Capítulo 10

Tiffany corrió más deprisa, para no oír cómo Elliott la llamaba a gritos. Tanta emoción la desbordaba, así que corrió lo más rápido que pudo. Era algo que a Tiffany Hwang se le daba muy bien. Mientras corría pensó en Jessica y se puso todavía más furiosa. Si no fuera por ella nada de esto habría pasado. Podría recuperar su vida y tener...

«¿El qué?», se preguntó, aminorando la marcha.

Dejó de correr y se dobló, apoyando las manos en las rodillas. Tenía ganas de vomitar, así que se irguió, respiró hondo y echó a andar por el camino de grava en un intento de concentrarse en la belleza del paraje. En un momento dado se dio la vuelta, decidida a volver a la cabaña, pero se detuvo, se pasó la mano por el pelo húmedo de sudor y siguió andando en dirección contraria a la casa.

¿De verdad quería recuperar su vida? ¿Qué vida? ¿Suzette, a quien realmente ella no le importaba nada? Vale, el o era tremendo, pero aquel factor estaba perdiendo enteros para Tiffany a marchas forzadas. Se paró y se rio en alto.

—¿Qué probabilidades había de que llegara a pasar algo así?

Meneó la cabeza y tomó un sendero que se adentraba en el bosque.

«Jessica.»

Jessica Jung había sido una verdadera fuerza de la naturaleza. Desde que se vieron por primera vez en el aeropuerto de Chicago, Tiffany se quedó enganchada a ella. Habían llamado al mismo taxi en el aeropuerto de O'Hare, bajo la tormenta.

Tiffany llevaba el maletín encima de la cabeza para no mojarse mientras le silbaba al taxi. No se fijó en el piloto que hacía lo mismo a su lado y, cuando el vehículo se detuvo junto a la acera, fueron a la puerta al mismo tiempo. Tiffany pensó que el piloto sería lo bastante caballeroso como para dejarle el taxi, pero se vio gratamente sorprendida cuando un par de profundos ojos castaños de mujer le devolvieron una mirada airada.

—Yo lo he visto primero —afirmó la piloto, agarrando la manecilla de la puerta.

Tiffany esbozó una amplia sonrisa y abrió la portezuela.

—Mira, está diluviando. Vamos a compartirlo antes de que nos ahoguemos.

La mujer la observó unos segundos con los ojos entornados y luego se metió en el taxi. Tiffany la imitó y se secó la lluvia de la cara.

—Menudo chaparrón.

El taxista las miró por encima del hombro.

—¿Adónde las llevo, señoras?

—Al Hotel Drake —la piloto contestó primero.

Tiffany enarcó una ceja en su dirección.

—El Drake, ¿eh? Qué elegante. Creo que yo también iré allí. Me encanta el restaurante de ese hotel —le sostuvo la mirada a la piloto, que esbozaba una sonrisa irónica—. ¿Te gustaría cenar conmigo? —Tiffany le ofreció la mano—. Soy Tiffany Hwang.

La piloto aceptó el apretón de manos.

—Jessica Jung.

Durante un momento, las dos se miraron a los ojos, hasta que el taxista tosió.

—El taxímetro corre, así que ¿al Drake?

Jessica contestó sin apartar la mirada de Tiffany.

—Al Drake.

Tiffany sonrió de oreja a oreja y se acomodó en el asiento.

—Es un restaurante muy bonito —comentó Jessica, dando un sorbo de agua—. Gracias por esperarme mientras me cambiaba.

Tiffany asintió.

—De nada. Estabas más mojada que yo.

Jessica se encogió de hombros.

—Te ofrecí mi habitación para secarte.

Tiffany levantó la mirada de la carta de vinos.

—Fue muy amable por tu parte, a lo mejor te tomo la palabra en otra ocasión —afirmó, y se concentró en la carta—. ¿Te apetece un poco de vino?

—Sí, por favor. Adelante. Yo no entiendo de vinos.

El camarero se acercó a su mesa y Tiffany pidió el vino.

Cuando se alejó, la compositora inició la conversación.

—Cuéntame algo de ti, Jessica Jung.

—No hay mucho que decir. Nací en Indiana, hija única, buenos padres... Pero siempre tuve pocos amigos. Mi padre estaba en el ejército, así que nos mudábamos a menudo.

—¿También era piloto? —quiso saber Tiffany.

En ese momento apareció el camarero con el vino y abrió la botella. Tiffany lo probó e hizo un gesto de aprobación.

—Sí, era coronel de las Fuerzas Aéreas —contestó Jessica, levantando su copa cuando Tiffany alzó la suya.

—Por las noches lluviosas en Chicago —le sonrió esta.

Rozaron las copas en silencio y Tiffany contempló el bello rostro de Jessica mientras bebía. El cabello rubio a la altura de los hombros le relucía bajo la luz suave del restaurante, y tenía unos ojos castaños chispeantes. Su piel era fina y muy lisa, y Tiffany supo instintivamente que sería sedosa al tacto.

—Te me comes con los ojos, Tiffany —observó Jessica con una sonrisa.

—No puedo evitarlo —replicó esta—. Eres muy atractiva. Estoy segura de que ya te lo han dicho antes.

Jessica la miró a los ojos y escrutó su rostro.

—Igual que tú.

El nivel de excitación de Tiffany aumentó unos cuantos puntos y dio un trago de vino.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en Chicago?

—Tengo un vuelo mañana por la noche, a las nueve — contestó Jessica al punto.

Tiffany asintió pero no dijo nada. Jessica sonrió y se echó hacia delante.

—¿Iba en serio lo de tomarme la palabra?

Tiffany se sentó en una roca y levantó la cara hacia el sol que se filtraba entre las ramas de los árboles. Cerró los ojos al evocar la velada cargada de tensión ual y la mañana siguiente que pasó con Jessica. Así de rápido había empezado su relación. Desde entonces se veían siempre que Jessica volaba a Chicago y siempre que Tiffany podía escaparse un fin de semana largo. Durante todo aquel tiempo, Tiffany era consciente de que se estaba enamorando, pero había algo que la echaba para atrás. Puede que fuera la actitud casi infantil de Jessica y su noción indolente de la responsabilidad. La vida que llevaba la piloto, soltera y sin preocupaciones, no era tan diferente de la suya propia, como compositora sin compromisos.

Jessica y ella eran compatibles en muchos aspectos y Tiffany escuchó a su corazón y se permitió querer más y más. Jessica también, pero el tema de los hijos fue un golpe inesperado.

—Cariño, no estamos preparadas para tener hijos —trató de explicarle Tiffany.

Jessica levantó la mirada, tumbada en brazos de Tiffany, y se apartó los mechones rubios de la cara.

—¿No quieres tener hijos? Decías que te gustaba la idea.

—Dije que si la situación fuera diferente, me gustaría la idea —la corrigió Tiffany amablemente, y se incorporó en la cama—. Cielo, mira cómo vivimos. Tú eres piloto y estás siempre de acá para allá. Nunca te quedas en el mismo sitio el suficiente tiempo.

—Tú estás asentada, Tiff. Tienes un apartamento precioso aquí, es enorme y pasas más tiempo en Chicago que nunca. Estarías en casa todo el tiempo. Y podríamos contratar a una canguro...

Tiffany ladeó la cabeza, confusa.

—¿Una canguro?

Jessica siguió hablando antes de que Tiffany continuara.

—Sí, una vez que tuvieras el bebé, podrías...

—¿Yo? —se asombró Tiffany—. Espera, espera. Esto tenemos que hablarlo más en serio.

Salió de la cama y se puso un pantalón de chándal y una camiseta. Jessica hizo lo mismo y se sentó en el mostrador de la cocina con el gesto torcido en un puchero mientras Tiffany preparaba café y le pasaba una taza humeante. Tiffany meneó la cabeza, se sentó delante de ella y le cogió la mano.

—Ahora vamos a ser sinceras. Tú y yo solo hemos hablado de este tema una vez, el año pasado. Cariño, mi reloj biológico está corriendo y la verdad es que no me importa demasiado. No siento la necesidad maternal de tener un hijo en mi vientre. Sí, me gustan los niños. ¿Me gustaría ser madre? Quizá algún día, cuando esté casada o tenga una relación segura y estable.

Jessica se bebió el café, aún con los labios fruncidos; Tiffany le dedicó una sonrisa triste.

—Y eso no lo tenemos, Jessica.

La piloto alzó la mirada de repente y miró a Tiffany con dureza.

—¿Estás diciéndome que no me quieres?

Tiffany puso los ojos en blanco y dio un sorbo de café.

—Jessica, piensa en lo que me estás pidiendo. Traer a un niño al mundo, siendo dos muj