¿Caca?
Bésala tú por míAquello no podía estar pasando. No así. No ahora. No después de las molestias que se había tomado horas antes para parecer la mujer más sofisticada del planeta. Aquello era una pesadilla y Jessica no tenía manera de escapar de ella.
¿Cómo había ocurrido este desastre? Todo lo que recordaba era haberse despedido de sus padres y de los Hwang.
Habían llegado a la hora prevista, como si hubieran calculado el tiempo con un cronómetro. Se instalaron rápido en la habitación de invitados. En menos de media hora estaban todos listos para irse a la playa.
Jessica intercambió besos y se despidió con la mano. «Adiós, pasenla bien», les dijo desde la puerta, la perrita de sus padres ladrándoles con enfado porque no se la llevaban. Se agachó para impedir que se fuera detrás de So Min.
«Tiffany no llegará hasta la noche, así que no te preocupes por nada. Estaremos de vuelta antes de que llegue. Tienes pollo en la nevera», le dijo su madre y ella se alegró de no tener que estar pendiente de móviles o timbres. Ahogó, no obstante, la protesta que rondaba su mente: «No como carne, mamá», porque sabía que recordárselo no serviría de nada.
Jessica decidió entonces que podía relajarse. Les vio salir por la verja de entrada, cerró la puerta e inmediatamente se dirigió a su habitación para ponerse su pantalón de pijama más viejo, una camiseta raída de sus tiempos universitarios y unas zapatillas horribles, regalo de la graciosa de su hermana, las Navidades pasadas.
Eran las únicas que tenía en el armario. Ridículas, pero muy cómodas. Con eso le bastaba. Había dormido tan mal esa noche que lo único que deseaba era echarse un rato, descansar un par de horas más en una cama decente. Pero antes hizo una parada técnica en la cocina. Bebió un yogur líquido de chocolate y estaba tan cansada que buena parte de él se derramó sobre su camiseta. Le dio igual. En ese momento solo quería dormir, ya tendría tiempo después para echar la prenda en la cesta de la colada.
Se metió en la cama y sonrió con una paz infinita al sentir la comodidad de su colchón, del suavizante en las sábanas, muy diferente a la monstruosidad del sofá-cama torturador donde dormiría el resto de las vacaciones. Tenía tiempo para cambiar las sábanas antes de que Tiffany llegara. Y si no, que se fastidiara. A la princesita no le iba a pasar nada por dormir en unas sábanas usadas. Antes de que pudiera contar hasta diez, ya estaba sumida en un sueño placentero y profundo.
Había soñado algo bonito, aunque ahora no recordaba los detalles, pero le dejó un buen sabor de boca cuando volvió a ser consciente de su entorno.
Había dormido tan profundamente que le pareció estar imaginando que alguien llamaba al timbre de la puerta.
Abrió los ojos y escuchó con atención. El despertador marcaba las doce y media de la mañana. Llevaba varias horas dormida, así que, de todos modos, ya iba siendo hora de que se espabilara. Se puso las horribles zapatillas que le regaló su hermana y fue hasta la cocina, con las pestañas todavía pegadas, bostezando afectadamente. Solo cuando vio aquella silueta merodeando las ventanas de la cocina comprendió la tesitura en la que encontraba.
Tiffany la miraba fijamente desde el patio.
¿Estaba soñando?
No.
Tiffany Hwang estaba allí, le pareció ver que esbozaba una sonrisa divertida y que su mirada verde analizaba con curiosidad su atuendo. Jessica abrió los ojos con sorpresa. De pronto se sintió completamente desvelada. Tiffany había llegado antes de lo previsto y estaba fantástica. Ella, en cambio, tenía un estado lamentable. Su momento de vanidad y sus esfuerzos por aparentar ser una glamurosa mujer de la capital no habían servido de nada. Al final se había encontrado con su excompañera de clase en el peor estado posible.
— ¿Me abres? —escuchó que le decía, dando golpecitos en el cristal de la ventana.
Jessica asintió en medio de un ataque de pánico. El corazón le latía muy deprisa. Salió corriendo hacia el pasillo y se miró en el espejo del aparador con verdadero terror. Tenía los ojos hinchados, el rímel corrido, la melena ensortijada como si se hubiera peleado contra una ráfaga de viento y una horrible mancha de chocolate en la camiseta. ¿Y si se ha creído que es caca?, pensó, alarmada. Y negó con la cabeza, diciéndose a sí misma que debía dejarse de tonterías. La caca no podía llegar a una camiseta. ¿O sí? ¡No! Déjate de tonterías.
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