

–No me interesa tu brazo; está demasiado paliducho, y ese eccema de ahí parece picar mucho. Me apuesto un mes de chocolatinas Mars a que estarás presente cuando Miss Wonnacott estire la pata.

¿Trato?

–Trato –digo, estrechándole la mano.

Soy la tercera voluntaria que se encarga de Miss Wonnacott, lo que significa que «la novelista más célebre en habla inglesa de los últimos cincuenta años» ha estado tres veces a las puertas de la muerte.

Literalmente.

Miss ia Wonnacott tiene, además de casi cincuenta libros traducidos a más de veinte idiomas, noventa y un años y ataxia espinocerebelosa de tipo 6. En resumidas cuentas, a pesar de que mantiene su inteligencia y sigue publicando una media de un libro al año, Miss Wonnacott está perdiendo las funciones más básicas de su cuerpo: la coordinación, el movimiento, el habla e incluso la capacidad de comer.

Hoy me han llamado por una infección en los pulmones, lo cual, he aprendido, no resulta del todo anormal en una paciente que lleva casi cinco años en el hospital.

Teniendo todo esto en cuenta, y el hecho de que ya ha requerido nuestros servicios tres veces, la posibilidad de que Miss Wonnacott realmente sea inmortal parece, bueno, plausible.

–Aquí se separan nuestros caminos, compañera –dice Harlon, que da una de sus teatrales palmadas al aire para finalizar la conversación.

–¿Y qué vas a hacer? ¿Molestar a las enfermeras?

–¡Ah, eso solo ocurrió una vez! Un momento de bajeza, sin duda. Creo que voy a dar un paseo por el jardín. Si me entero de algún cotilleo interesante, tú serás la primera en saberlo.

El cuatro, el cero y el cuatro en la puerta de Miss Wonnacott se erigen ante nosotros, tan desnudos que nadie imaginaría la leyenda literaria que se esconde tras ellos. La prensa no tiene permiso para entrar en el recinto, y el personal médico es demasiado profesional para molestar a Miss Wonnacott, pero aun así es difícil no reparar en los cuchicheos de los estudiantes de medicina y en las miradas de soslayo de las enfermeras.

–Me pregunto por qué Miss Wonnacott habrá requerido nuestros servicios –susurro, pero Harlon ya se ha ido.

Es cierto que Miss Wonnacott nunca se ha casado (un tema que todas sus biografías no autorizadas atribuyen a su lesbianismo encubierto ya una tormentosa relación con una rica heredera estadounidense allá por los años cuarenta), y que es la última descendiente de una familia muy pequeña del norte de Gales, pero si hay algo por lo que Miss Wonnacott es famosa es por su tendencia a la reclusión. Solo ha concedido catorce entrevistas en los últimos cincuenta años, y únicamente ha aceptado firmas de libros cuando los beneficios de estas iban dirigidos a la caridad. ¿Por qué Miss Wonnacott querría entonces que no una sino tres voluntarias estuviesen con ella en los últimos momentos de su vida?

Escuchar sus últimas palabras…

Mientras abro la puerta de la habitación cuatro cero cuatro me pregunto si la misteriosa Miss Wonnacott no tendrá algún tipo de mensaje para mí

 

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss