Capitulo XL

#1 Mirame y Dispara
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Jadyn PDV

Taeyang apareció agarrando a Sandara del brazo. Parecía tranquila y no oponía resistencia. Incluso dejaba que asomara una sonrisa malévola de la comisura de sus labios. No quise mirarla, pero el cristal de la ventana me mostró su reflejo. Se atrevía a envalentonarse después de todo lo que había hecho.

Me levanté lentamente de la silla, contemplándola al fin. Estaba en lo cierto al pensar que sonreía. 

Retiré a Taeyang de un empujón y le di un bofetón a Sandara antes de cogerla del cuello. La arrastré hacia la mesa y coloqué su cabeza sobre la madera echando mano de mi pistola. La mataría allí mismo ¿por qué esperar?, ¿por qué tener compasión cuando ella no la había tenido ni con Yunho ni con Jessica?

Hundí la punta de mi pistola en sus rizos cobrizos y presioné con fuerza.

—¿Qué tienes que decir ahora, Sandara? Ya no está tú Minho para librarte de esta —mascullé escolarizada mientras quitaba el seguro del arma; estaba preparada para disparar, pero mis hermanas me retiraron a tiempo.

Forcejeé.

—Hija mía, recuerda que tenemos un final mejor para ella —repuso mi padre mientras Taeyang la arrastraba—. Sentadla —ordenó antes de que el rostro se le tensara—. Si no dejas de sonreír no volveré a detener a mi hija.

Sandara cambió la expresión, pero no dejó de plantarle cara a mi padre. Joon, mi tío materno, se colocó detrás de su cuñado.

—¿Sabes lo que supone para mí que una traidora como tú haya usurpado mi apellido? No lo sabes porque solo eres una rata apestosa. Has jugado con mi nombre, has jugado con mi familia. Has matado a mi hermano pequeño. ¿Cómo has tenido valor? —dijo mi padre reprimiendo las mismas ansias que yo tenía de matarla.

Minshik presionaba el bolígrafo sobre la mesa. Incluso llegó a romper la punta de la rabia que le consumía. Tenía enfrente a la asesina de su hijo menor y era difícil mantener la calma.

—¿Qué te ofrecieron? —preguntó Changmin.

—Nada.

—A Minho —repuse yo mientras mis hermanas me liberaban.

—No lo metas en esto —masculló Sandara, enfurecida.

Me abalancé a por ella dando un golpe en la mesa.

—¡Y una mierda! ¡Tú metiste a Jessica!

—Ella se metió solita.

—¿Sabes lo que pienso hacer? Matar a Minho como tú hiciste con mi tío.

Sandara sonrió soltando una carcajada.

—No, no lo harás, porque ellos tienen a Jessica.

—¿Cómo te atreves a enfrentarte a mí? —masculló mi padre.

—¿Tanto te interesa esa niñata, Hyunki? No es más que una…

Changmin le cruzó la cara con el reverso de su mano y después se acercó a su oído.

—Meterte con ella supone meterte con nosotros, cuñada —dijo mi tío.

—¡Yunho robó a los Jung algo que les pertenecía! —clamó Sandara.

Minshik se alzó de la mesa, impetuoso, mientras todos le observábamos. Ella se asustó y entornó los ojos siguiendo los movimientos de mi abuelo, que se inclinó hacia Sandara y colocó su viejo rostro a solo unos centímetros.

—Mientes, fue al revés y lo sabes. No juegues al despiste con nosotros, Sandara —dijo mi abuelo.

Minshik miró hacia la puerta en el momento en que se abrió. Tras ella apareció uno de los guardias escoltando a mi abuela, Jane, que portaba una gran caja blanca. Se la entregó al escolta y miró a su marido. Minshik asintió con la cabeza mientras ella se acercaba hasta él.

Me sorprendió ver a mi abuela allí dentro. Siempre se había mantenido al margen, aunque yo sabía que le daba ideas a mi abuelo y que siempre apoyaba a la familia. Pero en aquel momento no se trataba de un simple negocio. Su hijo había muerto y quería mirar a la cara de la persona culpable de aquella desgracia.

Mi abuela miró a Taeyang y le hizo un gesto con la barbilla. Este cogió a Sandara del brazo y la puso en pie. Jane la observó durante unos segundos con una templanza y frialdad que daban miedo. Después tomó aire y negó con la cabeza antes de que Minshik le colocara una mano en la espalda. Quería compartir el dolor con su esposa.

Sin previo aviso mi abuela le dio una bofetada que retumbó en todos los rincones del despacho. Creo que fue la más dura de todas, porque Sandara ni siquiera se atrevió a levantar la cara. Se ocultó bajo el flequillo y se quedó mirando el suelo.

Acto seguido, Jane escupió a sus pies. Sandara siguió sin mirar, pero se encogió aún más.

—Ni siquiera llegas al nivel de ese escupitajo. Eres bazofia. —Mi abuela miró hacia el escolta que había entrado con ella y asintió con la cabeza. El guardia enseguida abrió la caja y retiró el papel de seda que cubría el interior—. Pero, después de todo, voy a obsequiarte con algo. Adelante, Rain, trae el presente a nuestra querida Sandara .

Rain sonrió entre dientes y extrajo un vestido rojo de corte griego. Por un instante imaginé a Jessica con un vestido parecido a ese. El rojo le favorecía mucho más que cualquier otro color. 

Sandara por fin miró y frunció el ceño al ver aquello. Sabía que algo se ocultaba tras aquel gesto y yo sonreí al verla por fin con rostro dubitativo y algo temeroso.

—Espero que sea de tu agrado. Es de diseño, concretamente de Roberto Cavalli. ¿Os he dicho que adoro a ese diseñador? —Mi abuela hizo una mueca—. No me gusta el corpiño en este tipo de vestidos, pero me he permitido una excepción contigo, ¿quieres saber por qué? —Me miró con fijeza.

Aquello significaba que me daba permiso para que yo continuara.

—El corpiño lleva unos filamentos de fibra de carbono rellenos de nitroglicerina. Se unen a un pequeño dispositivo que hay en la cintura; «tu marido» lo inventó. De esa forma no explotará antes de lo previsto —dije con sorna mientras acariciaba el filo de la mesa. Sabía que no me quitaba los ojos de encima. Me acerqué hasta la caja para coger un pequeño mando. Era plateado y tenía unos botones numéricos y tres más sobre la minúscula pantalla—. En el momento en que se presione este botón —dije señalándole el de color rojo— la nitroglicerina hará explotar un perímetro de quinientos metros. Espero que comiences a entender lo que te estoy diciendo. 

Sandara tenía los ojos abiertos de par en par y sus pupilas temblaban. Ya no le quedaban fuerzas para burlarse. Estaba aterrada. Había entendido perfectamente. Ella sería la bomba.

Se humedeció los labios y se recompuso.

—Jessica estará en el barco. ¿También piensas hacerla saltar por los aires? — repuso, torciendo el gesto.

Sonreí imitando su expresión. Mi frialdad sorprendió a los presentes, que sabían que me descontrolaba cuando se mencionaba a Jessica. 

—Para cuando tus extremidades se mezclen con las de los demás invitados, Jessica estará a salvo, conmigo.

Sandara apretó los dientes antes de enseñarlos cual perro rabioso.

—Irás a la fiesta y fingirás; eso se te da muy bien, ¿no es cierto? Si intentas quitarte el vestido, morirás. Y si piensas hacer alguna estupidez también morirás — continué explicando bajo la sonrisa de mis abuelos y de mis tíos.

—¿Y si les aviso? —Me provocó y yo caminé hacia su posición.

Me coloqué detrás de ella, retiré su cabello con delicadeza y acaricié su nuca. La piel de su cuello se erizó y su cuerpo se estremeció. Eso me dio más seguridad. Me incliné hacia su oído y lo rocé con mis labios.

—Mañana morirás de cualquiera de las formas. Pero puedes estar contenta, Minho te hará compañía.     

 

Jessica PDV

La suntuosa limusina negra se detuvo frente a una alfombra roja que llevaba a la pasarela del barco. Los fotógrafos y los periodistas se agolpaban a ambos lados de unas cintas custodiadas por el personal de seguridad. Gritaban y agitaban sus micrófonos y cámaras, histéricos por intentar hablar con el nuevo alcalde de Seúl. Aquello parecía más el estreno mundial de una superproducción cinematográfica de Hollywood que una ceremonia política. Si supieran cómo terminaría la noche, seguro que estarían haciendo que sus portátiles echaran humo para escribir un artículo que describiera la masacre. Nadie que subiera a ese barco sobreviviría. Excepto Taeyeon y yo.

Quizá debería haberme sentido mal por lo que iba a ocurrir, quizá debería avisar a mi familia. Pero ya no sentía ninguna estima por ellos, solo odio. Que ardieran en el infierno era lo único que deseaba.

Casi todos los invitados habían llegado; ministros, magnates, aristócratas…

Donghae me observó las piernas y se bebió la copa de champán de un sorbo. Después, echó un vistazo a los fotógrafos.

—No deberías haberte puesto un vestido

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