Capítulo I

#1 Mirame y Dispara
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Jessica PDV

Hay situaciones en la vida en las que no te das cuenta de cuándo sobrepasas la línea entre lo emocionante y lo realmente peligroso; y ese era exactamente el tipo de situación en el que yo me encontraba. Sentada en el último rincón de un apestosa y húmeda celda, esperaba que Taeyeon viniera a buscarme. El encuentro con una muchacha, una de las personas más desconcertantes y agresivas que había conocido jamás, me había arrastrado a ese repugnante lugar, la antípoda de los ambientes privilegiados en los que me solía mover.

 

Mis blancos pantalones de Armani habían pasado a ser grises, mi chaqueta Prada de cuero negro tenía un enorme rasguño en el codo, y me había roto una uña. Y, para colmo de todos mis males, compartía celda con una especie de Yeti que no dejaba de mirarme. Cubierta de tatuajes y piercings, y con un palillo chuperreteado en la boca, la abominable mujer de las montañas parecía querer comerme. Casi podía verla babear.

 

"Perfecto. Tu primera noche en Corea y la pasas en una celda. Pienso matar a esa capulla en cuanto salga de aquí", me dije.

 

Desde luego que lo iba a hacer.

 

De fondo, las voces de dos guardias se entremezclaban con la retransmisión de un partido de fútbol. Les llamé incontables veces, pero lo único que recibí por respuesta fueron quejidos y golpes secos contra la mesa. Sin duda estaban tan cansados de mí como yo de ellos y de aquel lugar.

 

Instintivamente sacudí mis pantalones, como si el color blanco pudiera volver a aparecer. Cuando caí en aquel charco ya fui consciente de que había tirado trescientos won por la alcantarilla. Mis pensamientos sobre mi fondo de armario se interrumpieron cuando, de repente, mi compañera de celda se levantó para soltar un escupitajo bien cargado.

 

Me aferré a mi asiento en cuanto la vi caminar hacia mí. Aquello no pintaba bien y, sin poder evitarlo, pensé en la situación que me había llevado hasta allí.

 

Flashback

La gélida brisa de la noche me envolvió en cuanto abrí la puerta del balcón. A esas alturas del invierno, Viena ya estaba toda nevada y el ambiente era húmedo y frío.

 

Las ramas de los árboles acariciaban mi pequeño balcón y dejaban que la nieve cayera espolvoreada cuando se mecían por alguna ráfaga de viento. El estanque del patio comenzaba a congelarse; pronto se utilizaría como pista de patinaje, aunque ese año yo no iba a estar allí para comprobarlo. Estaba a punto de irme.

 

El internado Saint Patrick ocupaba un antiguo castillo del siglo XVII y, arquitectónicamente, me maravillaba. Pero una cosa era admirar su arquitectura y otra muy distinta vivir allí. Eso lo odiaba. Ausencia total de chicos —ellos residían en el internado que había unos kilómetros colina abajo—. No podías desprenderte del maldito uniforme —si al menos hubiera sido bonito, no habría sido una condena llevarlo—. Y la disciplina era bastante férrea —todo estaba cronometrado, hasta la hora de ir al baño—. O aprendías a convivir con las normas de aquella institución o estabas perdida.

 

Así era mi aburrida vida, día tras día. Hasta que apareció mi padre. Había irrumpido en el internado rodeado de guardaespaldas (sin disimular siquiera su egolatría y prepotencia, y haciendo gala de un dilatado vocabulario impetuoso) y me había ordenado que recogiera mis cosas. Ya había hablado con el director y lo tenía todo preparado para mi regreso.

 

Después de nueve años, volvía a Corea. No tenía ni idea de qué había llevado a mis padres a tomar aquella decisión, pero me alegraba… demasiado.

 

Solo dieciséis horas más tarde me encontraba delante de un enorme vestidor decidiendo qué chaqueta ponerme. Estaba claro que debía conformarme con lo que había hasta que pudiera ir de compras. Entre las miles de prendas que mi hermana Sunny me había ofrecido, pocas me convencieron: su estilo era demasiado repipi para mí. Me decanté por la ropa más ceñida: chaqueta de color negro metalizado, pantalones blancos y zapatos negros de tacón alto para estilizar mis piernas. Me di la vuelta y contemplé mi imagen en el espejo mientras sonaban las Pussycat Dolls en mi reproductor digital de música. Realmente parecía una de ellas.

 

Ahuequé mi largo cabello y me lo coloqué a un lado. Salí del vestidor y cogí mi bolso Gucci blanco sabiendo que pronto contendría una considerable cantidad de dinero. Eché un vistazo a mi impresionante habitación, apagué el reproductor y salí de allí con paso firme y sonoro.

 

Después de un año sin vernos, iba al encuentro de mi mejor amiga. Hyuna había sido mi compañera en el internado desde que entré. Era como una hermana, una parte de mí, pero tuvo que abandonar el colegio cuando su madre falleció en un accidente de tráfico.

 

Quiso volver a Corea para apoyar a su padre, y desde entonces solo podíamos comunicarnos los sábados por la mañana, y durante apenas cinco minutos. ¿Cuántas cosas podían decirse en ese tiempo? Pocas, muy pocas, pero solo escuchar su voz me confortaba.

 

Terminé de bajar las escaleras y eché un vistazo hacia atrás. Agradecí que mi habitación estuviera en el pasillo principal. Si no, habría necesitado un mapa para poder salir de aquel laberinto de puertas y corredores. Era una mansión descomunal. Ni siquiera en el internado se veían salas como las de mi casa, y eso que hospedaba a unas doscientas niñas.

 

Al llegar al vestíbulo, tuve que hacer memoria para recordar que el despacho de mi padre quedaba cerca del comedor. Me encaminé hacia allí.

 

Mr. Lee, el mayordomo, me abrió la puerta. Era alto y delgado, y sus ojos negros resaltaban impetuosamente por la falta de cabello. Aun así, resultaba atractivo. Me sonrió y extendió su mano, indicándome que pasara. Me acerqué a él dando un pequeño salto y lo besé en la mejilla. Entonces me percaté de que en el despacho, además de mi padre, estaban mi tío Onew, y Lee Dongsun y su hijo menor, Donghae. Mi sonrisa se congeló en cuanto descubrí a este último observándome de arriba abajo con aquella mirada tan… ersa. Siempre me había gustado que me miraran, pero no de aquella forma.

 

Fruncí los labios y le miré, desafiante. Sabía que mis ojos podían actuar como un huracán devastador, y que eso ocurría la mayoría de las veces.

 

—Mi pequeña provocadora —sonrió mi padre, con un tono falso—. Deberías guardar tus miradas para quien las merezca —No le importó desacreditar a parte de sus invitados. Resoplé—. ¿Deseas algo, querida?

—Sí, verás, he quedado con Hyuna y…

—Y necesitas dinero —me cortó, a la vez que echaba mano a un cajón y sacaba una cartera negra de piel. Cogió una tarjeta y la soltó en el filo de la mesa—. Toma — dijo, orgulloso del gesto.

—¿Me das una tarjeta de crédito? —pregunté, enarcando una ceja.

 

Solo él y Dios sabían cuánto dinero podía haber en aquel trozo de plástico. Mis ojos se iluminaron. Esperaba mucho menos.

 

—¿No debería fiarme? —preguntó, soberbio.

—No he dicho eso —susurré—, pero, si fuera tú, dudaría. Es peligroso entregarle algo así a una adolescente.

 

Se recostó sobre el asiento y cruzó los dedos sin dejar de observarme. Después, desvió su mirada hacia Donghae, que estaba apoyado en el mini bar, ensayando una pose muy varonil. Me resultó muy sugerente, a la vez que provocador.

 

Donghae era alto, cerca del metro ochenta, y podía presumir de un cuerpo bien marcado y corpulento. Su cabello, de un negro oscuro, hacía resaltar los ojos más marrones que yo hubiera visto jamás, como avellanas incrustadas en una cara de porcelana. Era guapo, pero tenía una belleza desconcertante, de aquellas que no muestran quién eres en realidad. No era sincero y ambos lo sabíamos.

 

—Tu madre puede llegar a ser más peligrosa y no es una adolescente. Además, me temo que es muy difícil que te gastes todo el saldo de esa tarjeta en unas horas. — Todos sonrieron ante el comentario bravucón de mi padre.

—No deberías tentarme. —Cogí la tarjeta mirando de soslayo a Donghae, que frunció los labios al fijarse en la curva de mis caderas—. Se me ocurren un millón de formas de reventarme todo el dinero, papá. —Yo también sabía exhibir mi prepotencia. Mi tío Onew sonrió—. Podría necesitar, no sé… ¿un coche? Sí, un Audi R8 estaría bien. A ser posible, rojo.

 

Me pasé un dedo por los labios al pensar en ello. No era una mala idea aparecer en el grandioso jardín de mi casa con un vehículo de esas características.

 

—Buen gusto, Jessica —murmuró Dongsun.

—Gracias.

—Vuelve a las doce —gruñó mi padre—. Y cuidado con lo que compras. No me gusta que seas tan… —Frunció el ceño buscando el mejor adjetivo—: provocativa.

—¿Te molesta que provoque? —le pregunté con un tono un tanto irritado.

—Me molesta que te guste provocar.

—A mí me gusta —intervino Donghae guiñándome un ojo.

 

Fingí una sonrisa. Él supo apreciarla y soltó una carcajada.

 

—Intentaré ser buena, pero no te aseguro nada. Sabes que me resulta muy difícil. Ciao.

Salí de allí antes de que mi padre pudiera recriminarme, y sabiendo que Donghae me contemplaba con deseo. Miré la tarjeta y la presioné contra mi pecho sonriente. Dinero ilimitado, genial.

 

Tan entusiasmada iba hacia la puerta que no vi que alguien se cruzaba en mi camino. Chocamos bruscamente en el vestíbulo. Al separarnos vi cómo mi hermana me miraba ceñuda. El clon de mi madre tenía los labios preparados para soltar algún insulto, mientras que yo activaba todos mis reflejos para esquivar su aliento, que me podía impregnar de aroma a vodka y anular mi perfume de Paco Rabanne.

 

—¿Qué coño estás haciendo, imbécil? ¿Es que en el jodido internado no te enseñaron a caminar mirando hacia delante? —Su media melena castañoclaro se agitó crispada.

 

Supe que había bebido más de una copa porque empezaba a vomitar tacos cuando sobrepasaba la tercera.

 

—Hola, Sunny —repuse con desdén.

—Te he hecho una pregunta.

—No me parece trascendental responder. Sabes de sobra que sé caminar. Lo que deberías preguntarte es si tú puedes hacerlo.

 

Estampó sus manos contra mi pecho empujándome hacia una de las columnas de la escalera. Retiré sus brazos con rapidez.

 

—¿Qué te pasa? ¿Necesitas joder a alguien porque no te queda nada que beber?

—¡Serás zorra! —Puestas a discutir, qué más daba soltar algún que otro trapo sucio.

 

Estaba claro que nada podía solucionar la poca empatía que había entre las dos.

 

—Supongo que eso es lo que Hyomin te dice cuando estáis en la cama —le espeté, sin pensar.

 

Su cara pálida se tensó al escuchar el nombre de su amante que, curiosamente, era nuestra prima materna. Apretó los labios con fuerza y levantó la mano con la intención de darme una bofetada.

 

—¿Piensas pegarme? —pregunté expectante.

—Pienso que te harían falta unas zurras, niñata. ¿Por qué no te has quedado en Viena? —dijo Sunny, intentando hacerme daño. No sabía que me daba absolutamente igual lo que pensara.

—Pregúntaselo a papá. —Me encogí de hombros y di por zanjada la conversación.

—Volverás allí, lo sé. Me encargaré de ello —añadió, sin saber que tras ella aguardaba Taeyeon, su esposa, y sin duda la mejor persona que había en aquella casa.

—¡Sunny! No te comportes como si fueras una niña, ¿quieres? —Frunció los labios guardando sus manos en el pantalón.

—Vete a la mierda, cariño. —Y desapareció.

—Como siempre, cielo —murmuró Taeyeon.

 

Se giró hacia mí intentando que yo no percibiera su repentino malestar. La cogí de un brazo y le regalé una sonrisa. No podía soportar verla triste por culpa de mi hermana, sobre todo sabiendo lo maravillosamente bien que la trataba. Cuando era pequeña yo soñaba con encontrar una versión masculina de élla… y todavía lo seguía anhelando.

 

—Siempre oportuna, cuñada. —Sonreí, pensando en que si me llevaba hasta la Plaza Seúl, Taeyeon dejaría un rato de pensar en la relación de mierda que tenía con Sunny.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó resignada, pero sonriente—. Voy a empezar a pensar que solo me quieres por interés —bromeó al ver cómo arqueaba una ceja.

—Bueno, aún soy menor y no puedo coger tu coche, aunque sé conducir.—No se lo podía decir, pero aprendí una noche que nos escapamos del internado para ir a la capital.

Aquel mismo día besé por primera vez a un chico—. Te multarían y yo iría a un centro de menores por ser una delincuente adolescente… —Fingí preocupación mientras observaba su rostro suspicaz.

—Y una descarada exagerada. —Me despeinó.

—¡Eh! Que estoy recién peinada —protesté.

—¿Adónde vas?

—Bueno, he quedado con una amiga. ¿Recuerdas a Hyuna?—No me di cuenta de que ya estábamos abriendo la puerta. Taeyeon dejó que yo pasara primero.

—¿Hyuna Kim? ¿La hija de Hyunshik?

—¡Sí!, la misma. —Di una palmada.

 

Kim Hyunshik era el dueño de una de las compañías aéreas más importantes del país.

 

—Tengo muchas ganas de verla. Ya sabes, hablaremos de ropa, de chicos y de cómo es Seúl High. Ella también va a esa preparatoria, así que no me costará adaptarme.

—Me parece estupendo. Aunque ¿realmente crees que te costará adaptarte? — preguntó entrando en su coche.

—No —sonreí mientras me ponía el cinturón—. ¿Cuándo te has comprado este coche? Es una pasada.

 

Era un Bentley continental GT-S negro, y si por fuera era espectacular, por dentro era alucinante. Entraban ganas de quedarse allí a vivir.

 

—Hace dos meses —dijo orgullosa.

—No sabía que ganaras tanto siendo inspectora jefa de la policía criminalista.

—Es que… quizá

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