Amada

La Huésped (The Host)
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Capítulo 8 - Amada

 

   —¿Te asusta volar? —La voz de la buscadora estaba llena de incredulidad y casi al borde de la burla—. ¿Has viajado a través del espacio profundo ocho veces y te espanta tomar un vuelo regular a Tucson, Arizona?

 

   —En primer lugar, no tengo miedo; en segundo lugar, cuando he viajado a través del espacio profundo no he sido consciente exactamente de dónde estaba, ya que me encontraba almacenada en una cámara de hibernación; y tercero, esta anfitriona se marea en los vuelos.

 

   La buscadora puso los ojos en blanco de pura impaciencia.

 

   —¡Pues toma medicación! ¿Qué habrías hecho si el sanador Fords no hubiera sido recolocado en Saint Mary? ¿Habrías conducido hasta Chicago?

 

   —No, pero como la opción de conducir ahora parece razonable, lo haré así. Va a ser estupendo ver un poco más de este mundo. El desierto puede ser sorprendente...

 

   —El desierto es de un aburrimiento mortal.

 

   —Además no tengo ninguna prisa. He de darle vueltas a muchas cosas y deseo disfrutar de un tiempo para mí sola. —La miré fijamente mientras enfatizaba las últimas palabras.

 

   —No entiendo qué sentido tiene ir a visitar ahora al viejo sanador. Hay muchos sanadores competentes aquí.

 

   —Me siento a gusto con el sanador Fords. Posee experiencia en estos asuntos y creo que yo no dispongo de toda la información que necesito.—Le dediqué una mirada cargada de doble intención.

 

   —No hay tiempo que perder, Wanderer. Reconozco los síntomas.

 

   —Perdóname si no considero tu información imparcial. Conozco lo suficiente del comportamiento humano para identificar los síntomas de la manipulación.

 

   La buscadora me fulminó con la mirada.

 

   Estaba guardando las pocas cosas que había planeado meter en el coche alquilado. Llevaba suficiente ropa para una semana sin necesidad de usar la lavadora y los utensilios de baño necesarios. Aunque no me llevaba muchas cosas, me dejaba atrás aún menos, ya que había acumulado muy poco en lo que se refería a pertenencias personales.

 

   Las paredes de mi pequeño apartamento seguían libres de objetos y las estanterías vacías después de todos estos meses. Tal vez porque nunca había pretendido establecerme aquí de verdad.

 

   La buscadora se había plantado en la acera al lado de mi coche, acosándome con sus comentarios y preguntas insidiosas en el momento en que me ponía al alcance de su voz. Al menos estaba segura de que tenía una personalidad demasiado impaciente como para seguirme por carretera. Ella quería coger un vuelo regular a Tucson, y esperaba conseguir avergonzarme si lo hacía.

 

   Desde luego sería un alivio. En caso contrario, me la imaginaba reuniéndose conmigo cada vez que parara a comer, rondándome a la puerta de los baños de cada gasolinera, esperándome con sus incansables interrogatorios en el momento en que mi coche se parara ante un semáforo.

 

   Me estremecí ante esa idea. Si un cuerpo nuevo significaba liberarme de la buscadora..., bueno, la verdad es que eso suponía un gran aliciente.

 

   Tenía otra posibilidad, también. Podía abandonar este mundo por completo considerándolo un error y mudarme a mi décimo planeta. Podía apañármelas para olvidar toda esta experiencia. La Tierra no pasaría de ser un ligero accidente en mi, por otra parte, inmaculada hoja de servicios.

 

   Pero ¿adónde iría? ¿A un planeta que ya formara parte de mi experiencia? El Mundo Cantante había sido uno de mis favoritos, pero ¿y tener que renunciar a la vista? El Planeta de las Flores era encantador... Sin embargo, las formas de vida basadas en la clorofila tenían un registro emocional muy escaso e iba a resultarme insoportablemente soso después de haber experimentado el ritmo humano de este lugar.

 

   ¿Y un planeta nuevo? Había un planeta de reciente adquisición cuyos nuevos anfitriones se llamaban aquí en la Tierra «delfines», a falta de una comparación mejor, aunque más bien parecían libélulas que mamíferos marinos. Era una especie altamente desarrollada, y con bastante movilidad, pero después de mi larga estancia junto a las algas, la posibilidad de otro planeta acuático me resultaba repugnante.

 

   No, todavía me quedaban demasiadas cosas por probar en este planeta. Ningún otro lugar en el universo conocido me llamaba con tanta fuerza como este pequeño patio de verdes sombras al lado de una calle tranquila. O la atracción del cielo vacío del desierto, que sólo había visto en los recuerdos de Tiffany.

 

   Tiffany no había opinado sobre mis opciones. Había estado muy quieta desde que adopté la decisión de buscar a Fords Deep Waters, mi primer sanador. No estaba segura de lo que implicaba este retraimiento. ¿Acaso intentaba parecer menos peligrosa? ¿Quizá simulaba ser menos molesta? ¿Se estaba preparando para la invasión de la buscadora? ¿Para la muerte? ¿O para lo que se preparaba era para luchar contra mí? ¿O intentaría hacerse con el control?

 

   Fuera cual fuese su plan, se mantuvo a una cierta distancia, y era apenas una tenue presencia vigilante en el fondo de mi cabeza.

 

   Volví a entrar en la vivienda para recoger un objeto que había olvidado. En el interior únicamente quedaba el mobiliario básico del último arrendatario: los mismos platos en el armario, las almohadas en la cama, las mismas lámparas en las mesas. Si yo no regresaba, el siguiente inquilino tendría poco que limpiar.

 

   Estaba saliendo ya por la puerta cuando sonó el teléfono y me volví para cogerlo, aunque llegué demasiado tarde, pues había programado el contestador para que saltara a la primera llamada. Sabía lo que la persona que llamaba oiría: una vaga explicación en la que decía que estaría fuera el resto del semestre, y que mis clases quedaban suspendidas hasta que pudieran reemplazarme. No daba ningún motivo. Miré el reloj situado encima de la televisión. Acababan de dar las ocho de la mañana. Estaba segura de que era Yoon quien llamaba, porque habría recibido ya el correo electrónico algo más detallado que le había enviado por la noche. Me sentí un poco culpable por no haber cumplido mi compromiso con él; me sentía casi como una saltadora. Quizá este paso, esta huida, era el preludio de mi próxima decisión, y mi mayor vergüenza. La idea me incomodaba y me quitaba las ganas de escuchar lo que pudiera decir el mensaje, aunque en realidad no tenía prisa alguna por marcharme.

 

   Recorrí las habitaciones del apartamento vacío una vez más, la última. No tenía la sensación de dejar nada atrás, ninguna sensación de pertenencia a estas habitaciones. Más bien tenía la extraña intuición de que este mundo, no sólo Tiffany sino todo el orbe del planeta, no me quería; no importaba lo mucho que pudiera quererlo yo. No parecía que pudiera echar aquí raíces.

 

   Sonreí irónicamente ante la aparición de la palabra «raíces». Este sentimiento era una pura superstición sin sentido. Nunca había tenido un anfitrión con capacidad de ser supersticioso. Era una sensación interesante.

 

   Como cuando sabes que te están vigilando pero no sabes quién. Me ponía la carne de gallina en la nuca.

 

   Cerré la puerta detrás de mí con firmeza, pero no toqué aquellos cerrojos obsoletos. Nadie la abriría hasta mi regreso o la entrada de otro inquilino.

 

   Me subí al coche sin mirar a la buscadora. Antes no había conducido mucho, y tampoco Tiffany, por lo que estaba un poco nerviosa; pero estaba segura de que me acostumbraría bastante pronto.

 

   —Te estaré esperando en Tucson —me dijo la buscadora agachándose junto a la ventanilla abierta del lado del pasajero mientras yo arrancaba el motor.

 

   —No lo dudo —murmuré.

 

   Busqué los indicadores del panel de control. Intenté fingir una sonrisa, pulsé el botón para subir el cristal y vi cómo se apartaba de un salto.

 

   —Quizá... —aventuró alzando la voz hasta casi gritar, de modo que pudiera escucharla sobre el ruido del motor y a través de la ventana cerrada—, quizá pruebe a ir por el mismo camino. Tal vez nos veamos en la carretera.

 

   Sonrió y se encogió de hombros.

 

   Simplemente había dicho eso para molestarme, así que intenté no dejarle ver que lo había conseguido. Concentré los ojos en la carretera que se extendía delante y me separé cuidadosamente del bordillo.

 

   Fue bastante fácil localizar la autovía y después seguir las señales para salir de San Diego. Pronto desaparecieron las señales de tráfico; ya no había posibilidad de equivocarse. En ocho horas estaría en Tucson, y no era suficiente tiempo. Quizá sería mejor pasar la noche en alguna pequeña ciudad del camino. Si estuviera segura de que la buscadora se encontraba en Tucson, esperando con impaciencia, y no siguiéndome, una parada sería un retraso estupendo.

 

   A menudo me sorprendía mirando por el retrovisor en busca de signos de persecución. Conducía más despacio que nadie, como si no tuviera ganas de llegar a mi destino, y otros coches me adelantaban sin pausa. No reconocí ninguna cara de las que veía pasar. No debería haber dejado que la provocación de la buscadora me molestara, porque lo cierto es que ella no tenía un carácter que le permitiera viajar tranquilamente, sin prisas. Aun así, seguí vigilando por si la veía acercarse.

 

   Fui camino del océano hacia el oeste y luego giré hacia el norte, subiendo y bajando por la hermosa costa de California, pero en ningún momento tomé dirección este. La civilización se fue desvaneciendo a mis espaldas rápidamente y pronto me vi rodeada por colinas y rocas blancas, que son el preámbulo de las grandes extensiones peladas del desierto.

 

   Era muy relajante estar tan lejos de la civilización, y esta sensación me molestaba. No debería encontrar la soledad tan atractiva, porque las almas somos sociables. Trabajamos, vivimos y crecemos juntas en armonía. Somos todas iguales, pacíficas, amigables y honradas. ¿Por qué me sentía tan bien lejos de los de mi especie? ¿Era Tiffany quien me hacía sentirme así?

 

   La busqué, pero la encontré remota, soñando allí, en lo más hondo de mi cabeza.

 

   Era lo mejor que me había pasado desde que ella había empezado a hablar de nuevo.

 

   Los kilómetros pasaban con rapidez. Las oscuras rocas de contornos irregulares y las llanuras polvorientas cubiertas de arbustos volaban a mi lado con monótona uniformidad. Me di cuenta de que conducía más deprisa de lo que realmente deseaba. Aquí no había nada que mantuviera ocupada mi mente, de modo que encontraba difícil distraerme. Con la mente ausente, me pregunté si el desierto tenía mucho más colorido en los recuerdos de Tiffany, si no era mucho más atractivo. Dejé que mi mente se deslizara con la suya, intentando ver qué era lo que encontraba especial en ese lugar tan vacío.

 

   Pero ella no estaba contemplando la tierra muerta que nos rodeaba.

 

   Estaba soñando con otro desierto en forma de cañón y de color rojo, un lugar mágico. No intentó mantenerme fuera. De hecho casi no parecía reconocer mi presencia, lo cual me hizo preguntarme por el posible significado de su indiferencia. No percibía en ella ninguna intención de desencadenar un ataque. Sentía más bien como si se estuviera preparando para el final.

 

   Vivía en un lugar más feliz, allí entre sus recuerdos, como si les estuviera diciendo adiós. Un lugar al que ella nunca me había permitido acceder antes.

 

   Había una cabaña, una vivienda empotrada en un rincón de arenisca roja, peligrosamente cerca del nivel de inundación del río. Un lugar insólito, lejos de cualquier vereda o camino, construido en lo que parecía un sitio sin sentido. Un lugar poco accesible, sin ninguna de las comodidades de la tecnología moderna. Melanie recordaba un momento de grandes risas junto a un fregadero mientras bombeaba para sacar agua de la tierra.

 

   —Es mejor que las cañerías —dijo Taeyeon, mientras la arruga que se le formaba entre los ojos se agudizaba cuando fruncía las cejas. Parecía preocupado por mi risa. ¿Es que temía que no me gustara?—. No queda evidencia alguna de nuestra presencia.

 

   —Me encanta —dije con rapidez—. Es como una película antigua. Perfecto.

 

   Esa sonrisa que nunca terminaba de abandonar su rostro, ya que sonreía incluso en sueños, se amplió aún más.

 

   —En las películas no te cuentan lo peor. Venga, te diré dónde está la letrina.

 

   Escuché las risas de Jamie como un eco a través del estrecho cañón mientras corría hacia nosotros. El pelo negro se bamboleaba al ritmo del cuerpo. El chiquillo delgado con la piel tostada por el sol saltaba ahora por todos lados. No me había dado cuenta de cuánto peso soportaban aquellos hombros estrechos. Con Taeyeon, se sentía más optimista y positivo. Las sonrisas habían re

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Comments

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Aapark #1
Amazing
LlamaAmerica #2
Chapter 19: Jajajaja simpático?? Xd buenoooo por lo menos ya le habla no? XD
LlamaAmerica #3
Chapter 18: Wooow tanto tiempo!!! Gracias por el cap!!! Uffff pobre jamie y pobre de mi Tae :'(
shinee763 #4
no puedo esperar!!
LlamaAmerica #5
Chapter 16: Uhhhhhhhh me quedare con la intriga jajajjaa
LlamaAmerica #6
Chapter 15: Ahhhhh cuanto tiempo esperando espero actualices prontooooooo!!!
LlamaAmerica #7
Chapter 14: Haaaaaaaaaaaaaaaay hasta que me pude poner al corriente con esta historia ojalá actualices pronto *-*
LyndaM #8
Chapter 6: Omo, primero dios todo estara bien, animo te esperaremos
LlamaAmerica #9
Chapter 5: Haaaaaaaay joder Tae están ashjakska jajajaja sigueeee!!!!
saine1993
#10
Chapter 3: no e leído el libro pero si vi la película y es una de mis favoritas que bien que la adaptes me encantan actualiza pronto