capitulo 7

Taeyeon en mis pensamientos...
 

Dos días después, el miércoles, taeyeon se las apañó para salir de su instituto el tiempo suficiente para colarme de tapadillo en la cafetería, una sala enorme y descuidada tan llena de gente como la estación de Penn o la de Grand Central en Navidad. Nos sentamos y, mientras intentábamos escucharnos entre el barullo, un chico larguirucho se levantó de su silla, se sacó al menos medio metro de cadena del bolsillo y empezó a hacerla girar por encima de la cabeza, gritando algo a lo que nadie hizo caso. De hecho, nadie le hizo caso a él tampoco, excepto para apartarse de la cadena giratoria.

Yo no me lo podía creer. No me podía creer, para empezar, que alguien hiciera eso, pero tampoco me podía creer que lo hiciera y todo el mundo le ignorara. Supongo que me puse a mirarle fijamente, porque taeyeon  se detuvo a mitad de frase y me dijo:

—Te preguntas por qué lo de la cadena, ¿verdad?

—Verdad —dije, intentando sonar tan despreocupada como ella.

—Nadie sabe por qué lo hace, pero enseguida vendrá uno de los profesores de carpintería y se lo llevará. Mira, ¿ves?

Un hombre grande que llevaba un delantal entró, esquivó la cadena voladora y agarró al chico de la cintura. Inmediatamente, el chico se quedó quieto y la cadena cayó al suelo con un ruido metálico. El hombre la recogió, se la guardó y sacó al chico de la cafetería.

—taeyeon —dije, sin poderme controlar—, ¿me estás diciendo que hace eso a menudo? ¿Por qué no le quitan la cadena del todo? ¿Por qué no le…? No sé… ¿Lo hace mucho, de verdad?

taeyeon me miró con una mezcla de diversión y compasión, y dejó su batido de chocolate en la mesa.

—Lo hace un montón, una vez a la semana o así. Y le quitan la cadena, pero supongo que no le faltan. No sé por qué no hacen nada más con él o por él, pero no lo hacen. —Sonrió—. Ya ves por qué prefiero los pájaros blancos.

—Y los unicornios y caballeros —respondí—. ¡Qué barbaridad!

—Cuando empecé a venir aquí —me contó taeyeon—, me hinchaba a llorar cuando volvía a casa por la noche. Pero después de dos meses aterrorizada y deprimida, me di cuenta de que, si te mantienes lejos de la gente, la gente se mantiene lejos de ti. La única razón por la que no he intentado cambiarme de instituto es que, cuando mi madre trabaja hasta tarde, vuelvo a casa a la hora de comer para ver a mi nana. No podría hacer eso si fuera a otro instituto.

—Tiene que haber gente buena por aquí —dije, mirando a alrededor.

—La hay. Pero como me pasé el primer año apartada de todo el mundo, para cuando llegué a segundo todo el mundo había hecho amigos. —Sonrió con ironía, crítica—. No es solo que la gente de san francisco no sea simpática; yo tampoco he sido simpática con la gente de san francisco. Hasta ahora.

Le sonreí.

—Hasta ahora —repetí.

Después de comer, como había quedado en reunirme con taeyeon  en su piso más tarde, me fui al Museo Guggenheim e intenté no pensar en lo que podría estar pasando en su instituto mientras yo estaba allí, rodeada por toda la seguridad del mundo y mirando cuadros. Pero no dejé de pensar en ello, ni en lo deprimente que parecía gran parte de la vida de taeyeon, ni en cuánto me gustaría poder hacer algo para alegrársela.

El día anterior, después de que taeyeon saliera de clase, habíamos ido al Jardín Botánico de san francisco, donde yo había estado ya un par de veces con mis padres. taeyeon se había vuelto loca correteando por los pasillos de los invernaderos mientras olía las flores, las tocaba y hasta les hablaba. Nunca la había visto tan emocionada.

—Ay, tiff —había dicho—, no tenía ni idea de que este sitio estaba aquí. ¡Mira! Eso es una orquídea, aquellas son flores de Bach, esa es una bromelia… Se parece a un sitio al que íbamos en California, ¡qué bonito! ¡Ojalá hubiera más flores en san francisco! ¡Más cosas verdes!

En cuanto me acordé de eso al día siguiente, en medio de la rampa en espiral que recorre el centro del Guggenheim, supe lo que iba a hacer: iba a comprarle una planta a taeyeon y llevársela a su piso como regalo de agradecimiento. No sabía a santo de qué venía el agradecimiento, pero tampoco me preocupó mucho mientras me apresuraba a salir para buscar una floristería.

Encontré una que tenía algunas plantas con flores en el escaparate.

—¿Hay de estas en California? —le pregunté al tendero.

—Claro. En todas partes —me respondió.

Eso no me dio mucha información, pero estaba demasiado nerviosa para hacer más preguntas, como qué tipo de planta era la que quería. Tenía las hojas aterciopeladas y gruesas, y estaba cubierta de flores de color azul claro. Para entonces ya sabía que el azul era el color favorito de taeyeon, así que decidí que seguramente no importaba el tipo de planta que fuera. La maceta estaba envuelta en un papel rosa espantoso, pero se lo quité mientras subía en el ascensor del edificio de taeyeon y me lo guardé en el bolsillo.

Recuerdo haber llamado a la puerta de taeyeon, porque me había dicho que el timbre no funcionaba, y que al cabo de un rato una voz temblorosa preguntó:

—¿Quién es?

—tiffany young —dije yo, y lo repetí más alto al escuchar que algo repiqueteaba bajo la mirilla.

Cuando se abrió la puerta tuve que bajar la mirada bruscamente, porque me había preparado para saludar a alguien que se encontrara a mi altura. Quien había abierto era una mujer diminuta de aspecto frágil que iba en silla de ruedas. Tenía unos ojos azules preciosos e increíblemente brillantes, y una boquita arrugada que se parecía a la de taeyeon, seguramente por la sonrisa.

—Tú tienes que ser la amica de taeyeon —La mujer me sonrió y, en cuanto oí su acento, recordé que la abuela de taeyeon había nacido en Italia. Justo añadió—: Soy su nana, su abuela. Pasa, pasa. —Hizo una hábil maniobra con la silla de ruedas para apartarse del umbral y que yo pudiera pasar. —taeyeon aiuta a su mamma a hacer el pavo.

Me costó un instante entender lo que había dicho, pero enseguida me llegó un olor fabuloso al entrar y supe que había entendido bien.

—Lo hacemos el día de antes —dijo la abuela de taeyeon. Su acento era muy musical, precioso— para pasarlo bien en Acción de Gracias. Ven adentro, ven.

¡taeyeon! Tu amica está aquí. Qué flor más bonita.

Violeta africana, ¿sí?

—No… no lo sé —dije, agachándome para que la abuela de taeyeon pudiera ver las flores—. No tengo ni idea de plantas, pero sé que a taeyeon  le gustan, así que le he traído una.

No se me habría ocurrido contarle a casi nadie (a casi nadie de mi edad, por lo menos) que le había comprado un regalo a taeyeon, pero a aquella viejecita encantadora no le pareció nada raro. Juntó las nudosas manos y fue entonces cuando supe de quién había heredado taeyeon su risa, además de su sonrisa, porque su abuela se rio exactamente igual.

—taeyeon se pondrá muy contenta —dijo, mirándome con los ojos brillantes—, ¡muy contenta! Ya verás cuando veas su stanza, ¡le encantan las flores! taeyeon, mira —dijo volviéndose hacia taeyeon, que acababa de salir de la cocina con el pelo recogido en una trenza alrededor de la cabeza, un trapo en la cintura y la cara roja por el calor del horno—. Mira, tu amica te ha traído otra amica. —La abuela y yo nos reímos de su ocurrencia mientras taeyeon miraba a la violeta y luego a mí.

—No me lo creo —dijo taeyeon, mirándome a los ojos por encima del pelo cano y brillante de su abuela—. ¿Me has traído una violeta africana?

Yo asentí con la cabeza.

—Feliz Acción de Gracias.

—Dios, tiff. Ahora me dirás que esto también forma parte de tu mundo real, ¿no?

—Bueno, real es —dije, fingiendo modestia.

—¿Qué mundo real, qué decís? —dijo la abuela—. tae, llévame a la cocina, yo aiuto a mamma. Tú vete a hablar con tu amica.

taeyeon me guiñó el ojo al empuñar la silla de su abuela, y la viejecita me apretó la mano cuando taeyeon empezó a llevársela.

—Me gustas, tiff —dijo la abuela, pronunciando mi nombre del mismo modo que a menudo lo hacía leo—. Haces feliz a mi taeyeon. Se pone muy triste a veces. —Hizo una mueca de tristeza como las de las máscaras de teatro—. ¡Dai! Las niñas jóvenes deberían reír. La vida ya es mala cuando creces; ¡más vale reír cuando eres joven! Enséñale eso a mi taeyeon, tiff, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dije, mirando a taeyeon. Creo que alcé la mano en señal de promesa cuando lo dije.

—¡Prometido! ¡Bien, bien! taeyeon se ha reído más esta semana, desde que te conoce.

taeyeon llevó a su abuela a la cocina mientras yo esperaba en el pasillo, incómoda, mirando las ajadas paredes que iban hasta el salón. Vi una porción de moqueta muy desgastada que debía haber sido de color rojo brillante en otro momento, un sofá asimétrico al que se le salía el relleno por algunos sitios y una foto descolorida del Coliseo romano en la pared, junto a un crucifijo que tenía una hoja de palma reseca metida detrás.

—Es de mi nana —dijo taeyeon, que había vuelto y señalaba el crucifijo—. Los demás no somos muy religiosos. Mi madre es protestante y yo no sé lo que soy.

Se había quitado el trapo de la cintura, pero seguía teniendo la cara roja y algo sudorosa por el calor. Se le había soltado un mechón de pelo y me dieron ganas de apartárselo.

—A mi abuela le has encantado —dijo.

—A mí me ha encantado ella —respondí mientras taeyeon me llevaba a su habitación a través del salón y de un pasillo más corto, pero más oscuro—. Oye —dije mientras ella se hacía a un lado para dejarme pasar—, quiero darte mi palabra de que te haré reír, como ha dicho ella. ¿Vale?

taeyeon sonrió, pero parecía algo distante. Se sentó al borde de su estrecha cama y me señaló la única silla, que se encontraba frente a una mesita atestada de libros y partituras que parecía ser su escritorio. —Vale.

—Me gusta tu cuarto —le dije, mirando alrededor y tratando de mantener a raya la incomodidad que volvía a sentir.

La habitación era diminuta, pero estaba llena de cosas que obviamente significaban mucho para taeyeon, sobre todo los libros y las partituras, pero también algunos peluches y, como su abuela me había dicho, plantas. Cientos de ellas, daba la impresión. Debido a las plantas, uno no se daba cuenta enseguida de que la mesa estaba rayada y algo coja, de que la cama seguramente antes fue un sofá y de que había un retal de tela tapando una parte de la ventana, seguramente para evitar corrientes. De la ventana colgaba un gigantesco helecho y sobre el alféizar había una bandeja con guijarros y un montón de plantitas. En el suelo, a los pies de la cama, había una planta tan enorme que casi parecía un árbol pequeño.

—Venga ya —dijo taeyeon—. No tiene ni punto de comparación con tu cuarto. El tuyo tiene… tiene luz y todo es… No sé, todo es nuevo. —Observó que miraba a la planta junto a la cama—. Es un árbol de caucho que pillé en Woolworth’s. Lo conseguí cuando aún era pequeño, de los de noventa y cinco centavos.

—Pues ahora valdrá unos cien dólares, con lo grande que es. Te lo digo en serio: me gusta tu cuarto. Me gusta tu abuela, me gustas tú…

Durante un instante, ninguna de las dos dijo nada. taeyeon miró al suelo y luego se acercó al árbol de caucho y apartó algo invisible de una de sus hojas.

—A mí también me gustas, tiff —dijo con cautela. Había puesto la violeta africana en la mesa, pero entonces la cogió y la puso en el alféizar de la ventana, tras hacerle un hueco entre los guijarros—. Es por la humedad —dijo—. La necesitan, y las piedrecitas ayudan. Vamos, lo que ayuda es el agua que se echa en la bandej… Ay, mierda.

Se dio la vuelta repentinamente, pero hubo algo en su voz que me hizo agarrarle la mano y hacer que se girara y volviera a mirarme de frente. Observé, atónita, que estaba casi llorando.

—¿Qué ocurre? —pregunté, y me levanté, algo asustada—. ¿Qué pasa? ¿He hecho algo mal?

Ella sacudió la cabeza y luego la apoyó un segundo sobre mi hombro. Mi mano iba de camino a acariciársela cuando taeyeon se apartó y fue hasta su mesita de noche, donde cogió un pañuelo de una caja y se sonó la nariz.

—Sí que has hecho algo, idiota —respondió, y volvió a sentarse al borde de la cama—. Me has traído un regalo, y yo soy tan tonta y tan sentimental que me dan ganas de llorar. Y además me molesta no tener dinero para comprarte algo yo a ti. Ojalá pudiera.

—Por el amor de Dios —dije, y me senté a su lado y la abracé un segundo—. Mira, no quiero que me hagas ningún regalo. ¿Crees que es lo que espero?

—No… no lo sé —dijo taeyeon—. Nunca he tenido amigas, es lo que intentaba contarte en la cafetería antes. Bueno, tenía una en California, pero entonces yo era mucho más pequeña y creí que me iba a morir cuando se mudó. Estábamos en to de primaria.

—La idiota eres tú —dije—. No hacen falta regalos, ¿eh? Simplemente sabía que te gustan las flores y me emocioné porque hasta ahora no conocía a nadie a quien le gustaran y yo soy totalmente incapaz de cuidar plantas. Tómatelo como un regalo de agradecimiento por enseñarme Staten Island y por… por todo.

taeyeon sorbió con fuerza por la nariz y finalmente sonrió.

—Vale… Pero eso tampoco hace falta, ¿no? No tienes que hacerme regalos para agradecerme nada.

—Ya. —Me levanté y volví a la silla—. Háblame de tu amiga, la de California. Si quieres.

—Sí, creo que sí —dijo taeyeon.

La siguiente hora en la habitación de taeyeon transcurrió mientras me enseñaba fotos de Beverly, una niña pálida y con aspecto anodino. Me contó cómo solían pasear por la playa e imaginar que se escapaban de casa, o cómo dormían la una en casa de la otra, normalmente en la misma cama; cómo reían sin parar, hablaban durante toda la noche y a veces se besaban.

—Como hacen las niñas pequeñas a veces — comentó sonrojándose.

Sabía que taeyeon había sido muy pequeña por entonces, así que no le di más importancia. Luego le pregunté por su abuela y me contó que ella le había tejido toda su ropa hasta que la artritis comenzó a afectarle demasiado a los dedos. Me contó que a veces, por la noche, se paraba a escuchar la respiración de su abuela, aterrada por que pudiera morirse de repente.

 

Al cabo de un rato, taeyeon y yo entramos en la cocina, donde había varios gatos restregándose por las paredes. Nos sentamos en una mesa redonda con mantelitos de plástico naranja, aspiramos el olor del pavo asado y charlamos con la madre de taeyeon, que era tímida y tenía aspecto de cansada pero también era muy agradable, y con la abuela, que no parecía tener prisa alguna por morirse. Tomamos zumo de uva y nos comimos un plato entero de unas galletas italianas riquísimas, rellenas de higo, dátiles y pasas. Cuando me marché, la abuela de taeyeon me dio una bolsa de galletas para que se las llevara a leo.

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Al día siguiente, la tarde de Acción de Gracias, sonó el timbre justo cuando me acababa de terminar la segunda porción de tarta de calabaza y mi padre nos contaba la misma historia de todos los años: que él y su hermano habían robado un pavo de Acción de Gracias y habían intentado cocinarlo en una hoguera al aire libre en los bosques de Maine, donde se había criado.

Pulsé el botón de apertura y bajé a ver quién era: se trataba de taeyeon, acompañada por un hombre bajito y fornido con un bigote muy negro que resultó ser su padre. Vi un taxi amarillo aparcado en doble fila en la calle. Por la expresión de taeyeon, sospeché que habría deseado encontrarse en cualquier otro planeta.

El señor Kim se quitó la aplastada gorra que llevaba y dijo:

—Perdón por la interrupción, pero taeyeon  quería venir a veros esta tarde. Yo le he dicho que Acción de Gracias es un día familiar y que a lo mejor no querríais compañía, y ella se ha pensado que yo no quería que viniera, así que la he traído. Le hiciste un regalo tan bonito que se me ha ocurrido que tal vez tú, tu mamma, tu papà y tu hermano querríais venir a dar un paseo en el taxi. Así la familia seguiría estando junta, pero nos podríamos conocer.

Sin podérmelo creer, observé el taxi en doble fila. Entonces, la abuela de taeyeon me saludó alegremente desde la ventana.

—Siempre le damos un paseo a mi mamma en el taxi en las fiestas —explicó el señor Kim.

A juzgar por la cara de taeyeon, estaba a punto de morirse de vergüenza. Yo intenté indicarle con un gesto que no había problema, porque era cierto. Entendía cómo se sentía, pero su familia me parecía maravillosa.

—Voy a preguntar —dije, y corrí escaleras arriba.

taeyeon vino detrás de mí y me agarró en el primer descansillo.

—tiff, lo siento mucho —dijo—. No termina de entender este país… No me lo explico, lleva aquí desde los veinte, pero sigue creyéndose que está en un pueblo de Sicilia y…

—¡Que es genial! —grité, sacudiéndola—. Ya te lo dije: me encanta tu abuela, me encantan los gatos de la cocina y tu madre, aunque no la conozca muy bien, y me encantan tus plantas y tu cuarto y tú, excepto cuando te pones idiota y te preocupas tanto por que no me vaya a gustar… ¡lo que sea!

taeyeon sonrió tímidamente y se apoyó en la pared.

—Sé que es una idiotez, pero siempre me preocupa que la gente se ría de ellos —dijo.

—Pero yo no voy a reírme de ellos —dije—. Si tanta gracia te hacen, yo me iré a vivir con ellos y tú puedes venirte a este muermo que es Brooklyn Heights, ir a la Academia Foster y que te expulsen por perforar orejas y… Espera, taeyeon. —De repente se me había ocurrido—: ¿Estás celosa? ¿Eso es lo que pasa? ¿Me tienes envidia?

—No —dijo taeyeon en voz baja. Después se rio un poquito—. No, no, para nada. Tienes razón en que no me gustan mi instituto ni mi barrio, pero no: no me gustaría… intercambiarme por ti ni nada. —Sonrió—. Creo que me acabo de dar cuenta de eso mismo, ¿sabes?

—Pues me alegro —dije, aún enfadada—, porque si lo que quieres es intercambiarte… si eso es lo que significo para ti, mejor lo olvidamos.

Me sorprendí a mí misma; estaba furiosa.

—Ay, tiff, no —dijo taeyeon—. No, eso no es lo que significas para mí, desde luego que no. —Se apartó de la pared y me miró de frente. Hizo una rápida reverencia—. Princesa tiffany, ¿subiréis a la carroza mágica de esta humilde plebeya? Os mostraremos las más hermosas maravillas: gitanos, gaviotas, cuevas brillantes, el puente Triborough…

—¡Qué loca estás! —dije, cogiéndole la mano—. Pedazo de, de… unicornio.

Durante un instante no pasó nada, simplemente nos miramos con alivio por saber que todo estaba bien entre nosotras.

Mi madre, mi padre y leo decidieron quedarse en casa, aunque bajaron para conocer a los padres y la abuela de taeyeon cuando les insistí. Creo que intentaba demostrarle a taeyeon que ellos tampoco se reirían de su familia. El bueno de leo, cuando entró de nuevo en casa con mis padres y taeyeon  y yo nos quedábamos en la puerta, se volvió hacia ella y le dijo:

—Cómo mola tu padre, taeyeon. ¡Qué taxi más chulo!

Me dieron ganas de besarle.

 

Esa tarde recorrimos Brooklyn hasta llegar a Queens, y después volvimos por Central Park. Durante todo el camino, el padre de taeyeon y su abuela contaron historias sobre Italia mientras la madre de taeyeon se reía y les apuntaba detalles. El abuelo de taeyeon, que había muerto cuando vivían en California, era carnicero en su pueblo de Sicilia, y los gatos le seguían por todas partes porque les daba sobras. Por eso la familia Kim  seguía teniendo gatos: el padre de taeyeon decía que se sentía raro sin un par de gatos cerca. leo tenía razón: molaba un montón.

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No me acuerdo muy bien de lo que hicimos taeyeon y yo durante los dos días festivos siguientes. Caminamos mucho por The Village, Chinatown y sitios así. Pero el domingo fue el siguiente día que es importante recordar.

 

Sigo dándole vueltas a ese domingo…

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¿Alguna vez te has sentido muy cerca de alguien? ¿Tanto que no entiendes por qué esa persona y tú tenéis dos cuerpos separados, dos pieles separadas?

 

Creo que ese domingo fue cuando empecé a sentirme así.

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Habíamos montado en el metro y charlábamos cuando el ruido nos lo permitía; acabamos en Coney Island. Era una fecha ya tan fuera de temporada que no había nadie, y hacía mucho frío. Observamos las atracciones que se habían cerrado para el invierno. Los encargados de las casetas más rezagados colocaban carteles pintados con colores pastel sobre sus puestos de palomitas, sus juegos de colar monedas o sus tómbolas de muñecos.

Nos compramos perritos calientes en Nathan’s. Solo había un par de señores mugrientos comiendo allí, seguramente porque la mayoría de gente sigue demasiado llena el fin de semana de después de Acción de Gracias hasta para comerse un perrito caliente.

Después caminamos por la playa desierta y bromeamos sobre caminar por toda la costa de Brooklyn hasta llegar a Queens. Lo cierto es que nos las apañamos para llegar bastante lejos, desde luego bien lejos de los puestos desiertos, y encontramos algo parecido a un viejo muelle con un montón de pilotes marrones en descomposición que sujetaban unas cuantas rocas: supongo que hacía las veces de espigón. Nos sentamos allí, muy juntas porque hacía frío. Recuerdo que, durante un rato, una gaviota voló en círculos sobre nuestras cabezas mientras graznaba, para después alejarse en dirección a la bahía de Sheepshead.

No sé muy bien por qué estábamos tan calladas, exceptuando el hecho de que sabíamos que al día siguiente tendríamos que volver al instituto las dos y no podríamos vernos tan a menudo ni tan fácilmente. Yo tendría que ocuparme de mi proyecto de fin de bachillerato, y del consejo estudiantil si volvía a salir elegida, y taeyeon tendría que ensayar para su recital. Pero ya teníamos pensado qué días de la semana podríamos vernos y, en todo caso, siempre quedarían los fines de semana, así que tal vez esa no era la razón por la que guardábamos silencio…

Más que nada, era la cercanía. Tenía un nudo en la garganta por las ganas de hablar de ello. Recuerdo que observamos cómo el sol se ponía lentamente al oeste de la playa, pintando el cielo de colores rosa y amarillo. Recuerdo que el agua acariciaba suavemente los pilones y la orilla, y que el envoltorio de una chocolatina revoloteaba sobre la arena. taeyeon se estremeció.

Sin pensar, le pasé el brazo por encima de los hombros para darle calor. Entonces, antes de que ninguna de las dos supiéramos lo que ocurría, nos abrazamos y los labios suaves y delicados de taeyeon se posaron sobre los míos.

Cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba, nos separamos; taeyeon miró al mar y yo me fijé en el envoltorio de la chocolatina. Para entonces ya se había alejado de los pilotes y se había quedado atascado contra una roca. Por hacer algo, me acerqué y me lo guardé en el bolsillo, y después me quedé ahí, mirando al mar yo también e intentando dejar la mente en blanco. Recuerdo haber deseado que me atravesara el viento; frío, puro y penetrante.

—tiff —me llamó taeyeon en voz baja—. tiff, vuelve, por favor.

Una parte de mí no quería, pero la otra sí, y esa ganó.

taeyeon cavaba con la uña un agujerito en un pilote desgastado.

—Te vas a romper la uña —dije, y ella me miró y sonrió. Tenía una mirada tierna, preocupada y algo asustada, pero aún sonreía. El viento le agitó las hebras de pelo hacia mi cara y tuve que apartarme.

Me rozó la mano con la suya, casi sin tocarme.

—Para mí está bien —susurró—, si para ti también lo está.

—Yo… no lo sé —dije.

Era como si se estuviera librando una batalla en mi interior y ni siquiera fuera capaz de reconocer todos los bandos. Había uno que decía: «No, esto está mal: sabes que está mal y que es incorrecto y pecaminoso», y otro que decía: «Nunca has sentido nada más adecuado, más natural, más auténtico y más bueno». Otro avisaba de que todo estaba sucediendo demasiado rápido; y otro más solo quería dejar de pensar y abrazar a taeyeon para siempre. Había más bandos aparte de estos, pero no era capaz de identificarlos.

—tiff —decía taeyeon—, tiff, yo… yo me lo preguntaba. Me preguntaba si estaba pasando esto. ¿Tú no?

Sacudí la cabeza. Sin embargo, para mis adentros sabía que, como mínimo, me había sentido confundida.

taeyeon se subió el cuello del jersey y yo quise tocar la parte de piel que hacía contacto con el tejido. Era como si siempre hubiera deseado tocarla ahí, pero nunca hubiera sido consciente de ello.

—Es culpa mía —dijo taeyeon con suavidad—. Yo… he pensado algunas veces, incluso antes de conocerte, que podría ser homoual. —Dijo la palabra «homoual» con familiaridad, como si le resultara fácil aplicársela.

—No —conseguí decir—. No. No es culpa de nadie. —Sé que, bajo el entumecimiento que sentía, a mí también me parecía que la palabra tenía sentido aplicada a mí, pero no era capaz de pensar o de concentrarme en ello, no en aquel momento.

taeyeon se volvió a mirarme y tenía los ojos tan tristes que me dieron ganas de abrazarla.

—Me voy a ir, tiff —dijo, levantándose—. No… no quiero hacerte daño. No creo que tú quieras esto, así que el daño ya te lo he hecho, y… Oh, Dios, tiff—dijo tocándome la cara—, no quiero… Me… me gustas un montón. Ya te lo dije, me haces sentir que soy real, más de lo que jamás pensé, más viva que… Eres… eres mejor que cien Californias, pero no solo eso, es

que…

—¿Mejor que todos los pájaros blancos? —conseguí decir, a través del nudo de mi garganta—. Porque tú también eres mejor que nadie y que nada para mí, taeyeon, eres mejor que… No sé mejor que qué, mejor que todo. Pero eso no es lo que te quiero decir, es que tú eres… eres… taeyeon, creo que te quiero.

 

Me oí decirlo como si hubiera sido otra persona, pero, en el momento en que pronuncié las palabras, supe más que nada en el mundo que eran ciertas.

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Querida taeyeon:

He estado recordando las vacaciones de Acción de Gracias. taeyeon, la playa de Coney Island hace que te eche tanto de menos que…

tiffany arrugó la carta. Después volvió a alisarla, la hizo pedazos y salió al exterior.

Caminó junto al río Charles en medio del frío. Al filo del invierno, la brisa era gélida; un velero luchaba contra el viento cortante. «El tipo del barco ese está loco», pensó tiff, distraída, «se le va a congelar la vela, las manos se le quedarán pegadas a la escota y tendrán que arrancarlo de ahí…».

«taeyeon», pensó, y el nombre apartó como un viento todo lo demás hasta que desapareció.

 

«taeyeon,taeyeon…».

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