ROSEWOOD

Desayuno en Júpiter
 

Cuando era pequeña me gustaba jugar a que Tayo y yo pertenecíamos a familias diferentes. Por un lado

Estaban él y mamá, que estaban hechos de luna y de fantasmas y de toda la luz del mundo. Por otro lado estábamos papá y yo, que éramos África y barro y la palabra «exótico» repetida tantas veces que empieza a parecer bonita. Me gustaba pensar que mamá y Tayo pertenecían a una familia (una familia blanca) y

Que papá y yo pertenecíamos a otra familia (una familia negra), y que vivíamos juntos por culpa de algún tipo de enredo como los de las sitcoms norteamericanas que papá y mamá veían cuando Tayo y yo estábamos en la cama.

Sé que la gente piensa lo mismo cuando nos ve, Tayo con sus ojos negros y su piel color hueso, y yo con mis ojos de fuego y mi pelo de leona. A la gente le gusta describirte con palabras así, y a veces incluso te miran con desconfianza porque tu piel es oro y miel en lugar de ébano.

En Tayo, un nombre yoruba7 suena progre y new age y distinto y encantador. En mí, un nombre yoruba es una especie de apología política.

Me encuentro con la señora Rosewood, la fundadora de la Asociación Hiraeth, mientras bajo las escaleras para ver a tiffany. Quería llamarla (no iba en broma cuando decía que planeaba volver a ser voluntaria), de modo que me alegro muchísimo de verla.

Me saluda con una sonrisa de ojeras y arrugas pronunciadas. La señora Rosewood siempre camina como si llevase sobre los hombros el peso de la asociación que fundó cuarenta años atrás.

–En realidad, hace un par de días que quería hablar con usted –le digo, y ella me responde alzando las cejas–. Estaba pensando en volver, pero… he oído que ia Wonnacott ha vuelto a…

–Oh, sí –asiente, echándose a un lado para dejar pasar a un celador–; por suerte, al final no necesitó nuestros servicios.

–Me alegro. También he oído que está buscando una enfermera…

Me invento una historia construida a partir de lo que tiffany me contó, esperando que mis rumores ficticios tengan algo que ver con la realidad.

La señora Rosewood cierra los ojos, como si fuese doloroso organizar sus pensamientos.

–Pretende abandonar el hospital, aunque carece de autonomía, y se le ha metido entre ceja y ceja que la pobre chica que la asistió la última vez se convierta en su asistente personal. Todavía tengo que hablar con ella (con la voluntaria, quiero decir), pero la doctora DeMeis ya le ha asegurado a Miss Wonnacott que ocuparse de ella es mucho trabajo y mucha responsabilidad para una muchachita de dieciocho años, y que de todos modos no es en absoluto recomendable que abandone el hospital, teniendo en cuenta su estado.

–Lo comprendo.

La señora Rosewood me mira de arriba abajo, como sopesándome, y algo brilla en su ojo derecho.

–Si a ti te interesase algo así… eres muy joven, claro, pero con tus estudios y tu experiencia…

No la dejo terminar.

–Me encantaría, pero no tengo un horario muy flexible. Aunque dejase el trabajo en la cafetería, solo dispongo de las tardes. Además, en casa…

La señora Rosewood asiente dos veces.

–Claro, claro, ¿cómo os van las cosas?

–No muy bien, en el sentido de comprar-una-silla-de-ruedas-y-tramitar-la-tarjeta-de discapacidad.

Aunque él quiere caminar todo lo que pueda.

–Comprendo.

–Pero sigo interesada en realizar algún tipo de voluntariado. Quizá no en la Hiraeth, aunque espero que usted pueda ayudarme… si conociese alguna asociación que me permitiese ayudar a enfermos de ataxia…

El suspiro de la señora Rosewood me detiene. Su mano cae sobre mi hombro como un animal disecado.

–¿Realmente crees que es la mejor opción? En tu caso…

–Estoy decidida. Trabajar en la Hiraeth fue muy duro, pero me siento… –es difícil condensarlo todo en

una sola palabra– inquieta. Ahora mismo necesito estar ocupada todo el tiempo, no sé si me entiende.

–Desde luego que sí –dice, con una sonrisa que parece arrastrada por su propio pasado, y me doy cuenta de que nunca le he preguntado qué la empujó a organizar una asociación como la Hiraeth–. Haré un par de llamadas. Te avisaré si encuentro algo.

–Muchas gracias –digo, y bajo las escaleras de tres en tres para llegar más o menos puntual.

tiffany ya está en la cafetería, tomando una manzanilla y hablando por el manos libres, cuando llego.

–Disculpa, estaba hablando con mi amigo Harlon –dice, quitándose el auricular, y me invita a sentarme frente a ella.

–Hablas mucho de él.

–Es difícil no hacerlo. Si lo conocieras, te darías cuenta.

–Me gustaría hacerlo –le digo por cortesía, y ella sonríe.

Tiene una sonrisa de un único hoyuelo y ojos cristalinos.

–Intentaré presentártelo –dice, y en ella las palabras suenan como una promesa apasionante.

–Disculpa que haya llegado tarde, por cierto, es que me encontré con la señora

Rosewood…

–¿Ah, sí? He quedado con ella más tarde. Quería hablar conmigo. ¿Quieres?

Señala el medio sándwich de mermelada que hay ante ella y que rechazo por educación.

–Tranquila, no lo compré aquí. La mermelada la hace mi padre.

–Ah.

–young e Hijos, maestros confiteros. Puedes comprarla en su página web y en tiendas especializadas. Mi padre llamó a la marca así porque espera que mi hermano Leo o yo heredemos el negocio en el futuro.

Arrugo la nariz y doy un mordisco al sándwich. La mermelada es de arándanos, y sabe a infancia y a verano.

–¿Leo? Todos en tu familia tenéis nombres de raros.

–Solo mi generación. Es que mi padre, antes de volverse un poco hippie y convertirse en un maestro confitero, era catedrático de literatura inglesa en la Universidad de A Coruña. Le pirra Shakespeare.

Cuando yo era pequeña, pensaba que Shakespeare era su amante y que por eso él y mi madre se habían divorciado.

Sonrío, porque en realidad tampoco sé muy bien qué decir. No me gusta cuando me quedo sin palabras y mi boca parece un desierto.

–Mi padre es profesor de historia en un instituto de por aquí –digo, observando la laca de uñas rosa que acaba de desprenderse de mi meñique derecho–. Ahora está escribiendo su tesis doctoral.

–¿Ah, sí? ¿Y de qué trata?

tiffany me dirige una sonrisa de gajo de naranja y el par de ojos más brillantes que he visto jamás. Para ella todo suena curioso y nuevo y excitante, como si fuese una niña por primera vez en un parque de atracciones.

–No es muy interesante. Algo sobre la peste negra en Escocia.

Pobre papá. En realidad, nadie en la familia está demasiado interesado en su tesis doctoral, aunque él siempre trata de sacar el tema en las comidas familiares (lo cual, como mamá siempre le recuerda, es una asquerosidad). Una vez Tayo fingió que le apasionaba la llegada de la peste negra a Escocia. Fue una asquerosidad.

–Me gusta la historia –dice o tiffany, dándole un último sorbo a su manzanilla–. Quizá acabe estudiando eso, aunque también me interesan la física y las matemáticas y no sé cuántas cosas más. Odio tener que tomar una decisión tan importante tan pronto, ¿tú no? A lo mejor por eso suspendí la selectividad.

–A lo mejor fue por alguna razón. A lo mejor había algo esperándote.

–A lo mejor –concede, e introduce la mano en su bolso para depositar mi biografía de

Darwin sobre la mesa–. Aquí tienes. Me gustaría quedarme más tiempo, pero tengo que irme ya.

¿Un paciente?

tiffany niega con la cabeza.

–No, esta vez la paciente soy yo. Ya nos veremos, ¿vale? ¿Vas a volver a la Hiraeth? –Todavía no lo he decidido.

–Espero que sí. Si no, siempre puedes mandarme un WhatsApp de madrugada. Puede que esté volviendo de fingir que quiero casarme con un chico y lo necesite.

Cuando ya no está, me fijo en que ha dejado una servilleta doblada junto al platillo en el que había depositado el sándwich, y que en ella ha escrito mi nombre: taeyeon.

Es una nota. Una nota para mí.

 

TIFFANY

 

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss