HARLON

Desayuno en Júpiter
 

Es curioso el silencio en este lado de la ciudad. El ruido, de haberlo, proviene del interior de la casa de los young y no de los jardines de los vecinos o de la carretera. No se oyen sirenas de coches de policía, ni improperios tan naturales que suenan como saludos a voz en grito, ni la combinación del ladrido de los perros con el llanto de los niños, ni tampoco las canciones absurdas de los borrachos como Brandon Wint. Aquí el ruido es suave, delicado y casi familiar: el grifo que gotea en la cocina de los young, las puertas que se cierran cuando las familias del vecindario entran en sus casas, los sorbos que tiffany y yo damos a nuestros chocolates calientes y el silbido de la bola de swingball, que se mueve a una velocidad inusitada para la brisa que corre.

–Me gusta tu casa –le digo a tiffany, y es verdad.

Me gusta lo blancas que son las paredes, y la simetría casi calculada con la que el señor young ha colgado los cuadros (todos en blanco y negro, excepto por la foto del ejército de Leo) en la pared contigua a la escalera. Me gusta que todo sea limpio y esté ordenado, y que las habitaciones huelan a sábanas nuevas y a la fruta confitada de la mermelada de young e Hijos. No me gustan tanto el silencio del señor young y la arruga que se forma entre sus cejas, y desde luego no me gusta el hecho de que sirva pescado blanco hervido y sin condimentos o salsas para cenar («gente blanca», casi puedo oír decir a papá). Pero, en general, la casa de los young es agradable. Es segura.

–Yo creo que es aburrida –bufa tiffany, y cuando baja su taza veo que tiene un bigote de chocolate; quiero besar ese bigote de chocolate ahora mismo–. Parece una de esas casas piloto de las inmobiliarias.

Pero me gusta la pelota de swingball.

Como secundando su afirmación, la pelota amarilla gira sobre su poste. A tiffany, aunque hunde la barbilla todo lo posible en el cuello de su jersey vintage, se le escapa una risita.

–Oh, y también me gusta el cobertizo –agrega–. Una vez Harlon robó un enanito del jardín de no se quién y lo puso en nuestra entrada. A mi padre casi le dio un ataque, porque era un enanito de lo más obsceno, con la pilila al aire y todo. Yo no quería deshacerme de él, así que lo guardé en el cobertizo.

Puedes ir a verlo, si quieres.

Le dirijo el tipo de mirada que reservo para los chistes malos de Tayo y los trabalenguas estúpidos de Jimmy Race. Significa «¿en serio?». tiffany, a su vez, responde con un arqueamiento de cejas muy característico que puede traducirse por «No lo harás, ¿verdad? ¡Gallina!».

–Estás loca si crees que no me atreveré –digo–. Loca de verdad.

tiffany sonríe porque la he comprendido.

El cobertizo no tiene nada de especial. Es uno de esos de plástico verde que las familias de clase media utilizan para guardar el cortacésped y los pocos instrumentos de jardinería que poseen (y que rara vez utilizan). Cuando lo abro, es exactamente eso lo que encuentro, además del enanito obsceno con la pilila al aire. Cuando me agacho para cogerlo, oigo un clac. Un fogonazo de luz azul. Júpiter y Saturno y todas las estrellas del firmamento brillan, tenues, en las paredes y el techo del cobertizo. Bajo la vista a mis pies. Allí, medio escondido, está el planetario portátil young-Brae.

–¡Feliz Navidad! –grita tiffany detrás de mí–. ¿Creías que no te regalaría nada?

–Pero… el planetario…

–Está en mejores manos ahora. Canibalismo galáctico a domicilio.

Y se vuelve antes de que me dé tiempo a protestar. Algo en el azul cobalto de su jersey, y en el amarillo de la trenza rubia de su peluca y de la pelota de swingball, y el modo en el que las estrellas se agrupan y bailan en el cielo me hace pensar en Van Gogh, de modo que cojo la Polaroid de mi bolso y le saco una foto.

Clic.

Solo un segundo capturado en la lámina que, con tanta lentitud, se revela. tiffany mira por encima de su hombro.

–¡Feliz Navidad a ti también, young! –le digo, y le lanzo la instantánea que acaba de expulsar la Polaroid.

Cuando llego hasta ella, extiendo el brazo y deposito la cámara también entre sus manos.

–La vi el otro día en una tienda de segunda mano y me acordé de ti –digo, aunque me reservo para mí lo más importante.

Que las cosas de segunda mano, aunque rotas, han sido tan queridas, y eso me hace pensar en tiffany.

Que no se me ocurre nadie mejor que ella, que es capaz de ver la belleza en cualquier lugar, para ser dueña de una cámara instantánea.

–¿A ti qué te parece, Harlon? –pregunta Ofelia haciendo bocina con las manos.

Por supuesto, ni veo ni oigo nada, pero la pelota de swingball gira sobre su eje con tanta intensidad que por un momento pienso que se desprenderá del cordel que la sujeta.

Clic.

tiffany se acerca el visor de la cámara a los ojos y presiona el botón. La fotografía, cuando se revela, solo muestra la parte del jardín trasero de los young que podemos ver y la bola amarilla, borrosa, en pleno movimiento.

–Claro que no se ve gran cosa, ¿verdad? –suspira tiffany.

–¿De verdad está aquí? Harlon, digo.

Harlon, que está muerto.

Harlon, que es imposible de ver.

tiffany  se encoge de hombros.

–Pues claro. Te lo demostraré. Harlon, abre la puerta del cobertizo. –La puerta del cobertizo se abre–.

Harlon, haz girar la pelota de swingball. –La pelota de swingball gira–. Harlon, cógele la mano a taeyeon.

Y mi mano derecha, de pronto, está extremadamente cálida y algo sudorosa.

 

tiffany

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss