«. . .»

Miro la hoja en blanco y me doy cuenta que aún no comienzo con mis deberes, ¿la causa? Hace unos días papá trajo a casa a un hombre unos años menor que él o eso es lo que aparenta ser.

Desde el primer momento en que sus ojos se cruzaron con los míos no he podido dejar de pensar en él, me siento ansiosa y desesperada porque mi padre diga algo relacionado con él, pero sé perfectamente que no lo hará.

Es un hombre bastante distinto a papá y mucho más a los amigos de él.

Me pregunto de donde lo habrá sacado.

Ese hombre misterioso que estuvo sentado en mi sala hace tan solo una semana no encaja para nada en este pueblo, debe ser un extranjero, el inversionista del que todo mundo habla. No me sorprendería en nada que mi padre este en busca de sacarle algo de dinero si es posible, quizás vendiendo los terrenos.

¡Dios! ¡Ese hombre me tiene hecha un lío mental!

Mi padre, un ebrio por oficio y yo... una estudiante que trabaja a medio tiempo para tener un poco de sustento.

Un suspiro cansado escapa de mis labios, quisiera poder ser una adolescente normal, sin ninguna preocupación más que el hecho de pasar las materias. A veces cruza la vaga idea de irme de casa, dejarlo con sus vicios, pero luego el rostro de mamá lleno de remordimiento aparece en mi mente. Él es mi padre, mi única familia y a pesar de ser un ebrio todo el día, sé que en el fondo guarda algo de aquel hombre maravilloso que fue antes de que mi madre falleciera, desde aquel momento él se desmoronó y se hundió en la depresión, usando como alternativa el alcohol para ahogar su dolor.

Nuevamente mis ojos recaen en la libreta abierta sobre mi escritorio, simplemente no haré nada con mi cabeza tan revuelta. Cierro la libreta siendo incapaz de coordinar con las actividades que han dejado para la clase.

Tengo dieciocho años tan solo y con apenas esa edad he madurado a pasos agigantados, con mi padre nunca se sabe y tuve que enfrentar la vida a muy temprana edad. Tomo mis cosas y bajo las escaleras, papá está en la sala y con él esta ese hombre misterioso que llama mi atención, la ansiedad regresa y por extraña razón me pone feliz verlo nuevamente.

—Nos vemos después, papá —dije cuando estuve a la vista.

Mis ojos viajaron de mi padre a aquel hombre guapísimo y refinado, me regaló una sonrisa a labios cerrados que me gustó.

Una sonrisa encantadora, me dije a mi misma.

—Espera. Quiero presentarte —dijo para detener mis pasos. Mis ojos nuevamente volvieron a él, me parecía extraño verlo sobrio por la tarde pero también me gustaba que no estuviera bebiendo—. Stephanie, él es Nathaniel Miller —sus ojos son oscuros como una noche sin luna, intensos y brillantes.

Su mirada me barrió de arriba abajo, provocándome piel de gallina por la intensidad que desbordaba.

—Mucho gusto, señorita.

Su voz profunda me dejó petrificada, era tan profunda y hechizante que me quedé quieta. Tomó una de mis manos y la besó delicadamente mientras sus ojos se quedaban clavados en los míos, la respiración se me atascó en la garganta.

—Nathaniel —la voz de mi padre rompió la burbuja y el hechizo—. Ella es Stephanie.

Una sonrisa torcida se hizo presente en su perfecto rostro y no pude hacer más que quedarme mirando la perfección.

Miro mi mano nuevamente dando pequeños círculos donde él besó, estoy tan metida en mis pensamientos que no hay nadie que pueda sacarme de ellos, cierro mis ojos y su imagen aparece, su sonrisa, sus ojos... nunca antes nadie me había besado la mano y admito que la sensación de sentirme hermosa no se desvanece.

Él es tan galante y caballeroso, un hombre de los que solo he visto en películas románticas y solo me hace sentir una de esas protagonistas que ha encontrado al amor de su vida.

Mis ojos se abren y dan un vistazo alrededor de la tienda, un grupo de chicas lee las revistas y cuchichean cosas sin sentido mientras ríen divertidas de su conversación, por un segundo me quedo embobada viéndolas.

La campanilla sobre la puerta de entrada sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente y automáticamente mis ojos viajaron en aquella dirección, se me abrieron como canicas, la respiración se me atascó en la garganta y por un segundo olvidé como pensar correctamente.

Sus ojos se conectaron con los míos, alterando al instante cada una de las células de mi cuerpo.

Lo seguí con la mirada hasta que sus manos encontraron un periódico, él no apartaba la mirada de mí y eso me ponía de los nervios. Las manos comenzaron a temblarme cuando sus labios tiraron débilmente en una sonrisa, una sonrisa como la que me mostró en la sala de mi casa, parpadeé perdida.

¿Qué sucede conmigo?

—Disculpa —escuché a una de las chicas que hace unos minutos hojeaba la revista, pasé saliva antes de enfocar en ellas y prestarles atención—. ¿Podrías cobrarnos ya? —Rodó los ojos cual chiquilla malcriada y mimada, miró sus uñas con altanería y sonrió con soberbia.

Con cansancio y frustración —y todos mis sentidos alterados— pasé sus cosas por el registro, escuché como la registradora maquinaba y como una de ellas mascaba goma de mascar para luego hacerla explotar en una burbuja, susurré la cantidad y como si fuera una plebeya, bajé la mirada para no verla a los ojos. La conocía bien, es la típica reinita de la escuela a la que no se le pude hacer ningún desaire, a la que se le deben cumplir todos y cada uno de sus caprichos.

Con un ácido gracias se fueron del establecimiento. Respiré hondamente, necesitaba respirar para calmar los latidos acelerados de mi corazón.

Cuando menos lo pienso ya lo tengo delante de mí, examinándome de pies a cabeza y mostrándome una nueva sonrisa, parpadeé nuevamente, esto parecía un sueño, una alucinación. Dejó sus productos en el mostrador y me miró fijamente.

—Una cajetilla de cigarrillos también, nena —un remolino de emociones sucumbió por aquel término usado. Mis manos temblaron cuando tomé la cajetilla y la registre. En definitiva, estaba más que nerviosa—. Tu padre mencionó que trabajabas aquí —dijo distraídamente, buscando en sus jeans al parecer su cartera—. Por lo que me dije que tenía que venir a verte —sus ojos se conectaron con los míos nuevamente, su voz sonó más suave y tuve que contener el aliento—. ¿Te gustaría acompañarme a cenar un día de estos?

Sentí ahogarme con mi propia saliva, reprimí el impulso por saltar como una niña de alegría.

Él es tan apuesto y caballeroso, me gusta.

Es absurdo decir esto cuando no llevo ni dos días conociéndolo, pero es así, me gusta y creo que esto es lo que llaman amor a primera vista.

—Paso por ti el sábado a las 8:00p.m.

No espero a que yo respondiera siquiera, él ya lo había dado por hecho y aún cuando esto era absurdo, no repliqué. Yo quería salir con él, quería conocerlo, quería saber todo de él, aún cuando me doblara la edad.

Era viernes al fin y yo —como toda buena adolescente— me encontraba en la escuela, anhelando que las horas pasaran rápido y la noche llegara pronto para que hiciera aparición el sábado. No había dejado de pensar en él en toda la semana, en su sonrisa, en sus ojos y en las palabras que había dicho en la tienda.

—Esto sería todo por el día de hoy —escuché al profesor y nuevamente aterricé. La clase había terminado y yo había estado soñando despierta