capitulo 9

YO ANTES DE TI ( Versión TaeNy)
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9

 

 

No dormí esa noche. Yací despierta en el pequeño trastero, contemplando el techo y reconstruyendo paso a paso los dos últimos meses a la luz de lo que sabía ahora. Todo había cambiado de lugar, se había fragmentado y acabado en otro sitio, en una forma que a duras penas reconocía.

Me sentí engañada, la cómplice tonta que no sabía en qué se había metido. Imaginé que se habrían reído en privado de mis tentativas de dar de comer verduras a Taeyeon o de cortarle el pelo..., esas pequeñas cosas que le harían sentirse mejor. ¿Qué sentido tenían, al fin y al cabo?

Rememoré una y otra vez la conversación que había escuchado, en un intento de interpretarla de otro modo, de convencerme a mí misma de que había comprendido mal sus palabras. Pero Dignitas no era exactamente un lugar al que se iba de vacaciones. No podía creer que Kim TaeHee considerase hacerle eso a su hija. Sí, me había parecido una mujer fría, y se portaba, sí, de manera poco natural ante su hija. Era difícil imaginarla prodigándole arrumacos, como solía hacer mi madre con nosotros (intensa, gozosamente) hasta que nos desprendíamos de sus brazos, rogándole que nos soltara. Si soy sincera, al principio pensé que así trataban las clases pudientes a sus hijos. Al fin y al cabo, acababa de leer un libro de Taeyeon, Amor en clima frío. Pero ¿ser partícipe, de modo voluntario, en la muerte de tu propia hija?

Al pensar de nuevo en ello, su comportamiento resultaba aún más frío, sus acciones imbuidas de una intención siniestra. Estaba furiosa con ella y estaba furiosa con Taeyeon. Furiosa con ambas por obligarme a participar en una farsa. Estaba furiosa por todas las veces que me había sentado a pensar en cómo mejorar las cosas para ella, cómo lograr que estuviera más cómoda o feliz. Cuando no estaba furiosa, estaba triste. Recordé cómo se le quebró la voz a la señora Kim cuando trató de consolar a Hyoyeon y sentí una tristeza insondable por ella. Se encontraba, no me cabía duda, en una encrucijada imposible.

Sin embargo, por encima de todo, me sentí dominada por el horror. Me obsesionaba lo que ahora sabía. ¿Cómo vivir a sabiendas de que solo se dejaban pasar los días hasta la llegada de la muerte? ¿Cómo era posible que esa mujer cuya piel había sentido bajo los dedos esta mañana (cálida y viva) decidiera acabar consigo misma? ¿Cómo era posible que, con el consentimiento de todos, en apenas seis meses esa misma piel pudiera encontrarse bajo tierra, pudriéndose?

No se lo podía contar a nadie. Eso era casi lo peor de todo. Era una encubridora del secreto de los Kim. Asqueada y desganada, llamé a Sooyoung para decirle que no me sentía bien y me iba a quedar en casa. No pasaba nada, estaba corriendo diez kilómetros, dijo. Probablemente, no llegaría al club de atletismo hasta las nueve, de todos modos. Ya nos veríamos el sábado. Parecía distraída, como si tuviera la cabeza en otras cosas, en algún recorrido mítico.

Me negué a cenar. Me tumbé en la cama hasta que mis ideas se volvieron tan lóbregas y sólidas que no resistí su peso, y a las ocho y media bajé de nuevo y me senté a ver la televisión en silencio, acurrucada al lado del abuelo, la única persona de nuestra familia que no me haría preguntas. Estaba sentado en su sillón favorito y tenía la mirada clavada en la pantalla con una intensidad vidriosa.

Nunca estaba segura de si prestaba atención o si pensaba en sus cosas.

—¿Seguro que no quieres nada, cariño? —Mi madre apareció a mi lado con una taza de té. Al parecer, no existía nada en nuestra familia que no se pudiera solucionar con una taza de té.

—No. No tengo hambre, gracias.

Noté que lanzaba una mirada a mi padre. Sabía que más tarde susurrarían a solas que los Kim me hacían trabajar demasiado, que la tensión de cuidar a una inválida era excesiva. Sabía que se culparían a sí mismos por haberme animado a aceptar el trabajo. Y yo iba a dejarles pensar que estaban en lo cierto.

Paradójicamente, al día siguiente Taeyeon estaba de buen humor: más habladora que de costumbre, vehemente, provocadora. Creo que habló más que cualquier otro día. Daba la impresión de que quería discutir conmigo y se quedó decepcionada cuando no le seguí la corriente.

—Entonces, ¿cuándo vas a terminar de trasquilarme?

Yo estaba ordenando la habitación. Alcé la vista del cojín del sofá que tenía en las manos.

—¿Qué?

—El corte de pelo. Está a medio hacer. Parezco una huérfana victoriana. O una imbécil de Hoxton. — Giró la cabeza para que yo viera mejor mi obra—. A menos que sea una declaración de estilo alternativo tuya.

—¿Quieres que termine de cortarte el pelo?

—Bueno, parecía que te gustaba. Y estaría bien no parecer recién escapada de un manicomio.

Fui en busca de una toalla y de tijeras en silencio.

—Yuri está mucho más contenta ahora que parezco una tipa decente —dijo—. Aunque, según ella, ahora que mi cara ha vuelto a su estado normal, voy a tener que peinarme todos los días.

—Oh —dije.

—No te importa, ¿verdad? Los fines de semana tendré que lucir despeinada.

No lograba hablar con ella. Me resultaba difícil incluso mirarla a los ojos. Era como descubrir que tu novia te había sido infiel. Sentí, de un modo extraño, que me había traicionado.

—¿Hwang?

—¿Mmm?

—Estás desconcertantemente callada. ¿Qué le pasó a esa mujer tan habladora que llegaba a ser un poco irritante?

—Lo siento —dije.

—¿Otra vez la Mujer Maratón? ¿Qué ha hecho ahora? ¿No se habrá ido corriendo?

—No. —Tomé un suave mechón de pelo entre el índice y el dedo medio y alcé las tijeras para recortar las puntas que sobresalían. Me quedé inmóvil. ¿Cómo lo harían? ¿Le darían una inyección? ¿Una medicina? ¿O le dejarían en una habitación junto a unas cuchillas?

—Pareces cansada. No iba a decir nada cuando llegaste, pero, qué diablos, tienes un aspecto horrible.

—Oh.

¿Cómo ayudaban a alguien incapaz de mover las extremidades? Me descubrí a mí misma contemplando sus muñecas, cubiertas siempre bajo las mangas. Durante semanas, había dado por hecho que era más sensible al frío que nosotros. Otra mentira.

—¿Hwang?

—¿Sí?

Me alegró estar detrás de ella. No quería que me viera la cara.

Taeyeon vaciló. Allí donde la nuca estaba cubierta por el pelo, la palidez era incluso más intensa que en el resto de su piel. Parecía suave y blanca y extrañamente vulnerable.

—Mira, siento lo de mi hermana. Estaba... Estaba muy alterada, pero eso no le daba derecho a ser una grosera. A veces es demasiado directa. No es consciente de cuánto molesta a la gente. —Se detuvo —. Por eso le gusta vivir en Australia, creo.

—¿Quieres decir que allá se dicen la verdad?

—¿Qué?

—Nada. Levanta la cabeza, por favor.

Corté y peiné, metódicamente, hasta recortarle el pelo, y no quedó más que un montoncito de mechones alrededor de sus pies.

Al final del día, todo se volvió muy claro para mí. Mientras Taeyeon veía la televisión junto a su padre, tomé un folio de la impresora y un bolígrafo de un frasco de la cocina y escribí lo que quería decir. Doblé el papel, encontré un sobre y lo dejé sobre la mesa de la cocina, a nombre de su madre.

Cuando me fui al acabar la jornada, Taeyeon y su padre conversaban. En realidad, Taeyeon se reía. Me detuve en el pasillo, con el bolso sobre el hombro, a la escucha. ¿Por qué se reiría? ¿Cuál sería el motivo de esa alegría, apenas unas semanas antes de acabar con su propia vida?

—Me voy —dije ante el umbral y comencé a caminar.

—Eh, Hwang —dijo Taeyeon, pero yo ya había cerrado la puerta detrás de mí.

Pasé el corto trayecto en autobús pensando qué le diría a mis padres. Se pondrían furiosos al saber que había dejado un empleo que les parecía bien pagado y perfectamente razonable. Tras la impresión inicial, mi madre, con aspecto dolido, me defendería, sugiriendo que era demasiado. Mi padre me preguntaría por qué no me parecía más a mi hermana. Lo hacía a menudo, aunque yo no era quien había echado a perder su vida quedándose embarazada y pasando a depender del resto de la familia en lo económico y en el cuidado del niño. No era posible decir algo así en la casa porque, según mi madre, daría a entender que Sungmin no era una bendición. Y todos los bebés eran una bendición de Dios, incluso aquellos que decían idiota sin parar, y cuya presencia suponía que la mitad de los trabajadores en potencia de nuestra familia no podían tener un empleo decente.

No podía decirles la verdad. Sabía que no debía nada ni a Taeyeon ni a su familia, pero no les condenaría a recibir las miradas inquisitivas de todo el barrio.

Todas estas ideas revoloteaban en mi cabeza cuando salí del autobús y caminé colina abajo. Y entonces llegué a la esquina de nuestra calle y oí los gritos, sentí una ligera vibración en el aire y, por un momento, me olvidé de todo.

Una pequeña multitud se había reunido alrededor de nuestra casa. Avivé el paso, temerosa de que hubiera ocurrido algo, pero entonces vi a mis padres en el porche, mirando hacia arriba, y comprendí que no era nuestra casa el centro de atención. Era tan solo la última de esa serie de pequeñas batallas que caracterizaba la relación matrimonial de nuestros vecinos.

Que Richard Grisham no era el más fiel de los maridos no era precisamente un secreto en el barrio. Pero, a juzgar por la escena que transcurría en su jardín delantero, tal vez lo hubiera sido para su mujer.

—Habrás pensado que soy tonta de remate. ¡Esa golfa llevaba puesta tu camiseta! ¡La que te hice yo para tu cumpleaños!

—Cariño... Dympna... No es lo que piensas.

—¡Fui a buscarte esos huevos rebozados de mierda! ¡Y ahí estaba ella, con la camiseta! ¡La muy caradura! ¡Y a mí ni siquiera me gustan los huevos!

Caminé más despacio, abriéndome paso entre la multitud, hasta que al fin logré llegar a la puerta de casa, sin dejar de mirar a Richard, que esquivó un reproductor de DVD. A continuación, le tocó el turno a un par de zapatos.

—¿Cuánto tiempo llevan así?

Mi madre, con el delantal cuidadosamente atado a la cintura, descruzó los brazos y miró el reloj.

—Unos buenos cuarenta y cinco minutos. Jisung, ¿crees que han pasado cuarenta y cinco minutos?

—Depende de si empiezas a contar desde que ella tiró la ropa o desde que él volvió a casa y lo vio.

—Diría que desde el regreso de él.

Mi padre sopesó la cuestión.

—Entonces, más bien media hora. Aunque ella tiró un montón de cosas por la ventana en los primeros quince minutos.

—Tu padre dice que, si de verdad lo echa de casa esta vez, va a preguntarle cuánto cuesta la Black and Decker de Richard.

La multitud crecía y Dympna Grisham no mostraba indicios de calmarse. En todo caso, parecía animarla tener un público cada vez más numeroso.

—Llévale tus libros inmundos —gritó, arrojando una andanada de revistas por la ventana.

Esto ocasionó una pequeña ovación de la muchedumbre.

—A ver si a ella le gusta que te pases en el baño media tarde del domingo con e

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Comments

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skincrisday #1
Chapter 17: Esta historia esta muy linda, pero este es el final?
jcamila #2
Chapter 17: Me encanta esta historia
gea_ly
#3
Chapter 17: cambia el final siiiii!
2597611 #4
Chapter 17: También la amo !!
Karen-14213
#5
Chapter 17: Como amo esta adaptación x2
ditaange
#6
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
ditaange
#7
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
Karen-14213
#8
Chapter 16: Debo admitir que por este fic estoy retrasando mis ganas de ver la historia original xD
Good Work!
taeny39
#9
Chapter 16: Yah SooYoung se va a llevar a Tiffany con ella. Y TaeYeon es un ángel.
Karen-14213
#10
Chapter 15: Hay... Taeyeon...te amo <3