Día 5.994

CADA DIA
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Me despierto. Tengo que descubrir quién soy cuanto antes. No es solo el cuerpo —abrir los ojos y descubrir si la piel de mis brazos es clara u oscura, si tengo el pelo largo o corto, si estoy gorda o flaca, si soy chica o chico, si tengo cicatrices o la piel suave—. Ajustarse al cuerpo es lo más sencillo... si estás acostumbrada a despertar en uno nuevo cada día. Es la vida, el contexto del cuerpo, lo que puede ser difícil de entender.   Cada día soy alguien diferente. Sé que soy yo misma... pero también soy otra persona. Y siempre ha sido así.

 

 La información está ahí. Me despierto, abro los ojos y me doy cuenta de que es una nueva mañana, un lugar nuevo. La biografía entra a saco —es un regalo de bienvenida de la parte de mi mente que no soy yo—. Hoy soy Nichkhun. No sé por qué lo sé, pero lo sé: me llamo Nichkhun. Pero, al mismo tiempo, sé que no soy realmente Nichkhun, que solo estoy tomando prestada su vida por un día. Miro a mi alrededor y sé que estoy en su habitación. Esta es su casa. El despertador va a sonar en siete minutos.   Nunca soy la misma persona dos veces, pero ya he sido como este chico: ropa por todos lados, más videojuegos que libros, duerme con calzoncillos. Por cómo sabe su boca, deduzco que es fumador, aunque no es tan adicto como para necesitar uno nada más despertar.  

—Buenos días, Nichkhun —me digo para comprobar cómo es su voz. Grave. La voz que tengo en la cabeza siempre es diferente. Nichkhun no se preocupa por sí mismo. Le pica la cabeza. No quiere abrir los ojos. No ha dormido mucho.   No me hace falta más para saber que no me va a gustar el día. Es duro estar encerrada en el cuerpo de alguien que no te gusta porque, aun así, tienes que respetar su forma de ser. En el pasado, he causado daños en la vida de algunas personas, pero he acabado dándome cuenta de que cada vez que meto la pata... es a mí a quien le pasa factura. A mí. Así que intento tener cuidado.   Hasta donde yo sé, las personas en las que habito tienen una edad parecida a la mía. Vamos, que no paso de tener dieciséis a tener sesenta. Ahora mismo, tengo dieciséis. No sé cómo funciona. Ni por qué.

 

 Hace tiempo que dejé de preguntármelo más a menudo de lo que una persona normal se cuestiona su propia existencia. Después de un tiempo, es mejor que te hayas acostumbrado al hecho de que, sencillamente, «estás ahí». No hay manera de descubrir por qué. Tengo mis teorías, pero nunca voy a tener pruebas.    Puedo acceder a los recuerdos y a la información de la persona, pero no a los sentimientos. Sé que esta es la habitación de Nichkhun, pero no tengo ni idea de si le gusta o no. Desconozco si tiene ganas de matar a sus padres o si estaría perdido sin que su madre viniera a asegurarse de que está despierto. Ni idea. Es como si mis sentimientos reemplazaran a los de la persona que habito. Y aunque me alegro de pensar como yo, sería de gran ayuda tener alguna pista, de vez en cuando, de cómo piensa la otra persona. Todos tenemos secretos. Y lo son para todos los que te rodean, especialmente si han llegado de fuera.   Suena la alarma. Cojo unos vaqueros y una camisa. Algo me indica que es la misma que llevó ayer. Cojo otra. Me llevo la ropa al baño. Me visto después de ducharme. Sus padres están en la cocina.    No tienen ni idea de que algo ha cambiado. Son dieciséis años de práctica. No suelo cometer errores. Ya no.         

 

 Descubro rápidamente cómo se lleva con sus padres. No habla mucho con ellos por la mañana, así que no tengo por qué hacerlo. He aprendido a presentir la expectación de los demás —o su ausencia—. Me zampo unos cereales, dejo el cuenco en el fregadero —sin lavarlo—, cojo las llaves de Nichkhun y me marcho.   Ayer fui una chica en un pueblo que debe quedar a unas dos horas de aquí. El día anterior, un chico cuyo pueblo estaba a tres horas del de la chica. Ya casi he olvidado los detalles. No me queda otra... o me olvidaría de mí misma.   Justin escucha música gritona y detestable en una emisora gritona y detestable en la que un pinchadiscos gritón y detestable hace chistes gritones y detestables para pasar la mañana. En realidad, no necesito saber nada más acerca de Nichkhun. Accedo a sus recuerdos para que me diga cuál es el camino hasta el instituto, qué plaza de aparcamiento he de ocupar y a qué taquilla he de ir. La combinación. El nombre de las personas a las que conoce por el pasillo.   Hay veces en las que no puedo pasar por todo esto. No puedo ir al instituto. No puedo con el día. Digo que estoy malo, me quedo en la

cama y leo libros. Pero incluso eso llega a aburrirte al cabo de un tiempo; y descubrir un instituto nuevo, nuevos amigos, me resulta atrayente. Porque solo es un día.   Mientras saco los libros de Nichkhun de la taquilla, noto que hay alguien orbitando alrededor. Me doy la vuelta. Las emociones de la chica que está a mi lado son transparentes —indecisión y expectación, nerviosismo y adoración—. No necesito acceder a la memoria de Nichkhun para saber que es su novia. Nadie más se comportaría así en su presencia, insegura. Es guapa, pero ella es incapaz de darse cuenta. Se esconde detrás del pelo. Se alegra de verme, pero, al mismo tiempo, no se alegra.    Se llama Tiffany. Por un instante —un solo latido—, pienso: «Sí, es el nombre adecuado». No sé por qué, porque no la conozco. Pero es el adecuado. Esto no lo piensa Nichkhun, sino yo. Pero me hago a un lado, porque no es conmigo con quien quiere hablar, sino con Nichkhun.   

—Hola —le digo, superficial hasta decir basta. 

 —Hola —murmura.   Está mirando al suelo. Sus Converse pintadas. Les ha dibujado ciudades. Rascacielos alrededor de las suelas. Ha pasado algo entre Nichkhun y ella, pero no sé lo que es. Probablemente, se trata de algo de lo que Nichkhun tampoco se ha dado cuenta todavía. 

 —¿Estás bien?   Noto que se sorprende —aunque intenta ocultarlo—. Nichkhun no le habría preguntado algo así. Lo curioso es que quiero saber la respuesta. Su desinterés hace que, a mí, me interese. 

 —Sí —responde como si no estuviera segura.   Me cuesta mirarla. La experiencia me ha enseñado que debajo de cada «chica satélite» hay una realidad que hace las veces de núcleo. Ella esconde la suya pero, al mismo tiempo, quiere que la descubra. Es decir, que la descubra Nichkhun. Pero está fuera de mi alcance. Es un sonido que quiere convertirse en palabra.    Está tan perdida en su propia tristeza que no se da cuenta de cuánto se le nota. Creo que la entiendo —durante unos instantes, presumo de hacerlo— pero, de repente, desde el interior de esa tristeza, me sorprende con un atisbo de resolución. «Bravura», me atrevería a decir.   Deja de mirar al suelo, me mira a los ojos y me pregunta:  

—¿Estás enfadado conmigo?   No se me ocurre ninguna razón para estarlo. En cualquier caso,

debería enfadarme con Nichkhun por hacer que se sienta tan infravalorada —lo noto en su lenguaje corporal—. Cuando está a su lado, se hace muy pequeña.   

—No, para nada.   Digo lo que quiere oír, pero no se lo cree. Digo las palabras adecuadas, pero piensa que hay gato encerrado.    Este no es mi problema, lo sé. Yo solo voy a estar aquí un día. No puedo dedicarme a resolver los problemas de un par de novios. No debo cambiar la vida de nadie.   Me aparto de ella, saco los libros y cierro la taquilla. Ni se mueve, como si estuviera anclada a la profunda y desesperante soledad de una mala relación.  

—Entonces, ¿quieres que comamos juntos?   Lo fácil sería responder que no. Lo hago a menudo: noto que la vida de la otra persona me atrae hacia sí y corro en la dirección opuesta. Pero hay algo en ella... los rascacielos de las zapatillas, ese atisbo de bravura, la tristeza innecesaria... que hace que desee saber en qué palabra se convertirá algún día ese sonido. Llevo años tratando con personas que no conozco pero, esta mañana, aquí, con esta chica, hay algo que tira de mí hacia ella. Y en un instante de debilidad o bravura —no lo sé—, decido dejarme llevar. Decido que quiero saber más. Conocerla.

  —Por supuesto. Será genial —leo en ella como en un libro abierto. Esta vez he sido demasiado entusiasta. Nichkhun nunca lo es—. Eh... mola —corrijo.   Se siente aliviada. Tanto, al menos, como se permite a sí misma —que tampoco es mucho—. Accedo a los recuerdos de Nichkhun y veo que llevan juntos más de un año. El recuerdo no es más concreto. No recuerda la fecha exacta.    Se adelanta y me coge de la mano. Me sorprende lo bien que me siento.  

—Me alegro de que no estés enfadado. Solo quiero que todo nos vaya bien.   Asiento. Si he aprendido algo en todo este tiempo es que todos queremos que las cosas nos vayan bien. No necesitamos nada fantástico, maravilloso o extraordinario. Si las cosas van bien, somos felices. Porque, la mayoría de las veces, con que vayan bien es suficiente.   Suena el primer timbre.   —Luego nos vemos —me despido.

  Es una promesa sencilla pero, para Tiffany, lo es todo.       

 

   Al principio, era duro que pasasen los días y no hiciese ninguna amistad duradera, que todas esas cosas que te cambian la vida no tuvieran ningún efecto en mí. Cuando era más joven, anhelaba la amistad y la cercanía. Ataba lazos sin darme cuenta de que se soltarían rápidamente. Y para siempre. Me tomaba en serio la vida de las personas que habitaba: creía que sus amigos podían llegar a ser mis amigos, que sus padres podían llegar a ser mis padres. Pero, después de un tiempo, tuve que dejar de hacerlo. Vivir tantas separaciones me resultaba descorazonador.    Voy por la vida dando tumbos. Sola. Más de lo que te imaginas. Aunque, al mismo tiempo, resulta liberador. Nunca tengo que tomar verdaderas decisiones. Nunca tengo que sentir la presión de los colegas o la carga de las expectativas familiares. Veo a las personas como piezas de un rompecabezas... y me centro en el rompecabezas en vez de en las piezas. He aprendido a observar —mucho mejor de lo que lo hace la demás gente—. No me ciega el pasado ni me motiva el futuro. Me concentro en el presente... porque es ahí donde estoy destinada a vivir.   Aprendo. A veces, me toca asistir a una clase en la que el profesor habla de algo de lo que me han hablado decenas de profesores antes que él. A veces, aprendo cosas completamente nuevas. He de acceder al cuerpo, acceder a la mente, para ver qué información retiene. Y cuando lo hago, aprendo. El conocimiento es lo único que me llevo conmigo cuando me marcho.   Sé tantas cosas que Nichkhun desconoce... que nunca sabrá... Estoy sentada en su clase de Matemáticas. Abro el cuaderno y escribo una frase que no ha oído jamás. Shakespeare y Kerouac y Dickinson. Mañana, o pasado mañana —o quizá nunca—, leerá estas palabras, escritas de su puño y letra, y no tendrá ni idea de cómo han llegado allí. Ni lo que significan.   Eso es todo lo que me permito interferir. Por lo demás, he de ser pulcro.           No dejo de pensar en Tiffany . En sus detalles. Salta de un recuerdo de un recuerdo de Nichkhun a otro. Minucias. La manera en la que cae su pelo; en la que se muerde las uñas; la resolución y la resignación de su voz.

Cosas al azar. Veo cómo baila con el abuelo de Nichkhun  porque el hombre ha dicho que le gustaría bailar con una chica guapa. Veo cómo se tapa los ojos en una película de terror y mira a través de los dedos, disfrutando, por dentro, del miedo que siente. Estos son los buenos recuerdos. No quiero ver los otros.   A lo largo de la mañana, solamente la veo una vez. Nos cruzamos en el pasillo entre la primera y la segunda clase. Me doy cuenta de que le sonrío según se acerca y ella me devuelve la sonrisa. Tan sencillo como eso. Sencillo y complicado —como la mayoría de cosas que son de verdad—. Salgo a buscarla después de la segunda clase. Y de la tercera. Y de la cuarta. Creo que he perdido el control. Quiero verla. Sencillo. Complicado.   Para la hora de comer estoy exhausta. El cuerpo de Nichkhun está agotado porque ha dormido muy poco; y yo, en su interior, estoy agotada porque no he dejado de pensar en ella ni de sentirme inquieta.   La espero junto a la taquilla de Nichkhun. Suena el primer timbre. El segundo. Tiffany no ha venido. Puede que acostumbre a quedar con él en otro sitio. Quizá Nichkhun haya olvidado dónde. Si es así, la chica está acostumbrada a sus olvidos. Da conmigo justo cuando estoy a punto de darme por vencida. Los pasillos están casi vacíos. Todas las ovejas se han ido. Se acerca aún más que antes.  

—Hola.

  —Hola —responde.   Me está mirando. Es Nichkhun quien toma la iniciativa. Es Nichkhun quien decide qué hacer. Es Nichkhun quien da las órdenes.   Es deprimente. Lo he visto muchísimas veces: devoción incondicional. Dejar de lado el miedo a saber a ciencia cierta que no estás con la persona adecuada porque te pesa más el miedo a estar solo. La esperanza tiznada de duda. Cada vez que veo estos sentimientos en la cara de otra persona, me agobio. Y en la cara de Tiffany hay algo más aparte de las decepciones. Hay dulzura. Una dulzura que Nichkhun no apreciará jamás de los jamases. Yo lo veo con claridad. Pero soy la única.   Cojo todos los libros y los meto en la taquilla. Me acerco a ella y le toco el brazo con la mano. Suavemente. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Solo sé que lo hago.   

—Vámonos por ahí. ¿Adónde te apetece ir?   -Estoy suficientemente cerca para ver que tiene los ojos cafe claro. Estoy suficientemente cerca para ver que nunca nadie está lo

suficientemente cerca de ella para ver que tiene los ojos cafe claro  

—Pues... no sé.  

—Vamos —y le cojo de la mano.   Ya no siento inquietud, sino que me abandono a la imprudencia. Primero, caminamos de la mano. Luego, corremos de la mano. El vértigo de mantenerse al ritmo. De ir volando por el instituto. De reducir todo lo que no somos nosotras a un algo intrascendente y borroso que dejamos a los lados. Reímos. Estamos juguetonas. Dejamos sus libros en su taquilla y salimos de allí, a respirar aire puro, aire del de verdad. La luz del sol y los árboles y todo aquello que la vida no tiene de oneroso. Cuando salgo del instituto estoy incumpliendo las reglas. Cuando subo al coche de Nichkhun estoy incumpliendo las reglas. Cuando arranco el motor estoy incumpliendo las reglas.  

—¿Adónde te apetece ir? Venga, de verdad, ¿adónde te encantaría ir?  - En un primer momento, no soy consciente de cuántas cosas dependen de esta respuesta. Si dice: «Vamos al centro comercial», desconectaré. Si dice: «Vamos a tu casa», desconectaré. Si dice: «En realidad, no me gustaría faltar a la última hora de clase», desconectaré. Aunque debería desconectar dijera lo que dijera. Debería. Porque no debería estar haciendo esto. Pero dice:  

—Me encantaría ir a ver el mar. Llévame a ver el mar.   Y noto cómo conecto.          

 

Tardamos una hora en llegar. Estamos a finales de septiembre. Maryland. Las hojas no han empezado a cambiar de color todavía, pero es evidente que han empezado a planteárselo. Los verdes están apagados, descoloridos. El color está a la vuelta de la esquina.   Dejo que Tiffany ponga lo que quiera en la radio. La situación le sorprende, pero no me importa. Estoy cansada de lo gritón y de lo detestable. Y tengo la impresión de que ella también. Trae la melodía al coche. Suena una canción que conozco y la canto en alto: «Si pudiera, haría un trato con Dios...».    Tiffany ya no está sorprendida, sino que recela. Nichkhun nunca canta en alto.

  —Pareces otro.  

—Es la música.  

—¡Ja!

  —De verdad.   Me mira durante un rato largo. Sonríe. 

 —Vale —y gira el dial en busca de otra canción.   Poco después, ambas cantamos a pleno pulmón una canción pop tan ligera como el aire que eleva un globo aerostático, y que nos eleva a nosotras de igual manera.   Es como si el tiempo se hubiera relajado a nuestro alrededor. Deja de pensar en lo raro que es esto y pasa a formar parte de la situación. Quiero que tenga un buen día. Aunque solo sea uno. Llevo tanto tiempo vagando sin rumbo... y ahora se me ha otorgado este propósito efímero —siento como si lo hubiera hecho alguien—. Pero solo puedo otorgar un día de mi vida... así que, ¿por qué no va a ser bueno? ¿Por qué no voy a compartirlo? ¿Por qué no puedo cantar y cantar y cantar hasta que termine la canción? Las reglas están para saltárselas. Cojo esto. Te doy aquello.   Cuando acaba la canción, baja la ventanilla y navega con la mano por el viento —lo que introduce una nueva música en el coche— . Bajo las demás ventanillas y acelero. El viento se adueña de nosotras, nos despeina, hace que parezca que el coche ya no está y que nosotras mismas somos la velocidad; que somos la aceleración. Entonces, llega otra buena canción. Vuelvo a encerrarnos. Le cojo de la mano y conduzco así durante varios

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Comments

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Leyla_quiroz #1
Chapter 35: final feliz!!!!
Leyla_quiroz #2
Chapter 30: por favor has un final feliz te lo ruego!!!!!
taeny-love
#3
Chapter 29: Te amaría mucho sj pusieras un final feliz para el Taeny :''') serías mi ángel
Ashleychoi92 #4
Chapter 29: Khe? Algo se rompió dentro de mi, ya recorde porque es que no leo comentarios, de igual manera gracias por actualizar
∪ˍ∪
SoneAguilera #5
Chapter 28: Descargue el libro original... No lo he querido leer, talvez después de terminar este fic
Dwarf0807 #6
Soy una maldita spoiler. Odienme, pero leí el libro del cual inspiraron este fic. Es un final no feliz para ambas. Me gustaría que ésta adaptadora, intente hacer unos capítulos propios, donde cambien el final original.
-Yiime- #7
Chapter 27: Oh Dios . Te gusta el sufrimiento ehh. Actualiza pronto n.n
Marivarela17 #8
Chapter 27: Perfecto el cap, me encanto, pero me gustaría que algún dia tae pudiera quedarse en un cuerpo
Leyla_quiroz #9
Chapter 27: actualiza pronto!!!!!
Sin_TaeXD
#10
Chapter 27: SUBEEEE!! XD me gusto que tae no lo hubiera hecho con tiffany, involucrando en el acto a jackson. Me pareció demasiado perfecta su decisión, puesto que ella solo quería estar con tiff de una manera en la cual solo estuvieran presentes ambas, sin que fuentes externas permanecieran allí también. Sabia que de alguna manera estaba mal, e incluso esta bien que llegue a tener sus dudas acerca de lo que están haciendo, porq me imagino que ella quisiera estar con tiff de una manera normal, en donde tiff se enamorara completamente de ella y solo de ella, no de cuerpos de otras personas. Pero por favor autora espero que muy pronto haya algún tipo de solución para esto, como que tae un día despierte en su cuerpo real, porque sino ¿cuando la historia acabara?, seria muy doloroso que tae jamas llegue a vivir su propia vida y que al mismo tiempo no pueda estar con tiff, eso significaría que el mismo ciclo jamas terminaría :(