—¿Olvidaste todo acerca de mi vieja yo?—preguntó Hyuna e hizo una mueca.

—¿Qué? —le pregunté

Ella me ignoró.

—Coqueteas con esa chica, pero en realidad no la quieres. Me quieres a mí.

—¡Fuera de aquí, Hyuna! —exigí, bajando las escaleras de la villa.

Me sonrió, pero no era una hermosa sonrisa, era escalofriante.

—Perdiste todas tus ganancias —Ella sonrió, profundizando la herida.

Se me heló la sangre en las venas y me detuve en la parte inferior de las escaleras.

—Sí, perra, gracias a ti, todo se ha ido.

Sonrió, echando la cabeza hacia atrás.

—¿Ahora cómo vas a dejarlo?

—Estas bromeando. Ya lo hice.

Negó con la cabeza.

—Mi amor, simplemente crees que lo hiciste.

—¿De qué estás hablando?

—Tienes que compartir lo qué tienes con tu hermana. Ahora no tienes suficiente. Volverás a él porque sabes que te llevará de vuelta, incluso después de lo que hiciste, te llevará de vuelta porque no puede confiar en nadie más. Lo necesitas. Precisas lo que él te consigue, lo que necesitas.

—Cállate.

—¡Él es tu distribuidor! —chilló.

—No, vamos a estar bien —Negué desesperadamente—. No lo necesito más — susurré, en un intento de apaciguarme a mí misma.

—Mentirosa —cantó, meneando su cabeza hacia adelante y atrás como si estuviera demente, antes de lanzarse en el sofá.

Pasé por delante de ella hacia la cocina. Se levantó del sofá, corrió hacia mí y se subió sobre el mostrador al lado de donde yo estaba.

La estudié.

—¿Por qué estás aquí?

—Soy Hyuna —dijo, como si eso lo explicara todo.

—¡Fuera de aquí! —exigí, pero no se movió.

La ignoré y abrí mi ordenador portátil en la mesa del café, ingresando a mi cuenta. Podía sentir el alivio de la presión acumulada en mi pecho mientras leía el saldo. Tan cerca, pensé.

—Sin embargo, aún estas lejos —incitó ella, riéndose un poco al final.

Mi despertador sonó a las cuatro y treinta de la mañana, me desperté sobresaltada, confusa, y más que un poco aturdida por mi sueño. Miré a mi alrededor y me había olvidado de dónde estaba. Mi entorno estaba casi completamente oscuro.

—Estúpida alarma —susurró SoMin, su voz estaba ronca por el sueño.

Querido Dios. Remolque. Mimí. Embarazada. Ganado. Rancho… Stephanie.

Todo llegó apresuradamente sobre mí en ese instante, abrumándome, pero la última imagen, la imagen del rostro sonriente de Stephanie, me hizo dar escalofríos. Sonreí internamente. La quería.

SoMin encendió la luz y la sonrisa desapareció. Tiré las mantas sobre mi rostro y gemí.

—Las cuatro y treinta de la mañana fue inventada por Dios para molestarme.

—Y a mí —intervino Mimí.

—Supongo que no es más de lo que merecemos. —Me reí.

—Habla por ti misma —dijo antes de cerrar la puerta del baño. La oí vomitar al otro lado.

Me obligué a levantarme y me lavé los dientes en el fregadero de la cocina, mirando al sendero. Estaba oscuro. La única luz provenía de la ventana en la que estaba sentada, y esa sólo se extendía unos pocos metros.

SoMin apareció y se acostó, gimiendo. Acercándome a ella, aparté suavemente el cabello de su rostro, y luego me dirigí al baño para ducharme. Mientras estaba allí la noche anterior, descubrí que tenía sólo tres posiciones diferentes en las cuales podía ducharme. Esto era una mierda.

La noche anterior busqué entre mis cosas y encontré que no tenía nada que ponerme que no fuera examinado por Stephanie, así que agarré mis vaqueros más viejos, una ajustada camiseta térmica y encima una blusa azul marino y posteriormente una camisa a cuadros rojos con botones. Me puse las botas similares a las del día anterior, pero sin tacones esta vez.

Abrí la puerta, pasando por la ropa que había usado ayer cubierta de placenta y que estaba tirada al suelo. Mientras lamentaba la pérdida, fui interrumpida por las luces de una cuatrimoto merodeando por el sendero cubierto de nieve. Mi mano se levantó inmediatamente para proteger mis ojos de su brillo, tan deslumbrante contra la oscura mañana. El vehículo se detuvo y las luces se apagaron. Era Jonah.

—¿Todo bien? —le pregunté.

—Uh, sí —dijo, evitando el contacto visual—. Sólo pensé que a SoMin le gustaría un paseo hasta la casa principal.

—Eso es muy amable de tu parte —le dije, estudiando a Jonah.

—Sí, bueno, pensé que no querría caminar a través del frío y la nieve en su condición.

Abrí la puerta y me apoyé en ella, manteniendo a Jonah afuera.

—Mimí, ¿estás decente?

—Sí, estoy vestida. ¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó, acercándose por el estrecho pasillo central, sólo luciendo un poco pálida.

—Jonah Hwang está aquí para acercarte hasta la casa principal.

Se mordió el labio inferior.

—Oh, eso es muy amable.

Dejé que la puerta se cerrara detrás de mí.

—Lo es, ¿no es así?

—Cállate, Taeng.

Ella pasó junto a mí y abrió la puerta para Jonah.

—Adelante —lo invitó. Jonah entró—. Eso es muy amab