Capitulo IV

#1 Mirame y Dispara
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Jessica PDV

Tomé asiento en la cafetería con un café entre las manos. Me había reunido con mis amigos y esperaba que los treinta minutos de recreo me sirvieran para calmarme. Jadyn había estado jodiéndome las tres primeras horas y mucho me temía que insistiría en las tres próximas.

Saqué mis apuntes de química y comencé a realizar unas fórmulas.

—Me parece increíble. Jadyn nunca se sienta con nadie que no sea Yuri —dijo Jonghyun risueño.

Al parecer, sus otros amigotes iban a otra clase. Intenté no distraerme con la conversación… pero no lo logré.

—Bueno, Jessica, ¿qué pensaste cuando reconociste que era la «loca» del taxi? —añadió Jonghyun provocando las risas de mis amigas.

Resoplé poniendo los ojos en blanco, pero de inmediato me quedé petrificada. Por encima del hombro de Hyuna vi cómo Jadyn y sus amigos se acercaban con decisión. Pensé que pasarían de largo, pero Jadyn cogió una silla de una mesa cercana y la colocó justo a mi lado. Tomó asiento de la manera más condenadamente y que había visto en mi vida. Apoyó sus codos sobre las rodillas entreabiertas y me contempló con el gesto torcido. Todo en élla me provocaba; y fui consciente de que si me quedaba mirándole demasiado tiempo, corría el riesgo de perder la cabeza.

Saludó a los demás dedicándoles su mejor sonrisa, que terminó cuando me miró a mí. Su prima, Yuri, prácticamente se vio obligada a sentarse al lado de Hyuna, pero ella fingió no prestarle atención; se estaba haciendo la ofendida. Una muchacha acarició el cuello de Nicole haciendo que esta se estremeciera y cerrara los ojos. Cuando la chica tomó asiento, se observaron: se estaban diciendo millones de cosas sin que nadie pudiera escucharles. Se percibía que allí había algo más que amistad.

El muchachoro y delgado fue el que mejor me cayó a simple vista. Parecía alegre y no pude evitar pensar cómo podía ser amigo de Jadyn alguien así. Se acercó hasta mí.

—¡Jessica! —exclamó, dándome un fuerte beso en la mejilla.

Me dejó descolocada.

—Soy Key. ¿No te acuerdas? Una vez te hice un dibujo de Sailor Moon — añadió provocando la sonrisa de Jadyn.

Aparté un momento la vista de Key para fulminar a Jadyn con la mirada. Élla alzó las manos negando con la cabeza; como si me tuviera miedo y se protegiera. Seguía burlándose de mí.

Volví a Key. Me acordé de aquel muchacho. Era el menor de los Kim, una familia que también veraneaba con nosotros. Él y yo siempre estábamos dibujando… cuando Yuri y la puñetera Jadyn no nos molestaban.

—Hola, Key —dije dándole un pequeño abrazo.

También reconocí a la joven. Era la mediana de los Kim y se llamaba Hyoyeon. Esta alargó su mano y me cogió suavemente de la mejilla.

—Yo soy Hyoyeon. —Me besó—. Me alegro de que estés de vuelta.

—Gracias. Es agradable recibir algo de cortesía después del día que llevó—dije mirando con el rabillo del ojo a Jadyn.

Suspiró y su rodilla topó con la mía. Intenté que no se notara mi sobresalto.

—Tampoco seas tan dramática —dijo apoyándose en la mesa—. ¿Sabéis que aquí, nuestra nueva compañera, tiene matrículas de honor y todo sobresaliente? ¡No sabe lo que es un notable! —Puso cara de fingido asombro.

Hyoyeon, Key y Jonghyun me observaron curiosos. Hyuna lo sabía de sobra y Nic y Yuri lo habían descubierto del mismo modo que Jadyn: en clase. La profesora Song, aprovechando mi obligada presentación, había ido mencionando lo buena estudiante que era, acompañándose de vez en cuando de algún «a ver si aprendéis».

—¿En serio? Vaya, nena, podrías haberlo dicho —dijo Jonghyun acariciando mis manos.

Miré a Jadyn. Por un instante, no vi ni oí nada más. Como si solo estuviéramos él y yo en aquella cafetería. Élla deslizó su mirada de mis ojos a mis labios y entrecerró los ojos mientras apretaba la mandíbula. No podía hacerme una idea de qué se le pasaba por la cabeza. Yo solía descifrar a las personas enseguida, pero Jadyn se me escapaba. Me contemplaba de una forma tan intensa que hasta me costaba respirar.

Me repuse e intenté hacer lo mismo. Observé su cuerpo con parsimonia, como élla había estado haciendo todo el día conmigo.

Su físico incitaba a todo menos a pensar con cordura, y su rostro… su rostro era el que cualquier mujer vería en sus sueños. Era asombrosamente guapa. Efectivamente, como cuando éramos pequeños, seguía siendo la más apuesto de los Park… con diferencia.

Su cabello era azabache y algunos mechones le caían sobre sus ojos, lo que lejos de ocultarlos, todavía los hacía más penetrantes. Su mirada azul zafiro, inmensamente brillante, te embrujaba de tal forma que olvidabas todo lo demás. Lo que daba más rabia era que sabía utilizarla. Como sabía utilizar sus labios, que reposaban sobre una piel pálida, sin ninguna imperfección. Me quedé fascinada por su belleza y por un instante (solo un instante) se disipó el odio que me había despertado

 Humedeció sus labios con pausa y volvió a hablar. Aquel momento mágico se esfumó.

—Es toda una empollona. —Tocaba mis apuntes. No dejé de mirarla—. Quién lo diría. —Se acercó a mí con la intención de intimidarme. Lo consiguió, pero no lo mostré—. En realidad, pareces una de esas modelos frías y vanidosas que se creen insuperables físicamente, pero que tienen el cerebro de un pez.

Quería ofenderme y dejarme en ridículo. Yo no entendía por qué. ¿Por qué me odiaba de aquella forma? Yo tenía motivos: el sábado casi me mata en aquel maldito taxi y estuve en los separos cerca de dos horas, pero élla… ¿cuáles eran sus razones?

Estaba irritada.

—La belleza no está reñida con la inteligencia. Y yo tengo la suerte de tener ambas —le dije casi pegada a su cara. Me mordí el labio sabiendo que élla miraba mi boca. Por fin le noté algún sentimiento: impotencia y deseo. Sonreí apartándome un poco—. Pero hablemos de ti. En tu caso la belleza te ha sido concedida… —Me levanté de la mesa con mis apuntes y el café, y añadí—: pero la inteligencia brilla por su ausencia.

Sonó el timbre. Jadyn se levantó con brusquedad y me tiró el café encima. Mi camisa quedó empapada.

—¡¿En qué estás pensando?! ¡Tenías espacio suficiente para esquivarme, imbécil! —le grité.

Con furia, tiré al suelo el vaso de cartón. El poco líquido que quedaba terminó en nuestros zapatos. Élla echó a caminar como si nada. Ni siquiera hizo el intento de disculparse.

Avancé dando zancadas y le cogí del hombro obligándole a darse la vuelta. Se giró con pose arrogante, solo que esta vez frunció el ceño y los labios. Estaba molesta. Con un gesto déspota, se retiró dejando mi mano en el aire. Por primera vez en mi vida me vencía la sensación de inferioridad. Media cafetería observaba expectan

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