Cuando me desperté, lo primero que percibí, aparte de una sensación de dolor increíble en los pies, fue que tenía diez millones de mensajes de texto de Hyuna. Todos giraban en torno a Chaerin y no consideré que fuera urgente responderlos.   Milagrosamente, me había despertado antes de las dos de la tarde, lo que significaba que mi madre seguía durmiendo. Trabajaba de telefonista en el turno de noche, por lo que solía llegar a casa a horas intempestivas y dormía durante el día. Pero mi prima Bom que seguramente se habría acostado antes de medianoche estaría de pie desde antes de las nueve de la mañana.

    Cuando entré en la sala de estar, la encontré sentada frente a la computadora, seguramente buscando información para algún trabajo de la universidad a pesar de que estábamos en plenas vacaciones de primavera. Estudia Psicología, siempre se mantiene siendo la mejor de su clase y se había mudado con nosotras al iniciar la universidad.  Era triste, muy triste, que yo fuese la complicada de la familia.

    —¿Qué te pasa?—me preguntó Bom, levantando la vista de la pantalla.

    —¿Y a ti?—le respondí, aprovechando mi rapidez de reflejos.

    Había entrado ya en el pequeño espacio anexo donde teníamos la cocina para prepararme un tazón de cereales. (Los científicos no lo han demostrado aún, pero he descubierto que la combinación de bebida energética, un buen tazón de mis cereales multicolores favoritos y una pastilla contra la migraña curan cualquier resaca.)

    —uuuuh ¿Estás resacosa?—pregunto Bom en tono de burla ya que  se dio cuenta de que estaba preparando mi antídoto y la verdad es que había acertado cómo me sentía.

    —Más o menos—dije, me dejé caer en el sofá con mi tazón de cereales y mi bebida energética de lima limón.

    —¿A qué hora llegaste anoche?—preguntó Bom, con un matiz de desaprobación en su voz.

    Es un año mayor que yo, y representa una figura casi sobreprotectora en nuestra relación. Mi madre siempre está trabajando y mi padre es como si no existiese desde el principio de los tiempos.

    —No lo sé.—Intenté pensar, pero la verdad es que no me acordaba. Había perdido la noción del tiempo desde el momento en que salimos del restaurante.

    —¿Y al final qué hiciste anoche?—Bom dejó por fin de fingir que estaba haciendo algo en la computadora y giró su silla hacia mí. Sus ojos marrón se quedaron mirándome con su habitual mezcla de curiosidad y preocupación, como si siempre estuviera esperando que reconociese que me estaba metiendo heroína y practicando o a cambio de dinero.

    —Nada—dije, encogiéndome de hombros.

    —¿Nada?—Levantó una ceja.

    —No conseguimos entrar en ningún lado—le expliqué con la boca llena de cereales—. Nos pasamos la noche dando vueltas en busca de alguna discoteca donde nos dejaran entrar; acabé con los pies destrozados y al final volvimos a casa.

    —¿Y Hyuna no te llevó a ninguna fiesta?—

    —No—

    —Vaya, esos sí que es raro en ella: acabar una noche sin vodka o sin o—comentó

    —La vida está llena de sorpresas.—Terminados los cereales, apuré la leche multicolor del tazón y confié en que Bom dejara el tema de una vez—. ¿Qué vas a hacer hoy?

    —Esto—dijo, con un gesto de indiferencia—. ¿Y tú?

    —Esto.—Dejé el tazón en la mesita y me recosté en el sofá—. Dan una película sobre un adicto al o. ¿Te importa si la veo?

    —Me da igual.—Se levantó de la silla de la cocina que había colocado delante de la mesa de la computadora y se instaló en el otro extremo del sofá.

    Me estiré y descansé mis destrozados pies en su regazo. Empezó a decir algo sobre su estado, pero acabó respondiéndose a sí misma la pregunta murmurando: Hyuna . Ambas estábamos de acuerdo en que ella era el origen de todos los problemas de mi vida.

    Pasamos el resto de la tarde instaladas en el sofá viendo una maratón de películas. Mi madre se levantó, se duchó y se fue a trabajar temprano, mencionando que iba a hacer horas extra, aunque yo nunca estaba segura de si creerle o no.  A veces pienso que simplemente no le gustaba estar en casa. La situación había llegado al extremo de que tenía la sensación de que Bom y yo vivíamos solas.

    Hacia las nueve decidí por fin darme una ducha. Cuando entré en mi habitación para buscar la ropa, me di cuenta de mi celular, que continuaba en la mesita, parpadeaba. Para mi sorpresa, enterrado bajo la montaña de mensajes de textos de Hyuna, encontré uno de Chaerin.

—Mañana concierto, centro de Seúl. A las siete. Compro. ¿Vienes? —

    Durante la noche, cuando por casualidad mencioné que me gustaba ir a concierto sin importar de quien o que, para perderme escuchado el ruido y ovaciones, había prestado atención, y me invitaba a un concierto. Sabía que si Bom se enteraba del asunto, empezaría a ponerse paranoica y haría lo imposible por impedirme ir. A pesar de eso, yo estaba tranquila. Chaerin era un poco menor para mí, evidentemente, pero no estábamos saliendo y no creía que eso fuera a constituir un problema.

    Suspiré y rápidamente le respondí:— "Es mucho dinero. Ya te debo demasiado"—

   — "Tranquila. El dinero da igual. ¿Vienes o no?"— respondió Chaerin en cuestión de segundos.

    —"Sí. Pero no te acostumbres a pagarme cosas"— fue mi mensaje respuesta.

   — "No te acostumbres a protestar si te pago cosas (?"—

   — "Muy graciosa respondí"— confiando en que le sonara tan divertido como yo quería.

   — "Te recojo a las 6:30, ¿ok?"— Era terriblemente justo para la hora en que empezaba el concierto, pero como era ella la que invitaba no me quedaba otra que acatar sus reglas.

   — "Ok. Hasta entonces. :)" —

    Al instante decidí que no podía contarle nada de todo aquello a Hyuna. Si al final con Chaerin acababa convirtiéndose en algo habitual, no me quedaría más remedio que contárselo. Y también a Bom. Por el momento, consideré mejor guardármelo para mí sola.    Pasé las veinticuatro horas siguientes evitando a Hyuna y esquivando las preguntas de Bom. Mi Prima tenía un to sentido para saber cuándo me pasaba algo y era prácticamente imposible esconderle nada.

    Mientras me preparaba para salir, Bom dejó claro que sabía que había alguien de por medio. No sé cómo lo supo. Me había vestido simplemente con una campera ceñida con capucha y unos vaqueros, y me costaba entender qué podía delatar mi atuendo. Cada vez que dejaba a Bom sola en casa por la noche me sentía mal. Sí, era mayor, aunque la invitara se negaría, y habíamos pasado la mayor parte de la vida solas, pero seguía sin gustarme hacerlo.

    Chaerin llegó puntualmente a las seis y media y su presencia anuló por completo mis previos sentimientos de culpa o agitación. En cuanto la vi, me sentí cómoda y feliz.

    —Hola.— me saludó con una amplia sonrisa cuando entré en el coche.

    —Gracias—dije—. Por todo esto.

    —¿Por todo, qué?—me preguntó confusa, mientras arrancaba.

    —Por llevarme en coche, por la entrada, por salvarme la vida—dije, dándole detalles.

    —Oh, por eso.—Se echó a reír—. No es ningún problema. Confía en mí.

    —Pero que no sea ningún problema para ti no significa que no te esté agradecida—le hice notar.

    —De acuerdo—concedió—. De nada, entonces.

    Estacionar en el centro era imposible, pero consiguió encontrar un hueco a media manzana del local del evento. Era evidente que Chaerin podía caminar más rápido que yo, pero disminuyó el ritmo para seguir a mi altura, y me sentí culpable por retrasarlo. 

    En cuanto me percaté de la cantidad de gente que había allí dentro, me resigné a quedarme atrás y a no ver ni por asomo el escenario. Pero Chaerin me agarró de la mano y nos sumergimos en la muchedumbre. La sensación de su tacto era muy especial. Su piel no estaba ni caliente ni fría. Era… como si no tuviera temperatura. Y a pesar de que era tremendamente suave, no pude evitar que me recordara la piel de un lagarto, que, al no poder regular su temperatura corporal, mantiene la del lugar donde está o la de cualquiera que lo toque.

    Conseguimos acercarnos al escenario, pero de poco me sirvió porque yo soy bajita. Cuando salió el grupo a escena y la gente se precipitó hacia delante, acabé con la cabeza aplastada contra la espalda del tipo que tenía enfrente.  Chaerin consiguió mantenerse en su lugar y crear incluso un pequeño espacio a su alrededor sin que nadie la apretujara. Se percató en seguida de lo apurado de mi situación y, con una habilidad asombrosa, me levantó en brazos y me subió sobre sus hombros, con mis piernas colgando a lado y lado de su cuello.

    De repente cobré conciencia de que yo pesaba entorno a los cuarenta kilos y que debía de pesarle mucho. Veinte kilos ya son muchos cuando los cargas encima.

    —¡Suéltame cuando notes que te peso mucho!—grité por encima del estruendo de la música.

    —¡No pesas!—me gritó a modo de respuesta.

    No flaqueó ni hizo el mínimo ademán de querer bajarme al suelo en toda la actuación, que fue espectacular, por cierto. Cuando la multitud empezó a dispersarse, yo seguía aún montada sobre sus hombros y pensé que acabaríamos abandonando el local. Pero al final me depositó en el suelo.

    —¡Tu debes de zamparte una dosis doble de cereales vitaminados al día!—dije cuando me hubo bajado.

    —Pero ¿de qué hablas?—dijo, mirándome como si estuviera loca.

    —¡Estás superfuerte!—Y, sin pensarlo, le toqué los bíceps, esperando palpar una cantidad impresionante de musculatura escondida. Pero, la verdad, era un brazo de lo más normal.