“Llorar de amor,

de hastío,

de alegría.”

Oliverio Girondo-Llorar a lágrima viva

Erase una vez una chica que no podía dejar de reír. En cuanto nació, sus padres notaron que había algo diferente en ella. Era una bebé muy risueña, siempre regalando sonrisas, reía al escuchar cualquier cosa, al despertarse, cuando tenía sueño. En vez de despertarse con los enérgicos lloros de su bebé, les despertaban las risas. Nunca lloraba. Sus padres comenzaron a preocuparse, pero siempre que pedían consejo, todos decían cosas como “Mi hijo no paraba de llorar ¡Tienen suerte!” ó “Una bebé que sólo ríe ¡Vaya calamidad!”. Pronto aprendieron a vivir con esta peculiaridad y su pequeña, a quien llamaron Taeyeon, creció riendo.

Taeyeon no lloraba cuando se caía y lastimaba, como otros niños. Aquello le ganó fama de dura y sus padres, a menudo olvidaban que de hecho podía sufrir algún daño; por eso siempre tenía una rodilla raspada o se había fracturado varios huesos. También pasaba que la risa la poseía en los momentos menos oportunos, como en la iglesia, en donde reírse en pleno sermón, estaba muy mal visto. En alguna ocasión, sus padres habían detenido por poco un exorcismo porque Taeyeon había estallado en carcajadas en medio del sentido discurso del párroco. Así pues, Taeyeon dejó de ir a la iglesia. Los funerales eran otro sitio al que Taeyeon no podía asistir. Sus padres se cuidaron de asistir a ninguno en compañía de su hija.

Su infancia pasó, llena de restricciones. La adolescencia no fue diferente. Cierta vez, Taeyeon se deshizo en risas frente a la mandamás de la preparatoria. No pudo convencerla de no se reía de ella, y consiguió que dicha chica le pusiera el ojo morado. Fueron llevadas a la oficina de la directora, aún allí, Taeyeon no podía dejar de reírse. La chica se lo tomó personalmente. Esparció rumores sobre Taeyeon y le puso motes hirientes. Los que creía sus amigos dejaron de hablarle. Estaba sola. Ella le hizo la vida un infierno, pero Taeyeon no podía hacer otra cosa que reír.

No dejaba de pensar que su risa era más problemática que benéfica. De nada valía vivir sonriendo sin motivos, de nada servía reír todo el tiempo, si no tenía con quien reír.

Pasó que, el mismo año  en que nació Taeyeon, una mujer dio a luz a otra niña peculiar. Apenas estuvo su cuerpo en este mundo, lloró. Como si supiera todo lo que le esperaba, lloraba. Sus chillidos se escucharon por toda el ala de maternidad. Sus consternados padres no tenían descanso. La pequeña lloraba por todo, la acometía el llanto en mitad de sus siestas, cuando tenía hambre y cuando no tenía hambre. Mientras jugaba, mientras tomaba un baño. Los padres estaban nerviosos todo el tiempo, pidieron ayuda. “Una bebé que llora todo el tiempo, ¡Qué raro!” ó “Debe ser el cólico ¡Eso es normal!”, les decían. Se acostumbraron pues, al llanto que no daba tregua, y su hija, Stephanie, creció llorando.

Stephanie, quien era considerada en extremo sensible por su llanto incontrolable, era tratada con tacto, quizá demasiado. Sus padres evitaban, a toda costa, cualquier cosa que le provocara llanto. Los dedos de sus manos bastaban para contar las veces que se había hecho un raspón o cortado un dedo. Para usar tijeras u objetos filosos, sus padres la supervisaban detenidamente. De cualquier modo, Stephanie podía ponerse a llorar cuando ellos reían, o despertar con el llanto, e irse a dormir así, llorando. Se cansaba de llorar, podía hacerlo desesperadamente, en lagrimones que manaban sin parar de sus ojos y mocos que le impedían respirar; o podía lloriquear entre gimoteos.

Como lloraba por todo, otros niños no se acercaban, por temor a ser culpados de su llanto. Era muy difícil hacer amigos y Stephanie estaba mucho tiempo sola. Entonces lloraba de soledad e impotencia. Añoraba el día en que en lugar de romper a llorar, pudiera romper a reír.  

Sucedió que estas chicas opuestas se encontraron en el mismo lugar. La sala de espera del consultorio del psiquiatra al que habían acudido en busca de soluciones para sus respectivos padecimientos. El médico consideraba una casualidad maravillosa los casos de ambas. Como no podía hablar con una sobre la otra, decidió provocar un encuentro y las citó el mismo día, a la misma hora. Ese día inventó una urgencia y dejó indicaciones a su secretaria de hacerlas esperar.

Taeyeon estaba sentada frente a Stephanie cuando ésta comenzó a llorar. Con sollozos que crecieron en un vendaval. Se apresuró a ofrecerle un paquete de pañuelos desechables, intentando no reír, inútilmente, pues no pudo suprimir sus carcajadas. Stephanie estaba sorprendida, y lloró más fuerte, ofendida de que una desconocida encontrara semejante gracia en sus lágrimas. Taeyeon sentía vergüenza por reírse de lo que creía, era una gran pena. Entre pausas de llanto, Stephanie imprecó a Taeyeon por su falta de tacto y, como pudo, Taeyeon intentó explicarse. Dado que Stephanie tenía un problema igual de extraño que el de Taeyeon, le creyó y se volvieron amigas. Cuando Stephanie lloraba, sin razón aparente, Taeyeon entendía, mejor que nadie.

Fue Stephanie quien propuso compartir llantos y risas. Ella dijo a Taeyeon “Lloraré por ti cuando sólo puedas reír, y tú puedes reír cuando no pueda dejar de llorar”.