capitulo 5

Taeyeon en mis pensamientos...
 

Les conté a mis padres lo de la expulsión el viernes por la noche, cuando estaban tomando una bebida en el salón antes de cenar, un momento que siempre era apropiado para anunciar cosas difíciles. Mi padre se puso furioso.

—Eres una chica inteligente —bramó—. Tendrías que haber tenido mejor juicio.

Mi madre fue más comprensiva, lo cual era peor.

—También es una adolescente —le dijo a mi padre, enfadada—. No podemos pretender que sea perfecta. Y la Foster la está castigando mucho más a ella que a Sally. Eso no es justo.

Mi madre es una persona tranquila, excepto cuando cree que algo es injusto o cuando nos defiende a mí o a un león. O a mi padre, de hecho. Mi padre es increíble, le quiero un montón; pero espera que la gente sea perfecta, especialmente nosotros. Y especialmente yo, su «chica inteligente».

—Claro que es justo —dijo él mirando su Martini—. tiff tenía un puesto de responsabilidad, tal y como dijo la directora. Tenía que haberlo pensado mejor. No espero que esa boba de Sally Jarrell sepa qué pensar o cómo comportarse, pero tiff…

En ese momento me levanté y salí de la habitación.

leo me pareció gracioso todo el asunto. Vino a la cocina, donde yo me había metido, con el pretexto de ir a por una coca-cola, y me encontró apoyada en la nevera, echando chispas.

—Impresionante, tiff —dijo, dándose toquecitos en la oreja con una expresión de burla que parecía decir «qué ridiculez».

—Déjame en paz.

—¿Crees que Sally me perforaría las orejas a mí? ¿Para ponerme un aro dorado, como los piratas?

—Te perforará la nariz como no te calles de una vez —ladré.

—Eh, relájate. —Me apartó a un lado para buscar su coca-cola en la nevera—. Ya me gustaría a mí que me expulsaran. —Abrió la lata y bebió un trago largo—. ¿Qué vas a hacer la semana que viene? Tres días libres y después de vacaciones de Acción de Gracias, ¡qué pasada! —Sacudió la cabeza y se apartó el pelo de los ojos—. ¿Te van a obligar a estudiar?

No lo había pensado, así que decidió que el lunes siguiente llamaría al colegio para preguntar.

—Seguramente me escape a ver el mar —le dije a leo. Luego, al pensar en Los Claustros y en taeyeon, añadí—: O al menos iré a un montón de museos.

La Foster me pareció muy lejana al día siguiente, cuando estaba en Los Claustros con taeyeon, aunque al principio ambas estuvimos como al teléfono: no exactamente cortadas, pero sin saber muy bien qué decir. Los Claustros son un museo de arte medieval y arquitectura en el parque Fort Tyron, tan al norte que casi está fuera de la ciudad. Es como un fuerte medieval con vistas al río Hudson, aunque se supone que debería parecer más un monasterio. Y lo parece, una vez que se entra.

Como llegaba algo pronto, decidió caminar desde el metro en lugar de coger el autobús que te lleva por parte del parque; pero, aun así, taeyeon había llegado antes que yo. Mientras subía, la vi junto a la entrada, apoyada contra el granito entre rojo y marrón del edificio y mirando en la dirección contraria. Llevaba una falda larga de algodón y un horrible jersey rojo, y recuerdo pensar que el jersey hacía que la falda pareciera fuera de lugar, igual que la mochilita que llevaba colgada de los hombros. Su pelo caía libremente por encima de la mochila.

Me detuve unos segundos a mirarla, pero ella no se dio cuenta de que estaba allí. Después me acerqué y la saludé.

Se sobresaltó un poco, como si hubiera estado muy perdido en sus pensamientos. Después, una sonrisa maravillosa se afiló por su cara y sus ojos, y supe que había salido de su ensimismamiento.

—Hola —dijo—. ¡Ha venido!

—Pues claro —respondí indignada—. ¿Por qué no iba a hacerlo?

Taeyeon se encogió de hombros.

-I don't know. Yo he dudado. Seguro que no se nos ocurre nada de lo que hablar.

Un autobús se paró a nuestro lado y de él salieron hordas de estudiantes con cuadernos de bocetos, además de unos cuantos padres y madres que tiraban de hijos bastante menos animados que ellos. Tuvieron que rodearnos para llegar hasta la puerta.

—Me he pasado toda la semana recordando al guardia ya los dos niños aquellos. ¿You dont? —dijo taeyeon, observando a los demás visitantes.

Tuve que decirle que no había sido mi caso, y le conté el incidente de la perforación de orejas como explicación.

—¿Todo ese follón por perforar un par de orejas? — preguntó, incrédula, cuando terminé de contarle la historia. Yo asentí, apartándome un poco para dejar pasar a la gente.

—Supongo que es un poco exagerado —dije. Quería explicarle lo de la campaña de recaudación de fondos—, pero…

—¡Un poco exagerado! —casi gritó taeyeon—. ¿Solo un poco?

Sacudió la cabeza y supongo que se dio cuenta de que las dos estaban subiendo el volumen, porque miró a su alrededor y se rio. Yo también me reí, y entonces tuvimos que apartarnos para dejar pasar a una familia enorme. El último hijo tuvo unos nueve años, pintó de pijo y llevó una cámara espectacular con cientos de botones y números. Parecía más un robot pequeñito que un niño, hasta cuando se giró y apuntó a taeyeon con la cámara. Taeyeon afianzó su falda como una damisela medieval e hizo una grácil reverencia; el niño sacó la foto sin sonreír lo más mínimo. Después, cuando taeyeon se estiró e imitó una pose religiosa al estilo de cientos de cuadros medievales, se convirtió en un niño real por un momento: le sacó la lengua y echó a correr hacia el interior.

-¡De ​​nada! —exclamó taeyeon en su dirección, sacando la lengua también—. El público es de lo más ingrato. Ojalá padre no me insistiera tanto en posar para sus ridículos retratos. —Su respiración dramáticamente. Pateó el suelo con delicadeza, como lo habría hecho la damisela medieval que obviamente estaba interpretando—. Oh, estoy tan enfadada que podría… ¡atravesar un sarraceno con una lanza!

De nuevo, me encontré contagiándome de su fantasía, y esta vez sucedió mucho más rápido. Me incliné todo lo que pude y dije:

—Mi señora, yo atravesaré cien sarracenos por vos si así lo deseáis, y si me dais la venia para portar vuestro favor.

taeyeon sonrió, saliendo del personaje unos instantes como para agradecerme la respuesta. Después volvió a meterse en el papel y dijo:

—¿Pasearéis conmigo por el jardín, mi caballero, entre el follaje y lejos de este gentío maleducado hasta que mis obligaciones me fuercen a regresar?

Yo volví a inclinarme ante ella. Era curioso; en esa ocasión no me daba tanta vergüenza, aunque estábamos rodeados de gente. Aún en el papel del caballero, le ofrecí mi brazo a taeyeon y caminamos hacia el interior, que es la única forma de llegar al nivel inferior del museo y al jardín botánico. Hicimos nuestra «donación», bajamos y salimos al exterior de nuevo, donde nos sentamos en un banco de piedra del jardín y observamos el río Hudson.

—Es que me parece muy ridículo, tiff —dijo taeyeon pasados ​​unos minutos—. Tanto follón por algo tan tonto.

Supe inmediatamente que volvía a hablar de las perforaciones de orejas.

—En mi instituto —continuó, al tiempo que me tendía la mochila—, los alumnos se meten en líos todo el rato por agresiones, por llevar droga y cosas así. Hay tanto personal de seguridad que tienes que recordarte a ti mismo que estás en el instituto, no en la cárcel. ¡Y donde tú vas se enfadan por un par de infecciones de orejas! No sé si es magnífico o terrible que no tendrá nada más grave de lo que preocupe. —taeyeon sonrió y se echó un mechón de pelo hacia atrás, mostrándome un diminuto pendiente de perla en cada oreja—. Estos me los hice yo mismo, hace dos años. Sin infección.

—A lo mejor tuviste suerte —dije, algo molesta—. Yo no hubiera dejado que Sally me los hiciera.

—Pero es tu elección, ¿no? De todas formas, no te imagines con las orejas perforadas. —Enterró la cara en un arbusto de lavanda que crecía en un macetero de piedra junto al banco—. Si alguna vez quieres hacerte agujeros —dijo con el rostro en el arbusto—, yo te los hago. Y gratis.

Me entraron unas ganas absurdas de responder: «Claro, cuando quieras», pero era ridículo. Sabía que no me apetecía lo más mínimo perforarme las orejas. De hecho, esa costumbre siempre me había parecido una burrada.

taeyeon arrancó un ramito de lavanda y yo supe, por la forma en que echó los hombros hacia atrás y se irguió en el banco, que volvía a ser la damisela medieval.

—Os entrego mi favor, mi caballero —dijo muy seria dándome la lavanda—. ¿Lo portaréis en la batalla?

—Mi señora —dije, levantándome enseguida para volver a inclinarme ante ella—, lo portaré hasta en el momento de mi muerte.

Mi vergüenza volvió entonces y noté como me sonrojaba, así que me acerqué el ramito de lavanda para olerlo.

—Buen señor —dijo taeyeon—, sin duda un caballero tan galante y habilidoso como vos jamás caería en batalla.

«Yo no soy tan ingeniosa como tú», quise decir, presa del pánico. «No puedo seguirte; para, por favor». Pero taeyeon me miró expectante, así que continué (rápidamente, porque la familia enorme con el fotógrafo de tres al cuarto estaba a punto de cruzar la puerta que daba al jardín):

—Mi señora —dije tratando de recordar las obras artúricas, pero sonaba mucho más a Shakespeare que a Malory—, junto a vuestro favor, también portaré vuestro recuerdo. Vuestro recuerdo me traerá a la mente vuestra imagen, y esta se interpondrá entre mi oposición y yo, lo que le permitirá desensillarme de un solo golpe.

taeyeon endureció la mano con la palma hacia arriba, reclamando la lavanda.

—¡Quietas! —ordenó el niño robot, observándonos por el visor.

—En ese caso, me devolved rápidamente mi favor, mi caballero —dijo taeyeon sin moverse—, porque no deseo tu caída.

Le devolví la lavanda y el obturador del niño emitió un chasquido y vibró de forma muy profesional.

Fue como si el sonido de la cámara nos devolviera al mundo real, porque aunque seguramente el niño y su familia no se quedarían en el jardín mucho tiempo, taeyeon reconoció su mochila y dijo con un tono neutro:

—¿Quieres comer ya? ¿O prefieres entrar y echar un vistazo? A la virgen triste. —Miró con dolor al suelo e imitó a una de mis estatuas favoritas—. Al león enfadado… —Torció el gesto y supe que se refería al magnífico fresco del león con bigotes de aspecto humano que se encontró en la sala románica—. ¿O a los unicornios? —Se levantó y miró nerviosamente a un lado y otro del jardín, doblando la muñeca en una pezuña grácil y cautelosa.

—Unicornios —dije, fascinada por la velocidad con la que saltaba de un personaje a otro, captando la esencia de cada uno.

—Bien —dijo bajando la mano—. Es lo que más me gusta.

Sonrió. Yo me levanté y dije:

—A mí también.

No nos movimos ni dijimos nada durante un momento, la una frente a la otra. Después, taeyeon, como si me hubiera leído el pensamiento, musitó:

—No sé si creerme que esto está pasando.

Antes de poder responderle, me dio un empujoncito y dijo con otra voz totalmente distinta:

—¡Vamos! ¡A los unicornios!

Los tapices de unicornios se encuentran aislados en una sala tranquila. Hay siete, y todos están intactos menos uno, del que se conserva solo un fragmento. Todos ellos, a pesar de tener siglos de antigüedad, son tan coloridos que cuesta creer que los tonos se habrán apagado con los años. En conjunto, cuentan la historia de la caza de un unicornio, con sus señores, damas, perros, lanzas y mucha vegetación y flores. Por desgracia, los cazadores hieren de gravedad al unicornio: en un tapiz parece estar muerto, pero en el último aparece vivo, lleva un collar y está en un cercado circular lleno de flores. La mayoría de la gente suele fijarse sobre todo en las flores, pero el unicornio parece tan desilusionado, tan solo y tan atrapado que yo apenas veo las flores: la expresión del unicornio siempre me da escalofríos.

Supe, por la expresión de taeyeon mientras observaba en silencio el último tapiz, que ella se sintió exactamente igual, aunque ninguna de las dos habló. Entonces resonó la voz chillona de una señora:

—Caroline, ¿cuántas veces te tengo que decir que no toca nada?

Y, a la vez, entró en la sala un grupo grande seguido de una guía de voz monótona:

—Casi todos los tapices del unicornio fueron regalos de boda para Ana de Bretaña… taeyeon y yo nos esfumamos.

Salimos al exterior y caminamos en silencio, alejándonos de Los Claustros y adentrándonos en el parque Fort Tyron, que es tan grande y salvaje que casi consigue hacerte olvidar que estás en medio de la ciudad. Esa había vuelto a llover, y la lluvia se había llevado las últimas hojas de los árboles. Esas hojas habían formado una pasta bajo nuestros pies, pero el color de algunas aún destacaba bajo la helada luz otoñal.

taeyeon encontró una roca plana, grande y casi seca y nos sentamos en ella. Se le atascó la mochila cuando intentaba quitársela y, al ayudarla, me di cuenta de lo menudos que eran sus hombros, incluso bajo el jersey grueso.

—Sándwiches de ensaladilla —dijo con voz normal, abriendo paquetes envueltos con papel de aluminio— y de queso con kétchup. Plátanos y pastel de especias. —Sonrió—. No puedo garantizar la calidad del pastel porque es el primero que hago y mi abuela ha tenido que darme indicaciones hasta el final. También traigo café. Seguro que preferirías tomar vino, pero no me llegaba el dinero ya veces no se cree que tenga dieciocho años.

—¿Los tienes?

taeyeon negó con la cabeza.

—Diecisiete —dijo, y yo repuse:

—Café está bien, gracias.

Lo cierto es que nunca se me hubiera ocurrido llevar vino a un pícnic, pero en el momento en que taeyeon lo dijo, me pareció una idea perfecta.

taeyeon desenvolvió dos grandes pedazos de pastel y los puso en un par de cuadrados de papel de aluminio. Después, sin transición alguna, dijo:

—En realidad, mi caballero, este plato procede del castillo de mi padre. Hice que mi doncella lo recogiera esta mañana para este propósito. Me temo que el jabalí en rodajas —añadió, pasándome un sándwich de ensaladilla— no es precisamente una delicia, pero las lenguas de pavo real han salido espectaculares este año. —Con eso se refería a los plátanos.

—Es el mejor jabalí que he probado jamás —dije galantemente tras morder el sándwich. No estaba tan malo como la ensaladilla de huevo.

taeyeon extendió su falda a su alrededor con cuidado y se comió un sándwich de queso con kétchup mientras yo me terminaba el de ensaladilla.

Volvíamos a estar en silencio.

—El hidromiel está excelente —dije tras beber un sorbo de café para intentar animar la conversación.

taeyeon me enseñó un par de paquetes de azúcar y un sobrecito de leche.

—¿De verdad tomáis vuestro hidromiel solo? Había traído esto por si acaso.

—Siempre —dije solemne—. Siempre tomaba el hidromiel solo.

taeyeon sonrió y cogió su trozo de pastel.

—Tienes que pensar que soy una cría —dijo con la boca llena—. A veces se me olvida que a la gente no le gusta jugar en este plan pasados ​​los siete años.

—¿Te ha parecido que no me gustó? —pregunté. Ella sonrió y sacudió la cabeza.

Le confesé que me gustó interpretar las leyendas del rey Arturo hasta que cumplí catorce años, y que todavía hoy esperaba alguna vez en ellas. Eso nos llevó a hablar de nuestra infancia y nuestras familias. Me contó que tenía una hermana que estaba casada y vivía en Texas a la que no había visto desde hacía años, y luego me habló de su padre, que había nacido en Italia y era taxista; y de su abuela, que vivía con ellos y también había nacido en Italia. Al principio, el apellido de Annie no era Kenyon ni mucho menos, sino algo muy largo y complicado en italiano que su padre había americanizado.

—¿Y tu madre? —le pregunté.

—Nació aquí —respondió taeyeon terminando el pastel mientras yo me comía un plátano—. Es contable, en teoría a tiempo parcial, pero se queda muchas veces hasta tarde. El otro día nos dijo que estaba pensando en trabajar a tiempo completo el año que viene, cuando yo vaya a la universidad. Eso asumiendo que mi nana siga estando bien y que yo entre en la universidad. —Soltó una risa—. Si no lo consigo, puede que yo también me haga contable.

—¿Cree que no lo ayudará? —pregunté.

Taeyeon se encogió de hombros.

—Supongo que al final entraré. No tengo malas notas, sobre todo en Música. Y saqué buena puntuación en la prueba de aptitud universitaria.

Hablamos un rato sobre notas y esas pruebas. La mayor parte de aquella tarde fue… ¿Cómo describirlo? Era como si hubiéramos encontrado un guion que se había escrito solo para nosotras y estuviéramos leyendo el principio muy rápido (la parte fantasiosa y de descubrimiento en el museo, y ahora, a toda prisa, la exposición de los hechos: «¿Cómo es tu ¿Qué asignatura te gusta más?») para poder llegar a la parte importante, fuera la que fuera.

taeyeon me tendió la mano para recoger la cáscara del plátano mientras decía, todavía en la parte de exposición del guion:

—Mi primera opción es Berkeley.

—¿Berkeley? —me sorprendí yo—. ¿En California?

Ella asintió.

—Yo nací allí. Bueno, en San José, que no está muy lejos de Berkeley. Luego nos mudamos a San Francisco. Me encanta California. Nueva York es... hostil. —Metió la cáscara en su mochila—. Salvo tú. Eres la primera persona simpática que conozco desde secundaria. Oh mar, desde que vivo aquí.

—Venga ya —dije, halagada—. Eso no puede ser.

Ella sonrió y se estiró.

—¿Qué no? Ven a mi instituto la semana que viene, ya que estás expulsada. Ya verás. —Me sonrió y guardó silencio, para después sacudir la cabeza y mirar hacia abajo, a la piedra, y juguetear con el musgo—. Qué raro —dijo con voz queda.

—¿El qué?

Entonces se rio, no con carcajadas llenas de alegría esta vez, sino con una risita corta y preocupada. —Casi digo algo… Ay, una locura. Supongo que no lo entiendo. Al menos no del todo. —Se volvió a colocar la mochila y se levantó antes de que pudiera pedirle explicaciones—. Se está haciendo tarde, me tengo que ir. ¿Vas al metro o coges el autobús?

El día siguiente (domingo) empezó de forma horrible. Afuera lloviznaba, así que todos pasamos todo el día muy tensos en casa con el Times, intentando no hablar de la expulsión, de pendientes ni de nada parecido. Pero esa calma no duró demasiado.

—Mira, George —dijo mi madre desde su asiento del sofá apenas abrió el periódico—. Estos pendientes dorados son preciosos. ¿Crees que le gustarían a Annalise? —Annalise es mi tía y dentro de poco iba a ser su cumpleaños.

Mi padre me fulminó con la mirada y dijo:

—Pregúntale a tiff. Sabe más de pendientes que nadie en esta familia.

Después, mi padre encontró un artículo sobre problemas de disciplina en los institutos que insistió en leer en voz alta, y leo, que estaba tirado en el suelo a los pies del sillón amarillo de nuestro padre, encontró un caso judicial sobre un chico que había robado el dinero de la caja fuerte de su instituto como venganza por haber sido expulsado.

Cuando no pude soportarlo más, me levanté de mi asiento del sofá y me fui a caminar por el Paseo, a lo que también se le llama el Malecón. Se trata de un camino peatonal elevado que transcurre a un lado de Brooklyn Heights, sobre el puerto de Nueva York y el comienzo del East River. Es un paseo bonito desde el que puede verse el perfil de Manhattan, la Estatua de la Libertad y el ferry de Staten Island resoplando de una orilla a otra; y, por supuesto, el puente de Brooklyn, que une Brooklyn con Manhattan y se encuentra solo a unas manzanas de distancia.

Lo malo era que aquel día el tiempo era tan deprimente que yo no era capaz de percatarme de nada excepto de mi mal humor. Me apoyé en la baranda fría y mojada con la vista fija en un carguero del puerto, preguntándome una y otra vez si hubiera tenido que intentar detener a Sally con más vehemencia, cuando una voz cerca de mi codo dijo:

—Sin neumáticos.

Era Taeyeon. Volvía a llevar vaqueros, algo parecido a una bufanda y su capa.

—P… pero… —tartamudeé—. ¿Cómo…?

Sacó la libreta que utilizamos para intercambiarnos las direcciones y la sacudió en mi dirección.

—Quería ver dónde vives —dijo—. Fui a tu edificio, llamé al timbre y tu madre (qué guapa es) me dijo que te había ido a dar un paseo, y entonces un chico (tu hermano leo, supongo) salió y vino detrás de mí para decirme que probablemente habría venido aquí, y me explicó cómo llegar. Parece mayor.

—Lo... lo es. —No fue una gran respuesta, pero todavía me sentí tan desconcertada y feliz al mismo tiempo que no se me ocurrió nada más.

—Qué vista tan bonita —dijo taeyeon, apoyándose en la baranda junto a mí. Después, con una voz muy seria y calmada, me preguntó—: ¿Qué te pasa, tiff? ¿Es por la expulsión?

De repente, el guion que se habia escrito para nosotras parecia haber saltado varias paginas.

—Sí —dije.

—Vamos a dar un paseo —dijo taeyeon, metiéndose las manos en los bolsillos de sus vaqueros bajo la capa—. Mi nana dice que caminar ayuda a que la mente funcione mejor. Cuando era pequeña, solía salir a hacer senderismo en su pueblo de Sicilia. También escalaba montañas. —taeyeon se detuvo y me miró—. Una vez me dijo, cuando aún vivíamos en California, que lo que pasa con las montañas es que tienes que seguir subiendo y eso siempre es difícil, pero que al llegar arriba, siempre hay buenas vistas.

—No sé muy bien qué… —empecé a decir.

—Ya. Serás la presidenta del consejo estudiantil, pero al fin y al cabo solo eres una persona. Una muy buena, probablemente, pero solo una persona. Como eres la presidenta del consejo estudiantil, todo el mundo espera que seas perfecto, y eso es difícil. A lo mejor, cumplir con las expectativas de todo el mundo mientras sigues siendo tú mismo es una montaña que tienes que escalar. —taeyeon se volvió hacia a mí y me obligó a parar—. Mi nana diría que valdrá la pena cuando llegues a la cima. Y yo te diría que sigues escalando, pero que no esperes llegar a la cima mañana. No intentes ser perfecta para otra gente.

—Eres bastante lista para ser un unicornio —dije, creo.

taeyeon sacudió la cabeza. Seguimos charlando durante un rato, y después continuamos caminando por el Paseo sombrío y encharcado mientras seguíamos hablando acerca de la responsabilidad, la autoridad y hasta de Dios: esta vez sin jugar, sin improvisaciones medievales; siendo nosotras iguales. Para cuando llegamos al final del Paseo, me di cuenta de que habló con taeyeon como si la conociera de toda la vida en lugar de unos pocos días.

No sé muy bien cómo se sintió ella. Todavía no me había contado mucho sobre ella misma; nada personal, al menos. Al contrario que yo.

Hacia las cuatro, teníamos tanto frío y estábamos tan empapadas que subimos por la calle Montague, la calle principal de tiendas de Brooklyn Heights, y tomamos un café. Empezamos a hacer el tonto de nuevo: leímos en voz alta los textos de los sobres de azúcar, imitamos a otros clientes y nos reímos. La camarera nos miró mal cuando taeyeon me lanzó el papel de una pajita, así que nos fuimos.

—Bueno —dijo taeyeon cuando estábamos en la acera junto a la cafetería.

—El hidromiel de esta posada —dije yo, que no tenía ganas de que se fuera— no es ni la mitad de bueno que el vuestro. —No —dijo taeyeon—. tiff —¿Qué?

Las dos intentamos hablar al mismo tiempo.

—Tú primero —dije.

—No, tú.

—Solo iba a decir que, si todavía no tienes que irte, puedes venir conmigo a mi casa y te enseño mi habitación o algo. Pero son casi las seis…

—Y yo iba a decir que, si no vais a cenar todavía, a lo mejor puedo ir a tu casa y ver tu habitación.

—No tenemos hora fija de cena los domingos —dije. Comprobé el color del semáforo y crucé la calle con taeyeon—. A lo mejor mi madre hasta te invita.

Mi madre la invitó y taeyeon llamó a la suya, donde le dieron permiso para quedarse. Cenamos jamón asado con patatas, así que no fue una de las cenas fáciles e informales de los domingos, que solían consistir en algún plato con huevos que preparaba mi padre. Pero hubo suficiente comida, y taeyeon pareció caerles bien a todos. De hecho, en cuanto mi madre se enteró de que taeyeon cantaba, empezaron a hablar de Bach, Brahms y Schubert tanto que me sentí excluida y volví a sacar un tema recurrente de discusión que tenía con mi padre sobre los Mets y los Yankees. Mi madre pilló la indirecta enseguida y cambió de tema.

Mientras tomábamos el postre, empecé a ponerme nerviosa al pensar en mi habitación, que estaba hecha un desastre: tanto, pensé, que casi no quería enseñársela a taeyeon a pesar de todo. Es una habitación bastante grande, con un montón de pósteres de edificios pegados a las paredes con cinta adhesiva, y en cuanto entramos me fijé en lo desgastados que estaban algunos dibujos y lo sucia que estaba la cinta. A taeyeon no parecía importarle.

Fue directa a mi mesa de dibujo, que era lo mejor de mi habitación sin duda, donde tenía un boceto preliminar bastante bueno del proyecto de la casa solar. Enseguida preguntó:

—¿Qué es?

Yo se lo empecé a explicar y le enseñé algunos de los otros bocetos que había hecho. Muchas personas se aburren a los cinco minutos de que les hable de bocetos de arquitectura, pero taeyeon se sentó en el taburete de la mesa de dibujo y siguió haciéndome preguntas hasta casi las diez, que fue cuando mi madre entró para decir que era hora de que mi padre llevara a taeyeon a casa. En ese momento me di cuenta de que taeyeon había mostrado mucho interés por la arquitectura, y me avergoncé por haber sacado el tema del béisbol durante la cena en lugar de haberla escuchado.

Mi padre, leo y yo acompañamos a taeyeon a casa en el metro, en un trayecto que resultó ser más largo de lo que esperábamos. Por el camino intenté hacerle alguna pregunta sobre música, pero había demasiado ruido para hablar. Justo antes de llegar a su parada, taeyeon me apretó la mano y dijo:

—No hace falta que hagas eso, tiff.

—¿El qué?

—Hablar conmigo de música. No pasa nada, sé que no te interesa demasiado.

—¡tiff! —me llamó leo—. No voy a sujetaros la puerta toda la noche. Buf, ¡qué pesadas son las chicas! —dijo molesto a mi padre cuando por fin salimos del tren.

—Sí que me interesa la música —le dije a taeyeon mientras nos quedábamos detrás de mi padre y leo al subir las escaleras hacia la calle—. De verdad. De hecho, yo… —Me detuve entonces, porque taeyeon me había visto el farol en la cara y se reía—. Vale, vale. No sé nada de música. Pero me gustaría aprender.

—Muy bien —dijo taeyeon—. Puedes venir a mi próximo recital. Damos uno antes de Navidad.

Ya estábamos en la calle. Intenté hacerle más preguntas a taeyeon mientras recorríamos las manzanas que había hasta su edificio: preguntas poco técnicas, sobre el recital y sobre qué canciones le gustaba cantar y esas cosas. Ella parecía responderme con cuidado, como si quisiera hacerme creer que yo entendía más de lo que entendía.

—Bien —dijo mi padre cuando llegamos al edificio de taeyeon, que era de ladrillo amarillo, feo y rectangular, y estaba en medio de casi una manzana entera de casas de piedra rojiza abandonadas—. Subimos contigo hasta tu piso, ¿no, taeyeon?

—Oh, no, señor hwang. No hace falta —respondió ella rápidamente, y me di cuenta de que estaba avergonzada.

—Claro que sí —dijo mi padre con firmeza—. Subimos contigo.

—Papá… —dije entre dientes, pero él me ignoró, y subimos todos en silencio hasta el quinto piso en un ascensor desvencijado que tardaba tanto que parecía estar llevándonos a lo alto del Empire State.

La puerta del piso de taeyeon estaba cerca del ascensor, a la izquierda por un pasillo oscuro y desgastado, y tuve que admitir que mi padre probablemente había estado en lo cierto al querer subir con ella. Vi que seguía avergonzada, así que dije lo más alto y alegremente que pude:

—Bueno, ¡buenas noches! —Y prácticamente empujé a mi padre ya leo de vuelta al ascensor.

taeyeon me dijo adiós desde la puerta de su casa, y sus labios formaron la palabra «gracias» en silencio mientras se cerraba la puerta del ascensor.

Cuando volvimos a la calle, me sentí como un punto de explotar de algo que no sabía identificar muy bien, así que empecé a silbar.

—tiff —me dijo mi padre, que a veces puede ser algo estirado—, no hagas eso. Este barrio no es de los mejores, no llames la atención.

—Este barrio está bien —dije, ignorando a un borracho en un portal ya un perro flacucho sin collar que olisqueaba una papelera a rebosar—. De hecho, ¡es un barrio precioso, maravilloso, estupendo, magnífico!

leo se toco la sien con el dedo y le dijo a mi padre:

—Loca perdida. ¿La dejamos en Bellevue? — Bellevue es un hospital enorme con un ala de psiquiatría muy activa.

Yo respondí con un gruñido de hombre lobo y me abalancé sobre leo justo cuando un mendigo se acercaba a mi padre para pedirle setenta y cinco centavos para el metro. Le gruñí a él también y se alejó tambaleándose, lanzándome miradas por encima del hombro.

Mi padre intentó mirarme enfadado, pero no fue capaz de reprimir una carcajada y nos rodeó con los brazos a mí ya leo, dirigiéndonos con firmeza hasta la manzana siguiente, donde paró un taxi.

—No quiero que me vean con vosotros —dijo con una sonrisa tras darle nuestra dirección al taxista—. ¿Os imagináis el Times ? ? «La cordura de un renombrado ingeniero, en tela de juicio al ser visto con dos enfermos mentales. Se rumorea que una de ellas está expulsada del instituto por dirigir un negocio ilegal de perforación de orejas».

Dirigí a mi padre una mirada sorprendida y él me revolvió el pelo de una forma que no había hecho desde que era pequeña.

—No pasa nada, tiff —me dijo—. Todos cometemos errores, y este ha sido grande. Pero sé que no volverás a hacer nada parecido.

Pero Dios, ninguno de los dos sabíamos que haría algo mucho, mucho peor, al menos ante los ojos de la escuela y de mis padres, y probablemente los de más gente si lo sabían.

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tiff sacó la foto de taeyeon del cajón donde laguardaba, la puso sobre su escritorio y se fue a dormir.

Pero no modificar conciliar el sueño. Intentó leer, pero las palabras se emboronaban ante sus ojos; Intenté dibujar, pero no pude concentrarme. Al final, se sentó en el escritorio y releyó las cartas de taeyeon. Todas, excepto la última, terminaron con un «Te echo de menos».

tiff cogió unas cintas de la estantería —Brahms, Bach, Schubert—, puso la de Schubert y volvió a la cama.

«Quizás debería dejarlo», pensado más de una vez. «Tendría que dejar de pensar en esto».

 

Al día siguiente dio dos largos paseos, fue a la biblioteca y pasó tres horas que no necesitó en el estudio para dejar de pensar. No obstante, después de cenar volvió a sentarse en su escritorio, a mirar la foto de taeyeon ya recordar…

 

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