Capítulo 1

Un pasillo oscuro y estéril se extendió ante Taeyeon al abrirse las puertas del ascensor. ¿Cuántas veces había recorrido aquellos mismos pasillos en los últimos tres meses? Pasó junto al puesto de enfermeras y sus rostros familiares le dedicaron una sonrisa triste. Taeyeon, que las había llegado a conocer a todas, les devolvió la sonrisa mientras recorría el camino a la habitación por última vez. Cuando llegó a la puerta, tuvo que tragar saliva para aplacar las náuseas y en ese instante salió Elaine. Elaine Hanson era la enfermera jefe de la planta de oncología. Se había tomado un interés especial por Taeyeon y esta se lo agradecía, ya que habían sido tres meses muy duros.

Elaine era una mujer mayor, puede que anduviera cerca de los sesenta. Se apartó un mechón oscuro canoso de la frente en gesto ausente y apoyó las manos en los hombros de Taeyeon.

—¿Estás bien, cariño?

Taeyeon asintió, entre lágrimas repentinas.

—Quería estar aquí cuando...

Elaine la estrechó entre sus brazos.

—No podías saber que Jessica nos dejaría tan deprisa. Es una bendición, Taeyeon.

Taeyeon dio un paso atrás, inspiró hondo y se secó las lágrimas de las mejillas.

—Lo sé.

—Estaré aquí. Ella ya descansa —aseguró Elaine, y le abrió la puerta.

Taeyeon asintió otra vez y la invadió cierta sensación de irrealidad al entrar en la habitación. Estaba oscura, salvo por el tenue resplandor que arrojaba la pequeña luz de la cama de hospital. Taeyeon ladeó la cabeza al aproximarse a la cama; Jessica se veía muy tranquila, como si estuviera dormida. Sin embargo, al acercarse más, la fría palidez de Jessica no dejaba lugar a dudas. Taeyeon observó la figura inerte de la que hasta hacía poco había sido su pareja, se puso la mano con delicadeza sobre el vientre, en donde crecía su bebé, y le acarició la helada mejilla a su compañera.

—Ya no llegarás a conocerla. Lo siento muchísimo, Jessica — susurró Taeyeon, sin poder evitar que le rodaran las lágrimas mejillas abajo—. Ahora ya no sufres.

Y se quedó mirando al vacío por un segundo al recordar un tiempo en que no había dolor, sino únicamente risas.

—¿Qué hacemos hoy? —preguntó Taeyeon, mientras recogía los platos del desayuno.

Jessica abrió el lavavajillas, con cara pensativa.

—Mmm, no lo sé. Hace un día de otoño precioso. Creo que necesitamos una calabaza.

Taeyeon meneó la cabeza y se dio la vuelta.

—Ya tenemos una, boba. Si pasaras más tiempo en casa la habrías visto en el porche.

—¿Tenemos una? ¿Y cuándo fuimos a buscarla?

Taeyeon se secó la mano en un trapo de cocina y se apoyó en el mármol.

—Tú no fuiste. Fuimos Elliott y yo el sábado pasado cuando estabas en San Diego —replicó, sin poder disimular el sarcasmo.

Jessica percibió el tono mordaz en su voz y trató de defenderse.

—Cariño, es mi trabajo.

—Lo sé, lo sé, eres piloto. Lo entiendo. Pero podrías coger trayectos más cortos...

—Ganaría menos dinero —la interrumpió Jessica con el ceño fruncido.

—Eso nunca me ha importado —objetó Taeyeon en voz calma, y respiró hondo.

—Oye, hace semanas que no estoy en casa, no quiero volver a discutir por lo mismo —le dijo Jessica, que se le acercó, le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo para sí—. ¿Y si no salimos? —murmuró contra sus labios.

Taeyeon suspiró y le devolvió el beso, rodeándole los hombros con los brazos.

—Siempre te libras de las discusiones con o —le dijo, recostándose contra el mármol.

Jessica sonrió y le bajó la cremallera de los tejanos lentamente.

—No es cierto —refunfuñó, juguetona—. Solo me encanta sentirte —añadió, deslizando la mano bajo la tela—. Elliott está durmiendo la siesta, ¿verdad?

Taeyeon cerró los ojos y asintió; Jessica le bajó los tejanos hasta las caderas y le arrancó un respingo al bailar con los dedos sobre ella.

***

Taeyeon esbozó una sonrisa triste al evocar aquellos recuerdos felices, tan poco frecuentes. Durante los cinco años que estuvieron juntas, Jessica no había dejado de trabajar ni un solo instante y no había visto crecer a Elliott. Ahora... Taeyeon volvió a ponerse la mano sobre la barriga y dejó escapar un suspiro.

—Adiós, Jessica —susurró.

Se inclinó, la besó en la fría mejilla y salió de la habitación. Ya fuera, se tapó la boca con la mano y se le escapó un sollozo desgarrado. Elaine acudió a su lado y la acompañó a la sala de espera.

—Siéntate un momento.

—Gracias. ¿Sabes? Llevaba seis meses preparándome para esto. Jessica y yo lo hemos dejado todo arreglado, pero por alguna razón... —Taeyeon se interrumpió y se llevó una mano temblorosa a la frente.

—Has sido muy fuerte durante todo este trance, Taeyeon —le aseguró Elaine para consolarla.

—He tenido que serlo. La pobrecita Elliott no sabe lo que pasa. Es muy pequeña. Le he dicho que Dios estaba solo y que necesitaba a Jessica más que nosotras, pero no lo entiende y casi me alegro de que sea así. Jessica pasaba mucho tiempo fuera por su trabajo y, por poco que me gustase, eso seguramente hará las cosas más fáciles para Elliott. —Taeyeon suspiró pesadamente antes de continuar—. Nunca habría estado de acuerdo con tener a este bebé si hubiera sabido lo enferma que estaba Jessica. Lo único que queríamos era un hijo de las dos. ¿Te parece algo tan egoísta? —le preguntó a Elaine con mirada suplicante.

—No, las dos os queríais. Elliott es una niñita preciosa y feliz, y esta de aquí... —le dio una palmadita a Taeyeon en la barriga—... será igual de feliz. Y es gracias a ti y a Jessica. Aunque si quieres que sea sincera, es sobre todo gracias a ti.

—Lo sé. Jessica quería tener hijos, pero no le gustaba la responsabilidad. Recuerdo suplicarle que cambiara los turnos con la línea aérea para poder pasar más tiempo en casa —suspiró, y echó la cabeza hacia atrás.

La batalla que había librado Jessica con el cáncer durante seis meses había sido devastadora y su muerte representaba casi un alivio. Taeyeon se sentía culpable de pensar así, pero no podía evitarlo. Cuando descubrieron que Jessica tenía cáncer de huesos, la enfermedad se extendió muy deprisa. Verla sufrir tanto había sido insoportable.

—Ya no sufre.

Las dos mujeres permanecieron sentadas en silencio un momento, hasta que la puerta del ascensor se abrió y Taeyeon salió de su ensimismamiento al ver aparecer a una mujer joven con una niña con pequeños rizos rubios en brazos, que cacareaba como una gallinita. Nada más ver a Taeyeon, estiró los brazos hacia ella; la mujer la dejó en el suelo y Elliott corrió hacia Taeyeon sin dejar de reír. Taeyeon también se rio y abrazó a Elliott cuando la niña fue a subirle al regazo.

—No, espera, cariño. Siéntate al lado de mamá. —Taeyeon levantó la mirada y sonrió—. ¿Se ha portado bien mi niña, Joanne?

—Por supuesto, como siempre —repuso esta.

Las dos mujeres se miraron a los ojos y Taeyeon sonrió con tristeza y negó con la cabeza. A Joanne se le saltaron las lágrimas, pero se las enjugó rápidamente.

—Gracias por cuidar a Elliott, Joanne.

—De nada. Nos lo hemos pasado muy bien —aseguró Joanne, recuperando la compostura. Le desordenó el pelo a Elliott—. ¿Verdad, chiquitina?

Elliott asintió y Taeyeon rodeó a su hija con el brazo.

—¿Te lo has pasado bien, pastelito? —le preguntó Taeyeon, apartándose el pelo rubio de la cara.

La niña sonrió de oreja a oreja y la miró con sus ojitos onice.

—Sííí, Elliott comido helado.

—¿Y le has dado las gracias a Joanne?

Elliott asintió y Taeyeon se levantó con un gruñido, la cogió de la mano