Día 6.020
CADA DIAJackson Wang no hubiera imaginado nunca que este sábado iba a ser así. Se supone que debía ir a ensayar pero, en cuanto sale de casa, llama al director y le dice que está resfriado y que espera que, con suerte, sea de esos que solo duran 24 horas. El director es comprensivo —van a representar Hamlet y Jackson es Laertes, así que pueden ensayar muchas escenas en las que él no aparece—. Así que Jackson es libre... ¡y se dirige inmediatamente en pos de Tiffany! Me ha dejado unas indicaciones, pero no me ha dicho cuál es el destino final. Conduzco durante casi dos horas, dirección Oeste, hacia el interior de Maryland. Las indicaciones me llevan hasta una cabaña pequeña escondida en el bosque. Si el coche de Tiffany no estuviera delante, pensaría que me he perdido. Para cuando salgo del coche, me espera en el quicio de la puerta. Parece que esté contenta, pero nerviosa. Yo no sé dónde estoy.
—Hoy eres muy guapo —observa cuando me acerco.
—Padre Chino, Madre Canadiense. Pero no hablo ni una palabra de mandarín.
—Hoy no va a aparecer tu madre, ¿verdad?
—No.
—Bien. Entonces puedo hacer esto sin miedo a que me maten. - Me besa con todas sus ganas. Y yo le correspondo de igual manera. De repente, dejamos que sea nuestro cuerpo el que habla. Dejamos el quicio atrás y entramos en la cabaña. No miro la habitación; prefiero sentirla a ella, saborearla, pegarme a ella al tiempo que ella se pega a mí. Me quita la chaqueta. Nos quitamos los zapatos de una patada. Me guía hacia atrás. La cama golpea la trasera de mis piernas, que se doblan. Caemos torpemente sobre ella. Nos divierte la situación. Yacemos. Se apoya en mis hombros. Nos besamos y nos besamos y nos besamos. Jadeos y calor y contacto y fuera las camisetas y la piel sobre la piel y sonrisas y murmullos y la enormidad revelándose ante nosotras en el más ligero de los gestos... en la más delicada de las sensaciones. Me zafo de un beso y la miro. Se detiene y me mira.
—Hola.
—Hola —responde. -Trazo los contornos de su cara, de su clavícula. Ella me pasa los dedos por los hombros, por la espalda. Me besa el cuello, la oreja.
Por primera vez, miro en derredor. Es una cabaña de una sola estancia, así que el baño debe de estar fuera. Hay cabezas de ciervo en las paredes. Nos observan con ojos cristalinos.
—¿Dónde estamos?
—Es la cabaña de caza de mi tío. Está en California, así que he pensado que no pasaría nada por venir. -Busco ventanas rotas o signos de que hayan entrado por la fuerza.
—¿Y cómo has entrado?
—Pues con la llave de emergencia. -Me acaricia el ligero bello que tengo en el centro del pecho y, después, el corazón. Yo acaricio con suavidad la suave piel de su costado.
—Menuda bienvenida.
—Pues aún no ha terminado. -Y así, sin más, volvemos a juntar nuestro cuerpo. Dejo que lleve la iniciativa. Dejo que me desabroche los vaqueros y que baje la cremallera. Dejo que se quite el sujetador. La sigo pero, a cada paso que da, la presión aumenta. ¿Adónde vamos a llegar? ¿Adónde deberíamos llegar? Sé que esta desnudez significa algo. Sé que esta desnudez es señal de confianza, que es señal de deseo. Así es como somos cuando nos abrimos la una a la otra completamente. Aquí es adonde venimos cuando no queremos seguir escondiéndonos. La quiero. Quiero que esto suceda. Pero tengo miedo. Nos movemos como si tuviéramos fiebre. Lue
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