Día 6.023
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Incluso antes de abrir los ojos, me gusta Amber. Biológicamente es una chica, pero tiene género masculino. Vive de acuerdo a su propia verdad, como yo. Sabe quién quiere ser. La mayoría de la gente de mi edad no tiene que preocuparse por esas cosas. La mayoría de la gente no se sale de lo sencillo. Si quieres vivir de acuerdo a tu propia verdad, debes estar dispuesto a pasar el proceso para descubrir cuál es que, al principio, es doloroso pero, a la postre, es reconfortante. Se supone que es un día muy ocupado para Amber. Tiene un examen de Historia y otro de Matemáticas. Tiene ensayo con la banda —que es lo que más le apetece de todo el día—. Y tiene una cita con una chica llamada Ailee. Me levanto. Me visto. Cojo las llaves y subo al coche. Pero cuando llego a la calle en la que debería girar para ir al instituto, sigo recto. Tengo tres horas de viaje hasta el pueblo de Tiffany. Le he mandado un correo electrónico para decirle que Amber y yo vamos para allí. No le he dado tiempo de responder, y, por tanto, de negarse.
De camino, accedo a diferentes recuerdos de la vida de Amber. Hay pocas cosas más duras que haber nacido en el cuerpo equivocado. Lo padecí en muchas ocasiones mientras crecía —aunque solo durante un día—. Antes de que me convirtiera en alguien tan adaptable —tan aquiescente de la forma en la que funciona mi vida—, me molestaban algunas de las transiciones. Me encantaba tener el pelo largo y me enfadaba cuando me despertaba al día siguiente y estaba corto. Había días en los que me sentía como una chica y días en los que me sentía como un chico; y aquello no se correspondía siempre con el cuerpo en el que había amanecido. No obstante, por aquel entonces, aún creía a la gente cuando me decía que tenía que ser una cosa o la otra. Todo el mundo me decía lo mismo y yo era muy joven para pensar por mí misma. Aún tenía que aprender que, en lo que respecta al género, soy, al mismo tiempo, ambos y ninguno. Es terrible que tu cuerpo te traicione. Y produce una sensación de soledad terrible, porque sientes que no tienes con quién hablarlo. Sientes que es algo entre el cuerpo y tú. Sientes que es una batalla que nunca ganarás... pero luchas día a día. Y esa lucha es agotadora. Aunque intentes ignorarlo, la energía que se necesita para ello es agotadora. Amber ha tenido suerte con los padres que le han tocado. No les importaba que quisiera llevar pantalones en vez de faldas, ni que quisiera jugar con camiones en vez de con muñecas. Hasta que no ha sido un poco más mayor, ya de adolescente, no les ha dado mucho respiro. Sabían que a su hija le gustaban las chicas, pero les costó un poco más articular que le gustaban como chico. Que él debería haber nacido chico o que, al menos, debería vivir como un chico... que debería vivir en la zona borrosa que existe entre las chicas masculinas y los chicos afeminados. Su padre, un hombre tranquilo, lo entendía y lo apoyaba en silencio. Su madre se lo tomaba peor. Respetaba el deseo de Amber de ser quien necesitaba ser pero, al mismo tiempo, le costaba dejar de pensar que había tenido una niña y que tenía un varón. Algunos de los amigos de Amber lo entendían incluso con trece o catorce años; otros, pensaban que era un bicho raro —más las chicas que los chicos—. Para los chicos, Amber siempre había sido uno más, el amigo aual. Y esto no hacía que dejaran de pensar así. Ailee siempre había estado allí, en la parte de atrás de la foto. Habían ido juntos al colegio desde la guardería y se caían bien aunque no eran amigas. Cuando llegaron al instituto, Amber iba con los chavales que escribían poemas enfurecidos en sus cuadernos y dejaban que se murieran allí; y Ailee iba con los chavales que enviaban sus poemas a las revistas literarias en cuanto los acababan. La chica pública, que se presenta a delegada de la clase y que forma parte del Club de Debate; y el chico privado, el compinche de las incursiones a los supermercados abiertos 24 horas para comer o beber algo gratis. Amber nunca se habría fijado en Ailee, nunca habría considerado que fuera una posibilidad, pero fue Ailee la que se fijó en ella. Ailee se fijó en él. Era esa persona de la periferia en la que siempre se detenía su mirada. Cuando cerraba los ojos para dormir, era pensar en él lo que la guiaba hasta el sueño. No sabía muy bien qué es lo que le atraía, si la chica masculina o el chico afeminado; pero llegó un momento en que dejó de importarle. Le atraía Amber. Y Amber no tenía ni idea de que ella existía. No, al menos, de aquella manera. Finalmente, como Ailee reconocería más adelante, la situación se volvió insoportable. Tenían muchos amigos comunes que podrían haberle sondeado, pero Ailee pensaba que si iba a arriesgarse, tenía que hacerlo en primera persona. Así que un día que Amber y sus amigos se preparaban para hacer una de sus incursiones, se subió al coche y los siguió. Tal y como había imaginado, Amber prefería quedarse delante mientras sus amigos iban por los pasillos. Se acercó a él y le dijo: «Hola». Al principio, Amber no entendía por qué Ailee le estaba hablando ni por qué estaba tan nerviosa; pero, poco a poco, se dio cuenta de lo que pasaba... y de que ella también quería que pasara. Cuando la campanilla de la puerta principal le avisó de que sus amigos se marchaban, se despidió de ellos con la mano y se quedó con Ailee— que ni siquiera hizo ningún esfuerzo por hacer ver que quería algo de la tienda—. Ailee se habría quedado allí, sin más, de pie, hablando horas y horas, pero Amber sugirió que pidieran un café. Y, desde aquello, todo había ido rodado. Sí, había habido altibajos, pero lo que sentían por dentro era muy fuerte: cuando Ailee miraba a Amber, lo veía exactamente como él quería que lo vieran. Mientras que los padres de Amber no podían olvidar quién había sido, y muchos amigos y desconocidos no podían olvidar quién no quería ser, Ailee solo lo veía a él. Ailee no veía esa zona borrosa. Ailee veía muy nítidamente a una persona.
Mientras navego por sus recuerdos, mientras voy comprendiendo esta historia, siento gratitud y añoranza... no por Amber sino por mí mismo. Esto es lo que me gustaría tener con Tiffany. Esto es lo que me gustaría darle a Tiffany. Pero ¿cómo voy a conseguir que deje de fijarse en esa zona borrosa si soy un cuerpo que nunca verá y vivo una vida que nunca tendrá entre sus brazos? Llego justo antes de la comida y aparco en el sitio habitual. A estas alturas, ya sé en qué clase está Tiffany, así que espero fuera hasta que suena el timbre. En cuanto suena, aparece en mitad de una multitud, hablando con su amiga Yoona. N
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