Cap 3
Culpa Mía ©TAEYEON
—Steph—me dijo cortante—Me llamo Steph.
Me hizo gracia la forma con la que me fulminó con la mirada. Mi nueva hermanastra parecía ofendida porque me importase una mierda cual fuera su nombre o el de su madre, aunque he de admitir que de su madre si me acordaba. Como para no hacerlo, los últimos tres meses había pasado más tiempo en esta casa que yo misma; Sí, Clara Hwang se había metido en mi vida como si de un mendigo se tratase y encima venía con acompañante.
— ¿No es ese un nombre de chico?—le pregunté sabiendo que eso la molestaría —Sin ofender, claro—agregué al ver que sus ojos color miel se abrían aún más.
—Pues sí, pero también es de chica, puesto que Stephanie es mi nombre, pero Tiffany es mi Apodo—me contestó un segundo después. Observé cómo sus ojos pasaban de mí, a Ginger, mi perro, y no pude evitar volver a sonreír. —Seguramente en tu corto vocabulario no existe la palabra uni. —agregó esta vez sin mirarme. Ginger no dejaba de gruñirle y enseñarle los dientes. No era culpa suya, le habíamos entrenado para que desconfiara de los desconocidos. Solo haría falta una palabra mía para que pasara a ser el perro cariñoso de siempre… pero era demasiado divertido ver la cara de miedo que tenía mi nueva hermanita como para poner fin a mi diversión.
—No te preocupes, tengo un vocabulario muy extenso—dije yo cerrando la nevera y encarando de verdad a aquella chica—Es más, hay una palabra clave que a mi perro le encanta. Empieza por A luego por TA y termina en CA—El miedo cruzó su rostro y tuve que reprimir una carcajada. Entonces pasé a fijarme un poco más en su aspecto.
Era alta, seguramente uno sesenta y ocho o uno setenta no estaba segura. También era delgada, y no le faltaba de nada, había que admitirlo, pero su rostro era tan aniñado que cualquier pensamiento lujurioso hacia ella quedaba descalificado. Si no había oído mal ni siquiera había acabado el instituto, y eso se reflejaba claramente en sus pantalones cortos, su camiseta blanca y sus converse negras. Le hubiese faltado tener el pelo recogido en una coleta y ya podría haberse hecho pasar por la típica adolescente que se ve esperando impaciente por comprar el siguiente disco de algún cantante de quince años que estuviese de moda. Pero, lo que más atrajo mi atención fue su cabello. Era de un color muy extraño, entre rubio oscuro y pelirrojo. Tenía tantas tonalidades que podría haber sido teñido pero no lo estaba, saltaba a la vista que era natural. Lo llevaba largo y le caía sobre sus pechos hasta la mitad de su cintura. Nunca había visto un pelo igual.
—Que gracioso—dijo ella con ironía pero completamente asustada—Sácalo fuera, parece que va a matarme en cualquier momento—me dijo dando un paso hacia atrás. En el mismo instante en que lo hizo, Ginger dio un paso hacia adelante.
Buen chico, pensé en mi fuero interno. Tal vez a mi nueva hermanastra no le vendría mal un escarmiento, un recibimiento especial, que le dejara bien claro de quien era esta casa y lo poco bien recibida que era por mi parte.
—Ginger, avanza—le dije a mi perro con autoridad. Tiffany miro al perro primero y luego a mí, dando otro paso hacia atrás. Pena que chocó contra la pared de la cocina.
Ginger avanzó hacia ella poco a poco, enseñándole los colmillos y gruñendo. Daba bastante miedo pero yo sabía que no iba a hacerle nada, no si yo no se lo ordenaba.
— ¡Por favor para!—grito ella mirándome a los ojos. Estaba tan asustada…
Y entonces hizo algo que yo no esperaba.
Se giró, cogió una sartén que había colgada allí y la levantó con toda la intensión de pegarle a mi perro.
— ¡Ginger, para, ven aquí!—le ordene de inmediato, justo cuando ella levantaba la sartén.
Mi perro hizo inmediatamente lo que le pedí y ella falló el golpe.
¿Pero qué cojones?
— ¿Qué coño estabas a punto de hacer?—le espeté aún sin poderme creer que hubiese estado a punto de pegarle a mi perro. Por poco y lo mata, pero lo que me cabreaba más era haber perdido el control de la situación. No esperaba para nada que ella se defendiese…
— ¡Eres una gilipollas!—me gritó ella entonces, acercándose hacia mí con la sartén aún en la mano. La cogí de la muñeca justo a tiempo de que me diera un buen golpe en el hombro. Ginger ladró a mis espaldas pero no atacó.
Esta chica era de lo más imprevisible, y aun habiéndole cogido de la muñeca no sé cómo pero se las ingenió para darme un golpe en el brazo con la sartén.
Muy bien, hasta aquí hemos llegado.
Con fuerza le arranqué la sartén de las manos y la empujé contra la nevera. Su estatura era casi igual a la mía, pero obvio, yo más baja como por
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