19 horas seguidas en el hospital habían sido terribles. Siete tazas de café lo habían mantenido despierto a lo largo del día, pero sí se sentaba a descansar aunque sea por 5 minutos, estaría perdido. Ser el mejor de la clase no resultaba favorecedor en ese momento, el congreso de medicina y sus clases dentro del hospital no resultaban para el mejor alumno. Todos los cirujanos querían tenerlo en la sala mientras se llevaba a cabo alguna operación interesante. Amaba su trabajo, pero deseaba poder tener un día de descanso, o la manera de hacer que su cuerpo recuperara toda la energía posible. Aún sabiendo lo arriesgado que era, se dejo caer en una silla de la cafetería mientras otros de sus compañeros intentaban consumir algo para poder seguir con sus labores.

Alexander saco su celular del bolsillo de su bata blanca y lo reviso un poco. 5 mensajes de Hee, 2 llamadas perdidas de su madre, un correo de su padre y nada de su prometida. Sabía que Tiffany estaría ocupada con su trabajo, él sabía que la profesión de su novia no era para nada sencilla. Tenía que lidiar todo el tiempo con maquillistas, vestuaristas, fotógrafos, coordinadores, los asistentes de todos ellos y a parte su propia familia.

Sus pensamiento vagaron entre el recuerdo de Tiffany, se preguntaba por un momento qué estaría haciendo la modelo que no se había tomado la molestia de llamarlo y hablar con él. Tampoco era que se moría porque Tiffany lo hiciera, pero por un segundo creyó que sería algo que una mujer enamorada haría, o tal vez Tiffany estaba tan ocupada con los asuntos de la boda que no había podido hablar con él. Era consciente que él mismo le había dicho a Tiffany  que se encargara de todo ella sola, que él amaría lo que sea que ella escogiera para el día de su boda, el día de su suicidio, el día que perdería toda la esperanza de ser quien siempre quiso ser. Él mismo.

Sus parpados comenzaron a cerrarse gracias al cansancio acumulado en su interior, sólo deseaba poder seguir dos horas más y luego por fin marcharse a casa de Josué, la casa que le había prestado mientras estaba en Los Ángeles.

Alexander se cuestionaba día a día si estaba tomando la decisión correcta, dejar ir al hombre que lo estaba haciendo feliz y casarse con la mujer que jamás lo haría sólo para no decepcionar a sus padres. Sólo para no perder lo único que de verdad le importaba.  El doctor dejo escapar un suspiro y recargo su frente en la mesa de la cafetería. Sabía que estaba mal lo que estaba haciendo, engañaba a las dos personas que se supone jamás debería de engañar. Engañaba a su mejor amiga al decirle que la amaba como mujer, que quería hacerla su esposa y formar una familia con ella, la engañaba cada segundo de su vida desde hace años, cuando todo inició.

Y engañaba al único que lo había hecho feliz, Alexander no podía decir que lo amaba, al menos no aún; pero amaba lo que él era cuando estaba con Josué. Era completamente feliz a su lado.

La silla a su lado hizo un escándalo cuando alguien la corrió para tomar asiento a su lado. Alexander supuso que se trataba de alguno de sus compañeros y siguió en su misma posición tratando de ganar unos cuantos minutos sin las preocupaciones de sus deberes en el hospital.

Sólo dos horas más y sería libre de ir a descansar, o llamar a Hee por teléfono y platicar con él hasta quedarse dormido.

"Viajo varias millas para darle una sorpresa al hombre ocupado y lo único que me encuentro es un doctor tomando una siesta en medio de la cafetería." Alexander se levantó de inmediato al reconocer la voz "Jamás dejaré que usted me realice algún tipo de cirugía, señor Bell."

Alexander abrazó a Josué sin darse cuenta de ello. Lo había extrañado las dos semanas que llevaba en Los Ángeles, lo había necesitado y por fin estaba ahí frente a él. 

"¿Qué estás haciendo aquí?" pregunto Alexander cuando se separaron del abrazo.

He