“Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual.”

José Emilio Pacheco-Las batallas en el desierto

Taeyeon

Recuerda. Con las imprecisiones de una memoria que conspira con el tiempo, para borrarlo todo. Fue como una bofetada, sus sentidos se activaron junto con sus hormonas. No sabía de obsesiones hasta que la vio por primera vez. La visión de Stephanie Hwang entrando en el salón de clases de una preparatoria pública, patosa, con su cuerpo en desarrollo, torpe y desgarbada con sus miembros que se sentían ajenos. Taeyeon recuerda haberse congelado en la visión de Stephanie dirigiendo su mirada hacia ella, sonriéndole y caminando directo hacia donde estaba para preguntar:

— ¿Está ocupado este lugar? —delante de Taeyeon, donde podía ver su nuca, su cabello que se agitaba cuando movía su cabeza. Más tarde iba a recordar también cómo se inclinaba más de lo humanamente posible para poder oler su cabello, fingiendo acomodarse en la butaca. Desde entonces se sentó detrás de Stephanie, quien se giraba para dirigirle sonrisas cómplices, y rozaba apenas su rodilla con sus gráciles dedos, en un gesto que estaría para siempre ligado a su inocencia perdida.

Stephanie que, en los ojos de Taeyeon, era la sensualidad encarnada. Ese otro mundo del que sólo había leído, uno que evocaba en sueños y no se atrevía a nombrar. La representación de la mujer perfecta era una adolescente demasiado hosca para ser ideal de femineidad. Tímida y delicada, pero increíblemente torpe. ¿Cómo iba a sentir otra cosa que no fuera atracción? Si le sonreía nerviosamente y a veces se reía demasiado fuerte. Taeyeon siempre iba a añorar su toque, sus dedos deslizándose como plumas sobre su piel, trazando líneas invisibles que se tatuaron en su memoria para siempre. Cómo no sentir otra cosa que placer, si Stephanie parecía gravitar a su alrededor, si aceptaba su mano alrededor de la suya y su brazo sobre su hombro.

Taeyeon deseaba no ser ella misma tan torpe. Ojalá fuera incapaz de mentir y así, sus palabras o sus acciones podrían traicionarla y Stephanie sabría. Mejor aún, no desear a la misma Stephanie, que no provocara en ella ese sentimiento de desolación por la imposibilidad de ese romance, para no sentir la desolación de no tenerla. Si fuera de ese modo, no envidiaría a Yuri al punto de odiarla. No pensaría en su mejor amiga como el enemigo, cuando viera a Stephanie del mismo modo que la veía ella, y no le daría las mimas sonrisas, ni la tocaría del mismo modo. Así no le hubiera importado que Yuri le dijera que iba a pedirle a Stephanie que fuera su novia.

No se atrevía a pensar en eso. Ridícula, se sentía así. Pensar que con catorce años pudiera saber lo que significaba dos décadas con la misma persona, era absurdo. Porque para Taeyeon, el amor era eso que hacía posible que su padre se sentara a ver telenovelas con su madre cada tarde. Eso que, después de años de convivencia, todavía provocara un destello de luz en los ojos de su madre al ver llegar a su esposo del trabajo, todos los días. Se negaba a reconocer el amor en lo que aquella chica flacucha provocaba en ella. Cómo podía ser amor la lucha en sus entrañas cada vez que Yuri pasaba su brazo sobre los hombros de Fany. Cómo iba a ser amor, algo tan terrible. No había esperanza.

Esos recuerdos se desvanecen lentamente tras sus ojos, y se ve forzada a poner la atención en el camino. La carretera refleja las luces el pavimento abrillantado por el agua que reluce al paso de su auto.

Stephanie

Ha dejado de llover. En días como esos no puede evitar pensar en ella. Sus ojos dejan por unos momentos el monitor de la laptop para mirar las lucecillas de los autos que recorren la calle, y sus duplicados en los espejos provocados por el agua. Aquella noche parece ser un duplicado de otra que se repite del mismo modo en sus memorias. También entonces dejaba de llover, apenas. Unas gotillas resbalaban en el vidrio del auto. Es como una fotografía de la que se ha borrado todo menos aquella ventana empañada y la imagen de ambas en el reflejo. La propia Stephanie que finge no mirar a Taeyeon que como un espejismo también está en la ventana. Su perfil, con el gesto de concentración al conducir. El silencio se levanta como un muro. Stephanie piensa en esa noche, como una que ha de permanecer para siempre en su cabeza. Un recuerdo al que recurrirá en busca de confort.

Taeyeon era refugio. Así la recuerda Stephanie cuando la invoca en su memoria. Taeyeon era, al mismo tiempo, de lo que había que refugiarse. Stephanie nunca podrá separar el secreto bochorno de haberla espiado durante todo el último año de la escuela primaria. En una conducta casi acosadora, hizo lo posible por saber todo de Taeyeon. Desde su apellido, Kim, hasta el nombre de su mejor amiga, Yuri. Esa chica esmirriada, con los ojos profundos como un abismo en el que Stephanie se precipitó. Enterarse que irían a la misma escuela preparatoria fue como una señal del destino. Iba a atreverse, por fin. El primer día de clases, entró con toda la determinación de la que era capaz en el aula: ahí estaba ella, casi totalmente reclinada en la butaca. Cómo añoraba Stephanie que se acabara el fin de semana y verla de nuevo. No podía tener suficiente de Taeyeon y sus crípticas conversaciones, del leve temblor en su voz y el nerviosismo mal camuflajeado con silencios. No podía dejar de ahogarse en todo lo que era Taeyeon, quien provocaba que su cuerpo y sus reacciones no le pertenecieran ¿Cómo podría haberlo sabido?  

Al principio, Yuri era otro de los requerimientos para conseguir estar con Taeyeon. Qué mejor apoyo que el de su mejor amiga para hacerse con las claves del misterio que era Taeyeon. Cuanto más se acercaba a Yuri, más espacio Taeyeon ponía entre ellas, hasta que ocurrió lo inevitable: Yuri era de quien Taeyeon hablaba, cuán buena persona, la bonita pareja que harían. Yuri era quien llenaba su tiempo, y no era Taeyeon quien se le había declarado una tarde al terminar las clases. Aquella vez tragó saliva, sintió toda la piel fría, las entrañas idas y un escalofrío fue de su nuca a la punta de sus dedos, vaciándolo todo. Dijo que lo pensaría y fue a su refugio. Rogó internamente que Taeyeon le pidiera decir que no, que confesara lo que Stephanie sabía que sentía por ella. Pero Taeyeon no iba a traicionar a Yuri.

Los goterones de agua fría aparecieron como respuesta a su desesperación. La noche que terminó con Yuri fue como su comienzo. Taeyeon estuvo ahí para recogerla. Stephanie no había podido decirle que sí a Yuri. Los tres años de noviazgo habían sido una tortura autoimpuesta, una que decidió terminar antes de convertirse en la esposa de Yuri. No quería volver al departamento que compartían y ver en su rostro el reproche, la traición. El dolor de su mentira.

La despedida es una experiencia extra corporal. Taeyeon moviendo los labios para preguntar qué le pasa. Stephanie pronunciando la mentira. Un momento breve, con el auto detenido frente a la casa de Taeyeon, mirándose fijamente. Es como si en los ojos de Taeyeon hubiera una disculpa y Stephanie entiende por qué, cuando ve ese otro auto estacionado en la entrada. Las luces encendidas, la silueta en la ventana ¿Por qué nunca se lo dijo?

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