Estoy sumamente agotada, la jornada de este día se extendió debido a las horas extras que tuve que cubrir. Justo hoy parecía ser un día cargado de situaciones importantes, dejando de lado el agotamiento. Sin embargo, tenía miedo, miedo por primera vez contar a alguien sobre mi pasado... sobre Nathaniel.

Hyoyeon estaba a la mejor disposición, quería ayudarme y yo me sentía entre la espada y la pared, indecisa con lo que quería realmente. Una parte de mí, la más razonable decía que era lo correcto, pero la otra parte, la parte más oscura y temerosa gritaba con todas sus fuerzas que huyera.

—Hey, Tiffany —parpadeé y miré a mi compañera, me mostró una sonrisa amigable y yo solo me quedé sin poder corresponder—. Escuché que te darán días libres —volvió a sonreír.

—Eh... sí —alcancé a susurrar, apartando mis ojos de ella.

—¿Siempre eres así?

Nuevamente alcé la mirada, tensionándome al no encontrar más su sonrisa, tragué saliva y no respondí.

—Nadie aquí es tu enemigo Tiffany, pero estás tan a la defensiva que muchos pensamos que no te agradamos —denoté decepción en su voz, ella se volteó centrándose en su casillero—. Supongo que aún no estás cómoda con nosotros.

Apreté el mandil entre mis manos y bajé una vez más la mirada, en verdad no era que no me agradarán, solo no me gustaba ser el centro de atención, quería pasar desapercibida.

—Nos vemos Tiffany —escuché decir en la puerta.

Me quedé sola en el cuarto para los empleados con el mandil en mis manos.

Necesito ayuda.

Me quedo de pie en la acera observando como el edificio se alza con grandeza delante de mí, trago saliva nerviosa y sostengo con fuerza el tirante de mi bolso y suspiro.

Todo es por mi bien, ella me ayudará, ella sabrá que hacer, estoy segura de ello.

Me repito una y otra vez mientras mis pies me dirigen a paso tembloroso al interior.

Ni siquiera fui consiente en qué momento subí al elevador y lo dirigí al piso que me había mencionado Taeyeon, solo fui consiente cuando mis pies se detuvieron delante de un mostrador.

—¿En qué puedo ayudarla?

La señorita detrás del mostrador parecía confundida por mi presencia en dicho lugar, sus ojos viajaron de mí a su monitor y nuevamente regresaron mí, me quedé muda, quizás he llegado muy tarde.

—Creí haber escuchado tu voz —Hyoyeon apareció de un pasillo que no había notado, la señorita detrás del mostrador la miró antes de hacer una reverencia—. Puedes irte tranquila, Ji Soo. Yo me encargo de ella.

Le sonrió a su recepcionista.

—Hasta el lunes Srta. Kim.

—Ve con cuidado Ji Soo —dijo—. Vamos Tiffany, es por aquí.

Empezó a caminar por el pasillo que ella había salido, su recepcionista me miró con una pequeña sonrisa antes de salir detrás del mostrador, me quede ahí esperando a que mi cuerpo reaccionará y no reaccionó hasta que Hyoyeon se giró a verme.

—Vamos, entre más tiempo estés ahí de pie, Taeyeon pierde de a poco la paciencia.

Su tono burlón calentó mis mejillas con la sola mención de Taeyeon.

La seguí en silencio hasta quedar de pie a un lado de ella, mis ojos seguían clavados en el brillante piso de cerámica blanca mientras mi cuerpo era controlado por los nervios.

—Pasa y ponte cómoda —dijo llamando mi atención.

Miré mi entorno al momento de ingresar, sus paredes de un color claro y cálido, sus muebles parecían tener un orden concreto y estar bien distribuidos, su aroma estaba impregnado a canela y manzana, sus cuadros, diplomas y reconocimientos enmarcados llamaron mi atención, su estantería con libros gruesos y a simple vista aburridos y un cráneo abierto dejando a la vista un cerebro que descansaba sobre su escritorio.

Estaba absorta mirando y recorriendo la amplia habitación.

—¿Café o agua? —La escuché por primera vez desde que entre aquí.

La busqué y la encontré apoyada en su escritorio con una pequeña sonrisa en los labios.

—Agua... estaría bien —susurré.

Ella camino alrededor, acercándose hasta un pequeño refrigerador que no había notado, no hasta que ella lo abrió y extrajo una pequeña botella de agua.

—Por favor siéntate donde quieras —dijo al tiempo que me entregaba la botella.

La tomé entre mis manos, revisando uno a uno los lugares disponibles para sentarme, al final me dejé caer en sillón puff, ella tomó de su escritorio una pequeña libretita y una pluma, se colocó unos anteojos haciéndola ver muy profesional.

—Empezaremos cuando estés lista.

Y ahí está otro gesto familiar.

Nos quedamos en silencio, yo mirando en todas direcciones, ignorando la creciente ansiedad por su intensa mirada fija en mí.

—Relájate, estas muy tensionada —dijo con voz calmada—. Todo lo que hablemos dentro de estas cuatro paredes no saldrá de aquí, yo estoy para escucharte y si me es posible ayudarte.

Navegué en la profundidad de sus ojos ámbar, no había pizca de maldad, pero también estaba mi inseguridad por confiar en las personas.

«Ella no es Nathaniel, tampoco es Taeyeon, ella es Hyoyeon, la prima de tu ángel guardián»

Dijo la voz en mi cabeza.

Miré al frente, dejando mis ojos clavados en la nada.

—¿Có-cómo... empiezo? —Pregunté sin verla.

—Puedes empezar contándome tu historia —nuevamente su voz tranquila inundó mis canales auditivos—. ¿Qué te hace tanto daño, Tiffany? —Preguntó.

Mis ojos comenzaron a arder, tenía que parpadear pero parecía que esa función no existía en mi cerebro, en realidad mis ojos seguían fijos en la nada, recordando que es lo que me daña. Mi garganta estaba siendo obstruida por una repentina opresión, la boca se me estaba secando y aún cuando la botella de agua seguía entre mis manos sudando gota a gota, no quería abrirla.

—Él... —alcancé a escuchar mi propia voz.

—¿Quién es él?

—Nathaniel.

Después de que su nombre saliera de mis labios todo quedó en completo silencio.

Casi podía verlo delante de mí sonriendo siniestramente, clavando su fría y oscura mirada en mí, él estaba aquí, aún clavado en mi corazón con miedo y amor.

—¿Quién es Nathaniel?

Aquellos labios se movían lentamente, susurrando con frialdad «zorrita», apreté mis manos alrededor de la botella de agua mientras él articulaba «¿Quién soy yo?».

—Mi dueño —susurré como toda una sumisa.

Su sonrisa creció aún más, le gustaba ponerme en mi lugar, escuchar de mis labios que él es mi dueño y someterme a los más feroces de los castigos por no querer decirlo, todo era tan humillante pero antes de que el miedo hacía él estuviera, estuvo el amor.

—¿De qué hablas?

Parpadeé al fin, escuchando con más c