capitulo 17

YO ANTES DE TI ( Versión TaeNy)
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                                              17

 

 

Lo peor de trabajar de cuidadora no es lo que la gente piensa. No es cargar ni limpiar, ni las medicinas y las toallitas y el distante pero siempre perceptible olor a desinfectante. Ni siquiera el hecho de que la mayoría de la gente dé por supuesto que te dedicas a ello porque no eres bastante inteligente para hacer otra cosa. Es el hecho de que, al pasar el día entero tan cerca de alguien, resulta imposible escaparse de su estado de ánimo. Y tampoco del propio.

Taeyeon se había mantenido distante conmigo toda la mañana, desde que le revelé mis planes. Un extraño ni lo habría notado, pero había menos bromas, menos parloteo intrascendente. No me preguntó nada de las noticias de los periódicos.

—Eso... ¿es lo que quieres hacer? —Sus ojos parpadearon, pero su rostro no reveló nada.

Me encogí de hombros. A continuación, asentí de un modo más contundente. Sentí que mi respuesta era un tanto infantil, evasiva.

 

—Ya era hora —dije—. Es decir, tengo veintisiete años.

 

Taeyeon estudió mi rostro. Algo se tensó en su mandíbula.

De repente me atrapó un cansancio insoportable. Sentí la extraña necesidad de disculparme, y no sabía muy bien por qué.

 

Taeyeon asintió, de un modo leve, y sonrió.

 

—Me alegro de que lo hayas resuelto todo —dijo, y salió de la cocina.

 

Estaba comenzando a enfadarme con ella. No me había sentido tan juzgada por nadie como ahora por Taeyeon. Daba la impresión de que había concluido que, ahora que yo había decidido ir a vivir con mi novia, me había vuelto menos interesante. Como si hubiera dejado de ser su proyecto favorito. No le dije nada de todo esto, por supuesto, pero la traté con la misma frialdad con que me trataba ella a mí.

 

Fue, sinceramente, agotador.

 

Por la tarde, alguien llamó a la puerta de atrás. Me apresuré por el pasillo, con las manos aún mojadas de fregar, y abrí la puerta para encontrarme con un hombre de traje oscuro que sostenía un maletín.

 

—Oh, no. Somos budistas —dije con firmeza, cerrando la puerta al mismo tiempo que el hombre comenzaba a protestar.

 

Dos semanas antes un par de testigos de Jehová habían retenido a Taeyeon en la puerta de atrás durante un cuarto de hora, porque no funcionó la marcha atrás de la silla ante el felpudo mal colocado. Cuando por fin cerré la puerta, abrieron la rejilla de las cartas para gritar que él «más que nadie» debería esperar con ilusión la otra vida.

 

—Hum... He venido a ver a la Señorita Kim —dijo el hombre, así que entreabrí la puerta, cautelosamente. Durante todo el tiempo que llevaba en Granta House, nadie había venido a ver a Taeyeon por la puerta de atrás.

 

—Que entre —indicó Taeyeon, que apareció detrás de mí—. Le he pedido que viniera. —Como no me aparté, añadió—: Está bien, Hwang... Es un amigo.

 

El hombre cruzó el umbral y me estrechó la mano.

 

—Choi Siwon —dijo.

 

Estaba a punto de añadir algo más, pero Taeyeon movió la silla entre nosotros y cortó cualquier amago de conversación.

 

—Vamos a estar en el salón. ¿Podrías hacernos café y dejarnos a solas un rato?

 

—Eh... Vale.

 

El señor Choi me sonrió, un poco incómodo, y siguió a Taeyeon al salón. Cuando entré con la bandeja del café unos minutos más tarde, los dos hablaban de críquet. Esa conversación sobre vueltas y carreras persistió hasta que se me acabaron los motivos para seguir ahí.

 

Tras limpiarme una mancha de polvo invisible de la falda, me erguí y dije:

 

—Bueno, los dejo.

 

—Gracias, Stephanie.

 

—¿Segura que no quieres nada más? ¿Unas galletas?

 

—Gracias, Stephanie.

 

Taeyeon nunca me llamaba Stephanie. Y nunca me había echado del salón antes.

 

El señor Choi se quedó durante casi una hora. Tras completar mis tareas, me quedé en la cocina, preguntándome si tendría valor para escucharles sin que se dieran cuenta. No lo tenía. Me senté, comí dos dulces de bourbon, me mordí las uñas, escuché el bajo murmullo de sus voces y me pregunté por enésima vez por qué Taeyeon habría pedido a ese hombre que no usara la entrada principal.

 

No tenía aspecto de ser médico. Tal vez fuera asesor financiero, pero no tenía pinta de ello. Sin duda no era fisioterapeuta, terapeuta ocupacional o experto en dietética... u otro especialista de la legión que enviaban las autoridades locales para evaluar las necesidades siempre cambiantes de Taeyeon. A esos se los distinguía a kilómetros de distancia.

 

Siempre parecían agotados, pero hacían gala de un buen humor animado y enérgico. Vestían prendas de lana de colores apagados, con zapatos cómodos, y conducían polvorientos coches familiares llenos de archivos y cajas con material sanitario. El señor Choi tenía un BMW azul marino. Ese resplandeciente vehículo no era propio de un empleado del ayuntamiento.

 

Al fin, el señor Choi reapareció. Cerró el maletín y se echó la chaqueta al brazo. Ya no tenía ese aspecto incómodo.

 

Llegué al vestíbulo en cuestión de segundos.

 

—Ah. ¿Le importaría indicarme dónde está el baño?

 

Así lo hice, sin decir palabra, y me quedé ahí, inquieta, hasta que apareció de nuevo.

 

—Muy bien. Eso es todo por ahora.

 

—Gracias, Siwon. —Taeyeon no me miró—. Espero noticias tuyas.

 

—Te cuento a finales de esta semana —dijo el señor Choi.

 

—Prefiero un correo electrónico a una carta, al menos por ahora.

 

—Sí, por supuesto.

 

Abrí la puerta trasera para que saliera. Entonces, cuando Taeyeon volvió al salón, la seguí al patio y dije en tono desenfadado:

 

—¿Le espera un largo camino de vuelta?

 

Vestía un traje de buen corte; lucía un diseño urbano y un tejido caro.

 

—Londres, por desgracia. Aun así, espero que el tráfico no esté muy mal a estas horas de la tarde.

 

Salí a la calle detrás de ella. El sol estaba en lo alto del cielo y tuve que entrecerrar los ojos para mirarle.

 

—Entonces..., hum..., ¿en qué parte de Londres trabaja?

 

—Regent Street.

 

—¿La famosa Regent Street? Qué bien.

 

—Sí. No es mal lugar, no. Muy bien. Gracias por el café, señorita...

 

—Hwang. Tiffany Hwang.

 

El hombre se detuvo y me miró durante un instante, mientras me preguntaba si había reparado en mis torpes intentos de sonsacarle quién era.

 

—Ah, la señorita Hwang —dijo, y su sonrisa profesional reapareció de inmediato—. Gracias.

 

Dejó el maletín en el asiento de atrás, con cuidado, se subió al coche y se fue.

 

Esa noche me pasé por la biblioteca antes de ir a la casa de Sooyoung. Podría haber usado su ordenador, pero no quería hacerlo sin pedirle permiso, así que esto me pareció más sencillo. Me senté ante el terminal y en el motor de búsqueda tecleé Choi Siwon y Regent Street, Londres. La información es poder, dije a Taeyeon en silencio.

 

Hubo 3.290 resultados, y los tres primeros revelaron a un tal «Choi Siwon, abogado, especialista en testamentos, albacea y poderes notariales», que trabajaba en esa misma calle. Me quedé mirando la pantalla durante unos minutos, hasta que tecleé de nuevo su nombre, esta vez en el buscador de imágenes, y ahí estaba, en alguna sala de juntas, con un traje oscuro: Choi Siwon, especialista en testamentos y albacea, el mismo hombre que había pasado una hora a solas con Taeyeon.

 

Me fui a vivir con Sooyoung esa noche, en esa hora y media entre el final de mi jornada y el momento en que ella se dirigía a la pista de atletismo. Me lo llevé todo, salvo la cama y las nuevas cortinas. Sooyoung llegó en su coche y cargamos mis cosas en bolsas de basura. En dos viajes lo llevamos todo, menos mis libros escolares, a su apartamento.

Mi madre lloró; pensaba que me estaba obligando a marcharme.

 

—Por el amor de Dios, cariño. Ya es hora de que se marchara. Ya tiene veintisiete años —le dijo mi padre.

 

—Pero aún es mi niña —replicó ella, obligándome a aceptar una tarta de frutas y una bolsa de viaje llena de productos de limpieza.

 

No sabía qué decirle. Ni siquiera me gustaba la tarta de frutas.

 

Fue sorprendentemente fácil encontrar sitio para mis pertenencias en el apartamento de Sooyoung. Ella tenía muy pocas cosas y yo, casi nada, después de todos esos años en el trastero. Lo único que no encajó fue mi colección de CD, que al parecer solo podía combinar con la suya tras pegarles una pegatina a los míos y ponerlos en orden alfabético.

 

—Como si estuvieras en tu casa —no dejaba de decir, como si yo fuera una invitada. Las dos estábamos nerviosas, y nos tratábamos con una extraña torpeza, como si fuese nuestra primera cita. Mientras sacaba mis cosas de las bolsas, Sooyoung me trajo té y dijo:

 

—Pensé que esta podría ser tu taza. —Me mostró dónde estaba todo en la cocina, tras lo cual repitió, varias veces—: Por supuesto, pon las cosas donde quieras. No me importa.

 

Había vaciado dos cajones y un armario en la habitación libre. Los otros dos cajones estaban llenos de su ropa de entrenamiento. Yo no sabía que existían tantas variantes de prendas de licra y lana. Mi ropa, con sus colores brillantes, dejó un buen espacio vacío y las perchas colgaban desoladas en el armario.

 

—Tendré que comprarme más cosas para llenarlo —dije mientras la miraba. Sooyoung se rio nerviosa.

 

—¿Qué es eso?

 

Miraba mi calendario, clavado en la pared desnuda, con sus ideas en verde y los eventos ya planeados en negro.

Cuando algo salía bien (la música, la cata de vinos), dibujaba una cara sonriente al lado. Cuando no era así (el hipódromo, la galería de arte), se quedaba vacío. Había pocos eventos para las próximas dos semanas: Taeyeon se había aburrido de los lugares cercanos y aún no era capaz de convencerla para aventurarse más lejos. Miré a Sooyoung. Vi que observaba la fecha del 12 de agosto, ahora subrayada y con marcas de exclamación.

 

—Hum... Son solo recordatorios del trabajo.

 

—¿Crees que no te van a renovar el contrato?

 

—No lo sé, Sooyoung.

 

Sooyoung agarro el bolígrafo, miró el mes siguiente y anotó bajo la semana 28: «Hora de comenzar a buscar trabajo».

 

—Así estás cubierta, pase lo que pase —dijo. Me besó y me dejó sola.

 

Coloqué las cremas con cuidado en el baño, metí mis cuchillas, la hidratante y los tampones en el armario de espejo. Puse algunos libros en una pulcra fila en el suelo de la habitación vacía, bajo la ventana, incluyendo los nuevos títulos que Taeyeon me había comprado en Amazon. Sooyoung me prometió instalar unos estantes cuando tuviera tiempo.

Y entonces, cuando se marchó a correr, me senté a mirar por la ventana la zona industrial hacia el castillo, y practiqué, en silencio, a decir la palabra «casa».

 

 

Soy un desastre guardando secretos. Michelle dice que me toco la nariz en cuanto pienso en decir una mentira. Es un indicador infalible. Mis padres aún bromean sobre las notas que escribía para disculpar mi ausencia tras unos novillos. «Querida señorita Trowbridge», decía. «Por favor, disculpe la ausencia de Tiffany Hwang en las clases de hoy, pues me siento muy mal, con problemas de mujeres». A mi padre le costó no estallar en carcajadas mientras me soltaba el sermón.

Una cosa era no revelar los planes de Taeyeon a mis padres (se me daba bien guardar secretos a mis padres, es una de las cosas que aprendemos al crecer, al fin y al cabo), pero soportar toda esa ansiedad yo sola era algo muy diferente.

 

Pasé las siguientes noches tratando de descifrar las intenciones de Taeyeon, y pensando cómo detenerla, sin dejar de darle vueltas ni cuando Sooyoung y yo charlábamos o cocinábamos juntas en esa pequeña cocina. (Ya estaba descubriendo nuevas cosas acerca de ella, como que era cierto que conocía cien maneras diferentes de cocinar la pechuga de pavo). Por la noche hacíamos el amor: era casi obligatorio en estos momentos, como si debiéramos aprovechar hasta el límite nuestra nueva libertad. Daba la impresión de que Sooyoung sentía que yo le debía algo, dado que estaba siempre tan cerca de Taeyeon. Pero, en cuanto Sooyoung conciliaba el sueño, yo me perdía una vez más en mis pensamientos. Solo quedaban siete semanas.

 

Y Taeyeon estaba haciendo planes, y yo no.

 

La semana siguiente, si Taeyeon percibió mi preocupación, no dijo nada. Cumplimos con las rutinas de nuestras costumbres diarias: La llevaba a dar breves paseos por el campo, cocinaba su comida, cuidaba de ella mientras estaba en casa. Taeyeon había dejado de bromear sobre la Mujer Maratón.

 

Hablaba con ella acerca de los últimos libros que me había recomendado: El paciente inglés (me encantó) y un thriller sueco (que no me gustó tanto). Éramos atentas la una con la otra, casi demasiado educadas. Echaba de menos sus insultos, sus reproches, cuya ausencia solo realzaba la sensación de amenaza que se cernía sobre mí.

 

Yuri nos observó a ambas, como si contemplara una nueva especie.

 

—¿Han discutido? —me preguntó un día en la cocina, mientras yo colocaba la compra.

 

—Mejor que le preguntes a ella —dije.

 

—Ella me respondió con esas mismas palabras.

 

Me miró de refilón antes de entrar en el baño para abrir el botiquín de Taeyeon.

Tras la visita de Choi Siwon, aguanté tres días antes de llamar a la señora Kim. Le pregunté si podríamos vernos en algún lugar que no fuera la casa y decidimos quedar en un pequeño café que acababa de abrir en los jardines del castillo. El mismo café, irónicamente, que me había costado mi empleo.

 

Era un local mucho más elegante que The Buttered Bun, con sillas y mesas de roble blanqueado. Servían sopa casera elaborada con hortalizas de verdad y tartas sofisticadas. Y no era posible pedir un café normal: solo tenían lattes, capuchinos o macchiatos. Entre los clientes no había obreros ni peluqueras. Me senté ante mi té y me pregunté si la Dama del Diente de León se sentiría cómoda aquí, leyendo el periódico toda la mañana.

 

—Tiffany, siento el retraso. —Kim TaeHee entró apresurada, el bolso bajo el brazo, vestida con una camisa de seda gris y unos pantalones azul marino.

 

Contuve el impulso de levantarme. Aún me resultaba imposible hablar con ella y no sentir que me estaba haciendo una entrevista.

 

—Me retuvieron en el tribunal.

 

—Lo siento. Sacarla así del trabajo, quiero decir. Yo... Bueno, creo que esto no debía esperar.

 

Levantó una mano y movió los labios para pedir algo a la camarera, quien le trajo un capuchino en apenas unos segundos. Entonces, la señora Kim se sentó frente a mí. Ante su mirada me sentí transparente.

 

—Taeyeon recibió la visita de un abogado en casa —dije—. He descubierto que es albacea y especialista en testamentos. —No se me ocurrió una manera más delicada de comenzar la conversación.

 

La señora Kim me miró como si la hubiera golpeado en la cara. Comprendí, demasiado tarde, que tal vez albergaba la esperanza de que le iba a dar una buena noticia.

 

—¿Un abogado? ¿Estás segura?

 

—Lo busqué en Internet. Trabaja en Regent Street. En Londres —añadí innecesariamente—. Se llama Choi Siwon.

 

Parpadeó varias veces, como si intentara asimilar mis palabras.

 

—¿Te contó Taeyeon todo esto?

 

—No. Creo que ella no quería que yo lo supiera. Yo... me enteré de su nombre y lo busqué.

 

Llegó el café. La camarera lo dejó en la mesa, frente a ella, pero la señora Kim no pareció darse cuenta.

 

—¿Quería algo más? —preguntó la muchacha.

 

—No, gracias.

 

—El especial del día es tarta de zanahoria. La hacemos aquí mismo. Tiene un relleno de crema delicioso...

 

—No. —La voz de la señora Kim fue cortante—. Gracias.

 

La muchacha se quedó ahí solo un momento, para que notáramos que se sentía ofendida, y se marchó con la libreta bailando en una mano de forma llamativa.

 

—Lo siento —dije—. Me pidió que, si pasaba algo importante, se lo contara. Casi no he dormido esta noche porque no sabía bien si hacerlo.

 

Casi no quedaba color en su rostro.

 

Supe cómo se sentía.

 

—¿Cómo está ella? ¿Se..., se te han ocurrido otras ideas? ¿Salidas?

 

—No tiene muchas ganas. —Le hablé de París y de las listas que había recopilado.

 

Mientras yo hablaba, percibí cómo daba vueltas a la cabeza, cómo hacía cálculos, estimaciones.

 

—A cualquier sitio —dijo, al fin—. Yo lo pago. Un viaje a donde quieras. Pago tus gastos. Y los de Yuri. A ver si... A

ver si consigues que se anime. —Asentí—. Si hay algo más que se te ocurra... para concedernos más tiempo. Como es obvio, te seguiría pagando el salario pasados los seis meses.

 

—Eso..., eso, de verdad, no es un problema.

 

Acabamos los cafés en silencio, ambas absortas en nuestros pensamientos. Mientras la observaba, discretamente, noté que su peinado inmaculado estaba salpicado de canas, que tenía unas ojeras tan grandes como las mías. Comprendí que no me sentía mejor por habérselo dicho, por compartir con ella la carga de mi ansiedad exacerbada..., pero ¿qué otra opción tenía? Cada día que pasaba, todo se volvía más importante. El sonido del reloj, que dio las dos, la despertó de su ensimismamiento.

 

—Supongo que debería volver al trabajo. Por favor, cuéntame cualquier cosa que... se te ocurra, Tiffany. Tal vez sea mejor si mantenemos estas conversaciones lejos del pabellón.

 

Me levanté.

 

—Oh —dije—. Debería darle mi nuevo número. Me acabo de mudar. —Mientras la señora Kim buscaba un bolígrafo en el bolso, añadí—: Me he id

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Comments

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skincrisday #1
Chapter 17: Esta historia esta muy linda, pero este es el final?
jcamila #2
Chapter 17: Me encanta esta historia
gea_ly
#3
Chapter 17: cambia el final siiiii!
2597611 #4
Chapter 17: También la amo !!
Karen-14213
#5
Chapter 17: Como amo esta adaptación x2
ditaange
#6
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
ditaange
#7
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
Karen-14213
#8
Chapter 16: Debo admitir que por este fic estoy retrasando mis ganas de ver la historia original xD
Good Work!
taeny39
#9
Chapter 16: Yah SooYoung se va a llevar a Tiffany con ella. Y TaeYeon es un ángel.
Karen-14213
#10
Chapter 15: Hay... Taeyeon...te amo <3