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—Has estado muy callada hoy Hwang. —Resonó la firme voz del hombre a su espalda.

—Sargento Choi. Un gusto volver a verle. —saludó poniéndose firme.

—Oh Hwang, el gusto es todo mío.

El hombre la abrazó, tan rápido que la tomó por sorpresa. Podía recordar cómo en incontable ocasiones la misma voz firme le había gritado al oído cada vez que fallaba una prueba en el entrenamiento físico o cómo le hacía ducharse con agua fría a las cuatro de la madrugada cada vez que le parecía que ella había actuado con extrema soberbia en alguna situación.

—Cuando supe lo que pasó allá, intenté volver a Boston lo antes posible, pero no pude. —dijo el hombre dejando caer suavemente una de sus grandes manos en el hombro izquierdo de la castaña.

—Gracias por preocuparse sargento. —dijo y le regaló una pequeña sonrisa.

Sus grises ojos se desviaron en dirección opuesta a la del hombre mientras se quedaba observando a todos en aquél salón, todos uniformados, sólo militares. Eu un momento cerró los ojos intentando imaginar a su mejor amigo ahí riendo fuerte como siempre lo hacía, generando alboroto con los demás militares.

—Sé que aún estás de baja por tú TEPT y lo de tus cirugías... Pero me gustaría hacerte saber que cuando te sientas lista nuevamente, puedes volver con nosotros —soltó con el mayor tacto posible— Ya sabes... Supongo que no a combate, pero quizás a entrenar a la infantería o hacer algunas clases. —finalizó el Sargento Choi.

Nota del autor: TEPT (Trastorno de estrés post traumático)

Las palabras de su superior, la dejaron mas confundida que halagada. Aún no había pasado ni un año desde lo sucedido en Irak y el hombre le hablaba tranquilamente de volver, pese a que podía jurar que todos los militares de aquél salón podrían apostar todo su dinero a que ella nunca volvería a trabajar para la U.S Army.

—Le haré saber si algo me hace cambiar de idea. —le sonrió y se despidió del hombre poniéndose en firme nuevamente.

Justo cuando se acercaba a una de las mesas para beber un poco de agua, un par de voces le hicieron dar un pequeño brinco de susto.

—¡EUNBI!

La aludida se giró para encontrare con la joven pareja de hermanos Lee, JooHeon y Chaeyeon. Aquellos hermanos junto a Noah y ella había sido inseparables durante la infantería, en los primeros años de formación, pero igual que casi todos los militares ella no los había visto durante un largo tiempo. Sabía que después de Irak los hermanos habían sido re ubicados a un lugar cerca de Afganistán.

—¡Hey vosotros dos! —saludó la castaña verdaderamente feliz y sonriendo sinceramente.

JooHeon no se esperó y abrazó fuertemente a Eunbi, el chico era mucho más alto que ella, y su hermana Chaeyeon también.

—Discúlpanos por no habernos comunicado contigo antes, volvimos a Boston apenas hace unas semanas y no hemos tenido tiempo... —dijo apenada la joven más alta y su hermano asintió con la misma cara de disculpa.

—Descuidad, lo entiendo perfectamente. Estoy segura que han estado recuperando el tiempo con sus familias.

—¿Puedes creer que Hanna ya va cumplir tres años? —Contó emocionado JooHeon al hablar de su única hija— A veces pienso que me he perdido todo... Pero fue increíble verla reír cuando volví a casa.

—¿Y tu hijo..? —preguntó emocionada Chaeyeon.

—Noah... Le hemos llamado Noah. —dijo con una sonrisa nostálgica.

Los tres guardaron silencio mientras Chaeyeon sonreía para JooHeon y para la castaña.

—Noah siempre bromeaba diciendo que le podrías su nombre a tu hijo... No estaba lejos de la verdad. —Recordó finalmente Chaeyeon.

***

Se había quedado dormida sobre las abanas aún con ropa luego de haber terminado la llamada con Nayeon. Se levantó con el cuerpo pesado buscando el pijama. Era ya casi media noche y Eunbi no había regresado, ni tampoco le había enviado algún mensaje. Yerin volvió a sentir tristeza, pero ¿Qué esperaba? Tenía que comenzar a acostumbrarse a eso. Eventualmente, ellas llegarían al punto de no vivir juntas ni tener comunicación.

Yerin recordó cómo cuando aún eran unas adolescentes. La idea de vivir junto a su castaña le hacia sonreír hasta dolerle las mejillas. Cuando Eunbi se había ido a formar con el ejercito la rubia inició con sus clases en la Universidad Central de Boston, y contaba con ansias los días que restaban para volver a ver a su chica, la cual siempre terminaba sorprendiéndola volviendo algunos días antes de la fecha esperada.

Por la ventana alcanzó a ver como Eunbi aparcaba la camioneta fuera y caminaba pesadamente por el antejardín hasta entrar. Apartó la mirada mientras jugaba con el anillo de bodas en su dedo anular, y se sorprendió al querer saber todos los detalles de aquella noche de reunión de las PN88.

Después de lo que fueron unos minutos, su esposa apareció en la habitación. Se le notaba un semblante confundo, incluso parecía más pálida de lo normal, pero no dijo nada mientras comenzaba a quitarse el uniforme. Los ojos de la rubia se quedaron prendados a cada movimiento que hacia su mujer, detallando como deshacía uno a uno los botones de su camisa perfectamente blanca y dejaba a su esposa expuesta solo con su sujetador del mismo color. Bajo la mirada y pudo ver de nuevo las cicatrices de Eunbi en la espalda haciéndole recordar la llamada de hace unas horas.

—Me ha llamado Nayeon. —dijo rompiendo el silencio de aquella noche.

Eunbi se giró rápidamente y frunció el seño, pero continúo despojándose del resto de su ropa y zapatos para quedar finalmente solo en ropa interior.

—Lo sé... Ha sido extraño. Ya sabes... No había hablado con ella desde... Desde el fune