EL OLOR DE LAS CRÊPES

Desayuno en Júpiter

No puedes lamentar la muerte de todo un ejército. Es posible llorar las vidas individuales de sus soldados (aquellos a quienes conoces personalmente, aquellos de los que han leído u oído hablar, aquellos cuyos rostros puedes reconocer), pero nadie tiene la capacidad de vestirse de luto por un ejército en su totalidad. Esto es algo que aprendí gracias a los libros de ia Wonnacott.

Antes de que fue mi paciente, yo nunca había tenido entre mis manos un libro de ia Wonnacott.

Miento. Todo el mundo en Reino Unido (en Europa, me atrevería a decir, o –más aún– en Occidente) conoce a alguien que haya leído a ia Wonnacott, o ha entrado en una librería para darse de bruces con carteles gigantescos con la cara arrugada de una mujer de melena plateada y ojos inquisitivos. Lo que quiero decir es que a mí nunca me puesto llamado la atención tales libros. No me gusta la ficción.

Lo primero que supe de ia Wonnacott es que se trataba de la primera paciente de ataxia a la que trataba. Solo después supe su nombre. Me picó la curiosidad porque me resultaba conocido, pero para mí la fama de Miss Wonnacott siempre ha sido algo secundario.

Cuando Tayo y yo éramos niños, mamá y papá nos llevaban a desayunar al Café Milano cada domingo.

Por eso, y porque queda tan cerca de casa como del hospital, cuando era voluntaria solía tomar el tan necesitado café allí cada mañana. Ahora que ya no soy miembro de la Hiraeth, y ahora que me han admitido en la Universidad de Bangor y el presupuesto familiar ha caído en picado, he pasado de ser clienta a empleada.

Hace un año y cuatro meses que trabajo aquí de lunes a viernes todas las tardes, desde que salgo de mis clases hasta que vuelvo a casa para preparar la cena, y también todas las mañanas de los sábados y los domingos, desde la hora de apertura hasta que salgo corriendo para encargarme del almuerzo.

Esta es la razón por la cual me sorprendió tanto al ver a la chica de ayer en la mesa frente a la ventana panorámica de la cafetería.

tiffany young.

Sé que no la había visto antes porque su cara me llamó mucho la atención. No es exactamente super guapa, pero de modos a mí siempre me han atraído las imperfecciones. Los rostros asimétricos. Ese tipo de cosas.

tiffany young debe de tener el móvil en función de manos libres, porque está hablando a pesar de que es la única persona sentada a su mesa. Está riéndose, y dando cuenta de una de las enormes crêpes del Café Milano.

tiffany no se fija en mí cuando paso por su lado la primera vez, cuando le entrego su pedido al rubicundo señor Meeks, director de la escuela primaria y cliente asiduo.

Sin embargo, cuando salgo de la cola aferrando el capuchino de la señorita Burroughs, encargada del hotel más pequeño y menos lujoso de Holyhead, tiffany levanta la vista de su novela de bolsillo y me mira. Muy fijamente.

–¡Mierda!

Doy un paso atrás que me hace chocar contra un señor de mediana edad (y casi verter el café de la señorita Burroughs), porque, de todas las cosas del mundo, no me esperaba que lo primero que dijese tiffany young al verme fue «¡ ¡Mierda! ».

Esta no es una buena manera de empezar una conversación con una chica por la que te sientes ualmente atraída.

–¡Mierda! –Repite–. ¡Se me olvidó! Tu libro ... Charles Darwin, ¿no? Mi amiga esther Loewy (no sé si te acuerdas de ella, también es de la Hiraeth) me pasó tu número, pero se me olvidó.

No digo nada, porque estoy demasiado concentrada en tiffany young-en-sí, y en el hecho de que ha debido de cortarse el pelo, porque su larga melena ha quedado reducida abajo de sus hombros.

tiffany debe de notarlo, porque instintivamente se lleva una mano al flequillo y dice

«¿Tae kim?» como si temiese encontrase equivocado de persona.

–Sí ... pero no importa. Lo del libro, digo. Es ... apenas había empezado a leerlo.

–Darwin, ¿eh? ¿Estudias biología?

Dejo el pedido en la mesa dos (la señorita Burroughs tuerce los labios ante mi espeso pelo rizado) y me vuelvo hacia tiffany.

–Enfermería.

–Lo sabía –dice ella, jugueteando con la pajita de su latte de caramelo–, tienes cara de estudiar ciencias. Es curioso, ¿no?

–¿El qué?

–Que estudies a los seres vivos cuando has pasado tanto tiempo rodeada de muerte.

Arqueo las cejas. tiffany interpreta erróneamente este gesto, porque agrega:

–¿Muy macabro?

–Tengo una alta tolerancia a lo macabro –digo, y me despido con un gesto de la cabeza.

Cuando vuelvo a pasar por su lado, esta vez con la magdalena de arándanos del señor Dodge, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial y paseador de perros a tiempo parcial, agrego:

–Tú estudias ... mmmmm ... ¿literatura? Tienes cara de estudiar literatura. O francés.

Suena bastante más como una frase de ligoteo de lo que planeaba.

«¿Estudias o trabajas?»

«¿Eres lesbiana o esta es una causa perdida?»

Según mi experiencia, las chicas que se cortan el pelo drásticamente y se visten deliberadamente como chicos en realidad no suelen ser lesbianas.

tiffany young se encoge de hombros. Todavía está jugando con su pajita.

–No estudio nada –dice–. Suspendí los exámenes de acceso a la universidad, así que tengo un año libre antes de volver a presentarme, porque el curso lo tengo aprobado. Mais je parle un peu français. Et toi?

3

–Un peu aussi –digo, sonriéndole al señor Dodge al depositar su magdalena sobre la mesa–. Pour savoir dire «mon français est très nul» . 4

tiffany young ríe. Tiene una de esas risas que rompen en mil pedazos y parecen llenar la habitación.

- Je crois pas que ton français soit très nul . 5

Después nos quedamos en silencio, y en mi cabeza el silencio se llena con vocecillas que repiten je crois que tu es très mignonne . 6

tiffany sonríe y baja la vista a su móvil, que se ilumina ante una llamada entrante.

Es de un chico, a juzgar por la fotografía. Con gafas de pasta y el flequillo sobre los ojos.

Sabía que no era lesbiana.

–Lo siento –dice, y pulsa rápidamente el botón rojo de rechazar llamada.

–¿Tienes pacientes hoy? –Le pregunto.

tiffany me mira.

–Solo una –responde, y se muerde el labio inferior.

Los segundos pasan muy muy despacio. tiffany tarde una eternidad en apartar el teléfono y agregar:

–Señorita Wonnacott.

Siento como si una mano fría y húmeda me retorciese las tripas desde dentro.

–Entonces ... ¿está ...?

tiffany vuelve a morderse el labio inferior.

–En realidad, no. Creo que quiere hablar conmigo. ¿Hizo algo parecido contigo cuando fue tu paciente?

Niego con la cabeza. A pesar de que tengo una libreta con los datos de todos los pacientes que he tenido, ia Wonnacott es la única que ha llegado a importarme. El resto era trabajo. No un trabajo agradable, desde luego, pero uno puede acostumbrarse a casi todo.

–Es una mujer horrible –digo, y mis palabras son dulces pero dañinas en mi boca, como una fruta podrida.

Algo en el cuerpo de tiffany young se estremece.

–Yo creo que es genial. Aunque, bueno –una pequeña sonrisa de comisuras temblorosas–, no voy a negar que es posible que esté un poco ... tocada del ala. Bastante. Como una regadera. Pero todos los grandes escritores lo están, ¿no? Lo estaban JD Salinger, cuyos pasatiempos incluían atacar a periodistas con su bastón y beberse su propio pis; Emily Dickinson, que era prácticamente una ermitaña, y Johnny Depp en esa película ... disculpa, estoy hablando mucho otra vez.

–Me gusta la gente que habla mucho –digo, aunque en realidad me gustaría preguntarle por ia Wonnacott–. Yo no tengo mucho que decir.

–No me creo eso ni por un minuto. Suele ser al contrario. Me gusta la gente callada porque, cuando consigues arrancárselas, cuentan las mejores historias. ¿Por qué las guardáis con tanto celo?

Solo me encojo de hombros, de modo que ella comprueba su teléfono otra vez y dice:

–Tengo que ir al baño un segundo, ¿me esperas?

Se levanta y coge el bolso antes de que me dé tiempo a contestar, y no puedo evitar observarla mientras se aleja. Cómo camina. El modo en el que se aferra a las mangas de su americana a cuadros al abrirse paso entre la multitud.

«Creo que quiere hablar conmigo ...»

Se ha ido antes de que pudiera hablarle de ia Wonnacott, y ahora es demasiado tarde para que me quede a esperarla. Jimmy Race, mi compañero de calamidades como camarero, surge detrás de mí y me da un golpecito en el hombro.

–Momo, preciosa mía, malas noticias.

Jimmy se convierte en una confusión muy enredada de piernas temblorosas e improperios cuando hay malas noticias de verdad, de modo que suelto un largo suspiro y pregunto:

–¿La máquina de frappé ?

–La máquina de frappé . Hoy te toca limpiarla a ti. Créeme, tengo un recuerdo muy vívido de la última vez que me enfrenté a esa jodida máquina.

–¿Ayer mismo?

–Ni me lo menciones. Todavía tengo secuelas psicológicas graves. Esta misma noche, sin ir más lejos, he soñado que un ejército de hielo y crema batida ...

La voz de Jimmy Race se va difuminando a medida que se aleja para servir a un grupito de chicas de instituto de mejillas coloradas y risitas nerviosas.

Antes de marcharme cojo una servilleta de la mesa de Ofelia y garabateo:

Tengo que irme ya; trabajo ineludible en la cocina. Mañana tengo algo Tengo que irme ya; trabajo ineludible en la cocina. Mañana tengo algo que hacer en el hospital. Si no te importa, podemos quedar y me devuelves el libro.

taeyeon

El tiempo que me llevaría escribir otra nota me haría tener que explicarle a Jimmy Race quién es tiffany young y por qué acabo de ponerme en ridículo con una estúpida nota con una palabra en francés, de modo que soporto la rojez que me tiñe las mejillas al releer ese « bisous » y me voy.

Al pasar al otro lado de la barra veo a tiffany young, que coge la servilleta y la lee.

 

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss