Capitulo IV
#2 TraicionTiffany PDV
No vi las estrellas esa noche; miles de luces las ocultaban. Tokio era una ciudad increíble, pero un tanto caótica para mi gusto. Me atraían mucho más los lugares históricos que metropolitanos. Aunque, si hubiera tenido elección, seguramente me habría encantado.
Lee Seunggi me miró sonriente. Estábamos en el interior de una lujosa limusina: él, orgulloso de tener el control absoluto sobre mí, y yo asqueada con aquella situación.
—Estás increíble esta noche —ronroneó entregándole su copa de champán a su fiel secuaz ruso para que le sirviera más. Leo obedeció enseguida, con movimientos rígidos. A veces, creía que no era humano.
Seunggi se bebió el champán de un sorbo, dejó la copa en una pequeña mesita saliente y se pasó la lengua por los labios. Siempre hacia ese movimiento antes de hablar.
—Ese vestido azul te favorece. Te convierte en alguien más dócil…
Reprimí las ganas de mirarle y agaché la cabeza. Seunggi era una enorme mentira con patas esbeltas y melena negra. Su presencia engañosa convencía a cualquiera de que era un hombre amable y honesto, pero la realidad era mucho más ersa. Sus castigos eran buena prueba de ello.
Aunque sabía todo aquello, no pude evitar sentirme furiosa. Odiaba que hablara de su negocio como si fuera una forma íntegra de ganarse la vida.
—¿No hablas? —preguntó, curioso.
—No tengo nada que decir —repuse sin dejar de mirar por la ventana. Acabábamos de pasar por el Palacio Imperial.
—Eso es extraño en ti, California. —No pude evitar mirarle indignada. Él sabía bien que odiaba que me llamara de ese modo.
—¿Se te ha olvidado mi nombre, Seunggi? —dije torciendo el gesto. Se llevó un dedo a la boca y soltó una carcajada que me heló la sangre.
—Veamos, ¿cómo quieres que te llame? —Cerré los ojos y dejé escapar el aire—. ¡Oh, vamos, no te enfades conmigo! En fin, aprovechando que estás bien calladita, repasaremos las preferencias de Jaejoong.
Kim Jaejoong era un empresario petrolero con influencias en el gobierno jordano. Había pagado mucho dinero por mis servicios y dentro de sus peticiones estaba que me reuniera con él en Tokio, aprovechando que estaba en la ciudad por negocios. Lo que ascendió aún más el precio debido al traslado.
—Llevas tres días hablando de lo mismo. —Debería haberme arrepentido casi al instante, pero continué—. Sé perfectamente lo que tengo que hacer.
—Por supuesto que lo sabes, Tiffany. —Tragué saliva al verle incorporarse—. Yo mismo te lo enseñé.
—¿Estás orgulloso?
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