Día 6.006
CADA DIASuena el teléfono. Lo cojo pensando que es Tiffany. Aunque sé que no es posible. Miro el nombre que sale en la pantalla: «Jongin». Mi novio.
—¿Hola?
—¡Kyungsoo! ¡Llamo para despertarte! ¡Ya son las nueve! ¡Estaré ahí en una hora! ¡Ponte linda! —Como tú digas —murmuro. Tengo que hacer muchas cosas en una hora. Primero, toca levantarse, como es habitual; ducharse y vestirse. En la cocina, oigo a mis padres hablando a voz en cuello en un idioma que no conozco. Parece Japones o algo así. Los idiomas extranjeros me ponen de los nervios porque, aunque tengo nociones básicas de unos pocos, no puedo acceder a la memoria de la persona suficientemente rápido como para hablarlos de manera fluida. Accedo a los recuerdos de Kyungsoo y veo que sus padres son de Tokio. Pero eso no me sirve para entenderlos. Así que me mantengo alejado de la cocina.
Jongin va a recoger a Kyungsoo para ir al desfile del Orgullo Gay de Annapolis. Dos de sus amigos, Xiumun y Lay , irán con ellos. Kyungsoo lo tiene marcado en el calendario y en la mente. Tengo la suerte de que Kyungsoo tenga un portátil en la habitación. Como es fin de semana y la biblioteca del colegio está cerrada, voy a tener que arriesgarme a consultar aquí mi correo electrónico. Entro en mi cuenta y veo que Tiffany me ha enviado un mensaje hace diez minutos escasos:
T, Espero que lo de ayer fuera bien. Acabo de llamar a su casa y no había nadie. ¿Crees que habrán ido a pedir ayuda? Quiero pensar que sí. Por cierto, consulta este enlace. La cosa se está saliendo de madre. ¿Dónde estás hoy? S.
Pincho el enlace que me envía debajo de su inicial y me lleva a la página de inicio de un periódico de Baltimore. El titular brama:
¡EL DIABLO ESTÁ ENTRE NOSOTROS!
Es la historia de Suho, pero ya no es solo la suya. Esta vez, hay otras cinco o seis personas de la zona que aseguran que les ha poseído el diablo. Para mi consuelo, ninguna de ellas —excepto Suho—me resulta familiar. Todas son mayores que yo. Además, la mayoría dice que fueron poseídas mucho más tiempo que un solo día. Pensaba que la periodista se habría mostrado más escéptica, pero se lo traga todo sin poner ni un filtro. Llega incluso a enlazar el tema con otras historias de posesiones demoniacas: personas que están en el corredor de la muerte y que afirman que actuaron influenciadas por fuerzas satánicas; políticos y predicadores a los que pillaron en situaciones comprometidas y que dijeron que habían sentido en su interior algo muy extraño que les guiaba. Muy conveniente, vaya. Busco nuevamente a Suho en un motor de búsqueda y encuentro más artículos. Por lo que parece, la historia se está extendiendo (y no solo en blogs y periódicos online, sino entre la comunidad evangélica). En cada artículo que leo se cita a la misma persona que, en esencia, dice lo mismo cada vez:
«No tengo duda de que se trata de casos de posesiones demoniacas», dice el reverendo Anderson Poole, consejero de Daldry. «Son ejemplos clásicos. Si algo tiene el diablo es su predictibilidad. Estas posesiones no deberían sorprendernos. Nuestra sociedad le ha dejado la puerta abierta, ¿por qué no iba a entrar?». La gente empieza a creérselo. Los artículos y los comentarios en los blogs son legión (todos ellos de gente que ve al diablo en todo, claro está). Aunque sé que no debería hacerlo, le envío un mensaje a Suho:
No soy el diablo.
Pincho el icono de «Enviar», pero no me siento mejor. Le escribo un mensaje a Tiffany y le cuento qué tal me fue con el padre de Krystal. También le digo que voy a pasar el día en Annapolis y le describo la camiseta que llevo y cómo soy hoy. Oigo un bocinazo en la calle y veo un coche que debe de ser el de Jongin. Paso a todo correr por la cocina y me despido rápidamente de los padres de Kyungsoo. Luego, subo al coche —el chico que iba en el asiento del copiloto (Xiumin) pasa atrás con el otro chico (Lay) para que me siente junto a mi novio—. En cuanto a Jongin, mira lo que llevo puesto y chista.
—¿Vas a llevar eso al Orgullo? —pero está de broma. Creo.
No paramos de hablar durante todo el viaje, pero no llego a integrarme del todo en la conversación. Tengo la cabeza en otro sitio. No debería haberle enviado ese correo electrónico a Suho. Aunque es una sola línea... admite demasiadas cosas. En cuanto llegamos a Annapolis, Jongin se encuentra como pez en el agua. No para de decir: «¡No me digas que no es divertido!». Xiumin , Lay y yo asentimos. En realidad, el Orgullo de Annapolis no es gran cosa; de hecho, en muchos aspectos, parece como si la Marina se hubiese llenado de gays y lesbianas durante un día y que un montón de gente extraña y variopinta hubiera venido a jalearles. Además, hace muy buen tiempo, lo que hace que, aparentemente, la gente esté aún más animada. Jongin me coge de la mano y la agita como si caminásemos por el camino de baldosas amarillas. En una situación normal, me encantaría que lo hiciera. Tiene todo el derecho del mundo a sentirse orgulloso y a disfrutar de este día. No es culpa suya que
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