Capitulo XIII

#1 Mirame y Dispara
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Jadyn PDV

Estar en Roma un par de días me vendría genial. Podría poner orden en mis pensamientos y de ese modo saber qué hacer cuando volviera a Corea. Aunque, en realidad, no sabía si quería regresar. Ya no estaba segura de nada.

Yunho y yo cogimos el jet privado en el aeródromo sobre las dos de la madrugada. Era mejor viajar de noche, de ese modo no llamaríamos la atención de nadie. Mis padres creían que me iba con mi tío a Londres a un evento científico. Y Yuri… Yuri no creyó ni una palabra, pero, en cuanto le conté lo ocurrido con Jessica, supo que lo mejor era que me marchara para que pudiera despejarme. Jadyn Park no hacía todos los días la gilipollas de aquella forma.

Estaba sola, en el piso de abajo. Aquel salón amplio y lujoso me parecía un pequeño zulo mugriento. Llevaba dos horas de avión y varias copas de vodka. Yunho dormía en el piso de arriba, refugiado en sus sábanas de seda blanca, tal vez soñando con el acuerdo de algún negocio. Él era capaz de manipular su sueños, yo no. Estaba desconcertada y mi cabeza daba tumbos queriendo conciliar el sueño. Así que me concentré en la ventanilla y contemplé el cielo sin poder retener mis puñeteros pensamientos. Navegué hasta ella.

Acaricié las estrellas. Si Jessica hubiera estado allí la habría sentado entre mis piernas y le habría susurrado el nombre de cada una de ellas. La habría abrazado hasta que se durmiera en mi pecho y habría escuchado su respiración, la mejor melodía posible. Después, me sumiría en un letargo sabiendo que ella estaba allí… conmigo, y que no haría falta soñar.

Mis sentimientos jamás habían llegado tan lejos. Nunca les había dado la oportunidad. Llevaba varios años viviendo aventuras desenfrenadas, y me contentaba con ello. Estaba orgullosa de la forma de vivir el amor que había elegido porque, precisamente, no era amor. Eso era lo que me gustaba. No tenía presiones, no tenía que dar explicaciones, no quería esas obligaciones y eso había logrado. Pero en esos momentos no estaba tan segura. Si pensaba en algo nada más despertar, era en ella.

—¿No logra dormir? —me dijo bajito Sooyoung, la azafata. 

—Supongo que el jetlag comienza a pasarme factura —musité, mirando su sonrisa.

—¿Quiere que le traiga algo? La contemplé de arriba abajo. Era hermosa, de melena ondulada y castaña, y unos ojos caramelo, dulces y tranquilos. Su cuerpo era esbelto y se movía, coqueta, con estilo.

Señalé el sillón que tenía enfrente; apenas a un metro del mío. Sooyoung asintió y tomó asiento cruzando las piernas. Hacía poco que había visto aquel movimiento, pero en una persona mucho más cautivadora.

Humedecí mis labios y contemplé sus piernas.

El jet estaba sumido en un profundo silencio que se aliaba a la oscuridad; solo la luz verdosa de la cabina alumbraba el ambiente. Tenía la suficiente intimidad para iniciar los preliminares.

Me incliné hacia delante y comencé acariciando su rodilla. Ella cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás. Ascendí, pero Sooyoung retiró mi mano y se acercó a mí. Me besó, suave, erótica y lentamente. Me gustó, pero mi cuerpo no lo estaba aceptando como debería. Mi maldito pensamiento estaba en Corea… con ella. Deseaba que Sooyoung fuera Jessica.

De repente, un calor asfixiante me invadió y me llenó de rabia. No quería que Jessica formara parte de aquel momento y, sin embargo, deseaba que fuera ella la que me besara.

La furia me llevó a coger a Sooyoung de los brazos y a empujarla hacia mí. Tomó asiento sobre mis piernas presionando su cuerpo contra el mío. Arranqué los botones de su chaqueta y después los de su camisa. Sooyoung no ponía resistencia a mis movimientos bruscos como lo había hecho Jessica. Ella me iba a dejar hacer lo que quisiera. Era un buen momento para desquitarme y Sooyoung sería perfecta para ello.

Suspiró cuando la cogí en brazos y la llevé a la habitación.   

Las escaleras terminaron de acercarse y Sooyoung abrió la puerta del avión. Retoqué mi corbata y me pasé la mano por el pelo. Estaba perfecto, mucho más que en otras ocasiones. Era un traje sobrio y muy oscuro, pero favorecía mi piel pálida.

Me acerqué hasta la puerta y miré a la azafata. Ella contempló mi atuendo y se detuvo bajo la hebilla de mi cinturón. Fue una mirada rápida, pero suficiente para hacerme saber que le gustaría tenerme de nuevo.

—Bien, disfrutemos de la cena y mañana hablaremos de negocios. ¿Qué te parece, Jadyn? —me dijo Yunho, antes de bajar el primer escalón. En Roma eran pasadas las diez de la noche.

—Genial —mascullé, acercándome a Sooyoung. Yunho comenzó a bajar riendo; minutos antes habíamos estado hablando de la azafata.

Sooyoung se apoyó en la pared al notar mi cercanía. Retiré su cabello del cuello y lo besé. Me marché dejándola con deseos de responder a mi beso. Aquella era la verdadera Jadyn. La que conseguía a cualquier mujer; no la que suspiraba por una de ellas.

En la terminal, Fabrizio Carusso nos esperaba rodeado de agentes, su escolta personal. Parecía un cortejo fúnebre. Había dos coches negros y una limusina, nuestro vehículo. Frabrizio era demasiado perfeccionista para esas cosas. Era el dueño de la mayor farmacéutica de Europa y, como buen empresario, siempre quería abarcar más. Traficante conciso (según él), dominaba la entrada de estupefacientes en la costa de Hong Kong. Después, creaba compuestos con ellos y los probaba en convictos o en personas que vivían en aldeas olvidadas de Tailandia y Filipinas. De ese modo se aseguraba que nadie reclamara por ellos y de que todo cayera en el olvido. El resto de la droga se la entregaba a grandes narcotraficantes, no sin antes llevarse un buen porcentaje.

Pero jamás recibiría un pellizco tan grande como con el negocio que Yunho y él se traían entre manos.

Fabrizio abrió sus brazos en cuanto mi tío tocó suelo Europeo. Yunho se agachó unos centímetros (para quedar a la altura de Frabrizio) y se fundieron en un abrazo lleno de palmadas en la espalda.

—Querido Fabrizio, deja que te presente a mi sobrina Jadyn. Es una pequeña maestra —dijo, mientras yo me acercaba.

—Señor Carusso, es un placer. —Nos dimos un apretón de manos.

—El placer es mío. Yunho me ha hablado mucho de ti. Te admira profundamente. —Le costaba hablar nuestro idioma, pero le comprendí a l

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