"Debilidad"
Vain (TaeNy Ver.)Las puertas se abrieron, como si esperaran nuestra llegada, a las cuatro y pidiendo que volviera. La noche que una vez encontré increíblemente cuarenta y cinco de la mañana, el sol todavía tendría que salir y me encontré tranquila y hermosa ahora se sentía insoportablemente oscura, como si una decidida falta de esperanza nos hubiera envuelto. Al pasar, Kate y Mercy estaban al otro lado, acercándose y corriendo hacia nosotros. Nasha atravesó la distancia y se detuvo bruscamente cerca de la escuela, los faros iluminaban el árbol baobab a nuestro paso.
Pasó a mi lado y tomó el niño de mis brazos, corriendo hacia adentro. Recogí una de las niñas, que estaba inconsciente durante el viaje de vuelta a Masego y la llevé detrás de ella. Me pasó una vez más después de dejar al chico y recogió a la chica que quedaba en la parte delantera.
Charles y Solomon estaban llevando a los que no podían caminar por su cuenta y en un minuto estábamos todos en el interior, cerneándonos sobre los niños.
—¡Stephanie, agarra esa bolsa para mí! —ordenó Karina, señalando una bolsa en el piso de madera que crujía.
Se la traje y la abrí. Estaba trabajando en la primera chica que con Nasha habíamos ayudado, la que estaba llena de agujeros en el pecho. Estaba inconsciente. Karina se puso de pie rápidamente y corrió hacia un cajón del armario metálico que había traído a la habitación. Cunas improvisadas repartidas en toda la sala y cada cama estaba llena de un niño sangrando.
Regresó, desgarrando un papel y un sobre de plástico que llevaba una IV[1].
—Voy a necesitar tu ayuda para remover toda la metralla —dijo Karina secamente.
Miré hacia atrás para ver a quién le estaba hablando, pero no había nadie allí, todo el mundo estaba ocupado en los lechos de los niños. Miré hacia atrás y vi sus ojos fijos en mí.
—No puedo —le dije.
—Lávate las manos con Hibiclens. Hay una estación establecida allí —dijo, señalando un rincón de la habitación.
La habitación estaba inundada por la luz de las velas debido a que no había electricidad y apenas podía ver nada. ¡Necesitan un generador para estas situaciones!
—¿No debería Charles ayudarte con esto? ¡Está capacitado! —Estaba en pánico.
—Está con otra niña, Steph. Vas a estar bien. Confía en mí. Ella, sin embargo, se está desangrando en estos momentos.
Corrí hasta la esquina y me lavé las manos, una de las huérfanas más grandes allí estaba junto a mí, esperando con el tazón, lista para enjuagarme. Me dio una caja de guantes de látex y tomé dos, poniéndomelos mientras caminaba de vuelta al lado de Karina.
—¿Qué hago?
—Abre esta herida para mí. Parece que no puedo llegar al metal que está adentro.
Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.
Me incliné sobre la chica y de mala gana abrí la herida tanto como pude. Las pinzas de Karina estaban listas y se zambulleron sin dudarlo, excavó de un lado a otro, haciéndome temblar. Sacó un gran pedazo de metal afilado y lo colocó en un tazón de porcelana en una mesita junto a la cama. Uno a uno quitaba el metal incrustado en el pequeño pecho de la chica.
—Hay uno más. —Señaló a otra herida profunda cerca del corazón.
—¿Y si es demasiado profunda?
—Abre la herida.
Obedecí y casi tuve que apartar mis ojos por el chorro de sangre, pero me mantuve firme. Después de lo que pareció una eternidad, Karina sacó una pequeña pero importante pieza de metal y la colocó audiblemente al lado de la otra metralla.
Karina trabajó constantemente, cosiendo cada herida, cortando tiras de gasa limpia y preparando la solución de yodo. Vertió la solución sobre los puntos, cubrió todos ellos con un ungüento antibacteriano y colocó la gasa sobre cada uno, finalmente envolvió el pecho de la niña de manera similar a la forma en que Nasha y yo lo hicimos en el pueblo.
Cuando terminamos, Karina le dio una dosis renovada de medicamentos para dormir a través de su IV y me quedé de pie, me quité los guantes ensangrentados, los tiré en un cubo y caminé hacia el aire de la noche. El sol no mostraría la cara por lo menos durante una hora más. Rogué para que se elevara, para renovar el día, para borrar la noche. Los gritos vivirían en mi subconsciente por el resto de mi vida.
El sudor corría por mi cara y mi cuello, la camisa empapada se pegaba a mi cuerpo. La adrenalina por el pánico salía en tropel y mis manos estaban temblando.
Oí pasos por el crujido de la madera detrás de mí. Me volví y encontré a Nasha, su camisa a cuadros blanca con rojo tenía tres botones desabrochados cerca de su escote en lugar del estándar de dos y sus habituales mangas enrolladas cuidadosamente estaban en desorden.
—¿Cómo está? —me preguntó acerca de nuestra niña.
—Éstá bien. —Hice una pausa—. No lo sé. No le pregunté. No quiero saber.
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