capitulo 4

YO ANTES DE TI ( Versión TaeNy)
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4

 

 

Pasaron dos semanas en las que se estableció cierta rutina, más o menos. Todas las mañanas yo me presentaba en Granta House a las ocho, anunciaba que había llegado y, una vez que Yuri había ayudado a Taeyeon a vestirse, escuchaba con atención mientras me explicaba lo que tenía que saber acerca de sus medicinas... o, más importante aún, su estado de ánimo.

Cuando Yuri se iba, yo programaba la radio o la televisión para Taeyeon, le administraba sus píldoras, que a veces trituraba con el pequeño mortero de mármol. Por lo general, al cabo de unos diez minutos Taeyeon dejaba bien claro que le irritaba mi presencia. En ese momento yo me entregaba a las pequeñas tareas domésticas del pabellón, y lavaba paños de cocina que no estaban sucios o usaba al azar los complementos de la aspiradora para limpiar un pequeño tramo de un rodapié o de una repisa, asomando religiosamente la cabeza por la puerta cada quince minutos, tal como me indicó la señora Kim. Cuando lo hacía, Taeyeon estaba sentada en su silla con la vista perdida en el desolado jardín.

Más tarde le llevaba un vaso de agua o una de esas bebidas llenas de calorías que se suponía que le ayudaban a no perder peso y tenían el aspecto de cola para papel pintado, o le daba de comer. Taeyeon movía las manos un poco, pero no los brazos, de modo que había que darle de comer cucharada a cucharada. Era la peor parte del día: por algún motivo, parecía una vileza dar de comer así a una adulta y mi vergüenza me volvía torpe e insegura. Taeyeon lo detestaba tanto que ni siquiera me miraba a los ojos mientras le llevaba la comida a la boca.

Y entonces, poco antes de la una, Yuri llegaba y yo agarraba mi abrigo y desaparecía para caminar por las calles, a veces para comer el almuerzo en la parada de autobús cercana al castillo. Hacía frío y era probable que yo tuviera un aspecto patético, ahí encogida, mientras comía mis sándwiches, pero no me importaba. Era incapaz de pasar un día entero en esa casa.

Por las tardes ponía una película (Taeyeon era socia de un videoclub y cada día llegaban nuevos DVD por correo), pero no me invitaba nunca a verlas un junto a ella, así que yo solía ir a sentarme a la cocina o a la habitación de invitados. Comencé a llevarme libros y revistas, pero sentía una extraña culpabilidad al no trabajar de verdad, así que no lograba concentrarme en las palabras. De vez en cuando, al final del día, aparecía la señora Kim..., si bien no me decía gran cosa, salvo: «¿Todo bien?», ante lo cual la única respuesta aceptable parecía ser: «Sí».

Preguntaba a Taeyeon si quería algo, a veces le sugería alguna actividad para el día siguiente (una excursión o visitar a un amigo que había preguntado por ella) y Taeyeon casi siempre respondía desdeñosamente, cuando no con franca grosería. La señora Kim se mostraba dolida, recorría con los dedos, arriba y abajo, esa pequeña cadena de oro, y desaparecía una vez más.

El padre, un hombre rellenito y de aspecto amable, solía llegar en el mismo momento en que yo me iba. Era el tipo de hombre que iba a ver partidos de críquet con sombrero de panamá, y al parecer había supervisado la gestión del castillo desde que se retirara de un trabajo muy bien pagado en Londres. Yo sospechaba que era como un afable terrateniente que de vez en cuando sembraba patatas para tener algo que hacer. Acababa todos los días a las cinco de la tarde y se sentaba a ver la televisión junto a Taeyeon. A veces le oía hacer algún comentario acerca de las noticias cuando me iba.

Tuve ocasión de estudiar a Kim Taeyeon muy de cerca en el transcurso de ese primer par de semanas. Vi que se mostraba decidida a no parecerse en nada a la mujer que había sido; se había dejado crecer el pelo, castaño claro. Los ojos ónices denotaban cansancio o los efectos de un malestar incesante (Yuri dijo que rara vez se sentía a gusto). Tenía la mirada vacía de alguien que siempre se encontraba apartada del mundo que la rodeaba. A veces me preguntaba si era un mecanismo de defensa, si la única manera de sobrellevar esa vida era fingir que no era a ella a quien le ocurría todo eso.

Quería sentir lástima por ella. De verdad. Pensaba que era la persona más triste que había conocido en mi vida, en esos momentos en que la veía con la mirada perdida más allá de la ventana. Y, a medida que pasaron los días y comprendí que sus circunstancias no se limitaban a estar atrapada en esa silla, a la pérdida de la libertad corporal, sino a una inacabable letanía de humillaciones y problemas de salud, de riesgos y molestias, decidí que, si yo fuera Taeyeon, sin duda también me sentiría muy mal.

Pero, cielo santo, qué mal genio tenía conmigo. Dijera lo que dijera, sus respuestas eran siempre cortantes. Si le preguntaba si tenía bastante calor, me respondía que era perfectamente capaz de decirme si necesitaba otra manta. Si le preguntaba si le molestaba el ruido de la aspiradora (no quería interrumpir la película que estaba viendo), me preguntaba si acaso había descubierto una manera de que funcionara en silencio. Cuando le daba de comer, se quejaba de que la comida estaba demasiado caliente o demasiado fría o que le había llevado el tenedor a la boca antes de que terminara de masticar. Tenía la capacidad de retorcer cualquier cosa que yo dijera o hiciera para dejarme como una estúpida.

Durante esas dos primeras semanas, mejoré mucho en mantener el semblante del todo impasible; me daba la vuelta y desaparecía en otra habitación y hablaba con ella lo menos posible. Comenzaba a odiarla, y estoy segura de que ella lo sabía.

No me había imaginado que fuera posible echar de menos mi anterior trabajo incluso más que antes. Añoraba a Jimin, su modo de alegrarse al verme cuando llegaba por la mañana. Echaba de menos a los clientes, su compañía y las charlas desenfadadas cuyo tono subía y descendía como un mar en calma que me rodeaba. Esta casa, por bella y lujosa que fuera, era silenciosa e inerte como una morgue. Seis meses, me repetía entre dientes cuando resultaba insoportable. Seis meses.

Y entonces, un jueves, mientras preparaba la bebida alta en calorías de Taeyeon, oí la voz de la señora Kim en el pasillo. Salvo que, en esta ocasión, estaba acompañada de otras voces. Esperé, el tenedor en la mano, inmóvil. Apenas distinguía la voz de una mujer, joven, educada, y la de un hombre.

La señora Kim apareció en el umbral de la cocina y yo intenté aparentar que estaba ocupada, batiendo con brío la bebida.

—¿Está hecha con sesenta por ciento de agua y cuarenta de leche? —preguntó, mientras echaba un vistazo a la bebida.

—Sí. Es la de fresa.

—Unos amigos de Taeyeon han venido a verla. Es probable que sea mejor que usted...

—Tengo muchas cosas que hacer aquí —dije. En realidad, era un alivio verme libre de su compañía durante una hora más o menos. Enrosqué la tapa de la taza—. ¿Querrían sus invitados tomar té o café?

 La señora Kim casi pareció sorprendida.

—Sí. Sería muy amable. Café. Creo que yo...

Parecía más tensa de lo habitual y lanzaba miradas furtivas al pasillo, donde se oía el leve murmullo de unas voces. Supuse que Taeyeon no recibía visitas a menudo.

—Creo que... los voy a dejar a su aire. —Echó un vistazo al pasillo; daba la impresión de que sus pensamientos estaban muy lejos de ahí—. Heechul. Es Heechul, un viejo amigo del trabajo —dijo, dándose la vuelta, de repente, hacia mí.

Tuve la sensación de que se trataba de un momento importante, y que necesitaba compartirlo con alguien, aunque solo fuera yo.

—Y Juniel. Estuvieron... muy unidas... durante un tiempo. Algo de té sería maravilloso. Gracias, señorita Hwang.

 

 

Vacilé durante un momento antes de abrir la puerta, con la ayuda de la cadera para que no se me cayera la bandeja de las manos.

—La señora Kim sugirió que tal vez les apeteciera tomar café —dije al entrar, dejando la bandeja en la mesa de centro. Al colocar la taza de Taeyeon en el portavasos de la silla y girar la pajita de modo que solo necesitara cambiar la posición de la cabeza para alcanzarla, eché una mirada discreta a las visitas.

Fue a la mujer a quien percibí en primer lugar. De piernas largas y cabello rubio, con cutis acaramelado y pálido, era el tipo de mujer que me lleva a preguntarme si todos los seres humanos pertenecemos a la misma especie. Tenía el aspecto de un caballo de carreras humano. Había visto a mujeres así en otras ocasiones; por lo general subían la colina hacia el castillo agarrando niños pequeños ataviados con ropa de la marca Boden, y cuando entraban en el café sus voces, claras como el cristal y despreocupadas, llenaban el ambiente al preguntar: «Harry, cariño, ¿te apetece un café? ¿Pregunto si tienen macchiato?». Sin duda, se trataba de una mujer macchiato. Todo en ella olía a dinero, a grandeza, a una vida que se asemejaba a las de las páginas de una revista de relumbrón.

Entonces, la miré más de cerca y comprendí con un sobresalto dos cosas: era la mujer de las fotografías de Taeyeon en la nieve y tenía todo el aspecto de estar muy muy incómoda.

Besó a Taeyeon en la mejilla y se apartó con una sonrisa torpe. Vestía un chaquetón marrón sin mangas de borrego con el que yo habría parecido el yeti, y una bufanda gris claro de cachemir, con la que comenzó a juguetear, como si no supiera si debía quitársela o no.

—Tienes buen aspecto —le dijo a Taeyeon—. De verdad. Te has dejado... crecer el cabello.

Taeyeon no dijo nada. Se limitó a mirarla, con esa expresión indescifrable de siempre. Sentí una fugaz gratitud al comprobar que no me miraba de ese modo solo a mí.

—Una silla nueva, ¿eh? —El hombre dio un golpecito en el respaldo de la silla de Taeyeon, el mentón contra el pecho, y asintió en señal de aprobación, como si admirara un coche deportivo de gama alta —. Parece... muy elegante. De alta... tecnología.

Yo no sabía qué hacer. Me quedé ahí un momento, apoyándome en un pie y luego en el otro, hasta que la voz de Taeyeon rompió el silencio.

—Tiffany, ¿te importa echar más leños al fuego? Estaría bien avivarlo un poco.

 

Era la primera vez que me tuteaba.

—Claro —dije.

Me afané junto a la chimenea, avivando el fuego y buscando leños del tamaño adecuado.

—Dios, qué frío hace fuera —dijo la mujer—. Qué bien tener un fuego de verdad.

Abrí la puertecilla del hogar y di golpecitos a los leños incandescentes con el atizador. —Aquí el tiempo es unos cuantos grados más frío que en Londres.

—Sí, sin duda —convino el hombre.

—Estaba pensando en instalar una chimenea cerrada en casa. Al parecer, son mucho más eficientes que las abiertas. —Juniel se agachó un poco para observar el fuego, como si nunca hubiera visto uno.

—Sí, eso he oído —dijo el hombre.

—Tengo que enterarme bien. Es una de esas cosas que quieres hacer y luego... —Se quedó sin palabras—. Qué rico el café —añadió, tras una pausa.

—Entonces..., ¿qué has estado haciendo, Taeyeon? —La voz del hombre sonaba como con una especie de jovialidad forzada.

—No mucho, por raro que parezca.

—Pero la fisioterapia y todo eso. ¿Va todo bien? ¿Alguna... mejora?

—No creo que vaya a ir a esquiar esta semana, Heechul —dijo Taeyeon con una voz que rezumaba sarcasmo.

Casi sonreí. Esta era la Taeyeon que yo conocía. Comencé a retirar las cenizas de la chimenea. Tenía la sensación de que los tres me miraban. Era un silencio cargado. Me pregunté por un momento si se vería la etiqueta de mis pantalones y tuve que contener las ganas de comprobarlo.

—Entonces... —dijo Taeyeon al final—. ¿A qué debo el placer? Han pasado... ¿ocho meses?

—Ah, lo sé. Lo lamento. Ha sido... He estado ocupadísima. Tengo un nuevo trabajo, en Chelsea. Dirigiendo la boutique de Im Yoona. ¿Recuerdas a Yoona? Además, he trabajado un montón de fines de semana. Los sábados son de un ajetreo terrible. Resulta muy difícil encontrar tiempo libre. — La voz de Juniel se volvió crispada—. Llamé un par de veces. ¿Te lo dijo tu madre?

—En Lewins las cosas han sido una locura. Tú..., tú ya sabes cómo es, Taeyeon. Tenemos un nuevo socio. Un tipo de Nueva York. Bains. Nichkhun  Horvejkul. ¿Te cruzaste con él alguna vez?

—No.

—El idiota parece trabajar veinticuatro horas al día y espera que todo el mundo haga lo mismo. — Era evidente el alivio del hombre al haber encontrado un tema de conversación que le resultaba cómodo—. Ya conoces la vieja ética de trabajo de los yanquis: nada de almuerzos largos, nada de chistes verdes. Taeyeon, ya te digo. Todo el ambiente ha cambiado.

—Vaya.

—Oh, Dios, sí. Presentismo a lo grande. A veces ni me atrevo a levantarme de la silla.

Todo el aire pareció desaparecer de la habitación en una ráfaga de aspiradora. Alguien tosió.

Me levanté y me limpié las manos en los vaqueros.

—Voy a... Voy a buscar más leña —farfullé, mirando más o menos hacia Taeyeon.

Agarre la cesta y hui.

Hacía muchísimo frío fuera, pero me entretuve ahí, matando el tiempo eligiendo los trozos de leña. Intentaba calcular si sería mejor perder algún dedo por congelación o volver dentro. Pero hacía demasiado frío y mi dedo índice, el que uso para coser, fue el primero en ponerse azul y al fin tuve que admitir la derrota. Acarreé la madera tan despacio como me fue posible, entré en el pabellón y recorrí el pasillo a paso lento. Al acercarme al salón oí la voz de la mujer, que se deslizó por la puerta entornada.

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Comments

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skincrisday #1
Chapter 17: Esta historia esta muy linda, pero este es el final?
jcamila #2
Chapter 17: Me encanta esta historia
gea_ly
#3
Chapter 17: cambia el final siiiii!
2597611 #4
Chapter 17: También la amo !!
Karen-14213
#5
Chapter 17: Como amo esta adaptación x2
ditaange
#6
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
ditaange
#7
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
Karen-14213
#8
Chapter 16: Debo admitir que por este fic estoy retrasando mis ganas de ver la historia original xD
Good Work!
taeny39
#9
Chapter 16: Yah SooYoung se va a llevar a Tiffany con ella. Y TaeYeon es un ángel.
Karen-14213
#10
Chapter 15: Hay... Taeyeon...te amo <3