Océanos I

La canción número 7 (Adaptación Taeny)
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Tiffany:

La pequeña pantalla que tenía justo delante de mi asiento indicaba que nos hallábamos sobre Groenlandia. Estábamos sobrevolando el atlántico norte en plena noche. La mayoría de los pasajeros de aquel vuelo de British Airways estaban dormidos. La cabina de aquel enorme avión se hallaba tenuemente iluminada, casi a oscuras, pero yo era incapaz de dormir. Me hallaba sentada junto a la ventanilla y mis ojos se perdían en la obscuridad de la noche.

Lo único que alcanzaba a distinguir eran unas remotas y brillantes estrellas. Imaginé que una de ellas era Heesun, iluminando mi camino, a pesar de que no había podido cumplir mi promesa de cuidar de Taeyeon. Ella me lo había impedido, y Heesun lo sabía. Dónde fuera que se encontrara, quizás en alguna dimensión paralela a la nuestra, comprendía que no había tenido elección y no me culpaba por ello. Seguramente el cielo no se halle por encima de nuestras cabezas (como tradicionalmente siempre pensamos); no obstante, no podía evitar sentirla más cerca desde allí arriba.

Me acurruqué con la manta que las azafatas me habían proporcionado y estiré un poco las piernas. Había tenido la suerte de que el asiento de al lado estuviese vacío, así que pude (por decirlo de alguna forma) viajar con cierta comodidad. Mientras escuchaba música en mi iPod, observé mi muñeca vacía. Gracias al sol la marca del brazalete casi había desaparecido, pero aún extrañaba no llevarlo puesto.

"Más vale que te acostumbres", me dije a mí misma, "Eso es el pasado y ahora te diriges hacia tu futuro, hacia una nueva Tiffany que tú solita tienes que descubrir"

Aquella precipitada escapada iba a durar dos meses. Gracias a Jaejoong, que se puso a mover hilos entre todos sus contactos, encontré la excusa perfecta para dejar Yeongjong lo antes posible. Henry, un tipo que había sido compañero de piso de Jaejoong durante su estancia en Nueva York, había regresado un par de años atrás a su California natal. Su familia poseía un rancho en el precioso condado de Marin, situado a tan sólo unos kilómetros al norte de San Francisco, por lo que había decidido aprovechar la oportunidad para montar una escuela de equitación. Aquel verano iba a organizar, por primera vez, un campamento de equinoterapia con el fin de convertirlo en algo permanente si la experiencia tenía éxito. Para ello estaba buscando a gente que estuviera dispuesta a formar parte del equipo multidisciplinar necesario para poner en marcha su plan. Necesitaba, entre otros, a médicos, psicólogos, pedagogos, y a jinetes experimentados que ejercieran de instructores. En cuanto Jaejoong se enteró de mi firme intención de salir de Korea durante el verano, me puso inmediatamente en contacto con su amigo. Aquella oportunidad estaba hecha a mi medida: era una buena amazona y mi nivel de inglés era bastante avanzado. Además, desde el momento que había preparado aquella noticia sobre la terapia con caballos, no había dejado de informarme sobre el tema. Me fascinaba el hecho de que algo que yo siempre había utilizado inconscientemente como una válvula de escape afuera, de hecho, una práctica para aliviar un gran abanico de patologías. Cuando, tras intercambiar una serie de e-mails con Henry, éste decidió ofrecerme un puesto de monitora en su rancho no lo dudé ni un segundo; necesitaba salir de Yeongjong cuanto antes. Por eso me encontraba en aquel vuelo, camino a un lugar desconocido donde poder empezar de cero.

Había decidido llegar unos días antes del inicio del campamento pues quería familiarizarme con la ciudad y sus alrededores. Henry me recogió en el aeropuerto internacional de San Francisco tras aquel largo viaje con escala en Londres. Llegué agotada pero llena de adrenalina. Ni las más de dieciséis horas de viaje, sumadas a las nueve horas de diferencia horaria, consiguieron robarme la ilusión por aquella aventura que emprendía.

Mientras Henry conducía su enorme pick-up por la autopista 101 hacia el norte, en dirección al centro de la ciudad, mantuvimos una animada charla. Como Jaejoong, apenas sobrepasaba los cuarenta años, y era el prototipo de hombre californiano (atractivo y desenfadado) que a más de una la habría dejado con la boca abierta.

Según él, lo mejor que podía hacer para superar lo antes posible el jet lag era permanecer despierta hasta el anochecer. De esa forma dormiría durante la noche y me acostumbraría más rápido a la gran diferencia horaria que existe entre California y Korea. Para ayudarme a conseguirlo, me llevó a un agradable café en North Beach, donde nos sentamos en una terraza de la avenida Columbus, desde la cual se divisaban los altos rascacielos del vecino barrio financiero.

—You better enjoy it! (¡Más vale que lo disfrutes!) —me aconsejó con su perfecto acento americano.

—Enjoy what? (¿Disfrutar el qué?) —pregunté confundida.

—The fact that you are having a cup of coffee under the sun. That is not very usual in this city in the summer time. As, supposedly, Marc Twain once said: "The coldest Winter I ever spent was a summer in San Francisco." (El hecho de que estés tomando una taza de café bajo el sol. Eso no es muy normal en esta ciudad en la época de verano. Como, supuestamente, Marc Twain una vez dijo: "El invierno más frío que he pasado nunca fue un verano en San Francisco")

No tardé en comprobar que Henry no exageraba. Aquella ciudad contaba con un característico y caprichoso microclima que hacía que de repente, en pleno mes de julio, una espesa niebla se arrastrara, espesa y voraz, desde el océano Pacífico. En cuestión de minutos una tibia mañana soleada se convertía en una tarde húmeda y fría. Lo más curioso de aquello era que las nubes (que cubrían sin piedad la península donde se sitúa la ciudad) se detenían al llegar a la bahía, y el sol brillaba de nuevo más allá de esa barrera invisible. Si cruzabas el Golden Gate o el Bay Bridge (puentes que unen San Francisco con las localidades del otro extremo) el verano volvía como por arte de magia. Desde el otro lado de la bahía se apreciaba cómo la ciudad permanecía envuelta entre blancos algodones, con la punta del edificio Transamerica sobresaliendo orgulloso por encima de las nubes; se trataba de un fenómeno realmente impresionante y atípico.

Henry y yo permanecimos hablando durante un par de horas en aquel café de North Beach hasta que Nicoleta (la joven italiana que iba a ser mi compañera de piso) llamó a su móvil para avisarle de que ya se encontraba en casa. De camino por las empinadas calles que conducían a Nob Hill (el pintoresco barrio residencial donde se encontraba el piso que sería mi hogar en los próximos dos meses), Henry me explicó que su amiga sería mi mejor aliada durante el campamento. Había llegado un año antes a San Francisco, igual de perdida e ilusionada que yo, buscando desesperadamente empezar de cero, tras pasar por el duro trance de perder a su hermana gemela por culpa de la anorexia. Era psicóloga y había decidido formar parte del grupo de terapeutas que iban a comenzar, junto con Henry, aquel proyecto de equinoterapia. Nicoleta sabía lo que significa llegar desde otro continente a un lugar desconocido; por eso él consideró que alojarme con ella era mucha mejor opción que permanecer en el rancho, donde me sentiría más aislada y tendría más dificultades para poder moverme a mis anchas. Ella acudiría allí a diario en su coche para asistir a los pacientes que iban a seguir el tratamiento con los caballos, por lo que encontrar un medio de transporte para ir al condado de Marin no sería un problema para mí. Así, por las tardes y los fines de semana yo podría descubrir a mi antojo todo lo que aquella metrópolis tenía que ofrecer.

Al llegar al cruce de la calle Leavenworth con la calle Clay, Henry detuvo el enorme vehículo y me ayudó con las maletas. El edificio de esquina donde iba a vivir durante aquel verano me dejó boquiabierta. Ni en mis mejores sueños habría imaginado que me iba a mudar a un lugar tan encantador y con semejantes vistas. Se encontraba en lo alto de una de las siete colinas de la ciudad. Su fachada de madera pintada de blanco contaba con cuatro pisos. Los balcones de esquina acristalados eran redondeados y parecían volar sobre la acera. En uno de los lados, divisé las escaleras metálicas de emergencia algo desconchadas y maltrechas, que me recordaron a las miles de series americanas que he visto desde niña. Aquel edificio aparentaba tener más de cien años; debía ser de los pocos que habían sobrevivido al gran terremoto de 1906.

Ese detalle me tranquilizó, puesto que si seguía en pie es que era más seguro de lo que aparentaba.

Nos adentramos en el portal y cogimos el viejo ascensor. Al llegar al último piso, Henry me indicó que lo siguiera. Me condujo hasta el final del pasillo, donde enseguida apareció una sonriente chica de pelo oscuro y tez muy morena. Nicoleta, con su preciosa gata persa en los brazos, nos recibió de muy buen talante y nos invitó a pasar. Una vez allí me di cuenta de que me había ganado la lotería: desde aquella acogedora sala de estar se divisaba toda la bahía a través de un amplio balcón acristalado, con el Golden Gate Bridge a la izquierda y la isla de Alcatraz a la derecha. Entre ambos, una intensa y azul masa de agua se encontraba salpicada con decenas de barcos de vela. Me aproximé al ventanal con tal cara de asombro que ella se echó a reír.

—Es bonito, ¿verdad? —pronunció en un perfecto coreano. ¡Encima tenía la suerte de que mi nueva compañera hablara mi idioma!—. Yo puse la misma cara cuando vi este piso por primera vez. Questo è incredibile!

—No tengo palabras... —balbuceé—. Gracias por acogerme en tu piso, ¡ciertamente es increíble!

—Allora! Déjame que te enseñe tu habitación —me ofreció—. Las vistas son igual de bonitas, già verità!

Tenía razón. El dormitorio era una belleza, con una gran cama y un escritorio frente a la ventana, a través de la cual también se divisaba la bahía. El piso tenía dos dormitorios, cada uno con su cuarto de baño. Entre ambos se situaban el salón y una pequeña cocina. ¡No me creía la suerte que había tenido! La chica que hasta el momento había vivido con Nicoleta se había ido hacía poco y ella no había encontrado todavía una sustituta. Estaba encantada de dejar que me quedara allí porque, según me contó esa noche, todavía dudaba de si quedárselo para ella sola o buscar a alguien con quien compartirlo. Como yo sólo me quedaría dos meses, eso le daba tiempo para tomar una decisión. Me contó que hablaba coreano porque su tía se había casado con un coreano y que de niña iba todos los veranos a Korea a veranear. Estuvimos charlando en su confortable sofá sobre millones de cosas hasta que, extenuada, le di las buenas noches.

Llevaba más de treinta horas sin dormir y mi cuerpo ya no aguantaba más.

Durante aquella primera semana me dediqué a descubrir a solas la ciudad.

Nicoleta se marchaba a trabajar antes de que yo me despertara, así que tan sólo la veía por las noches. Trabajaba a tiempo parcial en un centro médico, donde ejercía su carrera de psicóloga.

Se había especializado en el tratamiento de los trastornos alimenticios, motivada por ayudar a otras personas a que salieran de la trampa mortal en la que había caído su hermana. Era fácil llevarse bien con ella; se trataba de una chica muy sociable y extrovertida. Tenía una enorme facilidad para hacerte sentir como en casa. Supongo que su profesión ayudaba a que se le dieran bien las personas, y a mí me agradó enseguida. Lo bueno de su compañía era que, aunque se había percatado enseguida de la enorme mochila de emociones que yo acarreaba a la espalda, no intentaba que le confiara más cosas de las que yo quería. Respetaba mis silencios. Eso me hacía sentir muy a gusto en su compañía. Pero eso era por las noches. Las horas del día eran sólo para mí hasta que comenzara a trabajar en el rancho. No me importó; necesitaba esa soledad y la disfruté muchísimo.

Comenzaba el día tomando un sabroso desayuno frente al ventanal del salón, mientras mi vista se perdía en la bahía. Fumaba un cigarrillo tranquilamente (ésa era una de las ventajas de convivir con una europea, puesto que la mayoría de los americanos me habrían prohibido hacerlo en su casa), y luego me preparaba para mis excursiones urbanas. Si el día era soleado, bajaba caminando las empinadas cuestas hacia Union Square, donde tomaba un café al aire libre y observaba el ir y venir de los turistas que se agolpaban en la parada del viejo tranvía de la calle Powell.

Después de mi segundo café de la mañana, hojeaba la guía de la ciudad y decidía hacia dónde dirigirme. El primer día caminé por el centro financiero y, atravesando el barrio chino, llegué a North Beach y comí en un restaurante italiano en Washington Square. El segundo día tomé el Street Car en dirección al barrio de Castro, reino de la amplia comunidad gay de la ciudad. Desde allí me encaminé al soleado y alegre barrio de Mission, donde los restaurantes mexicanos aparecían por doquier.

Comí un delicioso burrito en la taquería Cancún y, la verdad, fue muy agradable poder comunicarme con los camareros en inglés. Ellos me recomendaron que visitara una pequeña calle cercana llamada Balmey Alley, que contaba con decenas de coloridos murales que me dejaron con la boca abierta. Cada uno de ellos representaba alguna injusticia que querían condenar. La mayoría se refería a violaciones de los derechos humanos o a abusos políticos cometidos en países de centro América, pero también había referencias a problemas de la comunidad local, e incluso un recuerdo a lo sucedido con el huracán Katrina. A pesar de la gravedad de los temas sobre los que trataban, aquellas pinturas callejeras no resultaban tristes ni deprimentes. Todo lo contrario; su vibrante colorido era un canto a la esperanza.

El tercer día visité el MOMA. Pasé toda la mañana deambulando por sus salas repletas de arte contemporáneo. Luego, sumándome a la larga cola de turistas, tomé el famoso tranvía que me llevó a la plaza Ghirardelli, desde la cual caminé hasta el famoso Pier 39, donde un grupo de leones marinos habían fijado su residencia. Almorcé sin prisa en uno de los restaurantes que dominaban la bahía, mientras leía un libro y dejaba que la brisa marina jugara con mi pelo.

¡Había tanto por ver y descubrir!

Mi siguiente excusión fue al bohemio barrio de Haight Ashbury , que había sido el epicentro del movimiento hippie de los sesenta. Pasé la mañana paseando por las calles de aquel encantador barrio de casitas victorianas. Entré en todas sus pequeñas y estrafalarias boutiques, tan diferentes a las cadenas de tiendas del downtown. También pasé un buen rato en Amoeba, una interesante tienda de música donde descubrí grupos totalmente desconocidos para mí. Me hice con varios CD's para ampliar mí ya extenso repertorio musical. En mi caminar me crucé con gente de lo más diversa y extravagante. Estaba tan ocupada absorbiendo cada detalle de lo que me rodeaba que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía tiempo de sentirme triste ni vacía. Aquella noche, tras un día agotador y sobreestimulante, caí una vez más como un bebé en la cama. Dormí nueve preciadas horas del tirón.

Cuando desperté a la mañana siguiente, la niebla y el frío habían hecho acto de presencia, por lo que mis largos paseos llegaron a su fin. Decidí tomar el metrobus número uno que me acercó hasta la calle Fillmore, donde me atrincheré en el sillón de uno de sus encantadores coffee shops. Pasé allí la tarde, leyendo y observando a la gente que entraba y salía. Algunos permanecían un largo rato, entretenidos con sus ordenadores portátiles o leyendo alguna novela.

Otros se limitaban a tomar algo rápido mientras hablaban por el móvil, y los últimos entraban fugazmente para llevarse un café en un vaso de papel y seguir su camino. Lo pasé en grande observando la gran variedad de gente que me rodeaba. Aquel pequeño café era como una representación de la ONU, con hombres y mujeres de todas las razas y procedencias. San Francisco era, sin dudarlo, uno de los lugares más cosmopolitas y abiertos donde jamás había estado. Y lo más curioso de todo era que, a pesar de encontrarme tan lejos de casa, y o encajaba allí como una más. En una ciudad como aquella, tan plural y acogedora, todos teníamos cabida, y nadie, por muy diferente que pudiera ser, desentonaba en absoluto. Era muy normal ver grupos mixtos charlando, sin importar su raza, religión u orientación ual.

Una tarde, en la que el sol había salido tímidamente tras varios días consecutivos de niebla, me decidí a tomar el autobús que llegaba hasta el final del Golden Gate Park y llegué hasta Ocean Beach. El océano Pacífico se extendía ante mis ojos como un gigante en movimiento. Las impresionantes olas rompían contra la orilla, provocando un ensordecedor tumulto que me maravillaba. Me encontraba a miles de kilómetros de distancia de todo lo que conocía, de todo aquello que me era familiar. A pesar del vértigo que me producía aquella enorme distancia que me separaba de los míos, la oportunidad de comenzar de cero, sin recuerdos ni ataduras, me mantenía en un estado de excitante curiosidad. Mientras paseaba por aquella gigantesca e inhóspita playa, donde la ciudad de San Francisco se asoma hacia el lejano oriente, me percaté de que nunca jamás el horizonte se había perdido para mí en dirección a aquellas lejanas tierras. Había mirado hacia Tailandia desde las costas del sur de Korea, y hacia Oceanía desde las costas japonesas, pero jamás había perdido mi vista en un océano que se dirigiera a tierras tan exóticas. Puede parecer una trivialidad, pero para mí aquel pensamiento tenía mucho significado: estaba abriéndome paso a una nueva etapa de mi vida.

Me había aventurado a dejar atrás la comodidad de todo aquello que no suponía ningún riesgo, en un intento de convertir el dolor y la confusión en una oportunidad para conocer mejor el mundo y a mí misma. Aquel último año había sido demasiado intenso y enriquecedor como para permitir que el rechazo de Taeyeon enterrara todo aquello que había conseguido.

En Yeongjong no iba a ser capaz de superar su ausencia, ya que en cada rincón había un recuerdo acechándome. Sin embargo, San Francisco me brindaba la oportunidad de canalizar todas mis energías hacia rincones inexplorados y apasionantes. El simple hecho de no conocer la ciudad provocaba que despertarse cada mañana fuera excitante; cada paseo era una aventura para explorar algo distinto.

Mientras paseaba por la playa pensé en lo interesante que había sido esa semana; prácticamente había estado todo el tiempo conmigo misma, algo que nunca antes había experimentado. En Yeongjong siempre tenía la compañía de mi gente. Incluso cuando había sufrido el peor momento de mi depresión y no quería ver a nadie, la presencia de mis padres me había arropado. En San Francisco, a excepción de las noches que había pasado en compañía de Nicoleta, había permanecido absolutamente sola todo el tiempo. Descubrí, para mi sorpresa, que existía una interesante paz en aquellas largas horas de soledad. No tenía que hablar, ni evitar a nadie, tan sólo debía ocuparme de abrir bien mis sentidos a todas aquellas novedades. No voy a decir que no me sentía melancólica. De hecho, ese era mi estado de ánimo permanente. Trataba de no acordarme de Taeyeon, pero era imposible no hacerlo. Deseaba con todas mis fuerzas que saliera de las sombras que la acechaban. Ya había sufrido demasiado. Merecía ser feliz.

Yo también lo merecía, y por eso me encontraba allí, para poder resetear mi mente y abrirme a nuevas experiencias.

Cuando abandoné la playa, me adentré en el enorme parque del Golden Gate y caminé durante casi una hora hasta llegar a la California Academy of Sciences. Aquel museo de ciencias me interesaba, más que por su contenido, por su continente. El nuevo edificio, diseñado por el arquitecto Renzo Piano, había abierto sus puertas recientemente. Gracias a mi padre, estaba al tanto de lo complejo e interesante del proyecto, y desde mi llegada había sido uno de mis objetivos a visitar. El novedoso museo cuenta con un tejado de formas sinuosas y redondeadas sobre el cual se ha creado un maravilloso jardín, consiguiendo que el edificio conviva en perfecta armonía con los altos árboles que lo rodean. La sostenibilidad y el respeto al medio ambiente son las premisas fundamentales; se trata de un ejemplo perfecto de cómo la arquitectura puede ser bella a la vez que responsable. Abandoné el museo gratamente impresionada. Debía mencionárselo a mi padre la próxima vez que llamara a casa.

Tras haber pasado todo el día caminando, me hallaba exhausta. Salí del parque y me dirigí a la parada de autobús más cercana con la intención de regresar a casa. Mientras esperaba, mi teléfono móvil sonó. Era Nicoleta.

— ¡Hola bambina! —me saludó con su alegre voz—. ¿Qué haces?

—Acabo de salir del California Academy of Sciences y me iba ya a casa.

— ¿Estás en el Sunset?

Aquél era el barrio que quedaba al sur del Golden Gate Park.

—Sí, estoy en una parada en Lincoln Way —respondí.

— ¡Estupendo! —exclamó maravillada—. How convenient! (¡Qué apropiado!)

Las conversaciones con ella siempre eran una mezcolanza trilingüe de lo más divertida.

— ¿Por qué? —pregunté. No sabía qué tenía de especial el hecho de que me encontrara en una simplona parada de autobús en aquella larguísima calle que bordeaba el lado sur del parque.

—En la novena avenida con Lincoln hay un café que se llama The Canvas y yo justo voy para allí —me explicó con su inconfundible acento italiano—. En una hora tocan allí unos amigos míos que tienen un grupo de jazz. He pensado que podía apetecerte.

—Estoy un poco cansada... —me excusé. Lo que más me apetecía era llegar a casa, darme un largo baño y mirar el e-mail en mi portátil. Aunque me costara admitirlo, aún albergaba una pequeña esperanza de que ella se pusiera en contacto conmigo.

—Tiffany, ¡no seas aburrida! —me regañó—. Desde que llegaste lo único que has hecho es recorrer la città a solas. It's about time you meet some of my friends! I want you to have a good time! (¡Ya es hora de que conozcas a algunos de mis amigos! ¡Quiero que lo pases bien!)

Sabía que no tenía escapatoria; ella iba a insistir hasta que accediera. Miré a mí alrededor. Me hallaba en la calle Lincoln con la séptima avenida; apenas tendría que caminar dos manzanas para llegar al lugar del que ella me hablaba.

—Ok, Nicoleta. Voy para allá.

— ¡Fantástico! —exclamó satisfecha—. Espérame allí. Non più di cinque minuti di ritardo!

Aunque mis conocimientos de italiano eran nulos, pude descifrar que me había dicho que no tardaría más de cinco minutos en llegar. Me encaminé hacia la novena avenida y al llegar a la esquina me adentré en el local del que me había hablado Nicoleta.

The Canvas era un espacioso coffee shop, de techos muy altos, con una barra cuadrada en el centro, alrededor de la cual se disponía una zona de mesas, otra con sofás, un pequeño escenario y un espacio destinado a galería de arte. Mientras esperaba a mi amiga, me entretuve observando los cuadros y esculturas allí expuestos. Eran, básicamente, manchas de color, y aun así desprendían una fuerza impresionante. Eran agresivos y cálidos al mismo tiempo, lo que me mantuvo absorta contemplándolos, hasta que la voz de Nicoleta me sacó de mi ensimismamiento.

—This place is awesome, isn't it? (Este lugar es increíble, ¿verdad?) —comentó en inglés. La facilidad con la que Nicoleta cambiaba de idioma era impresionante.

—Sí, es un café muy original —asentí.

La idea de convertir una cafetería en un espacio donde también tuvieran cabida el arte y la música me pareció sublime. Nicoleta me presentó a los cuatro músicos, que preparaban sus instrumentos en el pequeño escenario, lo que me recordó dolorosamente a los miembros de Cube, a quienes había ayudado en numerosas ocasiones con los preparativos. A continuación pedimos unas cervezas y nos sentamos en uno de los confortables sofás situados junto a la ventana. Mientras esperábamos a que el concierto diera comienzo, ella me explicó que en aquel café no sólo organizaban exposiciones y música en vivo, sino que también había recitales de poesía, charlas y curs

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Comments

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SharnLovesTaeNy
#1
Hello! I'm interested in your story but I can't understand it.. Can I have an english version of this? Thank you!
Skyth06
#2
Chapter 43: Es fantástico
nahlot
#3
Chapter 43: Wow, lo leí de principio a fin en unas horas y puedo decir que me gustó mucho, gracias por subir esta adaptación.
roguecr #4
Chapter 43: Esta hermoso . Lo empece a leer y ya no pude parar hasta terminarlo. Me encanto . Gracias por subirlo
Aapark #5
Amazing
Elizabeth14 #6
Chapter 14: Sgjjdjlsdhl sube otro cap por favor
KazKaz18 #7
Chapter 14: 15 y 16?
Skyth06
#8
Chapter 14: Siempre lo dejas en la mejor parte
Pink_gangstah #9
Chapter 12: Que triste D: ya quiero leer que sigue <|3
Skyth06
#10
Chapter 12: Quedó buenísimo uno más xfaa