capitulo 12

YO ANTES DE TI ( Versión TaeNy)
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                                                12

 

 

Recuerdo a la perfección qué día empecé a tener miedo.

Fue hace casi siete años, en los últimos días de un julio aletargado y caluroso, cuando las callejuelas que rodean el castillo estaban repletas de turistas y el aire se llenaba del sonido de sus pasos sin rumbo y las campanillas de las inevitables furgonetas de helados que se alineaban en lo alto de la colina.

Mi abuela había muerto hacía un mes, al cabo de una larga enfermedad, y ese verano se vio cubierto de una fina capa de tristeza; revestía con delicadeza todo lo que hacíamos, atenuaba nuestra tendencia, mía y de mi hermana, a lo teatral y puso fin a nuestra costumbre estival de salir de vacaciones breves y excursiones de un día. Mi madre pasaba casi todos los días ante la pila de fregar, la espalda rígida por el esfuerzo de contener las lágrimas, en tanto que mi padre desaparecía todas las mañanas de camino al trabajo con una expresión decidida y lúgubre, solo para volver horas más tarde con la cara reluciente por el sudor e incapaz de hablar antes de abrirse una cerveza. Mi hermana había vuelto a casa tras su primer año en la universidad y ya tenía la cabeza en otro lugar, muy lejos de nuestro pequeño pueblo. Yo había cumplido veinte años e iba conocer a Sooyoung antes de que pasaran tres meses. Estábamos disfrutando uno de esos raros veranos de libertad absoluta: no teníamos responsabilidades financieras, ni deudas, ni habíamos comprometido nuestro tiempo con nadie. Yo tenía un trabajo de temporada y todas las horas del mundo para practicar con mi maquillaje, ponerme tacones tan altos que estremecían a mi padre y averiguar, sin más, quién era yo en realidad.

Vestía con normalidad, por aquel entonces. O, mejor dicho, vestía como las otras chicas del pueblo: pelo largo, con las puntas hacia fuera a la altura de los hombros, jeans índigo, camisetas ajustadas que dejaban entrever unas cinturas estrechas y senos generosos. Pasábamos horas perfeccionando nuestro lápiz de labios y la tonalidad exacta de nuestra sombra de ojos. Todo nos quedaba bien, pero dedicábamos horas a quejarnos acerca de celulitis inexistentes y de imperfecciones invisibles en nuestra piel.

Y yo tenía ideas. Cosas que quería hacer. Una de las chicas que conocía del colegio había realizado un viaje alrededor del mundo y había vuelto convertido en un ser distante y desconocido, como si no fuera la misma niña de once años con raspaduras en las rodillas que solía soltar escupitajos durante las dos clases seguidas de francés. Reservé un vuelo barato a Australia en un arrebato y buscaba a alguien que quisiera acompañarme. Me gustaba el aire exótico que le daban sus viajes a esa chica, el aura misteriosa. Había traído consigo los vientos favorables de un mundo enorme, y resultaba extrañamente cautivador. Aquí todo el mundo sabía algo acerca de mí, al fin y al cabo. Y, con una hermana como la mía, no me permitían olvidarlo.

Era viernes y había pasado el día trabajando como ayudante en un aparcamiento con un grupo de chicas a las que conocía del colegio, guiando a los visitantes a una feria artesanal que se celebraba en los terrenos del castillo. El día entero fue una sucesión de risas, de bebidas gaseosas bajo el sol ardiente, con un cielo azul y la luz que destellaba en las colmenas. No creo que hubiera un solo turista que no me sonriera ese día. Es muy difícil no sonreír a un grupo de chicas risueñas y joviales. Nos pagaban treinta libras y los organizadores se quedaron tan satisfechos con la afluencia de público que nos dieron otro billete de cinco libras a cada una. Lo celebramos emborrachándonos con algunos muchachos que habían trabajado en un aparcamiento lejano, junto al centro turístico. Hablaban con educación, vestían camisetas de rugby y tenían el pelo ondulado. Uno de ellos se llamaba Yesung, dos estaban en la universidad (ya no recuerdo en cuál) y trabajaban también para ganar algo de dinero para las vacaciones. Les sobraba el dinero después de toda una semana de trabajo y, cuando se acabó el nuestro, ellos se mostraron encantados de invitar a bebidas a esas atolondradas lugareñas que ondeaban el cabello y se sentaban en el regazo unas de otras y soltaban grititos y bromeaban y los llamaban lindos. Se comunicaban en un idioma diferente; hablaban de años sabáticos y de veranos en Sudamérica y de viajes por Tailandia con la mochila a cuestas y de quién iba a solicitar una beca en el extranjero. Mientras escuchábamos y bebíamos, recuerdo que mi hermana se paró junto a la terraza de la cervecería, donde estábamos tirados sobre la hierba. Llevaba el jersey con capucha más extraño del mundo y no iba maquillada, y yo había olvidado que había quedado con ella. Le pedí que dijera a papá y a mamá que volvería un poco después de cumplir los treinta. Por alguna razón, esto me pareció divertidísimo. Ella alzó las cejas y se marchó como si yo fuera la persona más irritante que había conocido.

Cuando el Red Lion cerró las puertas, fuimos a sentarnos en el centro del laberinto del castillo. Alguien logró escalar por el portón y, tras muchos tropezones y risotadas, todos nos abrimos paso hasta el centro del laberinto y bebimos una sidra fuerte mientras alguien pasaba un porro. Recuerdo haber mirado las estrellas, sentirme desaparecer en esa profundidad infinita, mientras el suelo se tambaleaba con dulzura y daba bandazos como la cubierta de un barco enorme. Alguien tocaba una guitarra y yo llevaba unos zapatos rosas de satén y tacón alto que arrojé a la hierba y nunca fui a buscar. Pensé que probablemente era la dueña del universo.

Pasó una media hora antes de que cayera en la cuenta de que las otras chicas se habían ido.

Mi hermana me encontró, ahí en el centro del laberinto, algo más tarde, mucho después de que las estrellas quedaran ocultas tras las nubes nocturnas. Como ya he dicho, es muy inteligente. Más inteligente que yo, en cualquier caso.

Es la única persona que conozco capaz de encontrar la salida del laberinto sin titubear.

 

 

—Esto te va a hacer reír. Me he sacado el carné de la biblioteca.

Taeyeon estaba junto a su colección de discos. Dio la vuelta a la silla y esperó mientras yo colocaba la bebida en el portavasos.

—¿De verdad? ¿Qué estás leyendo?

—Oh, nada sensato. No te gustaría. Una historia de chico conoce chica. Pero a mí me entretiene.

—El otro día estabas leyendo mi Flannery O’Connor. —Tomó un sorbo de su bebida—. Cuando me sentía mal.

—¿Los cuentos? No puedo creer que te dieras cuenta.

—Era imposible no hacerlo. Dejaste el libro a un lado. Donde no lo alcanzo.

—Ah.

—No leas porquerías. Llévate a casa los cuentos de O’Connor. Lee sus relatos en vez de ese libro.

Estaba a punto de negarme cuando comprendí que no sabía muy bien por qué iba a negarme.

—Vale. Te lo devuelvo en cuanto lo haya terminado.

—¿Me pones algo de música, Hwang?

—¿Qué te apetece?

Me lo dijo y, con un movimiento de cabeza, me indicó más o menos dónde estaba, y pasé discos hasta encontrarlo.

—Tengo un amigo que es el primer violín en la Albert Symphonia. Me llamó para decir que iba a tocar por aquí cerca la próxima semana. Esta pieza. ¿La conoces?

—No sé nada sobre música clásica. Es decir, a veces mi padre pone por error Clásica FM, pero...

—¿Nunca has ido a un concierto?

—No.

Pareció sinceramente asombrada.

—Bueno, una vez fui a ver Westlife. Pero no sé si eso cuenta. Fue mi hermana quien lo decidió. Ah, y una vez iba a ver a Robbie Williams para celebrar un cumpleaños, pero tuve una indigestión.

Taeyeon me lanzó una de sus miradas: esas miradas que sugerían que me habían encerrado en un sótano durante años.

—Deberías ir. Me ha ofrecido entradas. Va a estar muy bien. Lleva a tu madre.

Me reí y negué con la cabeza.

—No creo. Mi madre no querría ir, de verdad. Y tampoco es mi estilo.

—¿Igual que no era tu estilo ver películas con subtítulos?

Le miré con cara de pocos amigos.

—No soy tu proyecto, Taeyeon. Esto no es My Fair Lady.

—Pigmalión.

—¿Qué?

—La obra a la que te refieres. Es Pigmalión. My Fair Lady es el descendiente bastardo.

La fulminé con la mirada. No tuvo efecto alguno. Puse el CD. Cuando me di la vuelta, Taeyeon aún negaba con la cabeza.

—Qué pedazo de esnob eres, Hwang.

—¿Qué? ¿Yo?

—Te niegas todas estas experiencias porque te dices a ti misma que no eres «ese tipo de persona».

—Pero es que no lo soy.

—¿Cómo lo sabes? No has hecho nada, no has ido a ningún lugar. ¿Acaso tienes la menor idea de qué tipo de persona eres?

¿Cómo iba a saber alguien como Taeyeon quién era yo? Casi me enfadé con ella por empeñarse en no comprenderme.

—Vamos. Abre tu mente.

—No.—¿Por qué?

—Porque me sentiría incómoda. Seguro que... Seguro que lo notarían.

—Notarían ¿el qué?

—Todo el mundo notaría que yo no soy como ellos.

—¿Cómo crees que me siento yo?

Nos miramos la una a la otra.

—Hwang, vaya a donde vaya, la gente me mira como si yo no fuera igual que ellos.

Nos quedamos ahí, sentadas en silencio, mientras la música comenzaba. El padre de Taeyeon hablaba por teléfono en el pasillo de la casa y el sonido de su risa apagada llegaba hasta el pabellón, como si procediera de un lugar muy lejano. La entrada para discapacitados está por ahí, había dicho la mujer en el hipódromo. Como si perteneciéramos a especies diferentes.

Me quedé mirando la cubierta del disco.

—Si tú vienes conmigo, voy.

—Pero sola no irías.

—Ni loca.

Nos quedamos ahí, mientras ella digería mis palabras.

—Dios, qué dolor de cabeza eres.

—Eso dices siempre.

 

 

Esta vez no hice planes. No me hice ilusiones. Tan solo albergué una esperanza silenciosa porque, tras el desastre del hipódromo, Taeyeon aún estaba dispuesta a salir del pabellón. Su amigo, el violinista, nos envió las entradas gratuitas que había prometido, junto a un folleto informativo sobre el evento. Estaba a unos cuarenta minutos en coche. Hice mis deberes: comprobé la ubicación del aparcamiento para discapacitados y llamé al teatro de antemano para saber cuál era la mejor manera de llevar la silla de Taeyeon hasta las butacas. Nos íbamos a sentar delante. A mí me correspondía una silla plegable al lado de Taeyeon.

—En realidad, es el mejor lugar —dijo la mujer de la taquilla, de buen humor—. Impresiona más en la platea, tan cerca de la orquesta. A menudo siento la tentación de ir yo misma a sentarme ahí.

Me preguntó si querría que alguien nos recibiese en el aparcamiento para ayudarnos a llegar a nuestros asientos. Temerosa de que Taeyeon sintiese que llamábamos demasiado la atención, se lo agradecí y le dije que no.

A medida que se acercaba la tarde, no sé quién se fue poniendo más nerviosa al respecto, si Taeyeon o yo. Aún me pesaba el fracaso de nuestra última salida y la señora Kim no ayudó en nada, a

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Comments

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skincrisday #1
Chapter 17: Esta historia esta muy linda, pero este es el final?
jcamila #2
Chapter 17: Me encanta esta historia
gea_ly
#3
Chapter 17: cambia el final siiiii!
2597611 #4
Chapter 17: También la amo !!
Karen-14213
#5
Chapter 17: Como amo esta adaptación x2
ditaange
#6
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
ditaange
#7
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
Karen-14213
#8
Chapter 16: Debo admitir que por este fic estoy retrasando mis ganas de ver la historia original xD
Good Work!
taeny39
#9
Chapter 16: Yah SooYoung se va a llevar a Tiffany con ella. Y TaeYeon es un ángel.
Karen-14213
#10
Chapter 15: Hay... Taeyeon...te amo <3