capitulo 11

YO ANTES DE TI ( Versión TaeNy)
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En algunos lugares los cambios de las estaciones llegan acompañados de pájaros migratorios o del flujo y reflujo de las mareas. Aquí, en nuestro pequeño pueblo, llegan acompañados de turistas. Al principio, unos grupillos cautelosos, que bajaban de los trenes o de los coches con impermeables de colores chillones, agarrados a guías de viaje y carnés del National Trust; a continuación, a medida que el tiempo mejoraba y comenzaba la temporada, llegaban, desperdigados entre el estruendo de los autocares, abarrotando la calle mayor, estadounidenses, japoneses y grupos de colegiales extranjeros, que cercaban el perímetro del castillo.

En los meses de invierno pocos locales permanecían abiertos. Los dueños de las tiendas más prósperas aprovechaban esos largos y lúgubres meses para desaparecer de vacaciones en otros parajes, mientras que los más tenaces organizaban fiestas de Navidad y hacían caja con conciertos de villancicos o ferias de artesanía. Sin embargo, con las subidas de las temperaturas los aparcamientos del castillo se veían atestados, los bares del lugar servían muchísimos almuerzos de pan, queso y encurtidos y, al cabo de unos pocos domingos soleados, una vez más nuestro pueblo adormecido se había transformado en un destino turístico.

Subí a pie la colina, esquivando los primeros visitantes de esta temporada, que cargaban riñoneras de neopreno y guías turísticas muy ajadas, las cámaras en ristre, preparadas para capturar los recuerdos del castillo en primavera. Sonreí a unos pocos y me detuve a tomar fotografías de quienes me ofrecieron sus cámaras. Algunos lugareños se quejaban de la época turística: los atascos, los aseos públicos saturados, los pedidos de platos extraños en el café The Buttered Bun («¿No tienen sushi? ¿Y rollitos de primavera?»). Pero yo no. Disfrutaba con el aire fresco de los extranjeros, echando un vistazo a vidas tan lejanas a la mía. Me gustaba escuchar los acentos y averiguar de dónde procedían, estudiar la ropa de esas personas que jamás habían visto un catálogo de Next ni habían comprado un paquete de cinco calzoncillos en Marks and Spencer’s.

—Pareces animada —observó Taeyeon mientras yo dejaba el bolso en el pasillo. Lo dijo como si fuera casi un insulto.

—Es que es hoy.

—¿Qué es hoy?

—Nuestra excursión. Vamos a llevar a Yuri a ver una carrera de caballos.

Taeyeon y Yuri se miraron la una a la otra. Casi me reí. Cómo me había relajado ver el tiempo que hacía: en cuanto me fijé en el sol, supe que todo iba a ir bien.

—¿Una carrera de caballos?

—Sí. Es en —saqué la libreta del bolsillo— Longfield. Si salimos ahora, llegaremos a tiempo para ver la tercera carrera. Y he apostado cinco libras por Man Oh Man, así que vámonos ya.

—Una carrera de caballos.

—Sí. Yuri nunca ha estado.

En honor de la ocasión, iba ataviada con mi vestido corto azul, un pañuelo con estampados de bridas al cuello y unas botas de montar.

Taeyeon me estudió con atención, dio vuelta a la silla y viró bruscamente para ver mejor a su otra cuidadora.

—¿Es un viejo deseo tuyo, Yuri?

Le lancé a Yuri una mirada de advertencia.

—Sí —dijo, y sonrió—. Sí, lo es. Vamos a los caballitos.

La había prevenido, por supuesto. La llamé el viernes y le pregunté qué día le venía bien. Los Kim habían accedido a pagarle horas extras (la hermana de Taeyeon había vuelto a Australia y creo que preferían que me acompañara alguien sensato), pero hasta el domingo no supe con certeza qué íbamos a hacer. Parecía un comienzo ideal: un agradable día fuera, a menos de media hora de distancia en coche.

—¿Y si digo que no quiero ir?

—Entonces me debes cuarenta libras —dije.

—¿Cuarenta libras? ¿Y por qué cuarenta libras?

—Mis ganancias. Cinco libras apostadas a ocho contra una. —Me encogí de hombros—. Man Oh Man es cosa segura.

Me dio la impresión de haberla dejado sin palabras.

Yuri se golpeó las rodillas con las palmas de las manos.

—Suena muy bien. Además, hace un gran día —dijo—. ¿Quieres que lleve algo de comer?

—No —contesté—. Ahí hay un buen restaurante. Cuando gane mi caballo, yo invito.

—¿Has ido a las carreras a menudo? —preguntó Taeyeon.

Y, antes de que tuviera ocasión de decir algo más, le pusimos el abrigo y salimos corriendo al coche.

 

 

Lo tenía todo planeado. Iríamos al hipódromo un día hermoso y soleado. Habría purasangres lustrosos y de patas esbeltas, cuyos jinetes, en sus trajes relucientes, avanzarían apresurados. Tal vez tocaría una banda de música, o dos. Las gradas estarían llenas de público y encontraríamos un lugar excelente desde el que ondear los recibos de nuestras apuestas ganadoras. El lado competitivo de Taeyeon se despertaría y sería incapaz de resistir la tentación de calcular las probabilidades y ganar más que Yuri o yo. Lo tenía todo pensado. Y entonces, cuando ya hubiéramos tenido bastante con las carreras, iríamos al prestigioso restaurante del hipódromo a disfrutar de un banquete digno de reyes.

Debería haber escuchado a mi padre.

—¿Quieres saber la verdadera definición de una esperanza vana? —solía decir—. Planear una excursión familiar divertida.

Todo comenzó en el aparcamiento. Llegamos sin incidentes, y hasta comencé a sentir cierta confianza en que Taeyeon no volcaría si sobrepasaba los veinticinco kilómetros por hora. Había mirado las indicaciones en la biblioteca y parloteé animada hasta que llegamos, haciendo comentarios sobre el cielo azul, el campo, el escaso tráfico. No había colas para entrar en el hipódromo, lo cual, he de admitir, resultaba un poco menos festivo de lo que había esperado, y las señales indicaban con claridad dónde estaba el aparcamiento.

Pero nadie me había avisado del césped, un césped que había soportado un invierno húmedo y un sinfín de coches. Encontramos un espacio donde aparcar (lo que no resultó difícil, ya que estaba medio vacío) y, en cuanto bajamos la rampa, Yuri pareció preocupada.

—Es demasiado blando —advirtió—. Se va a hundir.

Eché un vistazo a las gradas.

—Si la llevamos a ese camino, por ahí irá bien, ¿verdad?

—Pesa una tonelada esta silla —dijo—. Y el camino está a más de diez metros.

—Oh, vamos. Seguro que diseñan estas sillas para que aguanten un poco en suelos blandos.

Bajé la silla de Taeyeon con cuidado y observé cómo las ruedas se hundían varios centímetros en el barro.

Taeyeon no dijo nada. Parecía incómoda y había guardado silencio durante buena parte del trayecto de media hora. Nos situamos a su lado y toqueteamos los controles. Se había levantado un viento ligero y las mejillas de Taeyeon estaban sonrosadas.

—Venga —dije—. Vamos a hacerlo a mano. Seguro que podemos llevarla ahí entre nosotras dos.

Inclinamos a Taeyeon hacia atrás. Agarré una empuñadura y Yuri la otra y arrastramos la silla hacia el camino. Avanzábamos despacio, en buena medida porque necesitaba pararme a menudo, pues me dolían los brazos y mis botas inmaculadas se iban cubriendo de barro. Cuando al fin llegamos al camino, la manta de Taeyeon se había caído y estaba enganchada entre las ruedas, de modo que una esquina quedó embarrada y desgarrada.

—No te preocupes —dijo Taeyeon, con sequedad—. Es solo cachemir.

No le hice caso.

—Vale. Hemos llegado. Ahora, la parte divertida.

 

Ah, sí. La parte divertida. ¿A quién se le había ocurrido poner torniquetes a la entrada de un hipódromo? Ni que necesitaran controlar a las muchedumbres enardecidas. No había precisamente una multitud de ávidos aficionados a las carreras a punto de provocar disturbios si Charlie’s Darling no llegaba tercero, ni jóvenes furiosas por no estar cerca de la pista. Miramos los torniquetes y la silla de ruedas, tras lo cual Yuri y yo nos miramos la una a la otra.

Yuri fue a la ventanilla y explicó nuestro problema a una mujer, que inclinó la cabeza para mirar a Taeyeon y señaló el otro extremo de las gradas.

—La entrada para discapacitados está por ahí —dijo.

Dijo «discapacitados» como si estuviera en un concurso de oratoria. La entrada se encontraba a casi doscientos metros. Cuando por fin llegamos, el cielo azul había desaparecido de repente y en su lugar una borrasca se cernía sobre nosotras. Como es natural, no había traído paraguas. Parloteé sin cesar, en un tono alegre, sobre qué divertido y ridículo era todo, e, incluso para mí misma, lo que decía era irritante.

—Hwang —dijo Taeyeon, al fin—. Tranquila, ¿vale? Eres agotadora.

Compramos las entradas y, con un alivio inmenso por haber llegado, conduje a Taeyeon a un área cubierta a un lado de las gradas principales. Mientras Yuri preparaba la bebida de Taeyeon, tuve ocasión de observar a las personas que nos acompañaban.

Era una ubicación muy agradable, a pesar de las ocasionales ráfagas de lluvia. Por encima de nosotras, en un palco acristalado, unos hombres trajeados ofrecían copas de champán a mujeres con vestidos de boda. Tenía un aspecto acogedor y cálido, y sospeché que se trataba del palco principal, que aparecía en la ventanilla de entrada junto a un precio exorbitante. Llevaban unas pequeñas insignias que pendían de un cordel rojo que los identificaban como seres especiales. Me pregunté por un momento si sería posible colorear las nuestras, azules, pero decidí que, al ser las únicas personas con una silla de ruedas, llamaríamos demasiado la atención.

Junto a nosotras, dispersos entre los asientos y con tazas de poliestireno y petacas, había hombres en trajes de tweed y mujeres con elegantes abrigos acolchados. Tenían una apariencia más corriente y sus pequeñas insignias también eran azules. Sospechaba que muchos de ellos eran preparadores y mozos de cuadra o estaban relacionados con el mundo de los caballos. Al frente, junto a unas pequeñas pizarras blancas, se encontraban los apuntadores, que movían los brazos en un código de señales que yo no comprendía. Garabateaban nuevas combinaciones de cifras y las borraban de nuevo con las mangas.

Y entonces, como una parodia del sistema de clases, alrededor de la pista de carreras se formó un grupo de hombres con camisetas a rayas, que sostenían latas de cerveza y que daban la impresión de hallarse en plena excursión. Las cabezas afeitadas sugerían que servían en el ejército. De vez en cuando rompían a cantar o comenzaban un altercado ruidoso: entrechocaban cabezas o se echaban las manos al cuello. Cuando pasé ante ellos de camino al baño, silbaron al ver mi falda corta (al parecer, yo era la única persona en las gradas que llevaba falda) y yo les mostré el dedo detrás de mi espalda. Su interés en mí se desvaneció en cuanto aparecieron siete u ocho caballos a los que llevaban a los puestos de salida con eficiencia, a prepararse para la siguiente carrera.

Y entonces me sobresalté cuando la pequeña multitud que nos rodeaba rugió alegre y los caballos salieron disparados. Me levanté y contemplé su avance, transfigurada de repente, incapaz de contener el entusiasmo al ver esas colas que ondeaban y el esfuerzo descomunal de los jinetes, vestidos con colores brillantes, todos ellos luchando por el mismo puesto. Cuando el ganador cruzó la meta, me fue casi imposible no gritar.

Vimos la Copa Sisterwood y a continuación la Maiden Stakes, y Yuri ganó seis libras en cada apuesta. Taeyeon se negó a apostar. Vio las carreras, pero permanecía en silencio, la cabeza hundida en el alto cuello de la chaqueta. Pensé que tal vez, tras pasar tanto tiempo metida en casa, era comprensible que todo le resultase un poco extraño, y decidí que lo mejor era hacer como si nada.

—Creo que ahora viene tu carrera, la Copa Hempworth —dijo Yuri, que miraba una pantalla—. ¿Por quién dijiste que habías apostado? ¿Man Oh Man? —Sonrió—. No tenía ni idea de lo divertido que era ver las carreras cuando se ha apostado.

—¿Sabes? No te lo había dicho, pero yo tampoco había ido nunca a las carreras —confesé a Yuri.

— Estás bromeando.

—Tampoco he montado a caballo. A mi madre le dan muchísimo miedo. Ni siquiera me llevaba cerca de un establo.

—Mi hermana tiene dos, al lado de Christchurch. Los trata como a bebés. Y se gasta todo su dinero en ellos. —Se encogió de hombros—. Y ni siquiera se los va a comer.

La voz de Taeyeon se alzó hacia nosotras.

—Entonces, ¿cuántas carreras quedan para que hayas cumplido esa vieja ambición tuya?

—No seas gruñona. Como se suele decir, hay que probarlo todo al menos una vez —respondí.

—Creo que las carreras de caballos forman parte de la misma lista de excepciones que el o y la danza folclórica inglesa.

—Tú eres la que siempre me dices que he de ampliar mis horizontes. Seguro que te está encantando —dije—. Y deja ya de fingir lo contrario.

Salieron en ese momento. Man Oh Man iba de seda púrpura con rombos amarillos. Lo vi pegarse a la línea blanca, la cabeza extendida, las piernas del jinete plegadas, los brazos agitándose adelante y atrás por encima del cuello del caballo.

—¡Vamos, colega! —Yuri se entusiasmó, aun a su pesar. Tenía los puños cerrados y la mirada clavada en ese grupo impreciso de animales que avanzaban a toda velocidad al otro lado de la pista.

—¡Vamos, Man Oh Man! —grité—. ¡Vamos a cenar un buen bistec gracias a ti! —Observé cómo intentaba en vano recuperar terreno, las fosas nasales dilatadas, las orejas aplastadas contra la cabeza. Mi corazón dio un vuelco. Y entonces, cuando llegaron a la recta final, mis gritos comenzaron a perder energía—. Vale, un café —dije—. ¡Me conformo con un café!

A mi alrededor las gradas habían estal

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Comments

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skincrisday #1
Chapter 17: Esta historia esta muy linda, pero este es el final?
jcamila #2
Chapter 17: Me encanta esta historia
gea_ly
#3
Chapter 17: cambia el final siiiii!
2597611 #4
Chapter 17: También la amo !!
Karen-14213
#5
Chapter 17: Como amo esta adaptación x2
ditaange
#6
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
ditaange
#7
Chapter 16: Ah! Como amo esta adaptación
Karen-14213
#8
Chapter 16: Debo admitir que por este fic estoy retrasando mis ganas de ver la historia original xD
Good Work!
taeny39
#9
Chapter 16: Yah SooYoung se va a llevar a Tiffany con ella. Y TaeYeon es un ángel.
Karen-14213
#10
Chapter 15: Hay... Taeyeon...te amo <3