Me levanté en medio de la noche y sentí como si me hubiera quedado en  una nube de sueño inducido, me  figuré que sólo eran las altas temperaturas del exterior. Como eso parecía para el verano de Uganda  como el invierno de América, estaba esperándolo pero me comencé a dar cuenta que el calor inusual era un poco demasiado caliente. Tan extraño como dormir al lado de un radiador.

Abrí perezosamente mis ojos y se encontraron con un par de aburridos ojos marrones. Me levanté.

—¡Mandisa! —Ella no estaba respondiéndome y mi corazón dio un salto a mi garganta—. Mandisa, nena. —Le retiré su creciente cabello fuera de sus ojos e intenté hacer que me mirara, pero no sirvió de nada. Me puse de pie de un salto y abrí mi puerta. Aún estaba oscuro afuera—. ¡Taeyeon! —grité en pánico.

Inmediatamente, una despeinada Taeyeon apareció a mi lado. 

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.

Lágrimas comenzaron a brotar. 

—Es Mandisa —expliqué, señalando a mi cama.

Ella corrió a su lado y tocó su cabeza y su cuello.

—Está ardiendo.

—¡La cocina! —dije, pensando en la fuente más cercana de agua corriente.

Taeyeon recogió a la pequeña Mandisa en sus brazos y sosteniendo delicadamente su pequeño cuerpo.

Corrimos alrededor del árbol Baobab hasta la cocina y comencé a hacer correr el agua, tapando el desagüe. La tina de acero inoxidable era lo suficientemente grande para sumergirla.

Tiré un montón de papel de cocina en el fregadero para amortiguarla y Taeyeon la apoyó en el agua. El agua fría era lo suficientemente impactante para que ella hubiese protestado, pero no salió un sonido de sus diminutos labios y me encontré llevando mi pánico al siguiente nivel.

Frenéticamente la empapamos para hacer bajar su temperatura.

—¿Cariño? —le pregunté después de unos pocos minutos pero ella no respondió—. Dios, Tae —exhalé.

—Voy traer a Karina —dijo y salió corriendo hacia la cabaña de ella y Charles. 

Yo seguía cubriéndola con agua fría corriente y rezando como nunca antes había rezado. Supliqué en voz baja que me respondiera, pero ella se quedó mirando fijamente al frente y mi corazón se hundió en el estómago. 

—¿Dónde está? —dijo una Karina adormilada.

—Aquí dentro —oí a Taeyeon explicar.

Karina vino rápidamente a mi lado y apartó el pelo de mi hombro con su mano, asegurándome del mismo modo en que una madre lo haría. 

—Taeyeon —dijo mirando hacia Mandisa—. Coge mi equipo, por favor.

La rubia salió corriendo de la habitación y volvió con la gran bolsa de remedios que Karina siempre tenía a mano.

Ella sacó una aguja y me miró. 

—Es solo una inyección de acetaminofeno porque no masticará una medicina.

Asentí como si mi aprobación hubiera sido necesaria pero Karina me dio ese respeto de todos modos. Llenó la aguja y Tae me ayudó a levantar sus hombros. Karina secó y limpió la parte carnosa del brazo de Mandisa con alcohol y luego inyectó la medicina. Sentí una casi inmediata sensación de alivio al saber que nosotros estábamos cuidando el exterior y Karina estaba cuidando el interior.

Karina sintió el agua de la bañera y pidió a Taeyeon que la vaciara como si la temperatura del cuerpo de Mandisa la estuviera calentando. Ella hizo lo que le pidió entonces conectando el desagüe una vez más. 

—Sigue vertiendo el agua sobre su cabeza, Steph. 

Tae y yo trabajamos metódicamente vertiendo y vaciando, vaciando y vertiendo. Pasaron veinte minutos y Mandisa estaba notablemente más fría pero seguía sin responder.

—¿Por qué no se está poniendo mejor? —pregunté.

—La medicina hará que se duerma —explicó Karina antes de agarrar mi hombro y girarme hacia ella—. Ella también está muy enferma, Steph.

Karina tomó su temperatura que estaba dentro de un rango seguro por tanto, Tae agarró una toalla y envolvió su pequeño cuerpo. Agarré una bata limpia de la lavandería que parecía que encajaría y ayudé a Karina a meter a Mandisa en ella. Cuando estuvo completamente seca, hice que Tae la llevara a mi cabaña para dormir mientras pensábamos  dónde íbamos a meter a todo el mundo.

Karina se fue a comprobar a todos los niños en sus habitaciones para asegurarse que ninguno más tuviera fiebre.

—Tengo el corazón en la garganta —dije silenciosamente después de que Tae pusiera a Mandisa en mi cama.

La cubrió holgadamente en mis sábanas y la observamos en silencio. Envolvió su brazo alrededor de mi cintura y la avalancha de recuerdos de la noche anterior salió a la superficie, recordándome que podía permitirme darle un abrazo. La agarré y enterré mi cara en su cuello, muy agradecida por su consuelo. Pasó las manos por mi cabello y besó la cima de mi cabeza, haciéndome suspirar. 

Un golpe bajo sonó en la puerta y nos separamos bruscamente. Era evidente cuando nuestros ojos se encontraron que no queríamos darnos a conocer a Karina, o cualquiera hasta que nos diéramos cuenta de lo que éramos  una para la otra.

—Entra —dije, y Karina entró.

—Tres más —explicó ella. Toda vida drenada de sus ojos.

—Steph y yo nos encargaremos de los enfermos, Karina. Nosotros hemos sido vacunados. Hablamos con Pembrook ayer y él ha reservado un avión que debería estar aquí dentro de treinta y seis horas.

—Gracias a dios —susurró, agarrando su corazón—. Pondremos todos los enfermos en nuestra cabaña.

—Los no afectados deberían estar en el dormitorio, pero los que sospechemos que pueden estar poniéndose enfermos han de ser separados también —dijo Tae.

—En la de Solomon y Ruth, tal vez —ofrecí.

—¿Dónde se quedarán ellos? —preguntó la rubia.

—Se han marchado con sus hijos a la casa de la hermana de Ruth —nos dijo Karina.

—No puedo entenderlo —ofreció Tae decepcionada.

—Cuando ella despierte —dijo Karina, apuntando a Mandisa—, llévenla a nuestra casa.

Taeyeon asintió y Karina se había ido.

Nos miramos una a la otra y tantas emociones revolotearon entre nosotras. En los ojos de Tae leí la gravedad de la tormenta que se estaba gestando de puertas para afuera, la decepción egoísta de que no pudimos explorar lo que estaba pasando entre nosotras y la vergüenza obvia que ella pensaba en sí misma cuando no debería haber sido.

No podía culparle porque yo estaba pensando lo mismo. Le cogí las manos para tranquilizarla, que esto pasaría, que tendríamos nuestro día. Ella sonrió ligeramente y ese fue todo el tiempo que nos permitimos para reconocer esa decepción. Teníamos peces más gordos que freír.

El día y medio siguiente fueron puro caos. Mercy era el único adulto que parecía estar afectada incluso aunque el virus aun estuviera incubando, pero eso estaba bien para nosotras tan pronto como las vacunas llegaran. Tae y yo pasamos la noche siguiente repetidamente de un lado para otro, cuidando de los niños muy enfermos, reduciendo fiebres, tratando síntomas y manejando nuestros dedos hasta los huesos en un fútil intento de desinfectarlos.

Cada pocas horas cogíamos a un nuevo niño. Estábamos agotando los rebajadores de fiebre y las bolsas de suero. Nuestra única esperanza era el envío y que iba a llegar tarde ese segundo anochecer. Teníamos ayuda de Pemmy una vez más y se nos informó que yo, personalmente, tendría que firmar por el envío a las siete.