Tiffany se lavaba los dientes observándose en el espejo. Tenía buen aspecto ciertamente, su piel comenzaba a adquirir un tono muy bonito. Cuánto le gustaba tomar el sol, el murmullo de la gente en la playa, el agua tibia acariciando sus piernas. Estaba muy cansada, la cena había sido agradable y se había visto en la obligación de aceptar la invitación de acompañar a Jessica.

La verdad es que no estaba muy segura de que fuese buena idea, a fin de cuentas no guardaba buenos recuerdos de Seohyun.

Sus amigas del colegio solían despreciar a chicas como ella, por sus rarezas e inteligencia. Cualquier comentario que saliese de sus labios provocaba una sonora risotada en ellas. Pero Tiffany nunca participó activamente de eso, aunque tampoco lo frenó como debería haber hecho. Seohyun siempre le había intrigado, pero la presión que ejercían sus amigas sobre ella le impidió el más simple acercamiento.

Sacudió su cabeza pensando que no debería haber accedido y estaba segura de que Jesica se sentía igual de incómoda con la idea, ¿pero por qué no le había dicho que no? Podría haberle sugerido que se quedara en casa mientras ella se reunía con Seohyun.

No habría pasado nada. Se sentía muy confusa.

Por un lado, le apetecía compartir algo de tiempo con Jesica por absurdo que sonase, pero, por otro lado, sabía que su presencia la irritaba.

Dejó el cepillo de dientes sobre la repisa del baño y salió al porche a contemplar las estrellas, esperaba encontrarse con Jesica y disculparse por haberse sumado a su plan. Descubrió a su padre por el pasillo.

— Buenas noches, hija, tu madre ya está acostada y yo voy ahora. ¿Todo bien?

— Sí papá, todo bien. Voy a tomar aire —dijo señalando el jardín.

— ¿Quieres que te acompañe?

— No hace falta, vete a dormir y mañana desayunamos juntos.

Hee le besó en la frente y se dirigió a su dormitorio.

Tiffany se acomodó el pelo y buscó a Jesica en la sala de estar.

No la encontró.

Sonrió al ver la colcha y la almohada sobre el sillón de tres piezas y salió al jardín. Tampoco parecía estar allí, así que se sentó en la escalinata y contempló la noche. Le gustaba estar en silencio. Así era como Nichkhum, el trabajo en Busan, las prisas y el caos, desaparecían lentamente. Podría vivir en un sitio como aquel, salir al porche todas las noches antes de irse a la cama.

 — ¿Qué haces ahí, tan callada? —le preguntó una voz familiar desde una de las tumbonas. Tiffany se giró para comprobar que se trataba de Jesica y no de cualquier intruso.

— Ya ves. Me gusta esto.

Jesica sonrió con sorna.

— Jess, me alegra que estés aquí. Yo…

— Dime.

— Quería pedirte disculpas. Estuvo mal entrometerme en tus planes. Es tu amiga, yo apenas la recuerdo, en fin.

— Me han puesto en un compromiso — respondió ella secamente—. Pero ya que has sacado el tema, la verdad es que no creo que sea bueno que vengas.

A Tiffany aquello le sonó brusco y desagradable y algo en su interior le hizo saltar.

— Pues haberlo dicho. No voy y punto. Tampoco es que me muera por ir contigo a ver a Seohyun — dijo cruzándose de brazos. De repente se acordó de los desplantes de Nichkhum, de las exigencia de su jefe, de las personas que tendían a colarse en el supermercado, en las veces que se mordió la lengua para no parecer impertinente o maleducada. Pero Jesica la estaba ofendiendo.  Las cosas se podían decir de otra manera.

— Tampoco te pongas así —le pidió Jessica.

— No me pongo de ninguna manera, es que me parece que tienes unas formas un poco desagradables.

— No he sido desagradable contigo, Tiffany. De hecho, te he dicho que sí, que te vengas, aunque me apetezca estar a solas con Seohyun, porque además apenas te conoce. Y te he cedido mi habitación y soportado las bromas constantes de nuestros padres acerca de mí, así que no entiendo muy bien por qué estás tan enfadada. — Jesica se levantó. Parecía ofuscada.

— No se trata de eso, Jess — respondió Tiffany, un poco dolida. Había sobreactuado y ni siquiera sabía muy bien por qué. Se encontraba irritada. Esos días le daba la sensación que cualquier cosa, por minima que fuera, podía encender su mal humor.

— ¿Me has llamado Jess? ¿Desde cuando somos amigas? Hasta donde yo recuerdo, ni siquiera te molestabas en saludarme por los pasillos del colegio.

Tiffany sabía que en eso llevaba razón, pero no era motivo para decírselo así.

— ¿Sabes qué? Que te pasa algo conmigo. Para no conocernos, tienes demasiado rencor ahí dentro y no tiene ningún sentido. Yo no sé qué te he hecho exactamente. Es cierto, no fuimos amigas, nunca lo hemos sido, pero ha pasado el tiempo y aquí estamos, atrapadas con nuestros padres. Digo yo que lo mínimo es que te dirijas a mí con normalidad.

— ¿Normalidad? Duermes en mi cama mientras yo me rompo los huesos en ese sofá. Y tienes un armario enorme para ti sola. Todos están pendientes de si estás bien y cuando trato de preguntarte qué tal estás, me respondes que prefieres no hablar de tu vida en Busan. ¿Qué más le hace falta a la princesa? ¿Una alfombra roja que vaya de la piscina a la habitación? — dijo Jesica, subiendo un poco el tono de voz.

Ella también parecía furiosa.

Tiffany estaba tan enfadada que el rubor encendió sus mejillas y cerró los puños, eligiendo las palabras.

— ¿Pero a ti qué te pasa conmigo?

De repente sintió unas inexplicables ganas de llorar. O de pegarle. Un sentimiento muy primario se había apoderado de ella. Pero en el último momento se prohibió a sí misma exponerse más