Pov Taeyeon

Despertar se había vuelto algo tan difícil de hacer en los últimos meses. Comer era la tarea más difícil que tenía que realizar, a veces pasaba dos días enteros sin comer algo, a veces me limitaba a un par de galletas y una buena taza de café. El estrés de mi nuevo trabajo y el estrés de escuchar a alguien siempre regañándome por mis malos hábitos alimenticios habían comenzado a reducirse desde que nos acercábamos a la filmación de las últimas escenas de aquella película.

Pronto tendría que volver a mi ciudad y seguir adelante, como si nada de aquello hubiese sucedido. Como si jamás me hubieran destrozado el corazón y como si jamás ella habría dicho que sí alguien más.

Se acercaba el momento en el que tenía que ser sólo yo de pie en esa ciudad dejando atrás los recuerdos de un amor que jamás pudo ser. El dolor de haber sido traicionada por el miedo, por el perjuicio.

No había mucho que pensar mientras estaba ahí en esa sala de embarque, esperando impacientemente que nos dieran la indicación de abordar el avión. No podía pensar en algo más que en lo que tendría que enfrentarme una vez que llegara a mi destino, iba a ser difícil estar en el mismo lugar donde alguna vez había sido una persona feliz, iba a ser difícil llenar de nuevos recuerdos las paredes de la Vieja casa de mis padres.

Había llorado demasiado, había agotado todas mis lágrimas los primeros meses y después de ello... No había nada. Tal vez había agotado mi número de lágrimas por una sola persona, o tal vez me había acostumbrado al vacío en mi pecho y al nudo en la garganta que jamás se había podido ir.

Había amado, me había entregado a una persona rompiendo mis propias reglas. Y no había sido aprovechado, ella tomó su decisión e hizo su vida sin mí. Se casó con un chico que su padre quería que se casara y yo me quedé con lo único que podía hacerme olvidar de ella aunque sea por unas horas, mi trabajo, mi pasión, mi cámara y mi perro.

Había roto mis reglas, todas y cada una de ellas. No enamorarme, no dejarme perder por alguien, no exponer jamás mis sentimientos, no caer, no tener una novia... No nada.

Y con ella todo.

Iba a extrañar Canadá sin duda alguna. Iba a extrañar estar tan lejos de todos, estar en un lugar donde nadie me conocía y donde podía ser miserable sin que los demás estuviesen preocupados por mí. Suficiente había sido con lo que le había hecho pasar a la actriz que vivía conmigo, suficiente había sido para ella tener que estar cuidando de mí, de mi comida y de mi cama. Nana jamás lo había vuelto a mencionar, pero yo podía ver en sus ojos como aún sentía algo por mí, y como me había consolado varias veces mientras me desgarraba el alma llorando. Ella me consolaba a mí mientras ella sufría por mi ¿Qué clase de crueldad es esa?

Los encargados abrieron la puerta y de inmediato los pasajeros se pusieron de pie, todos tenían una emoción positiva en su rostro, todos estaban deseosos de llegar a San Diego, todos tenían a alguien que los estaba esperando en aquella ciudad o tenían una tarea importante que realizar. Todos menos yo.

Espere sentada en la sala de embarque mientras los demás abordaban el avión, quería quedarme todos los minutos que pudieran ser posibles. Quería seguir en Canadá, lejos de todos, lejos de mí misma.

Me puse de pie y tomé mi equipaje de mano donde tenía solamente lo esencial para poder pasar el viaje... Un libro, unos audífonos, mi celular y una de mis pastillas para dormir, sólo en caso de ser necesaria.

Avance por el largo pasillo que conectaba el aeropuerto con la entrada del avión después de que la encargada reviso mi documentación y mi boleto de avión. Antes solía tomar la parte de primera clase pero ahora tal vez escuchar niños llorando, gente platicando y a las aeromozas me ayudaría para distraerme de lo caótica que podía ser mi mente en esos momentos. La extrañaba, y a veces no hacía más que pensar en ella.

Pensaba en ella más de lo que debería de estar permitido pensar en alguien, pensaba en el color de su cabello o en sus enormes ojos. Recordaba sus ojeras y el sabor de su piel.

Siempre estaba preguntándome si había decidido cambiar su shampoo y ahora tenía un olor diferente, o si había dejado de morderse las uñas, o pensaba si había continuado con aquella pequeña pasión que nadie realmente solía conocer.

Pensaba en él también, pensaba en cómo se vería, pensaba en cómo se movería o en su había podido hacerla feliz cada día desde que se casaron. Pensaba en los detalles que él podría haber tenido con ella, como mandarle flores, llevarla al cine... Tomarla de la mano. Pensaba en sí la amaba como se lo merecía. Pensaba en su casa, en sí habían comprado un nuevo automóvil o habían cambiado su residencia... Tal vez ahora tenía un perro o un gato...

Tal vez tenían un hijo.

Y siempre que pensaba en un pequeño hijo de ella, con sus ojos oscuros, no podía evitar verme a mí como la otra madre de ese pequeño. ¿Por qué a pesar de que ella me había dejado me seguía viendo cómo aquello?

No podía permitirme esos pensamientos.

Me dejé caer sobre mi asiento, con las lágrimas acumulándose en mi rostro. Era una suerte que yo hubiese llevado gafas oscuras y así nadie podía darse cuenta de aquella acción tan denigrante. Llorar porque no había sido su elección. Había perdido una batalla que ni quiera tenía que haber realizado, ella estaba perdida para mí desde antes de conocerla.

Era un daño colateral.

El avión despegó y para mi fortuna, no había nadie sentado a mi lado. Vi como recorríamos la pista con gran velocidad y como de pronto ya estábamos dejando atrás aquel lugar. Vi como todo se iba quedando atrás como un recuerdo, como mi salvación... Canadá había sido mi tierra prometida, mi lugar para reencontrarme, y no lo había logrado.

Volver a San Diego no era algo que pudiera evitar, había abandonado mi estudio de fotografía por dieciocho meses, había abandonado a mis amigos tanto tiempo que ahora estaba completamente perdida de su vida. Pocas veces me había comunicado con Sunny, pocas veces le había dicho algo más sobre mí, ni siquiera podía decirle en qué lugar del mundo me encontraba.

Había abandonado la casa de mis padres, a mis hermanos y todo lo que tenía.

Había huido de mi ciudad como una cobarde para intentar olvidar, para intentar sobrevivir. Me había olvidado de ser yo, de ser feliz.

¿Podía ser feliz en la miseria?

Sí.

Había conquistado chicas y me las había llevado a mi cama mientras esperaba olvidarme de ella. Había encontrado otro nuevo trabajo detrás de una cámara y solo deseaba que fuera ella dentro del cuadro. Había encontrado un nuevo hogar y un nuevo consuelo mientras deseaba que fueran sus brazos y fuese aquella pequeña casita de madera donde me había dejado envolver por sus besos.

Era feliz en la miseria, pero una hipócrita conmigo misma.

Pronto me envolví en las palabras de aquel libro que me estaba haciendo compañía. No había podido tolerar libros que trataban de amor, no mucho menos los libros donde hablaban de corazones rotos y de almas destrozadas como la mía. Había aprendido a leer historia, a leer psicología, a leer todo tipo de libros que no tratarán de amor. No me di cuenta en que momento de aquel vuelo me quedé dormida sin ayuda de la pastilla.

Cuando tomaba Zolpidem dormía profundamente, sentía mi cuerpo completamente relajado y no había sueños. No había nada que pudiera molestarme mientras dormía; pero cuando dormía sin ayuda de la pastilla... Las pesadillas aparecían.

Siempre estaba ella, siempre la veía en sueños en los que la veía casarse con alguien más una y otra vez, pesadillas en las que ella me repetía que no me amaba, que no iba a luchar por lo nuestro. Odiaba verla en mis sueños, odiaba que ella siguiera tan presente en mi mente y en mi corazón.

Tiffany Hwang no me había amado y por lo tanto su lucha no tenía por qué existir.

Y ahí estaba yo, en pleno vuelo soñando con ella, con l